México por cuestiones geográficas e históricas siempre se ha visto envuelto por mitos y leyendas a lo largo de los años, desde la clásica Llorona o la Malinche, hasta estas cinco leyendas que presentamos de Monterrey, Mexicali, Guadalajara, Salamanca y Celaya.
Estas leyendas que surgen de tragedias o hechos paranormales son parte importante de la historia urbana de cada una de las ciudades citadas. Bares abiertos por los muertos el 2 de noviembre, misteriosas muertes en una casa cilíndrica, fantasmas en las carreteras, marionetas que cobran vida o un niño que no puede descansar en la oscuridad del panteón, son algunas de estos relatos.
La casa de los tubos, en Monterrey
En la década de los 70 un padre y su hija llegaron a la ciudad de Monterrey, Nuevo León, con la esperanza de tener una vida tranquila. La menor, afectada por una parálisis prematura por lo que se movía en silla de ruedas.
Su padre, como un acto de amor, decidió construir una enorme casa con diseño cilíndrico, interconectada con rampas y grandes ventanales para que su hija pudiera moverse con comodidad en toda la casa y pudiera disfrutar toda la vista de la ciudad.
La construcción del innovador hogar empezó de inmediato. Decenas de albañiles fueron reunidos para la tarea. La gente trabajaba hasta altas horas de la noche para terminar la construcción en cuanto antes. Pasaron los meses, y conforme comenzaba a levantarse la estructura, la tensión y un miedo inexplicable se comenzó a apoderar de ellos. De pronto, todo empeoró. Empezaron a desaparecer herramientas, los albañiles se culpaban entre ellos sin encontrar ninguna explicación lógica a lo que ocurría.
Los albañiles convocaron a una en la construcción para encontrar alguna solución, lo que sucedió fue que se emborracharon y nadie se presentó a trabajar el día siguiente, salvo tres de ellos.
Dos de ellos se dedicaron a arreglar el piso de abajo, mientras otro, fue al piso de arriba. Los dos de abajo escucharon un grito repentino proseguido del azote del cuerpo contra el concreto. El hombre yacía muerto sobre el piso y en sus ojos se veía la marca del terror, como si, justo antes de morir, hubiera visto a un ser infernal.
Poco tiempo después de la tragedia, otro albañil cayó inexplicablemente por una de las ventanas. Cuenta la leyenda, que antes de morir le dijo a sus pares: “no quiere que estemos aquí”.
El padre, empeñado de terminar el casa, no cesó en la construcción pese a las tragedias. Un día llevó a su hija para mostrarle lo avanzada que estaba la construcción. En un descuido, la niña paseando por casa, llegó al piso más alto de edificación, desde allí se escuchó el deslice de la silla de ruedas por una de las rampas a gran velocidad lo que produjo que la niña saliera volando por la ventana y muriera.
Días más tarde, el papá se suicidó en el mismo lugar. Por más de 40 años la casa estuvo inhabitada e inconclusa. En 2016, un firma de arquitectos compró el lugar y ha trabajado en su remodelación.
Kona Kai, en Mexicali
El Kona Kai es un bar en Mexicali que durante el 2 de noviembre abre sus puertas y alimenta las leyendas del pueblo. Cuenta la leyenda que tres amigos el 1 de noviembre estaban poniéndose de acuerdo para salir en la noche después de haber quedado de verse al día siguiente para ir al panteón. Sin embargo, sólo dos de ellos partieron a un bar, mientras que el otro se fue camino a su casa. Rumbo a su casa vio el recién abierto Kona Kai y decidió bajarse y conocerlo.
Al entrar, se sentó en la barra y el barman le dijo que estaban cerca de lo hora de cierre por lo que se apresuró a beber un trago, a lo que se acercó una señora a hacerle conversación y le invitó otro trago mientras platicaban. Entre los diálogos el hombre le compartió a la mujer que visitaría a su madre por el 2 de noviembre al panteón como todos los años y que ese año no sería la excepción. Con el bar apunto de cerrar el hombre se fue a su casa ya que debía estar temprano en el panteón como había acordado con sus amigos.
Al día siguiente, ya lo esperaban sus amigos y familiares en el cementerio, y al preguntarle el motivo de su tardanza y desvelo, éste les contestó que había ido al bar Kona Kai, y sus amigos se sorprendieron debido a su desconocimiento del lugar; para confirmar el hecho, éste les indicó la dirección, que es entre la Av. México y la López Mateos, ellos respondieron que ese lugar llevaba varios años cerrado.
Luego de la visita al panteón los tres amigos se dirigieron a la dirección donde estaba el bar, y el letrero era mucho más pequeño y más dañado del que uno de ellos recordaba. La puerta de entrada estaba abierta a lo que el hombre decidió entrar, en el lugar sólo quedaban ruinas, quedó desconcertado. Estaban los vasos que había ocupado así como su dinero. Ahí recordó lo que siempre le dijo su madre: “el 2 de noviembre los muertos visitan a los vivos”. Se cuenta en Mexicali que cada día de muertos el bar abre sus puertas.
