Duró menos que un partido de fútbol. A la hora y media, los invitados se levantaron para comer algo y para conversar sin las tensiones ni las formalidades de una reunión oficial. El 20 de enero de 1942, hace ochenta años, quince jerarcas nazis -excepto Reinhard Heydrich ninguno del círculo íntimo del Führer- representantes de distintos ministerios, secretarias de estado y de la Gestapo, participaron de lo que luego se conoció como la Conferencia de Wannsee. No fue una reunión más. En ella quedó establecida la Solución Final.
La mansión, como todas las de su clase, es imponente. De frente se pueden contar treinta grandes ventanas distribuidas en tres pisos y varias terrazas. Un arreglado jardín al frente con árboles centenarios a su costado y en la parte posterior en el que se despliega un parque enorme que termina en la orilla del lago de Wannsee.
El frío se hace sentir en el invierno berlinés. 15 grados bajo cero. De a poco arriban los autos oficiales. Los hombres bajan apurados para cobijarse en el calor de las estufas del palacio. Llevan sobretodos y guantes abrigados. Nadie quiere llegar tarde. Le temen al organizador, un joven rubio, iracundo y (muy) ambicioso que parece no tener límites. A las 12 del mediodía, los quince, después de los tensos saludos de rigor, están sentados alrededor de la larga mesa. La reunión, la Conferencia de Wannsee, está por comenzar.
El organizador fue Reynhard Heydrich, La Bestia Rubia o el Carnicero de Praga. Unos meses antes había recibido la orden de Goering. Debía encontrar una solución al tema judío. Y para ellos eso significaba una sola cosa: la exterminación final.
El encuentro fue convocado para los primeros días de diciembre pero la vorágine de la guerra obligó a postergarlo. El ataque japonés a Pearl Harbor con la consiguiente declaración de guerra alemana a Estados Unidos y los problemas en el frente oriental, la invasión a la Unión Soviética había detenido el paso arrollador del principio y el estancamiento provocaba graves inconvenientes.
“Considerando la extraordinaria importancia que ha de concederse a estas cuestiones, y en aras de que todos los organismos centrales involucrados en el trabajo restante en relación con esta solución final alcancemos el mismo punto de vista, sugiero que estos problemas se discutan en una conferencia, especialmente porque desde el 15 de octubre de 1941 se ha estado evacuando a los judíos en transportes continuos desde territorio del Reich, incluidos el Protektorat de Bohemia y Moravia, hacia el Este”, eso decía parte del texto enviado como invitación firmada por Heydrich y supuestamente dictado por éste a Adolf Eichmann, que oficiaría como secretario de la Conferencia. La invitación avisaba, también, que al terminar se serviría un refrigerio.
Los trece convocados fueron, entre otros, Otto Hofmann, Hienrich Müller, Karl Schonghart, Rudolf Lange, Roland Freisler y Alfred Meyer. Eran comandantes de regiones, secretarios de estado, subsecretarios y miembros encumbrados de la Gestapo. Estaban representados los territorios ocupados del Este, la Gobernación General (el territorio polaco bajo poder nazi), la cancillería, el ministerio del interior, el de justicia, la Oficina Principal de raza y Asentamiento.
La reunión comenzó con una larga exposición de Heydrich. Hablaba con tono marcial, sin dudar, con firmeza. Explicó que había recibido directivas de Hitler y de Goering y que debían coordinar el “tema de los judíos”. Dio cifras, levantó la voz, golpeó la mesa varias veces. Debía sobreactuar su convicción porque suponía que iba a encontrar oposición a sus ideas.
Para convencer a los invitados y lograr su colaboración, además de los gritos y las órdenes, Heydrich había pensado en otro plan. Había previsto que la reunión duraría bastante. Así que para el primer intermedio y aprovechando que era el mediodía tenían preparado un gran banquete. Quienes atendían la mesa tenían la orden de no dejar vaciar nunca las copas de los invitados. Tenían el mejor brandy de Europa a su disposición.
