Casi todos, incluidos los que reprobamos matemática en el secundario, sabemos que las “líneas paralelas no se cruzan”, sin embargo los que hemos vivido un poco sí sabemos que las “vidas paralelas” pueden cruzarse. Melinda French y Bill Gates son un buen ejemplo pese a que hoy nos enteramos que sus vidas se descruzaron.
Melinda nació en 1964 y creció en Dallas. Su padre, Ray, era ingeniero aeroespacial y su madre, Elaine, era ama de casa y madre de tres hijos a tiempo completo. Elaine vivía con cierta frustración no haber podido asistir a la universidad. Por eso, todo dólar de más que entraba en la familia iba a un fondo destinado a pagar los futuros estudios universitarios de sus hijos.
Los padres, católicos convencidos, anotaron a Melinda en una escuela religiosa. La muchacha no descollaba en las clase de catequesis pero era famosa por armar rompecabezas complicados y por su facilidad para aprender matemática. También porque podía navegar sin ahogarse en un mundo que empezaba a descubrirse: el de las computadoras. Su curiosidad e inteligencia iban a la par y comenzó a tomar cursos avanzados de matemática. Al terminar el secundario se anotó en la universidad para estudiar Ciencias de la Computación y obtuvo una licenciatura en 1986. Al año siguiente logró una maestría en Administración de Empresas con enfoque en Economía de la Escuela de Negocios Fuqua, de la Universidad de Duke. Si la madre soñaba con un título universitario, su hija había logrado más.
Nueve años antes de que Melinda llegara al mundo nació William Henry Gates, para todos Bill. Su padre era un conocido abogado y su madre era profesora en la Universidad de Washington. Bill no fue a un colegio privado religioso sino a uno público, donde no se destacó ni para bien ni para mal. Fue uno más del montón. En el secundario sí fue a una escuela de elite que contaba con algo que en ese momento era el futuro: computadoras. Del secundario de elite Bill pasó a la universidad de elite: Harvard. Sin embargo, solo estuvo allí un año. En 1976 abandonó la universidad. Con el tiempo se convertiría no solo en el fundador de Microsoft, también en el “desertor” universitario más famoso de su país.
La vida de Melinda parecía tan ordenada como los números que tan bien dominaba. Sin embargo, terminó metida en una relación tóxica. Nunca reveló el nombre del protagonista, pero sí dijo que esa relación tuvo “un efecto profundo acerca de cómo me veía a mí misma y de por qué no estaba usando mi voz”.
Mientras, Bill mantenía un romance con Ann Wimblad, una exitosa empresaria. Se conocieron en 1984, pero nada de presentación de amigas ni cita a ciegas. Como buenos “techies”, se descubrieron en una videoconferencia y sus primeros encuentros fueron virtuales, convirtiéndose así en una de las primeras parejas de “cibernovios” de la historia. Se separaron en 1987 porque Wimblad, cinco años mayor que Bill, deseaba casarse y tener hijos pero su novio decía que no se sentía preparado para tal responsabilidad. Así que cada uno siguió su camino.
Ese mismo año Melinda entró como becaria en Microsoft. Cuatro meses después la invitaron a participar de una feria de computadoras en Manhattan. Allí se sorprendió con el sentido del humor y la espontaneidad de quien era su jefe: Bill Gates.
Una tarde estaba en el estacionamiento cuando se cruzó con Bill, quien la invitó a salir, pero recién dos semanas después. “No me parece suficientemente espontáneo”, le dijo Linda “Pídemelo de nuevo cuando falte menos para la fecha”, agregó, y se fue.
Lejos de enojarle, a Bill la actitud de Linda lo enamoró. No habían pasado tres horas que la llamó por teléfono y la invitó a salir esa misma noche. “¿Esto sí te parece espontáneo?”, le preguntó. Ella respondió que sí.
Bill quedó fascinado con esa mujer culta, inteligente y con más títulos universitarios que él. Ella con ese hombre brillante, descontracturado que la hacia reír a carcajadas. Los dos amaban los juegos mentales, pero él se rindió de amor cuando ella le ganó un juego matemático. Se enamoraron pese a la cara de desconfianza de la madre de Melisa, que no aprobaba que su hija tuviera una relación con su jefe.
A pesar de la desaprobación de su futura suegra, el romance siguió. Si todo enamorado en algún momento le lleva flores o bombones a su chica, tener la billetera de Gates ayudaba a otros gestos románticos. Luego de compartir un fin de semana romántico en Florida, el magnate pidió al piloto de su avión privado que hiciera una escala imprevista en la ciudad de Omaha, en Nebraska, donde a pesar de ser domingo y de noche, consiguió que abrieran una de las joyerías más exclusivas de la ciudad para que su novia eligiera el anillo de compromiso. No fue el único “gasto”. El día de su boda, siete años después del primer beso, Gates alquiló una isla entera en Hawaii para celebrar el enlace y así evitar el acoso de la prensa. Dos años después la pareja le dio la bienvenida a su primera hija, Jennifer, luego llegaron Rory y Phoebe.
