Cuando se habla de la Primera Guerra Mundial raramente se mencionan los teatros de operaciones fuera de Francia, Bélgica y quizás algo de Polonia. Aún dentro del viejo continente, pero lejos de esos países, es difícil encontrar referencias culturales (por fuera de aquellos que lo sufrieron) incluso al frente al rumano, el italiano y el balcánico, que están opacados por las operaciones en el oeste, desde dónde provienen la mayoría de las imágenes que asociamos con el conflicto: las trincheras profundas, los biplanos en cielo, las armas químicas, y soldados alemanes, franceses e ingleses (y finalmente estadounidenses) peleando en el barro.
Aún más difícil es que se hable de los frentes fuera de Europa, a pesar de que también se combatió intensamente en Medio Oriente, en el Pacífico, en el Atlántico y en África.
Este último continente, atravesado por los intereses de numerosos imperios coloniales y caracterizado por las grandes distancias, es quizás el menos visitado al momento de hablar de la Gran Guerra, pero allí también un puñado de alemanes, belgas, franceses y británicos, entre otros colonos, y decenas de miles de soldados locales -los “askaris” a las órdenes de los primeros- libraron batallas, montaron operaciones, marcharon, vivieron y murieron a la par de los acontecimientos en Europa.
Entre todas estas historias sin duda la más sorprendente es la que protagonizaron las tropas del general alemán Paul von Lettow-Vorbeck, también conocido como el “León de África” (parte de esa larga tradición de romantizar las acciones de los altos mandos, desde “Lawrence de Arabia” al “Zorro del Desierto” que asoló el norte de África en la siguiente gran guerra) en el África Oriental Alemana en su lucha contra las fuerzas de la Triple Entente, a las que hostigaron constantemente durante más de cuatro años sin ser nunca derrotados en combate.
El historiador argentino Ignacio F. Bracht acaba de publicar una sucinta y profusamente ilustrada crónica de los años en los que von Lettow-Vorbeck y las Schutztruppe (Fuerzas de protección) a su cargo se adentraron en la sabana, en la selva y las montañas para operar como fantasmas, emergiendo sólo para emboscar, atacar líneas de suministros y volver a desaparecer en lo que es comúnmente conocida como una de las operaciones guerrilleras más exitosas de la historia.
“No nos equivocamos si sostenemos que si el personaje que hoy nos ocupa hubiera sido inglés, norteamericano, francés o belga, los grandes productores cinematográficos se habrían ocupado de su biografía aventurera, de sus logros militares y de su personalidad”, explica Bracht, licenciado en Historia, docente y miembro de la Academia Argentina de la Historia, al inicio de su libro “El León de África. La epopeya africana de von Lettow-Vorbeck (1914-1918)”.
La palabra aventura ha estado siempre vinculada a la figura de von Lettow, y a primera vista parece casi confeccionada a la medida de su epopeya: el general reunió al puñado de tropas que le quedaban en una lejana colonia de Alemania en África y evitó por cuatro años ser capturado por británicos, belgas y portugueses; los atacó con éxito siempre que pudo; se valió de la tripulación y los cañones de un crucero hundido el delta del río Rufiji, el SMS Königsberg, para seguir peleando; esperó, en vano, la llegada de provisiones a bordo del zeppelin LZ 104 que había partido de Alemania.
Von Lettow, nacido en Pomerania en 1870 -precisamente el año del inicio de la guerra francoprusiana que llevaría a la unificación alemana y la fundación del Imperio-, ingresó en el ejército a los 20 años y desde el principio se inclinó por destinos exóticos a los ojos europeos. Sus primeras experiencias bélicas, apunta Bracht, las tuvo en China durante la rebelión de los Bóxer en 1899, y fue asignado al África Sudoccidental Alemana en 1904.
En aquel viaje a su nuevo destino conoció en el barco a la escritora danesa Karen Blixen (que saltaría a la fama por su libro Memorias de África y la adaptación cinematográfica de 1985 con Meryl Streep y Robert Redford) y le regaló una foto suya con la siguiente inscripción, tan descriptiva de sí mismo y de su personalidad: “El paraíso en la tierra está en el lomo de los caballos, y la salud del cuerpo en el seno de una mujer”.
Al mismo tiempo, hablar de aventura para describir a un teatro de operaciones brutal, donde a los durísimos combates se sumaban las enfermedades y el exasperante porteo de provisiones, donde el grueso de los ejércitos estaban compuestos por askaris presionados para servir dentro del esquema del colonialismo europeo, presenta también sus problemas, más allá del hecho de que tanto von Lettow y sus hombres, así como los soldados a los que se enfrentaron, hicieron siempre alarde de una caballerosidad y civilidad completamente ausentes de los campos de batalla en Francia, en los Dolomitas o en Ucrania, por citar sólo tres carnicerías.
La buena actitud de von Lettow para con los askaris y las poblaciones nativas en el África Oriental Alemana, precisamente, ha sido citada como contraste -insuficiente- al genocidio contra los pueblos herero y namaqua perpetrado por tropas germanas entre 1904 y 1907 en el África del Sudoeste Alemana (actual Namibia), otra de las colonias que el Kaiserreich perdería al final de la guerra, luego de una revuelta. Un hecho aberrante del cual el “León” no participó, como señala Bracht en su obra publicada recientemente por Maizal Ediciones.
El Deutsches Kolonialreich (Imperio Colonial Alemán) tenía tres grandes colonias en África: la del Sudoeste (actual Namibia), la de Occidente (parte de los actuales Camerún, Togo, Gabón, Chad, Congo, Nigeria, República Central Africana y Ghana) y la Oriental (parte de los actuales Burundi, Kenia, Mozambique, Ruanda y Tanzania) donde operó von Lettow. Las dos primeras habían caído en manos de la Triple Entente temprano en la guerra, dejando a la del este cómo última posesión colonial germana.
“Desde el inicio de la guerra en 1914, la Colonia Oriental Alemana era la única que resistía los embates de todos los vecinos que la cercaban en una corona de hierro”, explica Bracht en un libro compuesto en base a una abundante bibliografía, en especial las memorias del general von Lettow, e ilustrado con fotografías y mapas de un campo de batalla nunca estático.
Durante los siguientes cuatro años von Lettow se valió de una fuerza compuesta por unos 3.000 alemanes y cerca de 11.000 askaris para enfrentarse con éxito a casi 300.000 tropas de la Triple Entente, rindiéndose sólo después de la abdicación del Kaiser Guillermo II, el colapso del Imperio y el armisticio.
“Había combatido en la sabana africana, cruzado caudalosos ríos, pantanos, lagos. Lo había hecho en bosques, selvas y montañas de Tanzania, Mozambique y Rodesia, donde muchos de sus hombres habían muerto, otros sufrido graves heridas, contrayendo enfermedades como la malaria, fiebre tifoidea y disentería, o la llamada ‘gripe española’ luego de la capitulación”, relata Bracht.
A von Lettow sólo le faltaba retornar a una Alemania derrotada, revuelta y en camino a ser republicana, tan distinta a la que había dejado y a punto de enrarecerse todavía más.
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