Desde el siglo XIX, las actividades humanas, como la quema de combustibles fósiles, por ejemplo el carbón, el petróleo y el gas, han sido el principal motor del cambio climático. Generan emisiones de gases de efecto invernadero que actúan como una manta que envuelve a la Tierra, atrapan el calor del sol y elevan las temperaturas.
Los efectos del cambio climático ya se están registrando. Desde los años 80, cada década ha sido más cálida que la anterior. Las tormentas destructivas se han vuelto más intensas y más frecuentes en muchas regiones. Se está incrementando el riesgo de sequías agrícolas, según informó las Naciones Unidas.
Ahora, un nuevo estudio realizado por investigadores de Noruega y el Reino Unido, que fue publicado en la revista Nature Geoscience, arrojó más datos con proyecciones para el futuro. Casi tres de cada cuatro personas se enfrentarán a cambios climáticos extremos en las próximas dos décadas, según predice el estudio.
“En el mejor de los casos, calculamos que los rápidos cambios afectarán a 1.500 millones de personas”, afirmó el físico Bjørn Samset, del Centro de Investigación Climática Internacional (CICERO) de Noruega y uno de los coautores.
Esta estimación inferior solo se alcanzaría al reducir drásticamente las emisiones de gases de efecto invernadero, algo que aún no se ha producido.
De no ser así, los modelos de Carley Iles, climatóloga que forma parte de CICERO, y primera autora, revelaron que, si se sigue por el camino actual en las emisiones, esos peligrosos cambios afectarán al 70% de la población humana de la Tierra. Sus modelos también sugieren que gran parte de lo que está por venir ya está fijado.
“La única forma de afrontarlo es prepararse para una situación con muchas más probabilidades de que se produzcan fenómenos extremos sin precedentes, ya en las próximas una o dos décadas”, explicó Samset.
Durante los últimos años, los datos del servicio climático europeo Copernicus han permitido detectar que la Tierra acaba de tener el verano más caluroso del hemisferio norte jamás registrado. El récord anterior databa del año 2023. El hemisferio sur también ha vivido un invierno cálido sin precedentes.
Este aumento de la temperatura global ha generado incendios de vegetación, inundaciones, tormentas y sequías que están diezmando las cosechas y provocando hambrunas cada vez más extendidas. Se crean también condiciones favorables para la propagación de más enfermedades.
Durante 2024 el dengue golpeó más que nunca en América. Se reportaron más de 11,3 millones de casos sospechosos, una cifra que representa un aumento de 234% en comparación al mismo período del año pasado y un 416% más con respecto al promedio de los últimos 5 años, según informó la Organización Panamericana de la Salud. Dentro del total, 15.461 fueron clasificados como dengue grave y se registraron 6.303 muertes
“Al igual que las personas que viven en una zona de guerra con el constante ruido de las bombas y el estruendo de las armas, nos estamos volviendo sordos a lo que deberían ser campanas de alarma y sirenas antiaéreas”, declaró Jennifer Francis, climatóloga del Centro de Investigación Climática Woodwell, en respuesta a los nuevos datos de Copernicus.
Los modelos de Iles y su equipo publicados en Nature Geoscience sugieren que los cambios climáticos extremos se producirán incluso más rápidamente de lo que hemos visto hasta ahora. Esto aumenta las posibilidades de que se produzcan sucesiva o incluso simultáneamente extremos más peligrosos en las temperaturas, la lluvia y los vientos.
Por ejemplo, el aumento de los rayos secos, combinado con unas condiciones de mayor sequedad, provoca incendios de vegetación (de bosques o de pastizales) más frecuentes e intensos en todo el mundo. Y en 2022, una grave ola de calor en Pakistán fue seguida inmediatamente por inundaciones sin precedentes, que afectaron a millones de personas.
“La sociedad parece especialmente vulnerable a las altas tasas de cambio de los fenómenos extremos, sobre todo cuando aumentan varios peligros a la vez”, explicaron los investigadores.
Las olas de calor pueden causar estrés térmico y exceso de mortalidad tanto de personas como de ganado, tensión en los ecosistemas, reducción de los rendimientos agrícolas, dificultades para refrigerar las centrales eléctricas y trastornos en el transporte.
“Del mismo modo, las precipitaciones extremas pueden provocar inundaciones y daños en asentamientos, infraestructuras, cultivos y ecosistemas, aumentar la erosión y reducir la calidad del agua”, expresaron.
Con la actual trayectoria de altas emisiones, los trópicos y subtrópicos en particular, donde la mayoría de los seres humanos residen, se enfrentarán a los mayores extremos climáticos.
“Nos centramos en los cambios regionales, debido a su mayor relevancia para la experiencia de las personas y los ecosistemas en comparación con la media mundial, e identificamos las regiones que se prevé que experimenten cambios sustanciales en las tasas de uno o más índices de fenómenos extremos en las próximas décadas”, dijo Iles.
Aún hay lugar para la acción. “Con recortes drásticos de las emisiones podemos reducir algunos de estos impactos, pero esto causará también a algunas regiones problemas más inmediatos”, advirtieron.
“Aunque limpiar el aire es fundamental por motivos de salud, la contaminación atmosférica también ha enmascarado algunos de los efectos del calentamiento global”, explicó la meteoróloga Laura Wilcox, de la Universidad de Reading, Inglaterra.
“Ahora, la limpieza necesaria puede combinarse con el calentamiento global y dar lugar a cambios muy fuertes en las condiciones extremas de las próximas décadas”, dijo.
La rápida limpieza de la contaminación atmosférica, sobre todo en Asia, provoca un aumento acelerado de los extremos cálidos e influye en los monzones asiáticos de verano. Pero no actuar significa que esos empeoramientos de las condiciones meteorológicas extremas afectarán probablemente a la mayoría de las personas en un futuro muy próximo.
“Estas conclusiones subrayan la necesidad de seguir mitigando y adaptándose a unos cambios que podrían no tener precedentes en los próximos 20 años, incluso en un escenario de bajas emisiones”, escribieron Iles y sus colegas.