Frenar la deforestación prohibiendo la venta de productos que contribuyan a ella, mejorar el traslado y tratamiento de residuos para promover la economía circular y una nueva estrategia para la recuperación de suelos contaminados con horizonte en 2050. Esas son las tres nuevas iniciativas que adoptó Bruselas y que considera “necesarias” para hacer realidad del Pacto Verde europeo, una hoja de ruta que quiere acelerar la transición ecológica de la Unión Europea (UE).
Se trata de un paquete con el que la UE pretende apuntalar su pretendido liderazgo en la lucha global contra el cambio climático para alcanzar los dos hitos que se ha impuesto por ley: la reducción de emisiones en un 55% para 2030 (en relación con el nivel que existía en 1990) y la neutralidad climática en 2050. El vicepresidente comunitario Frans Timmermans y el comisario europeo de Medio Ambiente, Océanos y Pesca, Virginijus Sinkevičius, desgranaron en rueda de prensa los detalles de esas propuestas.
“Para tener éxito en la lucha mundial contra las crisis climática y de biodiversidad debemos asumir la responsabilidad de actuar tanto en el interior como en el extranjero. Nuestro reglamento sobre deforestación responde a las peticiones de los ciudadanos de minimizar la contribución europea a la deforestación y promover el consumo sostenible. Mientras tanto, las nuevas normas para regular los traslados de residuos impulsarán la economía circular y garantizarán que las exportaciones de residuos no dañen el medio ambiente ni la salud humana en otros lugares. Además, nuestra estrategia en materia de suelo permitirá que el suelo se sane, se use de forma sostenible y goce de la protección jurídica que precisa”, dijo Timmermans.
Entre 1990 y 2020 el planeta perdió 420 millones de hectáreas de bosques, un área superior al territorio de la UE. Las nuevas normas propuestas quieren garantizar que los productos que los ciudadanos de la UE compran, utilizan y consumen en el mercado europeo no contribuyen a la deforestación global y la degradación forestal, impulsada sobre todo por la expansión agrícola vinculada a las materias primas.
El nuevo reglamento sobre transporte de residuos tiene como principal objetivo garantizar que la UE no exporte sus residuos a terceros países y ayudar a que los residuos se traten de manera sostenible, dentro y fuera de la UE. Las medidas propuestas impondrán altos estándares para la gestión de residuos en terceros países que importan residuos de la UE, indicó la CE. Estas medidas también reducirán las emisiones de gases de efecto invernadero y contribuirán al cumplimiento de los objetivos climáticos.
Cada año, alrededor de mil millones de toneladas de suelo son arrastradas por la erosión en la UE, provocando una pérdida estimada de producción agrícola en la UE de 1.250 millones de euros al año. Los suelos también sufren de declive de materia orgánica, contaminación, pérdida de biodiversidad, salinización, un manejo insostenible de la tierra, la sobreexplotación y las emisiones de contaminantes.
Los suelos sanos constituyen la base del 95% de los alimentos que consumimos, albergan más del 25% de la biodiversidad del mundo y constituyen el mayor almacén terrestre de carbono del planeta. Sin embargo, el 70% de los suelos de la UE no se encuentra en buenas condiciones. La última estrategia establece un marco con medidas concretas encaminadas a la protección, la rehabilitación y el uso sostenible de los suelos, y propone un conjunto de medidas voluntarias y otras jurídicamente vinculantes. Esta estrategia tiene por objeto aumentar el carbono del suelo en las tierras agrícolas, luchar contra la desertificación, rehabilitar las tierras y suelos degradados y velar por que, de aquí a 2050, todos los ecosistemas del suelo se encuentren en buen estado.
La norma pretende lograr el mismo nivel de protección del suelo que los que tienen el agua y el aire en la UE. Para ello, se presentará en 2023 una propuesta de nueva ley sobre la salud del suelo, tras una evaluación de impacto y una amplia consulta a las partes interesadas y a los Estados miembros. La estrategia también moviliza el compromiso social y los recursos financieros necesarios, mancomuna los conocimientos y promueve prácticas de gestión y seguimiento sostenibles del suelo, en apoyo de la ambición de la UE de acción mundial en materia de suelo.
