Sijo Zachariah nació en Dubai, en los Emiratos Árabes Unidos (EAU), hijo de una pareja de inmigrantes del sur de la India, y hacia la casa de sus ancestros marchó en enero de 2020 para la celebración de una boda en la familia. Entonces la pandemia de COVID-19, que avanzaba sobre el mundo, los dejó varados en Kerala. En cuestión de días las tiendas estaban vacías y la cadena de suministros, rota.
“En ese momento el tema me saltó a la vista: ¿y la seguridad alimentaria?”, dijo a Emily Leshner, de Associated Press (AP), quien descubrió su historia. “¿Qué va a pasar? ¿Cómo nos vamos a alimentar? Los comercios comenzaron a cerrar, no tenían stock. Entonces comenzamos a compartir la comida con los vecinos”.
Zachariah y su padre, ingenieros de mantenimiento de aviones, tenían una vaga memoria ancestral sobre el cultivo de la tierra: el abuelo del joven de 22 años había sido campesino en Kerala. Pero una vez que la familia se instaló en Dubai, “una ciudad con muy pocas plantas y flores”, según recordó Zachariah en su blog, Learning Your Roots, fueron perdiendo aquellos saberes. Trabajaban duro en sus profesiones, además.
Atascados en la India, sin embargo, con tiempo de sobra, con energía y también con miedo a lo que podría suceder, recuperaron el trabajo de la tierra. En el jardín de la casa familiar ya había cocoteros, árboles de jaca y rambutanes; aunque los viveros estaban cerrados, encontraron otras semillas en distintas tiendas y, sobre todo, guardaron las de los alimentos que comían gracias al intercambio con los vecinos. Y también comenzaron a compartir las semillas entre las personas de la comunidad.
El padre de Zachariah ya se había olvidado casi todo lo que le había enseñado el suyo; en la casa de Dubai apenas si tenía menta, moringa, aloe y tomates. “Por el calor y el suelo poco fértil, las cosechas eran pobres, pero disfrutábamos de trabajar uno junto a otro”, recordó el joven su infancia en el pequeño jardín de los EAU. Para recuperar la práctica en Kerala recurrieron a videos de YouTube sobre técnicas de permacultura.
“Mi papá decía: ‘Tu abuelo solía hacer esto. Cuando yo tenía tu edad, yo solía hacer esto’”, dijo Zacharíah mientras imitaba los movimientos del trabajo de la tierra, atenta la mirada a la pantalla del celular donde aprendían. El abuelo del joven tenía arrozales.
La permacultura es movimiento verde de mediados de la década de 1970, que Bill Mollison y David Holmgren iniciaron en Tasmania, la isla al sur de Australia. Se centra en un diseño del trabajo agrario de manera tal que minimice la sobreexplotación de los recursos, la contaminación y los métodos industriales. Sobre tres principios —cuidar la tierra, cuidar a las personas y cuidar el futuro— se reorganiza la satisfacción de las necesidades en una economía doméstica y local, que evite la desigualdad y redistribuya los excedentes.
Todo lo que Zachariah y su padre aprendían, lo transmitían también a los vecinos. Unas 20 casas aledañas a la de ellos se sumaron a la transformación de sus jardines en huertas. “Comenzamos a enseñarles a otros cómo hacer crecer sus propios cultivos. Así todo el mundo podía tener alguna clase de cultivo en su tierra”, dijo el joven a AP, que presentó su perfil en la serie One Good Thing, que “destaca a individuos cuyas acciones brindan destellos de alegría en tiempos difíciles”.
El clima tropical de Kerala hizo el resto: con mucha lluvia y mucho sol, los cultivos crecen con poco trabajo humano, al menos hasta el momento de la cosecha.
“El jardín que Sijo Zachariah y su padre plantaron fue una medida desesperada en respuesta a la pandemia. Pero se convirtió en mucho más: sostén para una comunidad y una gran inspiración para que Zachariah aborde un cambio de gran envergadura en su vida”, siguió Leshner.
“¡Namaskram!”, saludó en Learn Your Roots, y se presentó: “Soy un entusiasta del cultivo de la propia comida y me encanta enseñar y aprender sobre diferentes culturas. La cultura y los cultivos van de la mano, porque la cultura de una región se basa en los cultivos nativos y en los recursos disponibles. Mi objetivo es explorar y enseñar a otros sobre la agricultura urbana orgánica, las variedades de cultivos y las diferentes culturas”.
El blog, su canal de YouTube y su cuenta de Instagram empezaron a ocupar cada vez más su tiempo, e incluso cuando pudo regresar a Dubai siguió dedicándose a ellos.
De algún modo, en la tiniebla del COVID-19 Zachariah encontró un haz de luz que vagamente le hizo pensar en sus días de estudiante en Gales, cuando descubrió que la comida era mucho más sabrosa que la que él había conocido al crecer. Era local, comprendió: no necesitaba ser tratada con conservantes para poder recorrer las largas distancias hasta EAU. “Lo que no comprendió es que en ese momento se plantó una semilla, una que eventualmente lo llevaría a reconsiderar su carrera en ingeniería y pensar en una en agricultura”, agregó AP.
En internet Zachariah encontró a otras personas con intereses y preocupaciones similares y se integró a una red sobre cultivos sustentables. “He estado haciendo videos. He estado tratando de educar a otros”, explicó. En cuestión de meses desarrolló tanto su proyecto que fue invitado a dar un zoomminario por ClimateHood, un grupo de activistas defensores del planeta en la crisis del cambio climático. “Hay mucha gente como yo que es genuinamente curiosa o quiere hacer algo, pero están atascados en otra cosa, bien en sus trabajos o bien en la vida urbana”.
Como estaba él hasta que, de a poco, observó que tenía la cabeza más en la agricultura que en los aviones. “Esto representa un gran cambio para mí”, dijo, sobre su cambio de carrera. “Pero esto es lo que me hace feliz: ayudar a los demás y estar en la naturaleza”. También estar más cerca de su padre, con quien ha profundizado una comunicación sin palabras, en el trabajo de la tierra: “Empezamos a unirnos y creo que por eso me metí en la jardinería”, dijo.
A diferencia de su padre, al joven le encanta experimentar cosas nuevas, y ahora en el terreno de Kerala hay remolachas, patatas y batata, cultivos que no son comunes. “Hemos plantado plantas de tapioca, ñame indio, malanga, boniato elefante, habichuelas, distintos tipos de chiles, quimbombó, jengibre, papaya, moringa, lichi y cúrcuma”, enumeró en su blog. “Hemos añadido a nuestra colección de árboles maracuyá, nuevas papayas, limoneros, chirimoyas y mamey”. Ahora sus vecinos han quedado a cargo de cuidarlo.
“Mis amigos me hacen bromas, porque creen que la jardinería es una pérdida de tiempo. Pero a mí me encanta hacer eso, y comer fresco de la huera es 10 veces más sabroso que comprar en el mercado”, siguió en su blog. “Y nos aseguramos de compartir la cosecha con los menos afortunados. No soy un experto, y todavía publico en Facebook algunas dudas, pero estoy dispuesto a convertir cada centímetro de mi tierra en un bosque de alimentos. Así es como pienso devolverle a la sociedad”.
MÁS SOBRE ESTE TEMA: