Según el programa de las Naciones Unidas para el Medioambiente, el 60% de las especies terrestres y de agua dulce se encuentran en Latinoamérica, la región más biodiversa del mundo, es decir, la que tiene mayor variedad de seres vivos.
En efecto, en el continente hay íconos mundiales de la biodiversidad, como la Amazonía, que alberga al 10% de las especies que habitan el planeta. Y eso, solo contando lo conocido: con frecuencia aparecen nuevas plantas, peces, mamíferos, aves o insectos en algún rincón latinoamericano. Por ejemplo este año investigadores confirmaron el descubrimiento de dos peces coloridos en el Amazonas. Uno de ellos, el Poecilocharax rhizophilus, es el ciprínido de agua dulce más pequeño encontrado hasta ahora.
También este año el Servicio Nacional de Áreas Naturales Protegidas de Perú anunció el descubrimiento de una especie de árbol en la región de Loreto, al que llamaron Virola parvusligna, que significa árbol pequeño en latín.
Pero aún estas ‘nuevas’ especies podrían desaparecer, pues la humanidad ejerce una presión feroz sobre los ecosistemas. De hecho, en el caso de los peces recién identificados, los investigadores ya advirtieron que están en peligro de extinción.
Murilo Pastana, investigador postdoctoral del Museo Nacional de Historia Natural del Smithsonian Institution, y participante en el equipo que descubrió los pececillos, dijo a CNN que “vimos el bosque en llamas, camiones madereros llevándose enormes árboles y parches despejados convertidos en pastos para el ganado. Esto nos hizo sentir mucha urgencia por documentar estas especies y publicar este trabajo lo antes posible”.
Y es que Latinoamérica es la región con mayor biodiversidad del mundo y también la que más rápido la pierde, según informes como “Planeta Vivo 2022″, realizado por la World Wildlife Fund (WWF). El estudio analizó la evolución poblacional de 32.000 grupos de especies entre 1970 y 2018. Mientras en todo el mundo las poblaciones se redujeron en un 69%, en Latinoamérica y el Caribe alcanzaron un 94%, lo que ubicó a este subcontinente como el de pérdida más acelerada.
Sandra Valenzuela, directora de la WWF en Colombia, ofrece dos datos preocupantes: cada dos segundos desaparecen bosques del tamaño de un campo de fútbol y desde 1970 se ha perdido un tercio de los humedales. “Esta situación es una de las mayores amenazas que enfrenta la humanidad en la actualidad, porque nuestro bienestar depende enteramente de la salud de la naturaleza y obviamente de la de nuestros ecosistemas” dijo a CONNECTAS.
Esta semana en Montreal, Canadá, comenzó la COP 15, una cumbre que busca justamente frenar esta crisis. La reunión, liderada este año por China, se extenderá hasta el 19 de diciembre. Las organizaciones medioambientalistas y los científicos esperan que la cumbre culmine con compromisos serios y ejecutables. “Tenemos que salir de esta Conferencia Global con un acuerdo proporcional a la magnitud de la crisis”, dice Valenzuela.
Pero hay dudas. Una de ellas se basa en el mismo liderazgo de la reunión, pues en particular China se ha mostrado reacio históricamente a asumir posturas conservacionistas.
También hay cuestionamientos hacia Estados Unidos, país que no ha ratificado el Convenio sobre la Diversidad Biológica (CDB), y aunque asistirá a la cumbre, no tendrá voto. En ese país los republicanos han impedido la ratificación del acuerdo en el Congreso, alegando que la nación perdería autonomía y tendría que asumir costos económicos.
Eso sí, Estados Unidos asegura estar comprometida con la iniciativa 30x30, que busca proteger el 30% de la tierra y el agua para 2030.
“Al ser el único país que no forma parte, demuestra una falta de compromiso para acabar con la crisis de extinciones. Estados Unidos debe adherirse al convenio y comprometer fondos para ayudar a proteger la biodiversidad en todo el mundo”, dijo Tierra Curry, investigadora del Center for Biological Diversity, en un artículo del diario El País. Y agregó que “es un gran problema que los Gobiernos traten la crisis de la extinción y la crisis climática como cuestiones separadas. Tenemos que tomar medidas urgentes sobre ambas simultáneamente, centrándonos en cuestiones de justicia y sustentando a los pueblos indígenas y las comunidades vulnerables”.
