A propósito del Día de la Madre que se festejará este 10 de mayo, hay quienes no podrán disfrutar un abrazo de sus hijos. Son las miles de mujeres que se encuentran recluidas en prisiones mexicanas. De acuerdo con cifras oficiales, en 2018 había 10,594 mujeres en reclusión, de las cuales 1,269 se encontraban en el Centro Femenil de Readaptación Social (Cefereso) de Santa Martha Acatitla (SMA).
Ahí, casi el 80% de las reclusas son madres, en su mayoría jóvenes: "están encerradas en promedio desde los 22 años de edad y hasta los 40 y tantos, justo en la edad reproductiva. Son madres cuando ingresan, durante la estancia y cuando salen", explicó Marisa Belausteguigoitia, académica de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Cuando una mujer entra a la cárcel se empobrecen las familias porque suelen dejar de uno a 7 hijos desprotegidos. Son las mujeres de su núcleo familiar quienes los cuidan; la abuela, la tía, la prima e incluso algunas veces la vecina.
Su ingreso a prisión es un hecho traumático para todas las partes. Los niños suelen desarrollar un sentimiento de abandono que en muchos casos los lleva a perder contacto con su madre; ella por su parte sufre la separación con una cantidad de estrés y ansiedad que no se puede dimensionar.
A ello se suma el agobio económico, pues aunque están en prisión las mujeres necesitan seguir generando dinero para cuidar a sus hijos. Lamentablemente, el gobierno no tiene una estrategia bien diseñada en esta línea, lo que resulta en empleos muy mal pagados dentro de la cárcel.
¿Quién visita a mamá?
En Santa Martha Acatitla, las reclusas son más visitadas por sus madres (con 56%) que por sus hijos (6.6%). De estos últimos, acuden más las mujeres que los varones, según una investigación de Mayra Elizabeth Aguilar Enríquez. La cifra demuestra la ruptura de vínculos familiares que trae consigo el ingreso a una prisión.
"Efectivamente, son las madres las que más visitan a las mujeres en reclusión, y los hijos varones los que menos", remarcó Patricia Piñones, del Programa Universitario de Derechos Humanos (PUDH) e integrante del proyecto Mujeres en Espiral.
En ellas también surge la culpa y se llenan de cargas, de ahí la importancia de tener procesos que les permitan lidiar con la maternidad hacinada. Tienen que ser madres a distancia y enterarse, a través de una llamada telefónica una vez al día o cada tercer día, de cómo están sus hijos
"No soy Batichica, pero les hago falta"
Guadalupe Cruz Ramírez porta el uniforme beige porque su caso aún está en proceso, así se viste desde junio de 2015, cuando fue acusada de presunto homicidio en un riña ajena, que involucró también a dos de sus cinco hijos, quienes resultaron heridos de gravedad.
"Me ha costado mucho porque se desintegra una familia, y las autoridades no lo ven así. Ya les comprobé que no maté, ni di una orden", aseguró mientras mostraba las cicatrices de sus manos, con "21 puntadas aquí y 12 por acá".
Soy madre y padre para mis hijos, me quedé viuda en 2010, a mi esposo lo secuestraron, éramos comerciantes, tuve que vender toda la mercancía y los puestos para pagar el rescate, y me quedé sola para sacarlos adelante, me partía en mil
"Lupita", como la llaman de manera cariñosa, no duda en reconocer que es triste estar en la "cueva" sin que sus hijos tengan apoyo, sobretodo porque vendió la casa donde vivían para pagar su primer abogado.
Todavía tengo uno de 15 años que se aísla mucho, me necesita, casi no lo veo; cuando viene llora, por eso no me gusta que lo traigan, pero es difícil. Son cuatro varones y una mujer, ella viene a verme pero no puede siempre porque trabaja. Yo les digo que no soy Batichica, pero les hago falta para educarlos, guiarlos y que no tomen malas decisiones
"¿Por qué no vienes conmigo mamá?"
"¿Por qué no vienes conmigo mamá?", es la pregunta que hacen todos los niños que han cumplido 5 años 11 meses de edad, y que han vivido con sus madres en reclusión en el Cefereso de Santa Martha Acatitla, lo que es permitido por normatividad.
Ante este cuestionamiento, algunas responden sin convencimiento: "es que ésta es mi escuela", "estoy castigada y me porté mal", relató Piñones en entrevista para la UNAM.
Los niños, comentó Belausteguigoitia, siempre quieren quedarse con sus madres pero no siempre es lo mejor, es un dilema. ¿Qué es mejor?, ¿dejar al pequeño adentro o sacarlo a una institución pública?
La organización Reinserta indica que en México hay 800 niños que nacen y viven en prisión hasta los seis años. "La norma que les permite quedarse hasta los casi seis años es buena, porque hay un CENDI dentro de la cárcel y algunas mujeres funcionan como cuidadoras y defensoras de ellos", añadió la investigadora.
Piñones resaltó que se elabora un trabajo de externación de los pequeños, a fin de prepararlos para cuando estén fuera, pues muchos de ellos nunca han tenido contacto con el exterior, nunca se han subido a un auto, ni estado ante gran cantidad de gente, incluso ante sus propios familiares.
"La sociedad se pregunta, ¿por qué las mujeres en reclusión deciden vivir con sus hijos en la cárcel? Nosotros respondemos, ¿de verdad lo deciden?", sentenció una de las miembros del proyecto Mujeres en Espiral, el cual busca apoyar y capacitar a las madres que viven en reclusión.
Redes de apoyo desde la prisión
Con programas que abordan aspectos psicoafectivos, artísticos, pedagógicos y jurídicos, el proyecto universitario busca ayudar a las reclusas a organizarse en redes horizontales y establecer una microsociedad constituida con autonomía y autoservicio.
"Es conmovedor ver las redes de maternidad que hacen. Si tienen niños pequeños con ellas, los integramos a los talleres o los cuidamos cuando van a los juzgados. Trabajamos con las mamás como portadoras de derechos, en su proceso de ciudadanización, en el disfrute y cuidado de su sexualidad, en el aprendizaje del uso de su tiempo y espacio, y en la formación de su pensamiento crítico y desarrollo artístico, no asistencialista", concluyó Marisa Belausteguigoitia.