La luz al final del túnel oscuro, una imagen cliché asociada siempre con la muerte, con los momentos finales. Los partidarios de mantener el mito de esa imagen premonitoria dicen que, si la vez, lo mejor es no acercarse a ella, huirle a luz porque no se sabe que hay después. Pero para los marinos peruanos atrapados en el submarino Pacocha, esa luz en medio de su oscuro encierro fue el impulso para aventurarse a una épica por su supervivencia.
Franz Gómez Collazos era el buzo más experimentado en el grupo de 22 hombres que quedaron atrapados en lo profundo del mar dentro de una bestia de acero de 93,75 metros de largo por 8,33 metros de ancho. Acababa de ser designado para liderar el primer grupo que buscaría llegar nadando a pulmón limpio hasta a la superficie.
Fue él, junto con sus compañeros Luis Monzón y Alberto Reyes quienes abrieron la escotilla que dejó entrar la luz, una luz que llegó como un mensaje divino de esperanza. Era alrededor de las 9 de la mañana del sábado 27 de agosto de 1988.
Para ese momento ya habían pasado 15 horas desde el impacto que hundió el submarino Pacocha, el 26 de agosto de 1988 cerca de las 6:50 de la tarde. La tragedia ocurrió, como suelen hacerlo las tragedias, sin previo aviso y por un aparente accidente.
El Pacocha estaba haciendo una jornada rutinaria de entrenamiento y ya estaba a punto de volver al puerto del Callao en la costa central del Perú cuando de repente fue impactado por un barco atunero japonés, el Kiowa Maru, que venía entrando a la terminal sin percatarse de la presencia del submarino.
La colisión fue inevitable, la popa del Pacocha recibió toda la fuerza del choque que hizo una perforación en el casco de 13 metros por 15 centímetros, afectó dos compartimientos, perforó dos tanques laterales de combustible, produjo cortocircuitos e incendios al interior de la nave.
Dentro del submarino iban 52 hombres, que se convertirían en los protagonistas de una historia de supervivencia que ha llamado la atención de dos de las principales compañías de contenido audiovisual y de entretenimiento, Amazon Films y Netflix, cuyas intenciones apuntan a producir una película y una mini serie respectivamente basadas en la historia del Pacocha.
Un acto heroico y los primeros sobrevivientes
Tras el impacto y el inminente hundimiento del submarino, el capitán a bordo, Daniel Nieva Rodríguez, protagonizó el primer acto heroico de esta historia.
Buscando, “salvar al personal”, movió a la tripulación hacia la sala de torpedos y cerró la escotilla, quedándose él por fuera. En la maniobra la fuerza del agua contra la que luchaba para que no inundara todo el submarino le ganó la partida y lo empujó contra los tubos de metal matándolo en el acto. Su sacrificio les daría a los 22 hombres encerrados en la sala de torpedos, una oportunidad para pelear por sus vidas.
Pero antes de cerrar las compuertas del Pacocha, aproximadamente 25 tripulantes habían logrado salir del submarino, pues fueron expulsados tras la fuerte colisión con el atunero japonés.
Los restantes 22 bajaron con el submarino hasta las profundidades, el mando quedó a cargo del teniente primero Roger Cotrina Alvarado, quien era el encargado de la seguridad, y cuyo liderazgo y temple fue vital en las horas posteriores.
Casi 30 años después de esas horas eternas y tensionantes, Cotrina Alvarado recordó para Infobae cómo el sacrificio del capitán Nieva Rodríguez fue la clave para la supervivencia de quienes quedaron atrapados
“Él sabía que no sobreviviría a eso y eligió salvarnos la vida. Eso habló de la clase de líder que fue y nos dio el impulso para que lucháramos hasta el final. Si un capitán entrega su vida por ti, no puedes hacer otra cosa que seguir luchando”, dijo entonces el teniente.
Cotrina también había hecho ya un acto heroico, pues tuvo la oportunidad de lanzarse al mar cuando ocurrió el impacto, como hicieron los primeros sobrevivientes, él estaba en la superficie del submarino pero decidió entrar a liderar el rescate de los que quedaron atrapados.
Una vez en el cuarto de torpedos comenzaría la etapa más complicada: resistir, mantener la calma, y pensar con cabeza fría los movimientos que les salvarían la vida.
Lo primero que hicieron fue sellar las puertas con presión de aire, evitando así que ingresara agua y se mezclara con el ácido de las baterías, provocando una mezcla que los haría morir allí encerrados.
Pero no se veía nada, apenas luces tenues emitidas por las señales de emergencia que apenas dejaban distinguir los rostros de los compañeros. En esa situación los cálculos del teniente Cotrina eran vitales. Pidió información al personal, y determinó que estaban a 42 metros de profundidad, el submarino ya había tocado el lecho marino, por lo que no era probable que se hundiera más.
Luchar por la vida o esperar por la muerte
El plan de escape comenzó a trazarse entonces. El primer impulso fue esperar a ser rescatados, después de unas horas les notificaron que buzos estadounidenses llegarían con una cámara especial para ir retirándolos.