“Si esperamos políticas climáticas y medioambientales más ambiciosas de los socios, deberíamos dejar de exportar contaminación y apoyar la deforestación nosotros mismos. Las normas sobre deforestación y traslado de residuos que presentamos son los intentos legislativos más ambiciosos para abordar estas cuestiones en todo el mundo. Mediante estas propuestas, asumimos nuestra responsabilidad y hacemos lo que predicamos, reduciendo nuestro impacto mundial sobre la contaminación y la pérdida de biodiversidad”, remarcó Sinkevičius.
Lo que la COP26 nos dejó
Hay una palabra exacta que define el resultado de esta COP26, la cumbre de medio ambiente que terminó en Glasgow después de dos semanas de deliberaciones: procrastinar. Consiste en posponer deliberadamente tareas importantes pendientes, a pesar de tener la oportunidad de llevarlas a cabo. Y eso es lo que sucedió. Los líderes mundiales tendrán que volver a la mesa de negociaciones el próximo año en la COP27, que se realizará en Egipto, con planes mejorados para reducir los gases de efecto invernadero porque los objetivos propuestos en esta cumbre son demasiado débiles para evitar niveles desastrosos de calentamiento global.
Ya lo sabemos. La conclusión científica es casi unánime (dejando de lado a los negacionistas). Si sobrepasamos el aumento de los dos grados centígrados promedio de la temperatura global con respecto a los niveles anteriores a la Revolución Industrial, el daño será irreversible. Nuestros hijos y nietos tendrán que sobrevivir en una atmósfera irrespirable, entre tormentas extremas, inundaciones y sequías. La Cumbre de París de 2015 definió que, para evitar realmente una catástrofe, deberíamos mantener el calentamiento global por debajo del 1,5°C. Los planes nacionales actuales -conocidos como contribuciones determinadas a nivel nacional (CDN)- conducirían a un calentamiento de 2,4C, según el análisis dado a conocer esta semana por el prestigiosa Climate Action Tracker. En Glasgow no se logró casi nada para que esto no termine siendo una tragedia largamente anunciada.
En general, la gran mayoría de los países no cumplen con los objetivos planteados y grandes depredadores del medio ambiente como China, Rusia o India se niegan a asumir los compromisos necesarios para detener las emisiones de gases contaminantes. Lo reiteraron con su actitud aquí en esta COP26, a pesar de las interminables apelaciones. Y es que sus contrapartes, Estados Unidos y Europa, tampoco cumplen con lo que prometen en su retórica. Siguen en el limbo los 100.000 millones de dólares anuales que los países más ricos tienen que dar a los en desarrollo para ayudarlos a adaptar sus economías a una más “verde”.
Christiana Figueres, la ex jefa de la ONU para el clima que supervisó la cumbre de París de 2015, Laurence Tubiana, la diplomática francesa que elaboró el acuerdo, y Laurent Fabius, el ex canciller francés que también supervisó París, lo dijeron claramente: “En las circunstancias actuales, los objetivos deben reforzarse el año que viene”. Una frase que se podría aplicar a cada conclusión de las cumbres en los últimos 26 años. Todo pasa para el próximo año. O aún peor. La obligación de los países es mostrar sus avances y objetivos cada cinco años, no anualmente. “Esto es crítico. Necesitamos mucha más urgencia. No podemos esperar cinco años para las nuevas NDC”, aseguró la costarricense Figueres.
Las sequías, inundaciones, olas de calor e incendios forestales devastadores ocurridos desde que se adoptó el Acuerdo de París nos enseñaron que subestimamos la velocidad del cambio climático extremo y desestabilizador. La temperatura global promedio ya aumentó alrededor de 1,1°C con respecto a los niveles preindustriales. En gran medida esto ocurre desde 1950, y las temperaturas siguen en ascenso. Ya estamos en camino a los devastadores 2,4°C para fin de siglo. En este contexto, un año más de contaminación es un tiempo extraordinariamente extenso.
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