Hoy, hace medio siglo, el socialista Salvador Allende Gossens se imponía por muy escaso margen en las elecciones presidenciales de Chile, conmocionando a gran parte de América Latina. Con su triunfo ponía en discusión el paradigma castrista de que al poder, para realizar una revolución, solo se llegaba con las armas. El Chile de hace cincuenta años se encontraba inmerso en un Cono Sur, políticamente, muy distinto al de hoy. Los gobiernos de facto eran lo “común”. Desde octubre de 1968, gobernaba Perú un gobierno de facto encabezado por el general Juan “El Chino” Velazco Alvarado; Bolivia estaba en manos del general Alfredo Ovando Candia y en pocos meses más sería derrocado por el general Juan José Torres quien impondría una gestión respaldada por la “izquierda nacional” (al año siguiente sería echado por el general Hugo Banzer Suárez). En la Argentina, país con el que tiene 5.000 kilómetros de frontera común, gobernaba el ignoto general Roberto Marcelo Levingston y en Brasil, desde 1964, se encontraba instalado un régimen militar, en éste año liderado por el general Emílio Garrastazú Medici. Más allá de sus fronteras estaba Paraguay en cuyo Palacio “Mburuvicha Róga” (“Casa del líder”), sobre la avenida Mariscal López, vivía desde 1954 el presidente, general Alfredo Stroessner. La excepción era Uruguay, presidido constitucionalmente por Jorge Pacheco Areco.
A diferencia de hoy, en el planeta todavía regían las “zonas de influencia” que se habían acordado en la Conferencia de Yalta de 1945, al finalizar la Segunda Guerra Mundial, entre los Estados Unidos de América y la Unión Soviética, dando origen a “la guerra fría”. En Moscú se hablaba sin ambigüedades de la “soberanía limitada”. “Ningún país puede ser independiente de la realidad básica de nuestra época: la división del mundo en dos campos antagónicos, el socialista y el imperialista, y la feroz lucha de clases existente entre ellos. Y la circunstancia de que en esas condiciones un país esté de un lado o en el otro de las barricadas de clase determina de manera decisiva su suerte, incluyendo el destino de su soberanía”, expuso con toda crudeza a comienzos del año 1970 el general soviético Stepan Bochkarev en el Ministerio de Defensa de la URSS.
La excepción y la sorpresa en esta parte del mundo fue Cuba, desde 1959, una suerte de portaaviones soviético a 90 millas de Miami, EE.UU. En 1961 el gobierno de la Casa Blanca se vio inmerso en un proceso de recuperación de la isla del comunismo pero a última hora dejó a los invasores cubanos, entrenados por la Agencia Central de Inteligencia (CIA), en manos de Dios y Fidel Castro. En Colombia, Misael Pastrana Borrero y Rafael Caldera en Venezuela eran mandatarios electos democráticamente. En el México de este año asumiría también por elecciones la presidencia Luis Echeverría Álvarez. Desde 1969 el presidente de los Estados Unidos era el republicano Richard Nixon y China comunista todavía no era miembro de las Naciones Unidas. Para Nixon, según supo decirles a los cancilleres latinoamericanos durante una reunión en la Casa Blanca en 1969, la región era “un volcán político e histórico, lleno de fuerzas y tensiones dispares” y, no obstante, no estaba dispuesto a entregarla.
A pesar del compromiso de elegir el candidato presidencial antes del 31 de diciembre de 1969, el nuevo año comenzó sin definiciones dentro de la izquierda. El cuarto intento de Salvador Allende Gossens (61 años) por llegar al Palacio de La Moneda no estuvo exento de obstáculos. En el interior de lo que se denominaría la Unidad Popular se llevo a cabo una sorda lucha por alcanzar la candidatura presidencial. Además del Partido Socialista de Salvador Allende, cada fuerza tenía su propio aspirante. Desde el comunismo con Pablo Neruda; el MAPU con Jacques Chonchol; el Partido Radical con Alberto Baltra hasta la Acción Popular Independiente que presentó a Rafael Tarud. A pesar de que varios dirigentes veían en Allende a un dirigente político antiguo para enfrentar los desafíos del futuro –y con algunos inconvenientes físicos—éste hizo prevalecer su célebre “muñeca” y el 22 de enero de 1970, en la sede del Partido Radical, los principales dirigentes de la coalición lo proclamaron su candidato. Por fin había “humo blanco”. Tras el acto todos marcharon juntos a Plaza Bulnes donde se realizaba un acto comunista.
