Estos hitos cambiaron el destino de la humanidad pero no quedaron registrados: son previos a la documentación de la historia. La primera vez que alguien usó ropa, por ejemplo, sucedió hace 107.000 años; la primera cirugía se realizó hace 7.000 años; el primer jabón se elaboró hace 4.500 años.
“Si se celebra a Colón por tropezarse con el continente americano, ¿qué deberíamos pensar de la persona que realmente lo descubrió 16.000 años antes?”, preguntó Cody Cassidy en Who Ate the First Oyster? (¿Quién comió la primera ostra?), el libro que dedicó a rastrear como un detective datos arqueológicos para contar 17 de esas historias de primera vez que no conocieron la escritura. Y con esos individuos como caso, describió detalles de la vida de los antepasados de la humanidad y cómo el genio y el azar le fueron dando forma.
“Prehistórico solo significa que sus nombres y sus historias no fueron documentadas, nada más. Sus vidas no fueron menos notables que aquellos que vivieron luego y, en al menos algunos pocos casos, aún más”, siguió el periodista especializado en ciencia. “Hasta ahora se había escrito poco sobre estos individuos antiguos, en parte porque había poco para decir. Los primeros arqueólogos encontraron huesos y herramientas, pero no lo suficiente como para hablar de la humanidad, la individualidad y los motivos de sus dueños. Pero en las últimas décadas la ciencia moderna ha iluminado nuestro pasado antiguo en detalles sorprendentes. Gracias a técnicas para recuperar y analizar el ADN, los huesos antiguos nos cuentan asombrosas historias nuevas”.
Para realizar su investigación, Cassidy entrevistó a expertos de los campos más diversos que le permitieron recrear los escenarios posibles de invenciones y hallazgos que reorientaron la evolución humana. Del origen del fuego a la primera cerveza, de la primera obra maestra al primer nombre, de la primera broma a la primera cabalgata, del primer caso de viruela al primer arco y flecha, Who Ate the First Oyster? presentó una versión ligera de la historia, la ciencia y la antropología, que humaniza a los probables creadores anónimos de lo que hoy es la identidad del sapiens.
De la arqueología a la ingeniería, algunas de sus reconstrucciones son llamativas: por ejemplo, que en la historia antigua había posiblemente un porcentaje mayor de genios que en la actualidad, o que hay elementos que identificaron a los homínidos universalmente, como la decoración del cuerpo, aunque distintos grupos lo hicieran de maneras diversas. Y si bien el fuego le parece capital a la hora de hablar de seres humanos (”Nuestra especie no controló al fuego: al fuego se le debe nuestra especie”, escribió), hubo una creación previa, que él llamó “la invención de las invenciones”, que considera la más básica.
“El fuego no solo hizo la vida más fácil: nos forjó, principalmente y más drásticamente, mediante la cocina”, reconoció. Pero eso sucedió hace 1,9 millones de años atrás y acaso no hubiera pasado sin la creación, 3 millones de años atrás, del portabebés, por una madre australopiteco. Por esas características el autor le dio el nombre de Ma.
Medía 1,20 y para pesar sus 30 kilos debía dedicar el día entero a buscar alimentos: antes del fuego, los antecesores de los humanos pasaban ocho horas masticando cosas para extraer calorías y nutrientes. Ma comía más carne que un chimpancé moderno, pero recogía restos más que matar. Complementaba sus comidas con raíces, tubérculos, nueces y frutas”, describió Cassidy. “Para ayudarse en el trabajo de recoger restos de osamentas, Ma afilaba piedras para cortar los huesos y obtener la médula”.
Pero si bien era inteligente como para hacer eso, “para muchos de los grandes felinos de África ella seguía siendo el almuerzo”. Así durante el día caminaba en busca de alimentos, pero a la noche debía esconderse en un árbol para evitar a los depredadores.
Hasta que al llegar la pubertad dejó de estar sola: dio a luz un cachorro que, a diferencia de los de otras especies, “no podía caminar, reptar ni soportar siquiera su propio peso corporal”. Y no pudo salir a recolectar tranquila, dejando al cachorro en el árbol: si lo hacía, al regresar no quedaría nada de él.
