Proteger la naturaleza es una medida esencial para apoyar la recuperación de la biodiversidad de los impactos del cambio climático. Para que las redes de áreas marinas protegidas (AMP) sean climáticamente inteligentes, su diseño debe abordar la vulnerabilidad de la biodiversidad a los impactos actuales y futuros del cambio climático.
Sin embargo, el establecimiento de estas redes requiere una gestión transfronteriza cuando las especies cruzan fronteras internacionales. Ahora un equipo internacional ha desarrollado el primer marco integral para diseñar redes de áreas marinas protegidas que puedan ayudar a las especies vulnerables a sobrevivir a medida que el cambio climático impulsa la pérdida de hábitat.
En un artículo publicado en One Earth, se describieron directrices para que los gobiernos proporcionen a las larvas a la deriva, como las de erizos y langostas, así como a especies migratorias, como tortugas y tiburones, escalas protegidas a lo largo de los corredores costeros. Dirigido por Nur Arafeh-Dalmau, el equipo incluyó a 50 científicos y profesionales del mundo académico, organizaciones conservacionistas y agencias de gestión de Estados Unidos, México y Australia.
Las directrices llegan en un momento crítico, ya que casi todos los países se han comprometido a proteger el 30% de la tierra y el mar para 2030. Las áreas marinas y medidas de conservación similares en tierra conectan hábitats fracturados por generaciones de desarrollo humano o divididos erráticamente por incendios forestales y olas de calor.
Hasta ahora, las áreas marinas protegidas han sido diseñadas para la conservación de la biodiversidad, pero no necesariamente para la resiliencia climática. Es por ello que sufren los impactos climáticos, pero no están diseñadas para soportarlos.
Como estudio de caso, los autores utilizaron las 21 pautas biológicas y físicas presentadas en su marco para trazar protecciones para los ecosistemas y especies de algas gigantes en toda la ensenada del sur de California. Esta vasta región se distingue por una curva gradual en la trayectoria sur de la costa de California hasta el sureste a lo largo de la península de Baja California, México. Aquí, los bosques de algas gigantes proporcionan áreas de cría, refugio de depredadores y tormentas, y alimento para cientos de especies de valor comercial y cultural.
En los últimos años, las olas de calor marinas y los períodos prolongados de bajo nivel de oxígeno disuelto han provocado el colapso de pesquerías de valor comercial como el calamar gigante y el abulón, poniendo en peligro los medios de vida de las comunidades locales.
Aunque Baja California alberga grandes áreas marinas protegidas y está en proceso de diseñar más, menos del 1% de las aguas costeras están comprendidas bajo esas condiciones y prohíben actividades extractivas como la pesca o la perforación. En California, estas zonas comprenden el 16% de las aguas estatales, la mitad de las cuales están totalmente protegidas. Según el Departamento de Pesca y Vida Silvestre de California, constituyen la red de áreas marinas protegidas ecológicamente conectadas más grande del mundo.
Sin embargo, no se tiene en cuenta cómo se mueven las especies entre Estados Unidos y México, lo que significa que incluso si un país protege los viveros de especies, esos beneficios se pierden si las protecciones ponen fin a una breve deriva hacia el país vecino donde las larvas podrían asentarse y crecer hasta convertirse en adultos.
En ese sentido, el coautor principal Adrián Munguía Vega, investigador de genómica de la Universidad de Arizona y del Laboratorio de Genómica Aplicada de México, explicó: “Diseñamos un enfoque sistemático para ayudar a los administradores de recursos a mantenerse a la vanguardia y anticipar, en lugar de reaccionar, al cambio climático. Una gran parte de esto es mostrar cómo ecosistemas marinos enteros y las especies que los habitan están conectados por corrientes oceánicas que no se detienen en la frontera internacional. Por lo tanto, necesitamos esfuerzos coordinados y protecciones más allá de las fronteras políticas”.
En el trabajo se estima que la conectividad ecológica, una medida de la capacidad de los animales para moverse libremente de un lugar a otro, se reducirá aproximadamente a la mitad, mientras que la densidad de población podría disminuir hasta en un 90%. Esto significaría reservas genéticas más pequeñas y un mayor riesgo de colapso poblacional.
Los métodos de evaluación convencionales priorizan la protección de las áreas que tienen la mayor cantidad de especies de algas marinas. El nuevo marco, por el contrario, identificó sitios donde las algas marinas tienen mayores posibilidades de sobrevivir y es más probable que proporcionen un hábitat estable para que otras especies marinas se reproduzcan. Recomendaron una serie de áreas protegidas que unen como cuentas de un collar a poblaciones aisladas a lo largo de la ensenada del sur de California.
Esta estrategia de trampolín puede ser muy rentable y más barata para todos. Quizás se necesite proteger menos áreas si se está haciendo en las áreas importantes. Además, la colaboración entre países puede fortalecer la capacidad de investigación e, idealmente, la diplomacia. Tenemos la información y las herramientas para diseñar e implementar la conservación marina de una manera que tenga en cuenta de manera explícita y proactiva el cambio climático. Ahora es el momento de comprender dónde invertimos estratégicamente para ampliar y fortalecer la protección para que estos ecosistemas tengan futuro.
*Nur Arafeh-Dalmau es científico de conservación marina e investigador postdoctoral en el Departamento de Océanos de la Escuela de Sostenibilidad Doerr de Stanford, además de miembro honorario de la Universidad de Queensland