Ahora que estrenamos año, y tras la Cumbre del Clima organizada en Madrid, cabe preguntarse por qué no se ha llegado a un acuerdo que nos permita abordar la magnitud del problema al que nos enfrentamos.
La cumbre comenzaba con el lema “es tiempo de actuar”. Las investigaciones llevan años advirtiendo de una aceleración en los efectos del cambio climático, pero la sensación que queda es que no se ha sabido ver más allá de las negociaciones presupuestarias. Por eso no se ha llegado a un acuerdo en relación con la transición energética y la reducción de emisiones de CO₂.
Es el momento de preguntarnos si podemos pensar solo en términos económicos cuando nos enfrentamos a un problema global que está llevando a la migración forzosa de poblaciones.
Según el filósofo japonés Daisaku Ikeda, “es apremiante que tengamos en cuenta las necesidades de los damnificados por el calentamiento global que se encuentran en una situación vulnerable de desigualdad de género y de discriminación estructural y que nos pongamos en su lugar al desarrollar estrategias contra el cambio climático, sin dejarnos llevar meramente por la evaluación de cálculos económicos”.
Cuestión de perspectiva
El calentamiento global no es un problema hipotético, sino una situación que está llevando a la pobreza extrema a las personas que sufren ya sus consecuencias.
En su Propuesta de paz para el año 2019, Daisaku Ikeda nos hacía reflexionar asegurando que “no hay felicidad que nos pertenezca solo a nosotros, así como no hay padecimientos que afecten solo al resto de la gente”.
La idea se corresponde con el principio budista de las cuatro vistas del bosque de salas. Este plantea la divergencia subjetiva de las personas que permite que una misma situación pueda ser entendida de maneras muy distintas. Por ejemplo, dependiendo del punto de vista, un paisaje o un lugar puede inspirarnos por su belleza o por el valor económico que posee.
No siempre tenemos en cuenta las diferentes perspectivas, ya que tendemos a tener una visión parcial de los hechos. Es por ello por lo que estamos acostumbrados a ver el sufrimiento de otras personas como algo ajeno e incluso puede pasarnos inadvertido. Que veamos una misma situación desde el punto de vista económico o desde el humano nos lleva a tomar decisiones muy diferentes.
En este contexto, las universidades tenemos una gran responsabilidad para concienciar a los jóvenes y hacerles ver la necesidad de tomar un papel activo en la consecución de los objetivos de desarrollo sostenible.
Son varias las iniciativas adoptadas en las universidades españolas para incorporar estrategias de gestión de sus recursos de forma sostenible. De manera complementaria, es necesario implementar medidas educativas que incrementen la sensibilidad sobre este tema y su incidencia actual y futura.
La formación integral de nuestros alumnos pasa por facilitarles competencias reflexivas y críticas y una sensibilidad ética hacia nuestros problemas sociales. Esto se consigue no solo con una formación especializada, sino con una formación interdisciplinar que contribuya a analizar situaciones complejas desde múltiples puntos de vista, de una manera sistemática.
La importancia de las acciones a pequeña escala
Los grandes cambios también son posibles desde las pequeñas iniciativas que surgen en contextos concretos. Detener el calentamiento planetario no depende solo de las grandes decisiones gubernamentales. Depende también de la acción colectiva, capaz de coordinar iniciativas sostenibles y capaz también de exigir cambios a sus representantes políticos, integrando para ello el interés de diferentes generaciones.
Ikeda plantea cómo cada uno de nosotros tiene la responsabilidad de generar un pequeño cambio en su propio contexto. No será posible modificar el sistema que hemos generado, del que somos parte, si no cambiamos antes de manera individual. Necesitamos promover más cambios de conciencia individual para promover un cambio de conciencia global.
Decía Gregory Bateson en su libro Pasos hacia una ecología de la mente que aquellas criaturas que vencen a su entorno se destruyen a sí mismas. Evidentemente, no podemos dominar ni vencer sobre un entorno del que formamos parte.
El problema estriba justamente en concebir a la humanidad separada de su ecosistema. Ser conscientes de esto implica adoptar medidas concretas y responsables empezando por nosotros mismos y nuestras acciones cotidianas.
Por Ana Belén García Varela (Profesora Titular de Universidad en el área de Psicología Evolutiva y de la Educación. Subdirectora del Instituto de Investigación en Educación y Desarrollo Daisaku Ikeda, Universidad de Alcalá) y Alejandro Iborra Cuéllar (Profesor Titular de Universidad. Psicología Evolutiva y de la Educación, Director del Instituto de Investigación en Educación y Desarrollo Daisaku Ikeda, Universidad de Alcalá)
Publicado originalmente por The Conversation