Pero para sorpresa de Heydrich y de Eichmann la exposición no encontró resistencia alguna. Todos estuvieron de acuerdo. “La Solución Final fue recibida con extraordinario entusiasmo por todos”, consignó Eichmann. El único que se mostró preocupado fue Josef Bühler, secretario de estado del Gobierno General, porque ellos debían recibir en Polonia a los judíos que les enviaran desde los otros sectores de los dominios del Tercer Reich; eso significaba más trabajo para ellos.
Lo que Heydrich había comunicado era que debido a la guerra y a que había aumentado la necesidad de hombres para que trabajaran bajo las órdenes de los alemanes, ya no iban a deportar a los judíos hacia otros países. Era una nueva etapa: la evacuación definitiva hacia los territorios polacos. Hacia allí enviarían a todos los judíos.
Hay que tener en cuenta que los nazis eran muy afectos a los eufemismos. Y que la evacuación significa que los judíos serían enviados forzosamente hacia esos territorios y que allí luego de ser explotados, serían asesinados.
No es que hasta el momento no hubiera habido matanzas indiscriminadas. Pero a partir de la Conferencia de Wansee, esa conducta se institucionalizó y se sistematizó.
Los movimientos oficiales antisemitas se habían dado desde el arribo de Hitler al poder. Pero con el correr de los años se fueron incrementando hasta llegar a la Solución Final.
En su exposición, Heydrich utilizó el metódico trabajo que había hecho Eichmann, una especie de censo de judíos europeos. Los habían divididos en dos grupos. En el Grupo A estaban los que habitaban territorios bajo el poder del Tercer Reich, de socios bélicos de ellos o territorios afines al nazismo. En el B, los que estaban bajo el poder de neutrales o los Aliados. Tanta era la fe que tenían de que ganarían la guerra que ya hacían planes sobre los judíos de esas regiones que no estaban bajo su poder.
Lo hablado quedó consignado en un acta que llevó adelante el secretario de la reunión, Adolf Eichmann. Semanas después, una copia del acta oficial fue enviada a cada uno de los participantes para que tuvieran su ejemplar. Tras la derrota alemana se destruyeron casi todas las copias. Una de ellas, la única que sobrevivió, fue hallada en 1947 entre los papeles de la cancillería alemana por el fiscal norteamericano Robert Kempner. Fue utilizada como prueba en los Juicios de Nuremberg y en el proceso contra Eichmann en Jerusalén.
El acta es una de las pruebas documentales que no deja dudas de que el Holocausto fue algo planificado y que no fue una consecuencia impensada del devenir de la Segunda Guerra.
La parte central de alocución de Heydrich deja en claro cuál era el plan: “Bajo la correcta dirección y en el marco de la Solución Final, los judíos serán enviados al este para ser usados para el trabajo de manera adecuada. En grandes columnas de trabajo, bajo separación por sexos, los judíos capacitados para trabajar serán llevados a estas áreas para construir carreteras; durante lo cual, indudablemente, una gran parte serán eliminados por causas naturales. Los del posible remanente final, al formar parte, indudablemente, de la porción más resistente, tendrán que ser tratados de acuerdo a esta condición, como la selección natural que representan, ya que en caso de ser liberados actuarían como la semilla del renacimiento judío”.
Es decir que el plan era utilizarlos, a los que pudieran, como fuerza de trabajo (al resto eliminarlo sin más). En medio de ese trabajo inhumano, en condiciones de frío extremo, mal alimentados, sin servicios médicos, sabían que morirían muchísimos. Los que sobrevivieran a esas condiciones eran los más dotados, los más fuertes. Y a esos, una vez utilizados, también debían masacrarlos. Porque si no habían sucumbido hasta ese momento significaba que eran muy fuertes. Eso implicaba un gran peligro para el futuro: podían rearmarse por lo que también serían eliminados.
Después de la larga exposición de Heydrich, hubo entre los asistentes un consenso casi absoluto. Cuando se abrió el diálogo y la intervención de los otros sólo mostraron su anuencia; eso sorprendió a los organizadores que creyeron que iban a tener más problemas para imponer su parecer. En esa etapa de participación colectiva se discutió otra cuestión: quiénes eran considerados judíos y si habría excepciones. Los casos conflictivos eran los de los veteranos de la Primera Guerra Mundial, los casados con alemanes o alemanas, los que tenían mayoría de abuelos arios. Es decir, los que eran llamados (peyorativamente) los Mischlinge, los mestizos. Sin embargo, aún con los pocos exceptuados siempre había (muchas) excepciones que permitían también asesinarlos.