Fantasmas de la ruta a Salamanca
Es una historia de una madre con su hija, Laura y Violeta, respectivamente. La madre trabajaba por toda la república por lo que tenía que viajar constantemente, uno de tantos viajes fue en el camino a Salamanca, Guanajuato entre los municipios de Atarjea y Santa Catarina. En la madrugada, Violeta, la hija, estaba manejando a una velocidad aproximadamente de 100 K/h, de repente en el camino se vislumbraba una silueta presuntamente de un hombre, sin embargo, no alcanzaron los frenos para detenerse y atropellaron a la silueta que se desvaneció como humo durante el impacto.
Violeta al mirar por el espejo retrovisor vio al mismo hombre pero sentado en el asiento trasero de su automóvil, en ese momento, advirtió a su madre alarmadamente y cuando Laura volteó no había nadie, por lo que, le dijo que se calmara.
Más adelante en el camino, Violeta sentía que alguien estaba apretando su cuello como si el espectro quisiera ahorcarla; la madre al escuchar a su hija que estaba siendo ahorcada volteó y en ese momento vio cómo la piel del cuello de Violeta se hundía y la jalaba hacia atrás.
Al ver aquello, la mamá maldijo al espectro y la presión en el cuello de su hija fue disminuyendo hasta desaparecer. La experiencia fue tan sorprendente que ambas volvieron al sitio de los hechos pero en el día para confirmar lo que había sucedido. En esa visita vieron una cruz a orilla de la carretera en el punto exacto donde ellas tuvieron el infortunio y no tuvieron duda que era esa persona muerta quien trató de matarlas.
Marionetas del “Capi” Oviedo, en Celaya
En la década de los setenta, en Celaya, existió un titiritero de nombre José D. Ovideo conocido como “Capi Oviedo” que montaba un show en la ciudad a lo largo de la calle de Hidalgo en el centro de la ciudad o en su propia casa en la misma calle.
Cada que hacía show se aglomeraban muchos niños acompañados de sus padres pues, el “Capi” era muy popular en la época, sus show consistía en 33 marionetas en un teatro de metro y medio adornado de terciopelo. Representaba clásicos como La llorona, Barba azul o Cruz Diablo.
Una noche después de dar show, comenzó a darse cuenta que en su hogar ocurrían cosas extrañas como el sonido de pasos de marionetas o el desacomode de las mismas. Hasta que un día descubrió que dos títeres, una mujeres y un hombre vestidos con trajes de bailarines, se encontraban tirados en el suelo como si hubieran realizado un baile.
Días posteriores, se despertó escuchando el sonido de los pasos de las marionetas, el zapateado se intensificaba y parecía que se acercaba a la habitación, sin embargo, se quedó en su cama esperando. A la mañana siguiente, ningún muñeco estaba en su lugar, de hecho, estaban regados por toda la casa, su siguiente acción fue llevar los 33 títeres a bendecir a la catedral.
Pasó el tiempo y siguió dando sus funciones hasta que en una, mientras manipula el muñeco que representaba a un juez comenzó a voltear la cabeza hasta estar frente a frente y hacerle una mueca horror. El “Capi” Oviedo dio finalizado el acto y no volvió a dar funciones, decidió enterrar las marioneta y ya casi no se le veía en la ciudad.
La tumba de “Nachito”, en Guadalajara
Esta leyenda se ubica en el panteón de Belén en Guadalajara. Ignacio Torres Altamirano, conocido como “Nachito”, era nictofóbico, esto es, miedo a la oscuridad. Para dormir, sus padres colocaban dos antorchas para iluminar su cuarto. Un día en la capital jalisciense se dice que cayó una tormenta que logró apagar las antorchas del cuarto de Nachito. A la mañana siguiente, sus padres al querer despertarlo lo encontraron muerto en su cama. El reporte médico indicó al infarto como causa de muerte.
La noche del entierro, el cuidador nocturno del cementerio mientras hacía su recorrido escuchó el sonido de alguien estuviera removiendo o escarbando alguna tumba, el sonido provenía de la tumba nueva, la de Nachito. Lo que encontró fue la tumba vacía y ataúd en el exterior, al asomarse encontró al niño vestido de blanco, un crucifijo y un rostro lleno de paz. El vigilante volvió a enterrar el ataúd para que no pensaran que él lo había sacado.
Durante los siguientes 10 días hizo su rutina de siempre y en todos estos días encontraba lo mismo: el féretro fuera, por lo que, volvía a enterrarlo. Del miedo, advirtió a la policía del hecho y éstos a su vez, a los padres de la criatura.
La madre al enterarse del acontecimiento, entendió que su hijo pese a haber muerto seguía teniéndole miedo a la oscuridad a lo que salía a la luz. Para que no se repitiera, la familia decidió colocar su tumba al exterior, fuera de la tierra.
Ahora, la gente de Guadalajara visita cada 24 de mayo (día de su fallecimiento) a dejarle juguetes a Nachito.
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