El cambio climático tiene consecuencias de lo más variadas en la naturaleza, aunque una de las más alarmantes es la pérdida de la biodiversidad. En diferentes partes del planeta, los animales sufren en carne propia problemáticas como las sequías, el derretimiento de hielos o la contaminación del aire, entre otras.
Bajo estos preceptos, la ciencia busca con ahínco aportar respuestas o allanar el camino hacia soluciones o alternativas sólidas. Una de ellas es la ecología acústica o ecología del sonido, una disciplina que, a grandes rasgos, estudia el sonido de los entornos naturales para monitorear indicadores como el comportamiento de las especies, la salud de los ecosistemas y el impacto de las actividades humanas.
El músico ecologista Bernie Krause, oriundo de Estados Unidos, fue uno de los precursores de este concepto. En el año 1993, planteó que los animales, al evolucionar, emiten un nicho de frecuencia en el espectro de sonido. Por lo tanto, mientras más diversidad tiene un ecosistema, más variaciones sonoras habrá en dicha frecuencia y más saludable será el entorno. Por el contrario, si el rango de ruido es acotado, esta podría indicar que la biodiversidad se encuentra afectada.
En 2021, Krause publicó “La gran orquesta animal”, un libro en el que repasó su planteo acuñando el término de “biofonía” para referirse a las grabaciones de los ecosistemas. “El propio planeta está atestado de una vigorosa resonancia, rotunda y expansiva, que, además, presenta un delicado equilibrio. Todos los lugares, con su vasta población de plantas y animales, acaban convirtiéndose en una sala de conciertos, y en todas partes hay una orquesta única que interpreta una sinfonía sin igual, donde el sonido de cada especie encaja dentro de una parte concreta de la partitura. Es una obra maestra muy evolucionada y compuesta de forma natural”, describió en el texto.
Es así que, por medio de este procedimiento, es posible recopilar datos en gran escala y elaborar registros precisos sobre lo que sucede en los ecosistemas y en la biodiversidad de diferentes partes del mundo. En algún momento, el paleontólogo y biólogo evolutivo estadounidense, Stephen Jay Gould, planteó que la ciencia de la ecoacústica podría resolver “la invisibilidad de grandes contextos (como las selvas, por ejemplo) causada por un enfoque excesivo en elementos individuales, también conocido como ‘perder el bosque a través de los árboles’”.
A nivel técnico, la ecología sonora estudia los paisajes naturales por medio de los espectogramas, que son los análisis informáticos de una grabación, en la que se refleja el contenido frecuencial y su variación con el paso del tiempo. En ese marco, los expertos pueden consultar una base de datos en la que se encuentran las vocalizaciones de especies individuales.
El oso hormiguero pigmeo suena como una aspiradora. Solo hay una o dos grabaciones más en el mundo de este sonido
Mi inquietud por los sonidos comenzó cuando observaba aves en un parque eólico. Pasaba horas inspeccionando y no veía mucho. Luego, sentía que me perdía de algo cuando no estaba allí. Es que como humanos, nos enfocamos principalmente en la visión, y creemos que así es como debemos percibir el mundo. Pero las aves quieren ser detectadas por el sonido, por ejemplo.
La dificultad de la ecoacústica es decir exactamente qué ha cambiado en un hábitat y si eso es bueno o malo. Pero de todos modos, es una buena forma de sentir ese cambio.
Con un algoritmo informático se identifica cinco estados diferentes en un hábitat natural a partir de los sonidos que emiten los animales. Este sistema tiene un 88% de precisión y puede obtener distintos tipos de sonido.
La popularidad de la ecoacústica como materia ambiental innovadora ha disfrutado de un inmenso crecimiento en los últimos cinco años, hasta un punto en el que ahora se está volviendo difícil mantenerse al día con todos los nuevos trabajos de investigación publicados. La ventaja de esta disciplina es que permite que los estudios se lleven a cabo en lugares donde el acceso regular de una persona es un desafío logístico, minimiza el impacto humano en el sitio de estudio, facilita la medición en momentos que son desfavorables para encuestas tradicionales y permite la recopilación de grandes cantidades de datos.
El monitoreo de la biodiversidad es vital para proporcionar información sobre el estado de la vida silvestre y sus poblaciones, especies invasoras, cambios en la calidad del hábitat y resiliencia del ecosistema funciones. A su vez, el monitoreo efectivo de la biodiversidad es un requisito para las políticas de conservación y la adopción de protocolos efectivos de manejo adaptativo. La ecoacústica abre el potencial para crear nuevos enfoques para medir la biodiversidad y evaluar las realidades cambiantes de las especies y sus hábitats.
Uno de los colegas de Metcalf en su estudio de los sonidos es Alexander Lees, especialista en ciencias biológicas. Como ecologistas, lo que queremos es una lista de especies en un momento dado en un lugar determinado. Con esta técnica podemos ser transportados al Amazonas acompañados por una fascinante cacofonía de sonidos salvajes.
A veces vas a un lugar y no sabés cuáles son todas las especies que vocalizan. Y ahora, por ejemplo, la mayoría de las llamadas de pájaros se conocen y existen en bases de datos, por lo que es posible que los algoritmos de computadora hagan coincidir las muestras de sonido con las especies.
No obstante, esta técnica aún debe perfeccionarse. ¿Por qué? Porque si vas a una colonia de pingüinos intacta en la Antártida, hay una gran cantidad de vida silvestre presente, pero es posible que solo haya dos tipos de llamadas diferentes: pingüinos y elefantes marinos. Entonces, en términos de acústica, los puntajes serán exactamente lo contrario de lo que parece un ecosistema saludable en el Amazonas, donde hay cientos de especies Pero ambos están intactos y prístinos, por lo que hay un problema complejo que resolver.
Oliver Metcalf es investigador en biología y ecología de la conservación de la Universidad Metropolitana de Manchester
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