Pero las horas pasaban, el oxígeno empezaba a escasear y el encierro ha hacer mella en la psique de la tripulación.
Cerca de las doce de la noche llegaron los buzos y entablaron comunicación por clave morse, dándole golpes al casco del submarino. El mensaje era desalentador, no se podía hacer flotar el submarino y la ayuda necesaria para sacarlos de ahí se demoraría por lo menos tres días.
No quedaba otra opción, había que intentar el escape a puro pulmón, nadando hasta la superficie.
La decisión no era sencilla, el escape tenía muchos riesgos. La presión podía hacer explotar los pulmones, entrar aire en las venas y el cerebro, causar daños irreversibles o incluso la muerte. Pero no podían esperar los tres días, no había oxígeno y el agotamiento en el cuerpo se sentía con fuerza producto de la acumulación de anhídrido carbónico en el organismo.
Era morir ahí, encerrados bajo el agua, o morir luchando por sobrevivir. Los 22 hombres atrapados en el Pacocha optaron por la segunda opción. “Fue muy difícil abrir la escotilla. Recién después de varias patadas, logramos que se abra unos pocos milímetros, y entró una luz tremenda. Una luz que para mí era Dios. Así te lo digo”, contó a El Comercio de Perú el teniente primero Franz Gómez Collazos, quien marcó la pauta para que en pequeños grupos de tres a cinco personas a la vez, empezaran a recorrer el trayecto hasta la superficie.
Con el puño en alto empezó a ascender, no se veía más que la luz y en el recorrido a la superficie podría toparse con rocas u otro objeto, por lo que era mejor arriesgarse a romperse la mano y no la cabeza. En sus medias guardaba papeles que le habían entregado sus compañeros, eran mensajes para sus familias, aunque la luz había devuelto algo de esperanza al grupo, era poca.
Cuando logró alcanzar la superficie vio helicópteros y naves de la Marina peruana aguardaban por él y sus compañeros para llevarlos al Hospital Naval, donde iban siendo trasladados todos los que lograban sacar la cabeza del mar.
Junto con el teniente Gómez subió otra de las víctimas fatales de la tragedia, Alberto Reyes, en ese primer grupo de valientes que salió del submarino. Él sufrió una embolia por el tiempo que duró sumergido y murió después de dos años en coma.
“Mientras nos llevaban en una lancha hasta el puerto, Reyes me pidió que sea su padrino de matrimonio, y yo acepté. A los 15 minutos se quedó dormido y no despertó más”, le dijo al medio peruano.
Los 19 que quedaban dentro esperaban acostados en el suelo del submarino, tratando de moverse lo menos posible para no gastar más oxígeno del necesario. Comenzaron a organizarse en nuevos grupos para seguir subiendo.
El criterio para el orden lo acordaron entre todos: primero salían quienes tenían mayor chance de sobrevivir, pero los que tuvieran familia primaban sobre los solteros. Muchos no tenían sino el entrenamiento básico así que, en medio de la penumbra, el teniente Cotrina los instruía en la técnica para hacer la intentona de escapar a pulmón libre.
Eran las 5 de la tarde cuando logró salir el último grupo, solo cuatro no lograron alcanzar con vida la superficie, muriendo en el agua a causa de la presión.
Cuatro días después del rescate Carlos Grande Rengifo, el radio perador del submarino, murió de una embolia cerebral. En total, en la tragedia del Pacocha fallecieron 8 personas y la mayoría de los sobrevivientes sufrió secuelas relacionadas a enfermedades en los huesos, muchos siguen vivos más de 30 años después, aunque en principio los médicos no les daban más que una década de vida.
Esta historia es hoy un guion escrito para cine por el cineasta Coco Castillo, quien ha dirigido películas como “Peloteros” y “No es lo que parece”, él está trabajando de la mano de la productora Amazon Films grabar una película de ficción que se base en lo ocurrido en el Pacocha, sobre la épica de los marinos peruanos.
La película busca ser financiada por el Ministerio de Cultura peruano, y tiene el respaldo de la Marina de Guerra del Perú. En este momento concursa por un estímulo que ayude a su realización.
En paralelo, el guionista, dice que ha recibido contactos de Netflix, la gigante plataforma de contenido audiovisual en streaming, que según ha afirmado en medios locales estaría interesada en transformar su guion en una mini serie de seis episodios.
Para eso Castillo tendría que transformar su guion de un largometraje de 120 minutos a por lo menos una historia de 240 minutos, un reto que dice lo motiva a contar más en profundidad el drama de los marinos encerrados. Su historia, afirma, no estará centrada en la guerra, sino en el conflicto humano surgido de la condición extrema de estar encerrado sin certeza de que sobrevivirás.
Faltará aguardar aún para saber si esta historia increíble pueda ser vista en un formato cinematográfico o en unas serie, mientras, vale la pena recordar la valentía de estos hombres que lograron sobrevivir a una situación en la que la mayoría de humanos se habría entregado a la muerte; y conmemorar también a quienes entregaron su vida para darle a otros la oportunidad de pelear por la suya.
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