El fantasma de Copenhague sobrevuela sobre Glasgow

La cumbre realizada en Dinamarca en 2009 prometió mucho y terminó en un fracaso. En Glasgow se crearon también grandes expectativas y hasta ahora no hubo avances sustanciales. Pero aún queda una semana de trabajo y lo sucedido hace once años podría quedar como apenas un mal recuerdo

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Los líderes del mundo reunidos
Los líderes del mundo reunidos en la última jornada de la cumbre de Copenhaguen. De isquierda a derecha, el presidente de la Comisió Europea, José Manuel Barroso, la canciller alemana, Angela Merkel, el primer minsitro sueco, Fredrik Reinfeldt, el presidente francés, French Nicolas Sarkozy, su par estadounidense, Barack Obama y el premier británico, Gordon Brown . AFP / BUNDESREGIERUNG / STEFFEN KUGLER

Hace 11 años en la capital danesa se vivió un momento muy particular de esperanza. Se realizó allí la cumbre de cambio climático de 2009. Se había creado una enorme expectativa. Obama había prometido avances importantes. Estaban los líderes de toda Europa, India, Brasil, Indonesia, los más contaminantes. Se llegó hasta la última hora del último día con una negociación mano a mano entre los presidentes y primeros ministros. Se creía que saldrían de ese lugar para anunciar que el planeta se había salvado. Pero todo terminó en un enorme fracaso. Muchas similitudes con lo que está sucediendo en Glasgow, con la diferencia de que todavía hay una semana para conseguir algunos avances.

“El peor resultado de Glasgow sería uno en el que hubiera tan poco progreso o acuerdos que las empresas y los inversores -y los votantes- empezaran a dudar de si merece la pena dedicar más esfuerzo y dinero a los planes de descarbonización y a los proyectos de inversión”, afirmó el profesor Michael Jacobs, de la Universidad de Sheffield, negociador del clima del Reino Unido en 2009, en una entrevista con la BBC. “Vimos que esto ocurrió después de Dinamarca”.

Mientras que Copenhague llegó tras una gravísima crisis financiera global, Glasgow se realiza con los coletazos de la peor crisis sanitaria mundial del último siglo. Hay más coincidencias. Las colas para entrar al recinto de la cumbre son tan graves que miles de personas se quedan cada día durante horas tiritando de frío a la intemperie.

El presidente demócrata de Estados Unidos llegando sin la histórica legislación sobre el cambio climático que había prometido y que todavía está luchando por conseguir que se la aprueben en el Congreso como ocurrió con Obama y sucede ahora con Biden. Los países pobres afirman que los ricos no cumplieron con el compromiso de entregar fondos para su reconversión económica y continúan con el mantra de “ustedes se desarrollaron contaminando y ahora quieren que nosotros paguemos la factura”. Para rezar ese salmo estuvieron allí Chávez y Evo Morales, por ejemplo.

"Conviértete en un hombre de
"Conviértete en un hombre de Estado, no en un político", dice el cartel exhibido durante la marcha organizada por Fridays for Future en protesta por los magros logros de la COP26. REUTERS/Yves Herman

El recuerdo de lo que sucedió es tan amargo que muchos de los veteranos de las 26 COPs que se hicieron hasta el momento, se estremecen ante cualquier mención de Copenhague. Entre ellos hablan de “la C” como si la cumbre de la extraordinaria ciudad danesa no hubiera existido y sólo haya sido una letra. Al igual que ahora en Glasgow, las expectativas para Copenhague eran enormes, hasta el punto de que la reunión fue bautizada como Hopenhaguen (por “esperanza” en inglés). Sin embargo, terminó con una acritud tan grande que la ciudad sigue siendo sinónimo de fracaso en la lucha contra el cambio climático.

La COP15 se realizó en diciembre. Hacía mucho frío y los daneses recorrían sus calles peatonales en busca de regalos de Navidad. El centro estaba decorado con estrellas rojas y luces blanquísimas. Nevaba mucho. Era la foto perfecta para caminar por las callecitas y a la vera de los canales, parando cada tanto para tomar café al lado de una chimenea ardiente. Pero la cumbre no tenía nada que ver con este grabado de Dickens. Para llegar al enorme centro de convenciones donde se realizaba, había que cruzar toda la ciudad tomando un tren y un subte. Delegados, funcionarios y periodistas nos encontrábamos en el tren de las siete de la mañana, que salía de la Estación Central, todos malhumorados, con el café en la mano, y una temperatura de varios grados bajo cero. Bajábamos en una estación en el medio de la nada para esperar otro tren que era un subterráneo pero que en esa zona iba a varios metros de altura. Cuando llegábamos ya estaba todo lleno de policías y manifestantes. Para entrar había que tener la paciencia de un monje budista.

Los que están hoy en Glasgow hablan de escenas muy parecidas. Muchos representantes de las organizaciones ambientalistas e indígenas nunca pudieron entrar al recinto. La policía escocesa abolló muchas ideas a palazos, como diría Mafalda.