“El portabebés no solo simplificó la carga de Ma. También eliminó el regulador evolutivo sobre hasta cuánto podían crecer nuestros cerebros. Al hacerlo, el portabebés alteró nuestra evolución”, propuso el texto. Poco después, continúa, “nuestros ancestros experimentaron una ola de rápido crecimiento del cerebro. Este crecimiento dramático, que causó que las madres dieran a luz a los niños aun antes de su desarrollo, hubiera sido imposible sin el portabebés”.
A continuación, dos invenciones desarrolladas en el libro: el jabón, de particular interés en el año del coronavirus, y las ruedas con eje.
El arma contra los microorganismos
“Hay bacterias en la almohada sobre la que dormimos a la noche y en la cuchara para el cereal que usamos por la mañana. Los biólogos estiman que, en un momento dado, en una sola mano humana se albergan 150 especies diferentes. La mayoría son inofensivas, algunas son beneficiosas, y otras son asesinas si logran encontrar un camino para atravesar la piel”, describió Cassidy. “En las ciudades densamente pobladas, donde estas bacterias peligrosas y las enfermedades se pasan de una persona a cientos con solo girar un picaporte, no es exagerado decir que el jabón no solo hace que las ciudades sean más salubres, sino que las hace posibles”.
Pero como los microorganismos no se ven, siempre ha sido difícil el marketing del jabón en sí mismo. Aun antes de que lavarse las manos durante 20 segundos fuera una de las principales formas de prevención del COVID-19 era imposible contar cuántas vidas ha salvado el jabón, “aunque hasta las estimaciones conservadoras llegan a cientos de millones”.
La persona que descubrió el jabón, reconstruyó Cassidy, era con toda probabilidad una mujer. “La llamaré Nini, por la diosa de la medicina de los sumerios, Ninsuna. Y la llamaré ‘ella’ porque quien descubrió el jabón probablemente trabajaba en la floreciente industria textil sumeria, que, según me dice la antropóloga Joy McCorriston, era una industria dominada por las mujeres”.
Nini nació hace unos 4.500 años en lo que hoy es el sur de Irak, en una ciudad sumeria que existió cerca de la actual provincia de Dhi Qa, Girsu, donde se halló la tablilla de arcilla más antigua que hace referencia a cómo se fabrica el jabón.
“Es probable que Nini haya crecido en las clases bajas, porque además de ser ama de casa tuvo un rol mucho más moderno”, siguió el autor. “Los mesopotámicos, entre sus muchos legados a la humanidad, inventaron el trabajo agotador en las fábricas textiles. Estas grandes industrias, dirigidas por el estado, dependían de la mano de obra esclava, deudores que no podían pagar y cuasi empleados para cortar, coser, teñir y producir textiles de lana, una exportación central para muchas ciudades de la Mesopotamia”.
La joven Nini habría sido una de esas almas que, según le dijo a Cassidy el experto en cultura asiria Benjamin Studevent-Hickman, llegaban a 10.000 en una sola fábrica textil de Ur y producían unas 400 toneladas de lana por año.
“El primer uso del jabón documentado está descripto en una tablilla cuneiforme hallada en Girsu”, agrega el libro. “Según el arqueólogo químico Martin Levy, la tablilla fue escrita hace 4.500 años y se ocupa del lavado y la tintura de lana. Para teñir la lana correctamente, un tejedor debe eliminar las grasas de la lanolina de los textiles, algo que se logra mucho más fácilmente con jabón”.
Es probable, sin embargo, que Nini no haya sido la primera persona que aprovechó la reacción llamada saponificación: según le dijo al autor Seth Rasmussen, profesor de química de la Universidad Estatal de Dakota del Norte, los ingredientes para la combinación de un elemento alcalino con grasa son muy comunes: las cenizas de madera quemada, por ejemplo. Muchos académicos creen que los primeros humanos usaban cenizas húmedas para limpiar las herramientas con que faenaban a los animales que comían. Pero hay razones para creer que nadie descubrió que el jabón se podía fabricar en sí mismo, y luego usarlo, por ejemplo, para lavarse las manos, hasta Nini.
El genio de la inventora consistió en observar, y comprender, que la lanolina o la grasa animal eran la razón por la cual la ceniza funcionaba tan bien como agente de limpieza; bastaba con agregar grasa a un cubo de agua con ceniza para obtener jabón líquido. “Puede parecer un paso pequeño, pero significó que Nini ya no necesitaba arreglárselas con la grasa de lo que fuera que estuviera lavando para ayudar a crear la reacción. Rn cambio, podía crear la mezcla ideal de grasa y elementos alcalinos y lavar cualquier cosa, especialmente, y de manera más crítica, las manos humanas”.
La primera receta de jabón que se conoció mezclaba en proporción de 1 a 6 aceite con potasa. “Empleando esta fórmula tosca para producir su agua cenicienta y grasosa, Nini habría creado el producto médico capaz de salvar más vidas que se haya desarrollado en la historia de la humanidad”, concluyó Cassidy.
Curiosamente, no hay datos de que los sumerios se hayan lavado las manos. “Durante cientos de años luego de esta invención no hay pruebas de que alguien haya usado el jabón para limpiarse el cuerpo. En cambio, se los empleaba en objetos como vajilla o telas con manchas de grasa. La primera prueba de que alguien usó el jabón para limpiar su piel proviene de una tablilla cuneiforme hallada en al capital hitita de Boghaz-Koi, escrita casi mil años luego de Nini”.
Un juguete con mucho futuro
Los rodillos estuvieron tan generalizados entre distintas civilizaciones antiguas para transportar objetos pesados que parece que nadie nunca hubiera notado que un objeto redondo reduce la fricción con el suelo. Pero como no eran supereficaces, muchos pensaron a partir de ellos sobre cómo mejorar las condiciones de rodado. “La solución —y el golpe de genio— fue el eje”, escribió Cassidy. Y a pesar de la antigüedad del rodillo, no parece que nadie, en ningún lado, hubiera descubierto la rueda con el eje hasta un alfarero ingenioso de hace aproximadamente 6.000 años”.
Curiosamente, el eje más antiguo que se descubrió no estaba en una carreta sino en un torno de alfarero en la Mesopotamia. “Pueden parecer máquinas simples, pero constituyen la primera prueba de que alguien en algún lugar reconoció que el centro de un disco que gira está estático y lo usó para su provecho mecánico”, explicó el autor. “Es una observación completamente ingeniosa y tan novedosa que no esta claro de dónde salió la idea —¿acaso de una cuenta que gira en un hilo?— ya que no tiene un corolario evidente en la naturaleza”.
Sin embargo del torno de un alfarero a un vehículo con ruedas hay un salto intelectual, que se dio en el continente americano, entre los aztecas. El primer conjunto completo de ruedas y eje que se conoce está hecho de arcilla y mide cinco centímetros y servía para mover figuras pequeñas de animales. “El primer vehículo con ruedas, en otras palabras, fue un juguete”.
Lo encontró en la tumba de un niño enterrado al sur de lo que hoy es la ciudad de México, el arqueólogo Désiré Charnay en julio de 1880: la pieza precolombina mostraba un pequeño coyote montado en cuatro rueditas. El juguete parecía el recuerdo de “una madre cariñosa que, hace siglos, lo enterró con su hijo amado”, según escribió Charnay en Ciudades antiguas del Nuevo Mundo.
Los arqueólogos a los que consultó Cassidy dudaron de la explicación de que un concepto tan trascendental se hubiera forjado originalmente para un objeto tan frívolo como un juguete. Los ingenieros, en cambio, lo encontraron de lo más lógico, y hubieran dudado de una interpretación que apuntara a una carretilla de 200 kilos como aparición original del eje con ruedas. “Las pequeñas versiones de los inventos —que modernamente se llaman modelos o prototipos— casi siempre preceden a las grandes”, los citó el autor. “Son mucho más fáciles de construir, demoran mucho menos tiempo y permiten que un inventor rápidamente descubra problemas potenciales y halle soluciones”.
Sin embargo, por brillante que haya sido la creación sucedió lo mismo que con el jabón: no causó una revolución inmediata. Pasaron cientos de años hasta que saltó a una escala mayor y permitió el funcionamiento de una carreta, hace 5.400 años. Pero entonces sí provocó revuelo: “Puede haber sido una de las primeras invenciones de la historia en volverse viral”, observó Cassidy. “Los arqueólogos han descubierto carros de tamaño real desde el sur de Irak hasta Alemania con una diferencia de pocos cientos de años entre sí, en un momento en que las barreras culturales eran particularmente impermeables”.
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