Por su parte Melinda demostró ser una mujer segura. Aceptó que cada primavera su marido pasara un fin de semana con su ex novia Winblad en una cabaña que posee en Carolina del Norte y donde realizaban largos paseos hablando de... biotecnología.
Si la relación de su esposo con su ex no le trajo cuestionamientos, sí se los provocó el estado del mundo. En su despedida de soltera, Melinda recibió una carta de su madre donde le advertía que “aquellos a quienes se les da mucho, se espera mucho”. Un año antes de su boda un viaje a África le mostró lo que era la desigualdad. Un año después de su boda, Melinda leyó que millones de niños moría en países pobres a consecuencia de enfermedades como la malaria y la tuberculosis. Decidió que algo tenía que hacer y lo hizo.
Junto con Gates crearon fundaciones para ayudar a los más vulnerables. Se convirtieron en los mayores filántropos del mundo. Desde 1994 se calcula que entregaron unos US$35.000 millones, en forma de efectivo y acciones. Aunque no faltan los desconfiados que aseguran que, más que donaciones son atajos para obtener importantes exenciones impositivas.
Si cambiar el gran mundo es complicado, el cotidiano también. Una de las grandes peleas del matrimonio ocurrió en 2013. Bill escribió la carta anual de la fundación creada entre los dos pero no quiso que su esposa participara. “Los dos nos enfadamos”, escribió Melinda, y agregó: “Creí que nos íbamos a matar. Pensé: ‘Bueno, tal vez esto acabe con nuestro matrimonio de una vez”. El esposo se salió con la suya pero incluyó una sección escrita por Melinda. En 2014 se convirtió en una carta conjunta, pero escrita en su mayoría por Bill. Recién, en 2015, se convirtió en una carta con el aporte de ambos.
La convivencia no siempre es fácil seas millonario o no sobre todo si se convive con un obsesivo del trabajo. Melinda describió un episodio cotidiano, aunque bastante revelador: “Un día estaba muy apurada empacando cosas en el auto y ayudando a mis hijos, cuando de pronto me di cuenta que Bill no me ayudaba porque estaba muy ocupado leyendo un libro sobre Winston Churchill. No sabes la furia que sentí ese día”.
La mujer se jactó de haber ayudado a su esposo a encontrar un equilibrio entre la vida laboral y la familia, pero admitió que todavía “necesita un poco de entrenamiento” y que muchas veces se sentía sola en su matrimonio. A favor de su marido destacó que con Bill Gates nunca se sintió en una posición inferior, porque él siempre la trató como su igual.
Para compensar el estrés que su esposo adicto al trabajo le podía ocasionar, Melinda optó por meditar una vez al día y escribir un diario espiritual. También participaba de un “grupo espiritual” de mujeres que se encontraban en la misma situación y con las que estuvo saliendo al menos una vez al mes durante los últimos 18 años. Como su marido estaba poco en la casa decidieron compartir al menos un momento y así decidieron, luego de cenar lavar los platos juntos. “”Una noche me di cuenta de que pasaba una media de entre 10 o 15 minutos más que los demás en salir de la cocina una vez terminábamos de comer”, contó Melinda. “Un día me enfadé mucho y les grité ‘¡Nadie sale de la cocina hasta que yo me vaya!’”. Lavar los platos se convirtió en tradición y rito de los Gates. Además los celulares se apagaban luego de las 22. Para preservar cierta intimidad a sus hijos los anotaron en el colegio con el apellido materno. “Les enseñé a tener un radar rápido para saber quien les quiere por sí mismos y quien está interesado en ver su casa, conocer a su padre…”.
Pese a los esfuerzos, a la fortuna, a lo compartido, a lo donado y a los hijos, después de 27 años el matrimonio llegó a su fin. En su libro No hay vuelta atrás: el poder de las mujeres para cambiar el mundo, Melinda se sinceraba .“Hemos llegado a un punto de nuestra vida en el que Bill y yo podemos reírnos de las mismas cosas. Y créeme, hubo días muy duros en nuestro matrimonio en los que te planteabas: ‘¿Podremos con esto?”. Lamentablemente la respuesta es “No”.
En el comunicado que subió a su cuenta oficial de Twitter, el genio de la computación aseguró que ambos continuarán trabajando juntos en la fundación que tienen; sin embargo, como pareja ya no mantendrán el vínculo emocional.
“Después de pensarlo mucho y trabajar mucho en nuestra relación, hemos tomado la decisión de poner fin a nuestro matrimonio. Durante los últimos 27 años, hemos criado a tres niños increíbles y construido una fundación que funciona en todo el mundo para permitir que todas las personas lleven vidas saludables y productivas”.
Con un escueto en redes Melinda y Bill terminaron decidieron descruzar su camino. Vaya a saber para dónde rumbearán, mientras tanto como dice el tango “que grande ha sido nuestro amor y sin embargo, ay, mirá lo que quedó”.
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