Durante la Segunda Guerra Mundial cerca de un millón de soldados alemanes fueron capturados por las tropas británicas y estadounidenses e internados en numerosos campos de prisioneros a ambos lados del Océano Atlántico, los cuales proveyeron invaluable información para los servicios de inteligencia. Otros 2, 8 millones de soldados fueron hechos prisioneros por la Unión Soviética.
Casi todos ellos fueron interrogados en menor o mayor medida, dependiendo de su rango y experiencia: a algunos se les hicieron unas pocas preguntas puntuales estando aún en el frente o a pocas horas de ser capturados, otros fueron sometidos a procesos más intensos ya en la retaguardia o en los campos donde transcurrieron el resto de sus guerras personales.
De ese inmenso número total de prisioneros que cayeron en manos de los aliados, los servicios de inteligencia británicos seleccionaron a 10.191 alemanes y 563 italianos para ser sometidos a un método de vigilancia novedoso. No se trataba de torturas ni de experimentos conductistas, ni tampoco campañas de seducción a la causa aliada. Por el contrario, utilizaron una aproximación más sencilla y apoyada en la tecnología: los reunieron bajo un mismo techo, les dieron libertad y privacidad, y se dedicaron a escuchar sus conversaciones casuales utilizando un complejo sistema de micrófonos ocultos.
Muchas de estas “escuchas” produjeron rápidos dividendos en el plano militar: una conversación entre los generales alemanes Thoma y Crüwell aportó datos invaluables sobre los sitios de lanzamiento de la bomba voladora V-1 y el misil balístico V-2, permitiendo una defensa más eficaz de las ciudades británicas.
Pero el resto de las conversaciones recolectadas, en apariencia más banal, se convirtieron en un enorme acervo de información para entender la mente del soldado y la naturaleza de la violencia en el contexto de una guerra total.
La existencia de estos “protocolos de vigilancia” encargados por la unidad de División de Inteligencia Humana del Ministerio de Guerra del Reino Unido no era exactamente un secreto, pero pocos tenían una idea exacta de su inmenso alcance ni del contenido de la conversaciones registradas por la inteligencia británica. Los documentos estuvieron, de hecho, clasificados hasta el año 1996 (ni siquiera se permitió acceso a éstos a los fiscales en Núremberg) y fueron encontrados casualmente por el historiador alemán Sönke Neitzel, actualmente director de Historia Internacional en la London School of Economics (Reino Unido), en 2001.
Neitzel se adentró en las cerca de 48.000 páginas de los 17.000 protocolos preparados por los británicos entre septiembre de 1939 y octubre de 1945 (los estadounidenses harían lo propio a partir de su ingreso en la guerra en 1941 y principalmente en sus instalaciones de Fort Hunt), los cuales contenían transcripciones palabra por palabra de numerosas conversaciones entre soldados, marinos y aviadores sobre la conducta de la guerra, sobre su visión del mundo, sobre la vida y la muerte y también sobre los numerosos crímenes cometidos por las tropas alemanas durante el conflicto.
Publicó sus primeros hallazgos en 2003, pero no fue sino hasta 2011 cuando logró procesar esta enorme cantidad de información y extraer las primeras conclusiones, con la ayuda del psicólogo social Harald Welzer, profesor en las universidades de Flensburg (Alemania) y Sankt Gallen (Suiza).
“Soldaten: Protokolle vom Kämpfen, Töten und Sterben“ (Soldados del Tercer Reich: testimonios de lucha, muerte y crimen), de Neitzel y Welzer, es el resultado de estas investigaciones y arroja una luz nueva sobre la naturaleza real de la violencia en tiempos de guerra y la composición de la mente del soldado alemán.
La violencia como deporte
“Lanzar bombas se ha convertido en una pasión para mí. Uno siente el apetito, es un sentimiento encantador. Es tan encantador como derribar un avión”, expresa un teniente de la Luftwaffe, la fuerza aérea alemana, el 17 de julio de 1940 durante su cautiverio en el campo de prisioneros de Trent Park, al norte de Londres.
En un diálogo entre el observador aéreo Pohl y el piloto Meyer, se ahonda en este tipo de experiencias:
P: En el segundo día de la campaña polaca [en 1939] tuve que lanzar bombas en una estación de ferrocarril en Posen. 8 de las 16 bombas cayeron en el pueblo, entre las casas, y eso no me gustó. Al tercer día, no podía importarme menos, y en el cuarto día ya lo estaba disfrutando. Era nuestra diversión antes del desayuno perseguir a los soldados enemigos en los campos y dispararles con las ametralladoras hasta que quedaban tendidos con agujeros en la espalda.
M: ¿Pero eso siempre contra soldados?
P: Contra civiles también.
M: ¿Cómo reacciona la gente cuando les disparan desde un avión?