La Amazonía es un ejemplo de esa urgencia. Según estudios basados en imágenes satelitales realizados por la fundación EcoCiencia de Ecuador, esa zona del planeta perdió el 9,7% de su vegetación natural entre 1985 y 2021, lo que representa 75 millones de hectáreas, un área equivalente al estado de Texas. La mayor parte de estas hectáreas han sido transformadas en áreas agrícolas o ganaderas.
Y además de la Amazonía, hay otras zonas latinoamericanas menos conocidas que también tienen una biodiversidad compleja y en peligro. Por ejemplo, los páramos, la Patagonia y los desiertos, como el de Atacama, en el norte chileno. Allí, en sectores costeros, habitan cientos de especies vegetales que crecen gracias a la neblina del Pacífico. Son plantas de las que se puede aprender respecto a la vida en condiciones de extrema aridez, pero la mayoría de ellas está amenazada debido a la presión demográfica humana. Y si estas plantas desaparecen, se van con ellas los insectos, luego los reptiles que se alimentan de esos insectos, y después los zorros y las aves que comen esos reptiles.
Jaime Pizarro-Araya, entomólogo de la Universidad de La Serena, ha participado en el descubrimiento de 50 nuevas especies de artrópodos en esa zona, entre ellas el tenebrio de las dunas, un escarabajo que habita en el Parque Nacional Pan de Azúcar.
Pero hace poco hizo un descubrimiento en el sentido contrario: una especie que se extinguió. “Después de 15 años de estudio, propusimos al Ministerio del Medioambiente que un coleóptero de una isla en Huasco, se clasifique como extinto. Sería el primer insecto oficialmente extinto en Chile”. En ese caso, explica Pizarro, la actividad industrial en la zona donde vivía el coleóptero podría haber influido en su desaparición.
Pizarro explica que además de la biodiversidad, es importante proteger estas especies por su endemismo, es decir que se trata de animales y plantas que en el mundo solo se encuentran en un lugar. “Por eso mismo no sabemos cuántas especies ya desaparecieron sin siquiera haber sido descubiertas”.
Carmen Josse, directora ejecutiva de la Fundación EcoCiencia de Ecuador y PhD en Ciencias Biológicas con especialidad en vegetación y biogeografía, explica en conversación con CONNECTAS que “a veces no se entiende que la biodiversidad cumple roles fundamentales como mantener la fertilidad de los suelos o la polinización”. Y advierte que este problema terminará impactando a la humanidad, por ejemplo en su seguridad alimentaria. “En los océanos estamos perdiendo especies por una sobrepesca que además es absurda. Estamos eliminando poblaciones enteras de especies marinas, que ni siquiera las comemos, solo porque quedan atrapadas en las grandes redes”.
Pero no todo está perdido y Latinoamérica ha dado pasos importantes. Por ejemplo Ecuador, Panamá y Perú ya cumplieron la primera meta de resguardar el 17 por ciento de las áreas terrestres para 2020. Y Chile, Colombia y México, la de volver áreas protegidas el 10% de las zonas costeras y marinas. Obviamente, aún queda mucho por hacer y, de hecho, a nivel global no se ha cumplido en su totalidad ninguno de los 20 objetivos de la convención.
Para Josse, es fundamental que las acciones que se discutan en la COP15, como la designación de áreas protegidas, tengan financiamiento y se dediquen exclusivamente a conservación, sin convivir, por ejemplo, con proyectos mineros. “Las áreas que se designan para conservación deben ser manejadas para eso y financiadas para lograr los resultados que se esperan, si no todo queda solo en el papel”.
Se estima que de aquí a 2030 se necesitarán 700.000 millones de dólares anuales para la protección efectiva de la biodiversidad, lo que debe involucrar a privados, filántropos y estados, principalmente los países ricos. Y aunque en el borrador de la COP15 está incluida la idea de crear un fondo, el problema es que los ricos deben poner el dinero para financiar a los países pobres o en desarrollo, donde justamente está la mayor biodiversidad. Ellos deberían estar dispuestos a pagar para conservar, porque nuestro futuro, incluido el de esos países, depende de ello.
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* Miembro de la mesa editorial de CONNECTAS
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