Al margen de los postulados que levantaba la Unidad Popular y la severa disciplina y paciencia que trasuntaba el comunismo, Allende convivía con serios problemas ideológicos dentro de su propio partido que debía esconder para no ahuyentar al electorado. Desde 1965, el Partido Socialista se había manifestado “marxista leninista”, razón por la cual no fue aceptado dentro de la Socialdemocracia Internacional. En 1967, durante el congreso realizado en Chillán, se reflejaría un extremismo mucho más claro: “La violencia revolucionaria es inevitable y legítima (…) Constituye la única vía que conduce a la toma del poder”. En cuanto al momento de ejercer las formas “pacíficas o legales el Partido Socialista las considera instrumentos limitados de acción, incorporados al proceso político que nos lleva a la lucha armada.” En esos postulados trabajaban, entre otros, los dirigentes Adonis Sepúlveda y Carlos Altamirano, quien llegaría a ser Secretario General del partido a partir de 1971 y uno de los principales arquitectos de su derrumbe.
Desde meses antes los contendientes del candidato de la Unidad Popular transitaban por el territorio con sus propuestas. Uno era el ex presidente Jorge Alessandri, representante de la derecha, y el otro Radomiro Tomic por la Democracia Cristiana. Ninguno era un candidato “testimonial” porque cualquiera podía imponerse, aunque durante un gran tramo de la campaña se vaticinaba la victoria, por escaso margen, de Alessandri. Debe tenerse presente que la constitución de 1925 no contemplaba la segunda vuelta para el caso de que uno de los candidatos no alcanzara la mitad más uno del electorado. En ese caso, el Congreso Nacional en pleno elegiría al Presidente dentro de los 50 días siguientes. El Congreso estaba compuesto 82 legisladores que integraban la Unidad Popular; 75 de la Democracia Cristiana y 43 legisladores de las agrupaciones de derecha.
En este sentido, es interesante sacar a la luz la Nota Secreta 155, del 4 de junio de 1970, en la que el senador Julio Durán, enrolado con Alessandri, relata al embajador argentino Javier Teodoro Gallac su conversación con el presidente Eduardo Frei Montalva. Según el Primer Mandatario “el señor Alessandri será el ganador porque el señor Tomic, candidato de su propio partido –la Democracia Cristiana—es un perturbado, un hombre vehemente, ilusionado en sus propias fantasías.” Para Durán “el único que tendría asegurada la elección dentro del Parlamento, aunque fuera por un solo voto sobre el segundo sería Allende, no así Alessandri ni Tomic, que requerirían una diferencia sustancial (al menos 200 mil votos) para que el Congreso votase al primero.”
Sin embargo, cuando se observó el repunte de Allende en esos días (tras el multitudinario acto en Santiago del día 1° de junio), Frei opinó que obedecía “a nuevos recursos que aportan a la campaña las entradas del Circo de Moscú, actualmente en esta Capital.” Está claro que constituía una fina ironía por cuanto todos los candidatos recibieron dinero desde el exterior. Bajo la premisa pronunciada por el embajador americano en Chile, Edward Korry, de que “un gobierno de Allende sería peor que un gobierno de Fidel Castro”, el gobierno de Nixon apoyó económicamente a Alessandri. No había lugar para los “distraídos”: los EEUU harían lo indecible para impedir el acceso de Allende a La Moneda, como dos años antes, con la complicidad de sus aliados, la Unión Soviética ocupó Checoslovaquia con 500 mil soldados y tanques para ahogar con sangre las tenues reformas de la Primavera de Praga. En este marco, en marzo de 1970, se creó en Washington el “Comité de los 40”, presidido por Henry Kissinger, en ese momento a cargo del Consejo Nacional de Seguridad, y representantes del Departamento de Estado, Defensa, Junta de Jefes de Estado Mayor y varias agencias de seguridad del Estado. El organismo analizó la situación chilena, aceptó actos de “sabotaje” y canalizó fondos, con desgano, especialmente hacia el Partido Nacional de Alessandri. Todo esto surge de la Comisión Church, una comisión parlamentaria creada años más tarde para revisar la conducta de la Casa Blanca en esos días.
Ante lo que estaba en juego la violencia se coló en la campaña electoral entre dos grupos bien definidos. El Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), con su padrinazgo castro-guevarista, alentaba la lucha callejera, toma de fundos, los desórdenes en los claustros universitarios (principalmente en Concepción, Santiago, Valparaíso y en la Austral) y rompía los actos de la derecha. En la intimidad, descreía de Allende pero no tenía otra opción. Es de resaltar, en el archivo de Patricio Aylwin, un memorándum en el que se analiza las actividades del MIR y su conducta de esos días. La derecha tenía a una organización nacida el 10 de septiembre de 1970 y era “Movimiento Cívico Patria y Libertad”, con conductas no menos violentas que sus oponentes.