La joven activista contra el
La joven activista contra el cambio climático, Greta Thunberg, hablando en protesta liderada por su organización Fridays for Future en el marco de la COP26 de Glasgow. REUTERS/Yves Herman

En el interior, en los innumerables pasillos del centro de convenciones de Dinamarca, sucedía más o menos lo mismo que ahora. Innumerables reuniones paralelas mayoritariamente técnicas, reservadas para delegados entendidos en legislación ambiental, biólogos o ingenieros. Muchas conferencias de prensa de todos los grupos ambientalistas posibles ¿cómo puede haber tantos y tan diferentes entre sí? Funcionarios dándose importancia. Cámaras y más cámaras con periodistas exhaustos después de 14 días de conferencia con poco y nada de noticias destacadas. Y líderes que llegan entre medio de una nube de guardaespaldas que dan su discurso y desaparecen. La única diferencia es que entonces los presidentes y primeros ministros arribaban para el final de la convención y ahora estuvieron al principio. Mejor. Si las cosas terminan mal, evitaron el papelón de hace 11 años atrás cuando se fueron por la puerta trasera, sin haber logrado nada.

Glasgow tiene una agenda diferente y la acción climática mundial ha cambiado drásticamente en los años transcurridos. Sin embargo, hay suficientes paralelismos entre las dos reuniones como para recordar lo mucho que se esperan los resultados concretos en esta COP26. Hubo unos avances en Escocia. Por ejemplo, el acuerdo de 103 países para reducir las emisiones mundiales de metano en al menos un 30%, respecto a los niveles de 2020, de aquí a 2030. Estos países suman el 70% de la economía global y emiten la mitad del metano. Pero los otros grandes depredadores, China, Rusia e India, se negaron a firmar. También está el acuerdo para detener la desforestación, firmado por un centenar de naciones (casi las mismas) que se comprometen a terminar con la tala de árboles para 2030. La novedad es que Brasil firmó y se compromete a dejar de usar la motosierra en el Amazonas dentro de 9 años. Aunque Bolsonaro tiene aún un tiempo prudencial para seguir despejando tierras para la soja y la ganadería

En 2011, la Unión Europea y otras naciones ricas querían un nuevo tratado que sustituyera al protocolo de Kioto de 1997, que Estados Unidos firmó pero no ratificó y luego abandonó. Hubo que esperar otros cuatro años para llegar a un nuevo compromiso que se logró en París en 2015. Desde entonces se mantuvieron, o no se agravaron demasiado, las cuotas de contaminación de carbono. Ahora, los científicos nos dicen que las emisiones deben reducirse a la mitad para 2030 y llegar a cero en 2050 para tener una buena oportunidad de mantener el calentamiento global en 1,5ºC, el umbral en el que la catástrofe sería irreversible. Se suponía que todos los países llegarían a Glasgow con nuevos compromisos voluntarios para reducir sus emisiones, pero no lo hicieron.

Los líderes de China, el mayor contaminador, y Rusia ni siquiera fueron a dar la cara. El objetivo de cero emisiones netas de la India para 2070 es típico: un gran paso adelante en el compromiso, pero sin detalles vitales como la fecha límite para eliminar el carbón, la fuente de electricidad más sucia. Los países más ricos, por su parte, no han conseguido juntar los 100.000 millones de dólares anuales para la financiación climática de los más pobres, una promesa que se hizo por primera vez en Copenhague.

Los chicos que protestan por
Los chicos que protestan por la falta de avances concretos de los líderes globales para detener el cambio climático. Serán ellos los máximos perjudicados si no se toman las medidas necesarias. REUTERS/Dylan Martinez

La COP26 será juzgada por la medida en que contribuya a los esfuerzos por respetar el límite de 1,5C de calentamiento global promedio. Los signos hasta ahora son alentadores, pero no asombrosos. Antes de la cumbre de Glasgow, se estimaba que el mundo iba camino de alcanzar 2,7 grados centígrados. Los análisis instantáneos no oficiales que se hicieron esta semana considerando los nuevos compromisos adquiridos hasta ahora y otros que se podrían lograr, sugieren que, si se cumplen todas las promesas, el aumento de la temperatura llegaría a 1,9C.

Claro que podríamos burlarnos de ese avance de una décima en la temperatura promedio, pero si tenemos en cuenta la experiencia de estos años, algo es algo y no estamos retrocediendo. También podemos ver estos encuentros como elaborados ejercicios de pérdida de tiempo, pero es el ámbito que estimulan a los países a actuar de una manera que pocos harían por su cuenta. Eso, a su vez, ayuda a acelerar la inversión y la innovación ecológicas. El peligro es real y estamos cansados del “bla,bla,bla” como dice la gran pequeña Greta Thonberg. Pero su presencia en las protestas y sus duros discursos en Glasgow frente a una multitud de adolescentes que la acompañan para que los líderes tomen conciencia de que lo que está en juego es el planeta que les dejamos, dan esperanza y nos hace olvidar lo sucedido en Copenhague.

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