P: Se vuelven locos. La mayoría se tira al suelo con las manos en alto. Era realmente bestial. Todos recibían balas en las espaldas mientras corrían en zig zag en todas direcciones como locos. Cuando les llegaban las balas incendiarias en las espaldas, bang, entonces quedaban tendidos en el suelo.
M: Uno se embrutece terriblemente realizando estas tareas.
P: Sí, ya te dije que el primer día me pareció terrible, pero me dije a mí mismo: “órdenes son órdenes”.
Testimonios como el de Pohl, extasiado con la idea matar gente en formas nuevas y viendo a la violencia como un deporte, se suman al de los soldados que pelearon en el frente oriental, en el norte de África y en el Atlántico recolectados en el libro. Lejos de ser una excepción, parecen ser la norma entre los “protocolos de vigilancia” británicos.
De acuerdo a Neitzel y Welzer, este fenómeno puede ser mejor entendido dentro del concepto de “violencia autotélica” acuñado por el sociológo alemán Jan Philipp Reemtsa: aquella violencia cometida por sí misma y sin un propósito ulterior.
Se trata de un tipo de violencia física que está divorciada de cualquier finalidad instrumental posible asociada al asesinato, como podrían tener el combate, el crimen o el genocidio, y que por tanto socava nuestras instituciones, especialmente el monopolio de la fuerza ejercido por el estado, señalan los autores.
“Tener fe en la edad moderna es algo impensado sin el monopolio estatal de la fuerza”, dice, por su cuenta, Reemtsa.
Tal fe es la base de la condena moderna a la violencia, indican Nietzel y Welder, ya que confiamos en la protección del estado de derecho y podemos, entonces, considerar a la violencia como una excepción.
Pero para aquellos que no asumen tener ninguna protección, tal y como ocurre en le guerra, la convivencia con la violencia produce un acostumbramiento a sus manifestaciones.
Este acostumbramiento también puede darse sin la necesidad de una celebración, y numerosos testimonios dan cuenta de matanzas y atrocidades que ciertamente no llenan de orgullo a los interlocutores, ante las cuales, sin embargo, terminan lanzando, mezcla de latiguillo y palabra mágica, la sentencia “órdenes son órdenes”.
Imposible entonces no pensar en el gran trabajo de la filósofa Hannah Arendt, “Eichmann en Jeursalén: Un estudio sobre la banalidad del mal”, publicado en 1963 tras presenciar el juicio en Israel al criminal de guerra Adolf Eichmann, miembro de las Schutzstaffel (SS) y uno de los mayores responsables del Holocausto.
“Eichmann carecía de motivos, salvo aquellos demostrados por su extraordinaria diligencia en orden a su personal progreso. Y, en sí misma, tal diligencia no era criminal; Eichmann hubiera sido absolutamente incapaz de asesinar a su superior para heredar su cargo. Para expresarlo en palabras llanas, podemos decir que Eichmann, sencillamente, no supo jamás lo que se hacía”, explica Arendt en los capítulos finales de la obra.
“Únicamente la pura y simple irreflexión —que en modo alguno podemos equiparar a la estupidez— fue lo que le predispuso a convertirse en el mayor criminal de su tiempo. Y si bien esto merece ser clasificado como ‘banalidad’, e incluso puede parecer cómico, y ni siquiera con la mejor voluntad cabe atribuir a Eichmann diabólica profundidad, también es cierto que tampoco podemos decir que sea algo normal o común”, agrega.
El Holocausto como marco de referencia
La inmensa mayoría de las ejecuciones y masacres en torno al Holocausto fueron perpetradas por unidades de las SS, fuerzas policiales y militares fanáticas del Partido Nacional Socialista (nazi) a cuyo líder, Heinrich Himmler, le fue encargado llevar adelante la “Solución final”. Pero eso no quiere decir que la Wehrmacht, las fuerzas armadas convencionales, no tuvieran un rol en la matanza (a la cual eran a menudo invitados a participar por las SS, como si de un juego se tratara) y ciertamente no implica que los millones de soldados alemanes movilizados durante la guerra no hayan sido cuanto menos testigos útiles de las atrocidades.
Tal es el caso de los submarinistas Helmut Hartelt (23 años) y Horst Minnieur (21 años), capturados por los británicos, que durante su cautiverio intercambiaron este deseperantemente cándido diálogo sobre una ejecución en masa de judíos que presenciaron en Vilna, Lituania.
M: Dejaron a los hombres sólo en sus camisas y a las mujeres en ropa interior y luego la Gestapo [policía secreta nazi] les disparó. Todos los judíos fueron ejecutados.
H: ¿En sus camisas?
M: Sí.
H: ¿Por qué?
M. Bueno, para que no se lleven nada a la tumba. Todas sus pertenencias eran recolectadas, limpiadas y remendadas.
H: ¿Las usaban, no?
M: Sí, por supuesto.
H: (Risas)
M: Créeme, si lo hubieras visto te hubiera dado escalofríos. Vimos una vez una de estas ejecuciones.