A fines de junio todas las opciones estaban abiertas. Según el contenido de la larga nota Secreta N°194, de la embajada argentina en Santiago, “en el caso del que el ganador fuese Allende, aún por muy pocos votos, no habrá otra alternativa que reconocer su triunfo ante la amenaza de desborde popular, huelgas paralizantes del país y toda clase de reacciones violentas.” A pesar de todos estos augurios, la embajada descarta de plano una intervención militar “pues aún los mismos militares vacilan ante la perspectiva de un pronunciamiento, pues saben, honestamente, que no tienen –como en otros países—una preparación que les permita hacerse cargo del Gobierno.” La otra perspectiva que se analizaba en los reducidos salones diplomáticos es “la teoría del auto-golpe bajo el patrocinio de Eduardo Frei. Según los que razonan en este sentido, el Presidente no sólo permite sino que ocultamente alienta el desorden imperante, que crece en todos los sectores (…) el señor Frei provocaría su derrocamiento del poder, al que volvería por la vía electoral luego de un interinato militar”.
En agosto, bajo la atenta mirada de la prensa nacional e internacional, los partidos y sus candidatos empeñaron sus últimos esfuerzos en la recta final de la campaña electoral. Radomiro Tomic, el candidato oficial, formulaba sus postreros enunciados en el Teatro Caupolicán y denominaba a su programa “la revolución chilena, democrática y popular” y, después de semanas de haber intentado poner distancia con Eduardo Frei, para seducir a los votantes de izquierda, ahora remarcaba enfáticamente su amistad personal con el Presidente a través de más de cuarenta años.
Jorge Alessandri aparecía como la figura señera a la que acompaña un sólido prestigio de seriedad. De personalidad contrapuesta a la de Tomic, parecía querer transmitir el peso que le significa la carga de haber presentado su candidatura y, su eventual derivado, la de Presidente de la Nación. Sus intervenciones se centraron en destacar los improperios y denuestos de sus opositores y su intención de terminar con la politiquería y la demagogia. Su última intervención televisiva fue mala: apareció mal maquillado, con las manos temblorosas y en algunos momentos ausente.
Mientras, Salvador Allende, que en julio había escondido un ataque cardíaco del que se encargó el joven médico Oscar Soto, propugnaba una la línea discursiva que “forzosamente lo llevaba a caer en una serie de promesas de indudable impacto en el sector más necesitado de la sociedad, pero también - y esto lo favorece -menos preparado para el juicio (...) lo más probable es que esa población necesitada no se detenga a analizar las posibilidades que asisten a Allende, de dar cumplimiento a esa parte de su programa”, apunto un observador diplomático.
No faltaban tampoco, en los días finales de la contienda, campañas de presión sobre el electorado. El folleto “La secuencia fatal”, enviado por correo, hacía referencia a “una eventual intervención de países extranjeros en territorio chileno - entre ellos la Argentina y Brasil - en el caso de que el senador Salvador Allende, candidato de la izquierda acceda al poder”. Como veremos más adelante fue parte de un diseño falso y tuvo que encargarse el propio candidato de la Unidad Popular de desmentir tal documento, afirmando que “la Argentina era respetuosa de la integridad de Chile”. Como veremos, en pocas semanas más, la Argentina lo demostraría. Los cierre de campaña fueron multitudinarios: Alessandri el 30 de agosto, Allende el 1 de setiembre y Tomic el 2 y lanzaron a las calles multitudes como pocas veces había ocurrido en Chile, lo que probaba lo encarnizada que había sido la lucha electoral.
Los comicios tuvieron lugar el 4 de setiembre de 1970. La normalidad fue casi absoluta en todos los distritos electorales. A la noche los resultados consagraban a la Unidad Popular en el primer puesto con el 36,3 % del electorado. A escasa distancia lo seguía Alessandri (34,9 %) y con varios puntos de distancia se ubicó Tomic (27,8 %). Era lo previsto. Desde ese mismo momento la izquierda se propuso defender su victoria electoral, aunque todavía faltaba que el Congreso Pleno la consagrase. Para ser investido Presidente, Salvador Allende iba a necesitar el respaldo de la Democracia Cristiana. De todas formas la gama de especulaciones no dejaba de ser amplia.
En las horas posteriores al resultado, las comunicaciones entre la Embajada de la Argentina y el Palacio San Martín asumieron un ritmo febril. “Como resultado de las elecciones corren una serie de rumores en los que se reflejan preocupación y desasosiego en un gran sector de la opinión pública.” “También “se hace mención de la posibilidad de una fuerte presión sobre el Presidente Frei para que su partido vote por Alessandri en el Congreso, y que luego de ser electo el doctor Alessandri renunciaría y se produciría por consiguiente legalmente una nueva elección.”
Otro telegrama informaba que “personalidades, miembros del parlamento, empresarios agricultores, profesionales, etc.” establecieron consultas con la delegación diplomática para radicarse en la Argentina. El mismo lunes 7, el embajador argentino expresaba a su canciller que “el panorama de desasosiego se concreta no solamente en el deseo de emigrar sino también en presiones sobre el ofrecimiento de escriturar a nombre de la Embajada a título de donación valiosos bienes inmuebles”.
