Entre el 11 y el 26 de julio de 1957, hace 65 años, un joven ajedrecista ecuatoriano derrotó a dos grandes del ajedrez planetario: el danés Bent Larsen y el islandés Fridrik Olafsson, ambos luego convertidos en celebridades del ajedrez mundial tras formar parte de la lista de los 10 mejores jugadores del planeta. Ocurrió en el IV Campeonato Mundial de Ajedrez por Equipos Estudiantiles en Reykjavik, capital de Islandia. El ajedrecista era César Muñoz Vicuña, guayaquileño, Maestro de ajedrez ecuatoriano, ingeniero civil y, por varios años, presidente de la Federación Deportiva Nacional del Ecuador.
Pero el hecho más importante para la carrera de Muñoz, y para la historia deportiva del Ecuador, habría de ocurrir tres años después, en la XIV Olimpiada de Ajedrez en Leipzig, entonces Alemania Oriental, cuando el ajedrecista ecuatoriano derrotó al fenómeno mundial Bobby Fisher, primer campeón mundial estadounidense de ajedrez en la historia.
En la derrota, Fisher aprendió una gran lección que luego, 15 años después, aplicaría en las estrategias del tablero para ganar la célebre disputa mundial en contra de otro campeón planetario, el soviético Boris Spaski, Gran Maestro Internacional de ajedrez y convertido en campeón del mundo en 1969 tras derrotar al también soviético Tigrán Petrosián, campeón mundial de 1963 a 1969.
El 11 de julio de 1972, hace medio siglo, comenzaba en Reykjavik, el partido por el título mundial de ajedrez. El encuentro había provocado el interés de la opinión pública mundial porque se producía en el tirante entorno de la Guerra Fría que enfrentaba a las dos superpotencias: los Estados Unidos y la Unión Soviética. Bobby Fischer era el representante estadounidense, Borís Spaski era el abanderado soviético.
El denominado “el Juego del Siglo” fue un evento mediático de repercusión mundial y gran parte de la popularidad de la cita deportiva se debía a la presencia del retador Fischer, un genio versátil, fascinante y sorprendente.
En 1972, Fischer tenía 29 años, pero ya llevaba en la cima del ajedrez mundial más de una década y había sido objeto de un creciente interés desde su adolescencia. Fischer hizo de Reykjavik una batalla, y de ese partido su última gran victoria en su carrera ajedrecística. Pero su reinado duró poco y concluyó cuando se negó a enfrentarse con el soviético Anatoly Karpov en 1975.
La victoria de Muñoz sobre Fischer, en la segunda ronda de la XIV Olimpiada Mundial de Leipzig fue la “más grande que pudiera alcanzar el ajedrez ecuatoriano”, sentenció el 19 de octubre de 1960 el diario El Universo en una reseña publicada el día siguiente de la memorable actuación del ecuatoriano ante el máximo representante ajedrecístico en los Estados Unidos de todos los tiempos.
En medio de la partida con Muñoz, Fischer se levantó y dejó el juego en señal de derrota. La noticia corrió por las dos plantas del edificio, y el público se volvió hacia el tablero de Muñoz, para ver su juego y encontraron que tenía una fuerte defensa siciliana que acompañó con la variante de dragón y el ataque yugoslavo. Algunos inmediatamente preguntaron dónde está Ecuador, cuántos ajedrecistas tienen, quiénes les enseñaron a jugar, contó para El Universo Paul Klein, juez internacional y asesor técnico de la tricolor.
La agencia de noticias estadounidense United Press International reveló al mundo la inesperada derrota del Gran Maestro Robert “Bobby” Fischer frente al ecuatoriano César Muñoz Vicuña como lo más destacado de la segunda jornada de la Jornada Olímpica en el Torneo de Ajedrez celebrado en Leipzig.
La victoria ecuatoriana frente al extraordinario ajedrecista mundial se entiende plenamente cuando se conoce lo que pasó 15 años después con Boris Spaski, agotado mentalmente tras competir con Fischer en el Juego del Siglo de 1972. Ahora se entiende mejor que Fisher aprendió de Vicuña a asediar a sus adversarios hasta conseguir derrotarlos.
El mismo Spaski tras la partida con Fisher reconoció que “cuando juegas con Bobby, no es cuestión de ganar o perder. Es cuestión de sobrevivir”. El ajedrecista soviético también confesó otros dones de Fisher al margen de la disputa en el tablero que le daban una fuerza inusual: “Cuando jugaba Bobby Fischer, mi oponente luchó contra las organizaciones, las productoras de televisión y los organizadores del partido. Pero él nunca luchó contra mí personalmente. Perdí con Bobby antes del partido porque ya era más fuerte que yo”. Al vencer sus ímpetus, Fisher se había vuelto invencible.
Spaski no pudo con la presión mediática, política y deportiva en la final del Campeonato Mundial de Ajedrez de 1972 y del Encuentro del Siglo. El ajedrecista se rindió por teléfono al día siguiente. La victoria de Fischer también derrumbó el reinado soviético de 24 años en el ajedrez mundial.
Fisher era un fenómeno frente al tablero. Con 14 años ganó el Abierto de New Jersey en 1957 y un año después el Campeonato de los Estados Unidos que repitió en 1959. En 1960, encabezó los torneos del Mar del Plata, Reykjavik y otra vez el Campeonato de los Estados Unidos en ese mismo año, en 1962 y en 1963, intercalando con los torneros abiertos de Nueva York, Mónaco, Zagreb, Buenos Aires y Palma de Mallorca, además de las olimpiadas en La Habana, todos estos entre 1960 hasta 1970. Fisher, convertido en Gran Maestro del Ajedrez a los 14 años, era una máquina de triunfos.
Pero César Muñoz Vicuña no podía temerle. Aunque el ajedrecista ecuatoriano consiguió su mayor victoria frente a Fisher, su triunfo heredó un mensaje cosechado por las nuevas generaciones, incluso por sus oponentes: derrotar o ser derrotados esta separado por la frontera del miedo.
Muñoz volvió al Ecuador convertido en la referencia del deporte nacional. Después de participar en algunos encuentros locales, se retiró para cultivar la disciplina en más deportistas coterráneos.
En el encuentro de 1960, Fischer abandonó su tablero con sus ojos inundados de lágrimas. Este límite marcó lo que sería su posterior carrera de glorías, pero también su inesperado retiro y posteriores afecciones emocionales dos décadas después.
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