El restaurante-bar venido a escuela, conocido como Coco Bongo, inició con 18 alumnos y ahora alberga a 35 niños de entre 5 y 12 años, quienes toman clases en el patio del negocio.
Carlos Antonio López, propietario del negocio, admite que la idea inicial fue de su esposa, Nelmi Roselis Trejo, quien estaba preocupada porque sus dos hijos solo veían televisión, jugaban y tenían mucho tiempo dedicado al ocio.
"Primero pensó en contratar maestros para los niños y luego dijo que podrían ayudar a los demás pequeños sin clases ni escuela" cuenta López.
"Pedimos el apoyo de vecinos, solicitamos maestros por internet y tuvimos respuesta. A un mes del terremoto ya estábamos trabajando con ellos, teníamos el espacio, las mesas, las sillas y el deseo de ayudar," indicó Trejo, que administra la escuela y prepara el desayuno para los pequeños, cuyos padres aportan USD 0,26 dólares por alumno.
El “salón de clases” es un espacio abierto de 10 metros de largo por 8 de ancho, con techo de lámina, dos paredes de concreto y una barda de madera con plástico
Está rodeado de plantas de ornato y posee un pizarrón, 30 sillas de madera y 10 mesas. Ahí se sientan según van llegando los alumnos de diversas edades y grados que vienen de escuelas privadas y públicas que no han retomado sus clases luego de los sucesos de hace dos meses.
Aunque la iniciativa ha sido criticada, el propietario del bar apunta contundente: "Uno ayuda con lo que tiene y ponemos nuestro apoyo y hasta nuestro dinero porque pedimos algo de cooperación por niño para el desayuno y no alcanza, pero ya nos metimos en esto y no nos vamos a rajar".
Agrega que cuentan con una maestra de educación básica, un maestro de inglés, un psicólogo y un maestro de pintura, a quienes quieren conservar incluso después de que termine la emergencia con un proyecto nuevo; ofrecer lecciones de arte, música, pintura, danza, guitarra y regularización de clases por las tardes.
Mientras tanto, Evelyn de Jesús Carrasco, psicóloga que brinda las clases, con una experiencia de cinco años en la docencia con niños de preescolar, señala que se ha ido acoplando a los pequeños y aprendiendo de ellos.
"Mi centro de trabajo se dañó, los dueños cerraron y se fueron y el personal quedó desempleado. Me enteré por Facebook que necesitaban un maestro y de inmediato me presenté", comenta.
La psicóloga explica que las clases se imparten de lunes a sábado, y que "el esfuerzo lo vale": "Hay que mostrar a los niños que después de esto la vida sigue y deben aprender que aunque sufran una desgracia hay que levantarse y seguir luchando".
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