Hace al menos seis años que por los senderos interiores del monte chaqueño, no por nada llamado Impenetrable, anda solo, sigiloso, presa de la rutina de su libertad un yaguareté sin nombre.
Camina, se alimenta, duerme, camina, se alimenta, duerme. Si viviera en otra época, un par de siglos atrás, la repetición cotidiana incluiría la reproducción: el aporte de su cuota genética al sistema natural para perpetuar la especie. Pero no.
Por eso, el yaguareté sin nombre camina decenas de kilómetros cada día, amo y esclavo del bosque de la llanura chaqueña. Va detrás de la esperanza instintiva de encontrar el olor o escuchar el rugido de una hembra en celo.
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Lamentablemente, a este felino de 80 kilos le tocó nacer y sobrevivir prácticamente en soledad. Ese fue su destino. Según se pudo constatar en los últimos 20 años, habita un territorio de más de 100 mil hectáreas (seis veces la Ciudad de Buenos Aires) dentro del cual probablemente apenas él y otro macho, llamado Qaramtá, sean los últimos eslabones silvestres sobrevivientes al desmonte, las balas humanas y el ciclo natural.
El yaguareté sin nombre vivió seis años escondido del humano. Eslabón más alto de la cadena alimenticia del mundo animal en el Gran Chaco, se mantuvo a salvo de los cazadores furtivos, los dueños de campos y vacas y la deforestación. Demasiada presión.
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El Impenetrable lleva su nombre, no sólo por la espesura de su vegetación espinosa, sino, sobre todo, por la falta de agua. La sequía del último tiempo fue probablemente lo que provocó que el yaguareté solitario bajara más seguido a la orilla del río Bermejo, no muy lejos del Parque Nacional El Impenetrable.
No sólo para beber, también para buscar a sus presas, sedientas y regaladas. Así fue que a fines del año pasado el felino dejó sus huellas marcadas en la tierra. Duraron lo suficiente como para que días después las viera un humano, por primera vez.
Desde 2013, los biólogos y especialistas que trabajan en la zona para la recuperación del yaguareté en el Impenetrable sólo habían visto en una sola ocasión un yaguareté silvestre. Fue en 2019. Lo bautizaron Qaramtá, “el que no puede ser destruido”, en lengua qom.
El hallazgo de este macho de más de 113 kilos y, también, seis años, significó un grito de esperanza para los conservacionistas de la Fundación Rewilding que trabajan en la zona junto a la Administración de Parques Nacionales. Lo pudieron atrapar y colocarle el collar que les permite monitorearlo para saber por dónde se mueve en libertad.
Y lo más importante: trajeron desde los Esteros del Iberá a Tania, una yaguareté hembra, y a Mbareté y lograron cruzarlo con ambas en distintos momentos. Tuvo dos crías con cada hembra. Un par se fue para ser inserta en Iberá y el otro espera estar lo suficientemente maduro para sumarse a su padre y salir a vivir al bosque nativo chaqueño. Por ahora viven aislados de los humanos (que sólo los monitorean con cámaras) y aprenden el arte instintivo de cazar.
“Los yagauretés silvestres en Chaco siempre fueron un misterio. Se pensaba que había una buena población, que era la población más saludable de Argentina. Pero los empezamos a buscar con cámaras trampa y nos dimos cuenta de que estaban prácticamente extintos”, cuenta Sebastián Di Martino, biólogo y director de conservación de Rewilding.
Empezaron a trabajar en el Impenetrable sin que hubiera registros recientes de yaguaretés, hasta que en 2019 se vieron las huellas de Qaramtá. “Primero encontramos las huellas, una sorpresa terrible. Después empezamos a poner cámaras trampa y lo filmamos y fue la primera filmación de un yaguareté chaqueño en Argentina. Cuando nos dimos cuenta de que era un macho trajimos una hembra de Iberá y lo capturamos”.
Se sabe que quedan algunos yaguaretés en el Chaco pero no se sabe cuántos ni dónde. El número especulativo es de unos 15. Los machos son capaces de escuchar el grito de una hembra a decenas de kilómetros. Por eso, tras la aparición de Qaramtá, los especialistas consideraban que no había otro yaguareté salvaje en la zona porque a pesar de haber corrales con hembras ninguno se había acercado.
Sin embargo, en octubre pasado aparecieron unas huellas más chicas que las de Qaramtá, en una zona donde este felino este no estaba, según indicaban los monitores. Entonces los biólogos de Rewilding pusieron cámaras en la zona donde unos pobladores descubrieron las huellas, cerca del río Bermejo. Y pudieron fotografiarlo. Un mes después lo capturaron ya en la zona circundante a los corrales.
Los investigadores creen que el yaguareté solitario empezó a escuchar los gritos de las hembras. “De alguna forma las perciben, las escuchan porque cuando las hembras están en celo rugen mucho”, cuenta Di Martino. Según los monitores, Qaramtá estaba en Formosa cuando una hembra en Chaco entró en celo. Y los registros marcaron cómo inmediatamente el felino empezó a caminar en dirección a los corrales del Impenetrable.
En Argentina viven unos 250 yaguaretés. Técnicamente es una especie en peligro crítico de extinción. Hace 150 años su presencia iba desde las yungas del norte hasta el norte de la Patagonia. Su territorio era la zona central del país, especialmente los sectores más selváticos. Habitaba todo Río Negro, La Pampa, Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba, La Rioja.
Actualmente se estima que quedan unos 100 yaguaretés en la selva misionera. En el nordeste, de Jujuy y Salta, se supone que hay unos 120, y se cree que tienen conectividad con Bolivia. Los desmontes son un problema para estos animales que pueden caminar hasta 40 kilómetros por día. Quedan aislados.
Ahora monitoreado por los biólogos de Rewilding, el yaguareté solitario es una esperanza natural para la supervivencia de su especie en su propio territorio. Si logran cruzarlo con alguna hembra, sus crías aportarán diversidad al “monopolio” de Qaramtá.
Vive en los alrededores del Parque Nacional El Impenetrable. Se mueve a lo largo del río. Es un gato fascinante, amarillo, gigante. “Le sacamos sangre, tenemos que mandar a analizar, queremos ver la relación de parentesco de Qaramte. Podrían ser hermanos”, se ilusiona Di Martino.
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