A 15 años de “la limpieza cultural más grande del siglo XXI”: la destrucción del cementerio medieval armenio de Julfa

Era el último vestigio arqueológico de una ciudad a la orilla del río Aras, un pueblo de comerciantes cosmopolitas a los que el sha Abás mudó por la fuerza en 1605. Su destrucción en 2005 fue parte del conficto entre Armenia y Azerbaiyán. El investigador Simon Maghakyan contó la historia a Infobae

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Desde la otra orilla del río Aras, que es Irán, el prelado de la iglesia armenia en 2005, Nshan Topouzian, registró imágenes que fueron comparadas con los actos de ISIS en Palmira.

Argam Ayvazyan quería aprender fotografía y pensó que una de las hermosas iglesias armenias de Najicheván eran un buen lugar para probarse. A las autoridades soviéticas —era 1965— , al contrario, les pareció una idea sediciosa: en la fraternidad sin divisiones nacionales del socialismo resistía, mudo pero robusto, el sentimiento de los azeríes del gobierno regional. Lo detuvieron para interrogarlo.

Ese azar inició lo que sería la obra de su vida: Ayvazyan documentó el pasado armenio en la zona que hoy pertenece a Azerbaiyán y se convirtió en historiador y filólogo. Los más de 10.000 negativos de su archivo son hoy el único testimonio de aquellos edificios y objetos que fueron destruidos.

Entre ellos, una reserva arqueológica única: el cementerio medieval de Julfa, en Najicheván, que hace 15 años recibió el tiro de gracia, luego de una campaña de destrucción deliberada desde al menos 1997.

“De las iglesias y las esculturas funerarias que sobrevivieron a terremotos y califas, a Tamerlán y a Stalin, solo quedan mis fotografías”, le dijo Avyazyan a Simon Maghakyan, quien denunció “la limpieza cultural más grande del siglo XXI” para aniquilar los rastros de un pueblo: la transformación de Julfa, que contenía enormes tallas del siglo XIV, en tierra lisa.

Simon Maghakyan, investigador y activista de derechos humanos, contó a Infobae los detalles de la destrucción total del cementerio armenio de Julfa hace 15 años.

Maghakyan, hijo de inmigrantes armenios en los Estados Unidos, tenía 19 años cuando topó con el video que mostró la operación final, el 15 de diciembre de 2005: varios hombres, presuntamente soldados azeríes, pulverizaban a mazazos las esculturas, movían las piedras con vehículos, finalmente arrojaban los escombros al río. Había sido grabado desde la otra orilla de Aras, que es Irán, por el prelado de la iglesia armenia allí, Nshan Topouzian.

Desde niño había escuchado a su padre hablarle de la riqueza histórica de la zona. Luego vería los registros satelitales de la Asociación Estadounidense para el Avance de la Ciencia (AAAS), que comparó fotos de 2003, en las cuales el paisaje lucía puntuado por pequeñas estructuras, con otras de 2009, que no mostraban ya nada. “La zona del cementerio fue probablemente destruida y posteriormente nivelada por el equipo pesado para el transporte de tierra”, concluyó la organización de científicos.

Julfa es una suerte de ventana a los monumentos armenios dentro de Najicheván —explicó el investigador y activista de derechos humanos—. Nadie sabía qué pasaba porque no se permiten las visitas de personas ajenas. Ningún armenio, de ninguna clase, no importa si es quinta generación de argentino-armenio, puede entrar: no se permite el ingreso de armenios a Najicheván.

Esto era igual en los tiempos de la Unión Soviética, siguió: por eso su padre se sintió como un Ethan Hunt cuando pudo llegar allí.

El 15 de diciembre de 2005 varios hombres, presuntamente soldados azeríes, redujeron a escombros las esculturas funerarias que quedaban en el cementerio de Julfa y arrojaron los escombros al río Aras.
El 15 de diciembre de 2005 varios hombres, presuntamente soldados azeríes, redujeron a escombros las esculturas funerarias que quedaban en el cementerio de Julfa y arrojaron los escombros al río Aras.

—En los ’70s, o quizá los ‘80s, unos amigos azeríes lo ayudaron. Lamentablemente, como era una zona militar, no le permitieron sacar fotos. Pero crecí con sus relatos: mi propio padre visitó uno de los lugares más sagrados de mi cultura, que la mayoría de los armenios no habían tenido la oportunidad de ver.

Cuando vio el video que Topouzian grabó cinco años antes de su muerte, Maghakyan estaba ya “al tanto de fases anteriores del intento de destrucción del gobierno de Azerbaiyán, que se habían detenido por la indignación internacional”. Pero las imágenes de 2005 lucían diferentes. “Estaba claro que era algo definitivo. Por entonces Azerbaiyán había comenzado a enviar petróleo a los mercados occidentales, así que estaba más envalentonado, pensó que podía salirse con la suya”.

Los medios internacionales, observó, no hablaban mucho al respecto. “Incluso la respuesta de Armenia fue muy apagada: un comunicado oficial”, recordó. “Y por supuesto, Azerbaiyán negaba que sucediera: en su versión nunca había existido nada, en primer lugar”.

Los armenios vivieron en Najicheván durante miles de años, y sufrieron invasiones subsecuentes de árabes, turcos, mongoles y persas, entre otros pueblos. En el área hubo unas 250 iglesias armenias, de las cuales 89 sobrevivían en 1991, tras el colapso de la Unión Soviética, y también 5.840 jachkares, como se llamaban aquellas esculturas funerarias. “Pero desde 1997 a 2006, todo fue destruido”, precisó el investigador y ex colaborador de Amnistía Internacional. “Fue una limpieza étnica en cámara lenta”.

Argam Ayvazyan documentó el pasado armenio en la región que hoy pertenece a Azerbaiyán: los más de 10.000 negativos de su archivo son hoy el único testimonio de aquellos edificios y objetos que fueron destruidos.
Argam Ayvazyan documentó el pasado armenio en la región que hoy pertenece a Azerbaiyán: los más de 10.000 negativos de su archivo son hoy el único testimonio de aquellos edificios y objetos que fueron destruidos.

Muchos azeríes no están de acuerdo con esa política de su gobierno, que comenzó el presidente Heydar Aliyev, padre del actual mandatario, Ilham Aliyev (y suegro de la actual vicepresidenta, Mehriban Aliyeva, tras una reforma constitucional en 2016). Entre ellos se destaca el escritor Akram Aylisli, quien fue el nombre más importante de las letras nacionales hasta que le quitaron premios, su pensión y finalmente su libertad: vive en Bakú bajo arresto domiciliario.

“Akram Aylisli fue testigo de algunos episodios de destrucción en 1997, y los denunció”, contó Maghakyan. Por eso sabemos cuándo comenzó la demolición en las partes más remotas de Najicheván”. El 10 junio de 1997 Aylisli le envió un telegrama al presidente Heydar Aliyev:

Hace poco me enteré de que en mi pueblo natal de Aylis se realiza una gran obra para erradicar las iglesias y los cementerios armenios. Este acto de vandalismo se perpetra con la participación de las fuerzas armadas y emplea minas anti-tanques. Le señalo mi más profunda preocupación por el hecho de que la comunidad mundial percibirá esta acción tan insensata como una manifestación de falta de respeto por los valores religiosos y morales, y expreso mi esperanza de que tome usted medidas urgentes para poner fin a esta depredación nefasta.

En Najicheván hubo unas 250 iglesias armenias, de las cuales 89 sobrevivían en 1991, tras el colapso de la Unión Soviética, y también 5.840 jachkares. Desde 1997 a finales de 2005, todo fue destruido.
En Najicheván hubo unas 250 iglesias armenias, de las cuales 89 sobrevivían en 1991, tras el colapso de la Unión Soviética, y también 5.840 jachkares. Desde 1997 a finales de 2005, todo fue destruido.

Aylisli incluyó el texto del telegrama en un libro en ruso, una edición personal de sólo 50 copias que circuló en 2011; al año siguiente, indignado por la celebración como héroe nacional de un militar que mató de un hachazo a un colega armenio durante un curso patrocinado por la OTAN, publicó Sueños de piedra, una novela en la que aludió a la violencia contra los armenios en Bakú en los meses previos al fin de la Unión Soviética.

Aliyev le quitó su título de “autor nacional”; sus obras fueron eliminadas de los planes de estudio de escuelas y universidades y se organizó una quema de sus libros. Hafiz Haciyev, un jocundo político oficialista, ofreció una recompensa a quien le cortara una oreja. En 2016 la policía lo detuvo en el aeropuerto cuando se disponía a viajar a un festival literario en Italia; lo acusaron de agresión a la autoridad y vandalismo, y quedó en arresto domiciliario a la espera de juicio.

Mejor suerte tuvo Stephen Sim, un investigador escocés que visitó Najicheván en agosto de 2003, “apenas tres meses antes de la destrucción de Julfa”, siguió Maghakyan: “Fue a fotografiar iglesias en Abrakunis [un distrito de Julfa], tenía una lista de las que existían en los ‘70s y los ‘80s, fotografiadas por Ayvazyan. No encontró nada. Y no estamos hablando de ruinas o escombros: no había nada, eran terrenos vacíos. Comenzó a fotografiarlos, y algunas personas del lugar lo agredieron, aunque otras le confirmaron “Sí, acá había una iglesia”. Los servicios de seguridad lo detuvieron dos veces”.

Akram Aylisli fue privado del título de “autor nacional”, sus obras fueron eliminadas de los planes de estudio de escuelas y universidades, se organizó una quema de sus libros y quedó en arresto domiciliario. (Azadliq Radiosu/RFE/RL)
Akram Aylisli fue privado del título de “autor nacional”, sus obras fueron eliminadas de los planes de estudio de escuelas y universidades, se organizó una quema de sus libros y quedó en arresto domiciliario. (Azadliq Radiosu/RFE/RL)

La segunda, que sucedió mientras viajaba en un taxi, lo llevaron a una estación de policía, donde registraron todos los objetos de su bolsa mientras le preguntaban si tenía un mapa topográfico. Le preguntaron por sus ingresos, quién había patrocinado su viaje a Najicheván, por qué sacaba fotos. Una imagen en particular, una talla en un a piedra que tenía una cruz, y que Sim dijo haber tomado en un jardín frente al mausoleo de Momine Khatun, aceleró su trámite: “Eso no es una cruz. Acá no hubo iglesias armenias”, le dijeron. “Los armenios nunca vivieron aquí, ¿de dónde saldrían las iglesias?”. Le anunciaron que habían concluido que “había viajado a Azerbaiyán con malas intenciones”, y le sugirieron que se marchara.

“El episodio de Julfa es sólo el último en una serie de controversias y tragedias que han empañado la relación entre las naciones modernas de Armenia y Azerbaiyán. Las tensiones entre ambas se han incrementado desde poco después de la caída de la Unión Soviética, cuando, al independizarse, presentaron reclamos contrapuestos sobre la región de Nagorno-Karabaj, que estaba bajo la autoridad azerí pero cuya población seguía siendo en gran parte armenia”, explicó el contexto Sarah Pickman, historiadora experta en la cuestión, coautora con Maghakyan de la denuncia más detallada sobre la destrucción del cementerio.

Por eso se teme que algo similar pueda suceder “en las áreas que Azerbaiyán ganó en la reciente guerra con Armenia, en Nagorno Karabaj, o Artsaj, donde está Dadivank”, señaló Maghakyan. Se trata de un conjunto de edificios de los siglos IX a XIII, ubicado en una zona montañosa boscosa, a 1.100 metros de altura.

La destrucción de Julfa es parte del conflicto entre Armenia y Azerbaiyán, que se reeditó de distintas formas, incluida la guerra, después de la caída de la Unión Soviética.
La destrucción de Julfa es parte del conflicto entre Armenia y Azerbaiyán, que se reeditó de distintas formas, incluida la guerra, después de la caída de la Unión Soviética.

Georgianos, armenios y azeríes son las etnias que conviven en el Cáucaso, detalló el investigador; “muchos dirían que los georgianos y los armenios somos unos exhibicionistas culturales, por los monumentos que creamos en valles y montañas”. Los azeríes, con una historia diferente, “han intentado equipararse, y una manera es destruir los monumentos o reducir su importancia”. Eso es herencia de las prácticas de la Unión Soviética, que lo aplicó a todos los credos y etnias. La otra manera de hacerlo es “una forma de revisionismo”: en la década de 1960 un historiador, Ziya Bunyadov, formuló la hipótesis de una etnia que precedió a los armenios, los aghbanos o los pueblos de la Albania Caucásica, que también eran cristianos.

“En cualquier caso, eso no impidió la destrucción de los monumentos”, observó Maghakyan. “Supongamos que ahora argumentan que Dadivank y otras catedrales no son armenias, que son de la Albania Caucásica: parte de mí dice que las llamen como quieran, si así es como las van a preservar. Será difícil de hacer, porque hay cientos de inscripciones armenias allí que tendrían que limar para que funcionara el revisionismo. Pero lamentablemente es una táctica de corto plazo”.

La de largo plazo es el destino de Julfa.

Las imágenes del 15 de diciembre de 2015 muestran una operación militar de destrucción de jachkares, eliminación de escombros y nivelación del terreno.
Las imágenes del 15 de diciembre de 2015 muestran una operación militar de destrucción de jachkares, eliminación de escombros y nivelación del terreno.

“La aniquilación del pasado armenio en Najicheván es peor que lo que hizo el Estado Islámico [en Palmira], pero Unesco y la mayoría de Occidente han mirado hacia otro lado”, opinó Ayvazyan. En 1998, cuando se conocieron las primeras denuncias, Unesco solicitó el cese de la destrucción de las piezas arqueológicas; en 2000 pidió también que se las preservara.

Sin embargo, el 15 de diciembre de 2005 el cementerio terminó de ser borrado del mapa.

En 2009, luego de retirarse como director general de Unesco, Koichiro Matsuura asumió como administrador del Centro Internacional para el Multiculturalismo de Bakú, y en 2020 recibió una medalla durante las conmemoraciones del centenario del servicio diplomático de Azerbaiyán.

Una nota del Proyecto de Investigación de la Corrupción y el Crimen Organizado (OCCRP, un grupo de periodistas de Europa oriental, el Cáucaso y América Central), reveló que entre 2012 y 2014 varias empresas vinculadas al gobierno de Azerbaiyán pagaron USD 468.000 a Kalin Mitrev, esposo de la directora general de la Unesco en aquel momento, Irina Bokova, por servicios de consultoría; en 2013 Unesco recibió una donación de USD 5 millones del gobierno azerí y organizó una muestra de fotografía, “Azerbaiyán, tierra de tolerancia”, en su sede de París; en 2019 la reunión anual del Comité sobre Patrimonio Mundial de la organización se realizó en Bakú.

—¿Qué era Julfa?

Uno de los testimonios del archivo de Argam Atvazyam, que contiene más de 10.000 fotos de la cultura armenia en la zona tomadas entre 1965 y la caída de la URSS.
Uno de los testimonios del archivo de Argam Atvazyam, que contiene más de 10.000 fotos de la cultura armenia en la zona tomadas entre 1965 y la caída de la URSS.

—El último sitio arqueológico que quedaba de una civilización medieval, una ciudad armenia a la orilla del río Aras —resumió Maghakyan—. Armenia fue conquistada por una cantidad de otras naciones, pero a lo largo de todo esto, y hasta 1605, Julfa sobrevivió, en parte porque era un núcleo internacional de comerciantes, una especie de eBay de la era medieval. Llegaban tan lejos como India y China, en el este, y hasta Italia en el oeste: en Venecia hay una calle, Ruga Giuffa, nombrada por ellos.

A finales del siglo XIV el sha Abás el Grande los obligó a trasladarse a Io que sería la nueva capital de la Persia safávida, Isfahán. Ahí pasaron de ser eBay a ser Amazon, porque contaron con el apoyo oficial.

Las iglesias y el cementerio de Julfa fueron los últimos vestigios arqueológicos. Había gente enterrada hasta el año 1605, y cientos de años antes, quizá mil en algunos casos, pero la mayoría de los monumentos funerarios que sobrevivieron fueron del siglo XVI.

Tenían tallas singulares: pasajes bíblicos, algunas criaturas mitológicas que no eran muy comunes en el legado cristiano armenio. Describían escenas de la vida cotidiana, representaban las profesiones de las personas que estaban enterradas allí: artesanos, soldados, trabajadores agrícolas, etcétera. Eran algo único. No sólo era el cementerio medieval armenio más grande del mundo, sino el cementerio medieval de esculturas conmemorativas con tallas cristianas y también seculares. Como los comerciantes viajaban por todas partes, eran muy cosmopolitas: en los jachkares se veía influencia islámica, budista.

Julfa era último sitio arqueológico que quedaba de una ciudad medieval armenia a la orilla del río Aras.
Julfa era último sitio arqueológico que quedaba de una ciudad medieval armenia a la orilla del río Aras.

—¿Quedó algo?

—Visité Irán en noviembre de 2013 para ver Julfa, y no había nada: era una pradera desolada. Nadie se hubiera imagino que allí hubieran existido alguna vez estos hermosos monumentos culturales. Lo único que llama la atención es que toda la zona es muy rocosa, pero el lugar donde estaba el cementerio es chato.

—¿Se preservaron algunos de los objetos en otros lugares?

—Por fortuna, antes y durante la era soviética se retiraron una docena de jachkares y se las llevaron a museos: hay uno, por ejemplo, en el Hermitage, en San Petersburgo, en Rusia; hay varios en el museo etnográfico de Tiflis, en Georgia; y algunos están en exposición al aire libre en la santa sede de la iglesia armenia en Echmiadzin. También se prestan para muestras: vi uno de los jachkares sobrevivientes el año pasado en el Museo Metropolitano de Nueva York, en la exhibición sobre Armenia. Hay también réplicas de jachkares, hechas en base a fotografías.

Maghakyan es responsable de una: convenció a las autoridades de Denver, Colorado, donde vive, de crearla e instalarla en la legislatura del estado.

Lo considera, también, un mensaje “para quienes destruyen la cultura con la idea de borrar la historia”: puede fallar.

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