Una investigación publicada en Nature descubrió que se recolectan 720 especies más que las registradas por las Naciones Unidas y confirman que las mismas condiciones que los hacen atractivos para el consumo, los protege frente al cambio climático. Los bivalvos marinos son componentes importantes de los ecosistemas y son explotados como alimento en todo el mundo, pero se conoce poco sobre su vulnerabilidad intrínseca a los cambios globales.
En un nuevo estudio, los científicos Stewart Edie del Smithsonian, Shan Huang de la Universidad de Birmingham y los colegas de su equipo ampliaron drásticamente la lista de especies, como almejas, ostras, mejillones, vieiras y sus familias, que se sabe que los humanos recolectan, e identificaron las características que hacen que estas especies sean objetivos principales para esa práctica.
También descubrieron que algunos de estos mismos rasgos han hecho que este grupo de mariscos sea menos propenso a la extinción en el pasado y pueden protegerlos en el futuro. Los autores señalaron ciertas regiones oceánicas, como el Atlántico este y el Pacífico noreste y sureste, como áreas de especial interés para la gestión y la conservación. La investigación, publicada en agosto en Nature Communications, encontró que los humanos explotan unas 801 especies de bivalvos.
Esa cifra agrega 720 especies a las 81 enumeradas en la base de datos de producción de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, llamando la atención sobre la enorme diversidad de mariscos que se sabe que los humanos recolectan y usan. Edie, quien se desempeña como curadora de bivalvos fósiles del Museo Nacional de Historia Natural en Washington, dijo que afortunadamente muchas de las características que hacen que estas especies de bivalvos sean atractivas para los humanos también han reducido su riesgo de extinción.
Específicamente, estas especies viven en una variedad de climas en todo el mundo, con una amplia gama de temperaturas. Esta adaptabilidad promueve la resiliencia frente a los factores naturales de extinción. Pero al mismo tiempo, la demanda humana puede ponerlas a ellas y a los ecosistemas de los que forman parte en mayor riesgo de destrucción. “Somos afortunados de que las especies que comemos también tienden a ser más resistentes —explicó Edie—. Pero los humanos pueden transformar el medio ambiente en un abrir y cerrar de ojos geológico, y tenemos que gestionar de manera sostenible estas especies para que estén disponibles para las generaciones que vendrán después de nosotros”.
“Es algo irónico que algunas de las características que hacen que las especies de bivalvos sean menos vulnerables a la extinción también las hacen mucho más atractivas como fuente de alimento, ya que son más grandes y se encuentran en aguas menos profundas en un área geográfica más amplia —afirmó Huang—. El efecto humano, por lo tanto, puede eliminar desproporcionadamente las especies fuertes. Al identificarlas y hacer que sean reconocidas en todo el mundo, la pesca responsable puede diversificar las piezas que se recolectan y evitar que las ostras, por ejemplo, se conviertan en el grupo que desaparezca del mar”.
Los moluscos bivalvos como las almejas, las ostras, las vieiras y los mejillones han filtrado el agua y han alimentado a los humanos durante milenios. En lugares como Estero Bay, Florida, la tribu indígena Calusa cosechó de manera sostenible aproximadamente 18.600 millones de ostras y construyó una isla entera y montículos de 9 metros de alto con sus conchas. Pero la historia también está plagada de ejemplos de sobreexplotación, en gran parte por parte de los colonizadores europeos y la pesca comercial mecanizada, que llevaron al colapso de las poblaciones de ostras en lugares como la Bahía de Chesapeake, la de San Francisco y la de Botany cerca de Sydney, Australia.
Después de estudiar la literatura científica y darse cuenta de que no había una lista completa de todas las especies conocidas como objetivo de las pesca, Edie y sus coautores se dispusieron a documentar la variedad de bivalvos utilizados por los humanos. Luego de reunir todas las especies que encontraron mencionadas en más de 100 estudios anteriores, los especialistas comenzaron a investigar posibles similitudes y patrones entre las 801 de la lista.
El equipo examinó qué rasgos hacen que los humanos puedan explotar un bivalvo y cómo esos rasgos se relacionan con su riesgo de extinción. El estudio encontró que los humanos tienden a recolectar bivalvos de cuerpo grande, que se encuentran en aguas poco profundas, ocupan un área geográfica amplia y sobreviven en un amplio rango de temperaturas. Esos dos últimos rasgos también hacen que la mayoría de las especies de bivalvos explotadas sean menos susceptibles a los tipos de presiones y riesgos de extinción que han eliminado especies del registro fósil en el pasado antiguo.
Los investigadores esperan que sus datos mejoren las decisiones de conservación y gestión en el futuro. Específicamente, su lista identifica regiones y especies como particularmente propensas a la extinción. De manera similar, la enumeración puede ayudar a identificar especies que requieren más estudio para evaluar su riesgo actual de extinción. Edie dijo que quiere usar las características asociadas con los bivalvos explotados para investigar las especies de bivalvos que actualmente no se sabe que sean capturadas por personas. “Queremos usar lo que aprendimos de este estudio para identificar los bivalvos que se están recolectando y que aún no conocemos —explicó—. Para administrar las poblaciones de bivalvos de manera efectiva, necesitamos tener una imagen completa de las especies que la gente está cosechando”.
Esta investigación también contó con el aporte de Stewart M. Edie, Katie S. Collins, Nicholas Crouch, Kaustuv Roy y David Jablonski.