La Conferencia de Wannsee no fue la que diseñó el Holocausto. Era un camino que el nazismo había tomado desde 1933. El antisemitismo y las acciones contra los judíos sólo fueron recrudeciendo con el tiempo. Medio año antes, Goering le había escrito a Heydrich pidiéndole que pusiera en marcha un plan para ejecutar la Solución Final. En diciembre de 1941, Hitler ante los máximos jerarcas nazis afirmó que había que hacer Tabula Rasa con los judíos. Goebbels en su diario consigna que Hitler habló de poner en marcha de una buena vez con la “inevitable aniquilación de los judíos”.
Otro claro indicador de que la decisión estaba tomada antes de Wannsee es que ninguno de los grandes nombres del nazismo estuvo entre los invitados. Heydrich sabía que de alguna manera de esa mansión saldría con la decisión aceptada por el resto. El verdadero objetivo de la Conferencia fue el de hacer partícipes a todos de lo que ocurriría. Era de tal magnitud la implicancia de la Solución Final que debían estar involucrados varios estamentos del estado. Lo que Heydrich les estaba diciendo era que debían aceitar los procedimientos burocráticos para llevar a cabo el monumental y demencial objetivo.
Al final, el oficial de menor rango de la reunión, el que estaba casi como copista, Adolf Eichmann, será uno de los grandes arquitectos, uno de los encargados de poner la maquinaria en funcionamiento. Años después quiso justificar su actuación durante el exterminio judío basándose en el consenso casi inmediato que hubo en la Conferencia. Así lo destaca Hannah Arendt en Eichmann en Jerusalén. Eichmann dijo que sus dudas respecto a la masacre se vieron despejadas al ver que esos grandes hombres, con un lugar jerárquico superior al suyo, estaban totalmente de acuerdo. A partir de ese momento se sintió liberado: “En aquel momento sentí lo que debió sentir Poncio Pilatos, ya que me sentí libre de toda culpa”, declaró con gran cinismo.
Para ejecutar un plan de esa magnitud requerían que el trabajo fuera coordinado entre todos los sectores que estaban presentes, pero siempre quedó claro que Heydrich y Himmler tendrían el control de las operaciones. Esa fue la verdadera finalidad de la Conferencia: dejar esclarecida la autoridad de Heydrich y que no surgieran después disputas internas.
Una cuestión que no suele resaltarse es que no hubo ningún representante del sistema concentracionario. Según Nikolaus Wachsmann autor de Kl, la monumental historia de los campos de concentración, en Wannsee todavía no se había dispuesto que la matanza tuviera los modos que finalmente adoptó. Sí que se llevara a cabo pero no la manera. Que eso se decidió pocas semanas después ante las evidentes dificultades en el frente del Este y los millones de judíos enviados a Polonia.
La Conferencia de Wannsee fue retratada en la película Conspiracy en la que Kenneth Branagh interpretó a Heydrich y Stanley Tucci a Eichmann. La mansión, después de la guerra, se transformó en un colegio. El historiador Joseph Wulf, desde mediados de los sesenta, quiso que se convirtiera en un sitio de memoria pero sus pedidos no fueron escuchados. Se suicidó en 1974 sin conseguir su propósito. Recién se convirtió en un Museo del Holocausto en 1992, cuando se cumplieron los 50 años de la Conferencia.
La reunión terminó antes de que pasaran noventa minutos desde su inicio. Todos estaban de acuerdo y muy entusiasmados. Pasaron a un gran salón para almorzar y para beber. Allí la formalidad y la tensión de la sala de la Conferencia quedaron a un lado. Allí, sin eufemismos, se habló de matanzas, masacres, aniquilamiento. Los quince oficiales nazis reían y hacían planes. Se sentían invencibles.
“Fue una agradable reunión social”, dijo Eichmann en su declaración casi dos décadas después cuando fue juzgado para describir el almuerzo.
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