Es un buen comienzo. La cumbre de medio ambiente que se está llevando a cabo en Glasgow tuvo un impulso decisivo con el anuncio de un compromiso de reducir las emisiones mundiales de metano en un 30% para 2030. Lo presentó el presidente estadounidense Joe Biden y está acompañado por una alianza de 103 países, entre los que aparece por primera vez Brasil, aunque quedan afuera tres grandes emisores: China, India y Rusia. El acuerdo establece nuevas medidas reguladoras para limitar las emisiones de este gas en un 30% respecto a los niveles de 2020 para finales de la década.
De acuerdo a Durwood Zaelke, uno de los principales científicos del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático “esta es la mayor oportunidad para frenar el calentamiento global de aquí a 2040″.
Aunque el metano se descompone con relativa rapidez en la atmósfera, es un gas de efecto invernadero más potente que el dióxido de carbono. La reducción de estas emisiones, coinciden los científicos, es una de las acciones más efectivas y rápidas para intentar frenar el cambio climático. Y lo más interesante de este proyecto es que el foco se pone directamente en las industrias que lanzan el metano a la atmósfera y no sólo en la ganadería como se venía haciendo hasta ahora.
El metano se genera en una gran cantidad de procesos naturales y artificiales. El más conocido posiblemente sea el que se produce en el interior del aparato digestivo de los rumiantes (vacas, búfalos, ovejas y cabras), cuando los microbios que se encuentran en su interior fermentan el alimento que consumen. Este proceso, conocido como fermentación entérica, produce el metano que las vacas eliminarán posteriormente. En contra de la creencia popular, este gas no es expulsado mediante flatulencias, sino que pasa al sistema respiratorio y es eliminado por medio de exhalaciones.
Se calcula que la población bovina global es de unos 1.500 millones de ejemplares. Una vaca expulsa unos 200 gramos de metano al día y eso equivale a 5 kilogramos en unidades de carbono (CO2). Según la FAO, cada año todas las vacas del planeta liberan a la atmósfera 100 millones de toneladas de metano que tienen el mismo efecto que 2.500 millones de toneladas de CO2. A esto hay que sumarle otros 2.500 millones (en unidades de CO2) asociados a la construcción y mantenimiento de los campos y feedlots, el transporte de los animales y abonos para forraje.
Para Nusa Urbancic, directora de la Fundación Changing Markets, que sigue las deliberaciones de la cumbre en Glasgow, “es alentador que los gobiernos hayan prometido actuar sobre el metano, pero es decepcionante que ignoren a los mayores contaminantes: la industria cárnica y láctea. No se trata de agricultores individuales, sino de regular una industria dominada por un puñado de empresas multimillonarias que no hacen prácticamente nada para reducir sus emisiones de metano. Las grandes empresas cárnicas no son diferentes de las petroleras y los gobiernos no deberían darles un pase libre en materia de acción climática”.
Sin embargo, la cantidad extraordinaria de metano liberada en la atmósfera resulta ridícula si la comparamos con los 50.000 millones de toneladas de gases de efecto invernadero (en unidades de CO2) que se liberan cada año según los cálculos del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC).
La contribución de la ganadería bovina al calentamiento global es del orden del 10 %, y solo la mitad es achacable a los estómagos de las vacas. Este es un punto fundamental para los países exportadores de carnes como Argentina, Brasil y Uruguay. En los tres países existen grupos de presión para detener la producción ganadera cuando la mayor contaminación la crea la industria petrolera y sus derivados. Un buen ejemplo de esto es el Polo Petroquímico de Dock Sud, en la cuenca de los ríos Matanza-Riachuelo, pegado a la zona sur de la ciudad de Buenos Aires y enclavado en una zona densamente poblada. Allí se “ventea” (liberan gases a la atmósfera) permanentemente, produciendo una contaminación extrema para millones de personas y sumando millones de toneladas de metano y otros gases de efecto invernadero.
Un kilogramo de metano liberado a la atmósfera tiene el mismo potencial de calentamiento que 25 kilogramos de CO2. Aunque su vida media y su abundancia es inferior a la del CO2, es un gas que preocupa particularmente a la comunidad científica porque existen enormes depósitos de metano almacenados en el fondo de los océanos y en el permafrost (la capa de suelo permanentemente congelado en la Antártida y todas las regiones más frías del planeta). El aumento de la temperatura del mar y el deshielo del permafrost podría liberar a la atmósfera enormes cantidades de metano que dispararían el cambio climático.
La propuesta de Biden es especialmente importante porque se centra en limitar las emisiones de metano de la industria del petróleo y el gas en Estados Unidos, que se calcula que es responsable de más del 30% de las emisiones de metano en ese país. Muchas de las medidas reguladoras no requieren la aprobación del Congreso, por lo que Biden podría mostrar algunas medidas eficaces a corto plazo. En principio, una norma de la Agencia de Protección del Medio Ambiente que regula la detección y reparación de fugas en la industria petrolera, derogada por Donald Trump, se restablecerá y se aplicará por primera vez a las nuevas operaciones en el sector del gas, incluyendo la regulación del gas natural producido como subproducto de la producción de petróleo que se ventila o “ventea”. El equipo que asesora a Biden espera eliminar el 75% de todas las emisiones de metano en un corto plazo.
Murray Worthy, de la ONG Global Witness, que también participa de las deliberaciones de la COP26 cree que el anuncio “se queda corto respecto a la reducción del 45% que, según la ONU, es necesaria para mantener el calentamiento global por debajo de 1,5C. Sabemos lo devastadoras que son las emisiones de metano, al igual que la industria de los combustibles fósiles. Sin embargo, no hay forma de que el mundo pueda reducir las emisiones de metano con la suficiente rapidez mientras la industria del petróleo y el gas siga creciendo.”
Las nuevas normas, que se aplicarán progresivamente en Estados Unidos –y que se espera sean similares en los más de 100 países que se comprometieron en este acuerdo-, obligarán a las empresas a supervisar e inspeccionar 4,8 millones de kilómetros de tuberías, incluidos 480.000 kilómetros de líneas de transmisión y 3,7 millones de kilómetros de líneas dentro de las ciudades. Sólo en Boston se calcula que se filtran 49.000 toneladas de metano al año. En concreto, la medida obligará a las empresas a supervisar cada tres meses 300.000 de sus mayores pozos, prohibirá el venteo a la atmósfera del metano producido como subproducto del crudo y exigirá mejoras en equipos como tanques de almacenamiento, compresores y bombas neumáticas.
En los largos corredores de la COP escocesa hubo festejos ante el anuncio, pero también subsisten las dudas. “¿Realmente va a cooperar la industria petrolera y dejará de lanzar a la atmósfera los incalculables millones de toneladas de metano y otros gases como lo viene haciendo hasta ahora?”, se preguntó un delegado latinoamericano de Greenpeace en un WhattsApp enviado desde Glasgow. “No vaya a ser que sólo quieran terminar con las vacas para satisfacer a los veganos y que todo siga igual”.
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