Los océanos son héroes anónimos en el combate contra el calentamiento global: han absorbido el 27% del dióxido de carbono (CO2) emitido desde la revolución industrial. Si se considera que en ese periodo los niveles de CO2 atmosféricos pasaron de 280 partes por millón (ppm) a 400 ppm, lo cual es una concentración sin precedentes en los 800.000 años anteriores, no haber contado con la ayuda de los océanos habría costado mucho más a la Tierra.
Pero ahora acaba de sonar la alarma: los océanos no pueden absorber una cantidad indefinida de CO2.
Un estudio del Organismo Nacional para el Estudio de los Océanos y la Atmósfera (NOAA) de los Estados Unidos analizó por primera vez 100 años de impacto de los gases del efecto invernadero en valvas microscópicas, que funcionan como un registro constante de los cambios. Halló que las aguas costeras de California se han acidificado el doble que el promedio oceánico global: una velocidad que confirma los temores que desde comienzos de siglo tienen los científicos —que el Pacífico norte sufriría cambios más graves y más temprano— y que pone en peligro la vida marina y la industria pesquera.
En un siglo el pH (la escala que va desde 0, lo más ácido, a 14, lo más alcalino) del océano Pacífico norte se redujo en 0,21 puntos, mientras que el promedio mundial ha sido de 0,1.
En esa franja oceánica, además, se sufren los efectos de la Oscilación Decadal del Pacífico, un patrón de variaciones de la temperatura que produce calentamiento y enfriamiento cada 20 o 30 años. El trabajo del NOAA estableció una conexión inesperada entre la acidificación y este ciclo, que en sí mismo ha jugado un papel importante en la aceleración del ritmo con que el nivel del mar ha aumentado en California en los últimos años. A eso habría que sumarle —será objeto de más investigación— el estrés que agregan las corrientes de El Niño y La Niña a los cambios extremos en la química oceánica.
El agua cubre más del 70% de la superficie de la Tierra y, gracias a su ayuda en la absorción de CO2, ha eliminado el 90% del calor resultante de ese gas, lo cual ayuda a que el aire sea respirable. Pero cuando el CO2 se mezcla con las aguas marinas sufre reacciones químicas que aumentan la acidez de los mares, algo que no se estudiaba hasta hace muy poco.
Esta nueva investigación, publicada en Nature Geoscience, recogió y analizó un tipo específico de valvas de moluscos del lecho marino que permitió reconstruir 100 años de historia —y de acidificación— de la costa del Pacífico norte. El resultado explica por qué en distintos lugares del planeta los arrecifes de corales se mueren, a las ostras y las almejas les cuesta cada vez más construir sus conchas, los peces pierden el sentido de la dirección porque se altera su olfato y las algas dañinas florecen y se vuelven más tóxicas.
“Los científicos examinaron casi 2.000 valvas de unos animales microscópicos llamados foraminíferos”, explicó Phys.org. “Cada día las valvas de los foraminíferos muertos llueven sobre el piso oceánico y eventualmente quedan cubiertas por sedimento. Las capas de sedimentos que contienen estas valvas forman un registro vertical del cambio. Los científicos miraron a lo largo del tiempo, capa por capa, y midieron los cambios en el espesor de las valvas”.
Emily Osborne, investigadora de NOAA y autora principal del trabajo, explicó a Los Angeles Times: “Al medir la densidad de las valvas podemos presentar una estimación muy exacta del nivel de acidez del oceáno cuando los foraminíferos estaban vivos. Estas es la primera vez que tenemos un registro de alguna clase que llega hasta el comienzo del siglo pasado: antes no contábamos con una secuencia temporal lo suficientemente larga". El estudio se podría ampliar, ya que algunas de las muestras que recogió Osborne datan de hasta 1895.
Los foraminíferos tienen una estructura muy especial, hecha de cámaras interconectadas, que se fosiliza fácilmente. Como habitan el fondo marino, se los suele llamar “arena viviente” porque se mimetizan con el suelo y porque tienen, precisamente, el tamaño de un grano de arena.
Cuanto más ácido es el océano, más le cuesta a estos animales diminutos construir sus valvas: así, la densidad mayor o menor que logran es un registro en espejo de la acidez de las aguas. En este caso, de la cuenca de Santa Barbara, donde se tomaron las muestras. “Podemos leer los depósitos como páginas de un libro”, agregó Osborne al diario de Los Angeles. “En Santa Barbara hay registros laminados, hermosamente conservados, del lecho marino. Eso nos permitió generar estas reconstrucciones de alta resolución”.
Estos fósiles mostraron, además, un patrón cíclico que los investigadores no esperaban: aunque la acidez oceánica aumenta a lo largo del tiempo, los foraminíferos revelaron ciclos de incremento y descenso por décadas. “Este patrón coincidió con la Oscilación Decadal del Pacífico”, observó Phys.org. “Las emisiones de CO2 causadas por los seres humanos impulsan la acidificación del océano, pero esta variación natural también tiene un papel de importancia para aliviarla o amplificarla”.
Durante las fases frías del ciclo, los vientos se fortalecen y hacen que las aguas ricas en CO2 asciendan hacia la superficie en la costa pacífica. “Es como un impacto doble, que incrementa la acidificación oceánica en esta región del mundo”, agregó Osborne.
Restaurar los bosques de algas y otra vegetación marina permitiría que la captación de CO2 fuera menos costosa para las aguas, pero el cambio fundamental que se requiere es otro, observó la investigadora del NOAA. “Hay un límite para la capacidad de absorción del océano”, explicó. “De este estudio, y de muchos otros publicados antes, se deduce que no hay dudas: la respuesta es reducir nuestras emisiones de carbono”.
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