H: ¿Les dispararon con ametralladoras?
M: Con sub ametralladoras. Estuvimos ahí cuando le dispararon a una chica muy linda.
H: Qué lástima.
M: ¡A todos les dispararon sin piedad! Ella sabía que la iban a fusilar. Nosotros estábamos circulando en motocicletas y vimos una procesión de personas. Entonces ella nos llamó y nosotros frenamos para preguntarle hacia dónde iban. Nos dijo que los iban a fusilar a todos. Al principio pensamos que nos estaba haciendo una broma. Ella nos explicó como pudo hacia dónde era que los estaban llevando. Fuimos a ese lugar y resultó ser verdad: les dispararon a todos.
H: ¿Tenía ropa mientras caminaba?
M: Sí, estaba muy bien vestida. Ciertamente era una chica maravillosa.
H: Seguramente al que le tocó disparar contra ella erró el tiro.
M: Nadie podría haber hecho algo así. Nadie erra el tiro. Los hombres disparaban con sus ametralladoras de izquierda a derecha contra la gente.
H: ¿Y la conocías antes de eso?
M: Sí, la conocimos el día anterior. Limpiaba nuestras barracas. Y nos sorprendimos cuando hoy no apareció.
H: Me imagino que te habrás acostado con ella.
M: Sí, pero tenías que tener cuidado de que no te descubrieran. Era un escándalo que nos acostáramos con mujeres judías.
H: ¿Y ella que decía?
M: Me contó que venía de Landsberg y que estudiaba en la Universidad de Göttingen.
H: Una chica así seguro dejaba que cualquiera durmiera con ella.
H: Sí, no podías darte cuenta de que era judía. Era realmente encantadora. Fue mala suerte que tuviera que morir con los otros. Allí mataron a 75.000 judíos.
Este diálogo entre dos muchachos forzados a pelear en la flota de submarinos es uno de los más reveladores reproducidos por Neitzel y Welzer en su libro ya que, de acuerdo a los autores, da cuenta en forma precisa el “marco de referencia” en el que la muerte a escala de industrial de seres humanos, sea en combate o en masacrres, era interpretada.
“Las ejecuciones en masa abrían un campo para la violencia en el cual una variedad de actos estaban permitidos. Si las personas iban a ser erradicadas de una manera u otra, uno podía hacerles cosas imposibles o impermisibles antes de que murieran. (...) No ven nada cuestionable en una violación, no consideran al asesinato en masa como injusto, inmoral o negativo en ningún sentido”, señalan los autores.
Violencia sexual
En la inmensa mayoría de las transcripciones queda clara la omnipresencia de la violencia sexual durante la guerra, y la visión de las mujeres, por parte de los soldados, como medios para satisfacer sus deseos. Si hay numerosas instancias de reproche entre soldados por mostrar una brutalidad “excesiva”, prácticamente no existen condenas a la violación espontánea de mujeres en el contexto de la guerra.
Ante el comentario de un soldado sobre la “desgraciada” conducta de un colega que puso su pistola en la cabeza de una mujer italiana para forzarla a tener relaciones sexuales, por ejemplo, su interlocutor apenas responde: “Sí, así son los soldados”.
Sobre Adolf Hitler y la autopercepción
Las conversaciones grabadas perfilan a un soldado alemán mayormente desinteresado en la política, en el nazismo y en Hitler. Sin embargo, el antisemitismo se repite mucho, especialmente en lo referido al judío como chivo expiatorio de los problemas del país, y ese parece ser el principal vínculo con el dictador Adolf Hitler. Y al igual que en el caso de la violencia sexual, abundan comentarios en los protocolos en contra de la brutalidad empleada para erradicar a los judíos, no así de la campaña misma para realizar esta atrocidad.
Así lo expresan el oficial de artillería Hölscher y el soldado conscripto Von Bastian en un diálogo sobre la difícil situación militar de Alemania.
H: Es muy extraño que siempre estén en contra nuestro.
V: Sí, es muy, muy extraño.
H: Como dice Adolf [Hitler], posiblemente sea todo por causa de los judíos.
V: Tanto Estados Unidos como Inglaterra están bajo la influencia de los judíos.
H: Ahora Adolf ataca mucho más a los estadounidenses que a los ingleses. Estados Unidos es el archienemigo.
V: Las altas finanzas Estados Unidos son las finanzas de los judíos.
En otra transcripción, un prisionero de guerra se muestra perplejo ante el hecho de que los alemanes sean considerados “cerdos” cuando la nación ha dado tantos músicos y poetas incomparables: “Mira a nuestros grandes hombres, Wagner, Liszt, Goethe, Schiller!”.
La respuesta de su interlocutor resulta igual de insólita: “¿Sabes por qué sucede eso? Porque los alemanes son demasiado humanitarios y entonces se aprovechan de nuestra humanidad y abusan de nosotros”.
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