En Itamaraty (la cancillería de Brasil), los funcionarios consultados coincidieron en que “el triunfo de Allende se entiende como una segura fuente de perturbaciones para todos los países del Cono Sur... y no ocultan su esperanza en que se encuentre alguna solución antes del 24 de octubre” (fecha en que debía pronunciarse el Pleno del Parlamento chileno). El embajador Borges de Fonseca, Secretario General Adjunto para Asuntos Latinoamericanos “manifestó que el triunfo de la izquierda en Chile inauguraba una época “sumamente difícil para América” y propuso que “si se desea en alguna manera prever los futuros acontecimientos y coordinar efectivamente sus respectivas posiciones e intereses, el Brasil y la Argentina deberían incrementar sensiblemente los contactos mutuos”.
“No obstante ser éste el pensamiento de Itamaraty ante el problema, en todos los niveles se expresó una unánime condena a las declaraciones atribuidas al Departamento de Estado, cuando afirmara que “hasta el 24 de octubre, muchas cosas pueden ocurrir”. Se las calificaba no sólo como imprudentes y hasta negativas para sus propios intereses, sino también como “lesivas para Chile en la medida en que insinúan presiones ajenas a la soberana decisión de aquél país”. De todas formas, y a pesar de las conversaciones reservadas, Brasil guardaba un prudente silencio oficial.
El gobierno de Washington no opinaba lo mismo. Por ejemplo, Henry Kissinger sostenía “no veo por qué tenemos que sentarnos a esperar viendo cómo un país se vuelve comunista debido a la irresponsabilidad de su propio pueblo” y, en ese sentido, ensayaron todos los métodos posibles para impedirlo.
Tras los comicios, Allende intentó que el presidente Frei, a través de su voz, convocara a un clima de mesura. En una reunión secreta Frei le contestó: “No puedo hacerlo porque tú sabes que no soy marxista y, además, porque creo que pese a tus buenas intenciones las acciones de (tus) partidarios llevará a Chile antes de dos años a una dictadura totalitaria“.
Tras los resultados electorales la Unidad Popular se lanzó a asegurar el exiguo margen que la señalaba como la primera mayoría relativa, sobre Jorge Alessandri, teniendo a la Democracia Cristiana en posición de árbitro en el Congreso Pleno que el 24 de octubre, debía pronunciarse por una nominación, de acuerdo a lo establecido por la Carta Fundamental chilena. Desde el 4 de setiembre, Allende y toda persona o agrupación que lo respaldaba lo trata de “Presidente Electo”. En sus intervenciones, el candidato exhortaba al pueblo a defender su victoria indicándole cursos de acción ejecutivos en caso de que la misma sea desconocida.
Según el Informe Church, el 15 de septiembre el presidente Nixon informó al jefe de la CIA, Richard Helms, que un gobierno socialista no era aceptable para los Estados Unidos y le solicitó un rol activo para impedirlo de cualquier manera, “que no dejara piedra sin mover para obstruir la elección de Allende”. Ese mismo día Helms se entrevistó con el teniente general Alejandro Agustín Lanusse, jefe del Ejército Argentino, que se encontraba en una visita privada en Washington. Le pidió su intervención y, como toda respuesta, Lanusse le dijo: “Señor Helms, ustedes ya tienen su Vietnam; no me haga a mí tener el mío”.
Al día siguiente Helms y su equipo puso en marcha el Proyecto Fubelt (cinturón para Chile), mientras Kissinger mantenía un “off the record” sobre Chile con los principales editores de la prensa americana. El 17, anotó Helms, la CIA se lanzó a operar con las empresas multinacionales, los militares, la prensa y la dirigencia política de Chile.
En esos días, durante una dramática reunión, la Junta Nacional de la Democracia Cristiana convino que sus legisladores darían el voto a Salvador Allende en el Congreso Pleno del 24 de octubre, bajo la condición de que aceptase siete Estatutos de Garantías Democráticas que deberían incorporarse a la Constitución. Trataban sobre el papel de los medios de comunicación; los partidos políticos; las Fuerzas Armadas; el derecho de reunión y de libertad personal; el derecho a asociarse y agremiarse, y el derecho de peticionar y huelga. Durante esas jornadas, Benjamín Prado, el presidente de la Democracia Cristiana, expresó: “Negarle la posibilidad a Allende sería como decirle al 36 % del electorado, ustedes tienen derecho a participar en las elecciones, pero no pueden ganar”.
Como negando todo a lo que se había comprometido, Allende le diría meses más tarde al “filósofo revolucionario” (y hombre ligado a los servicios franceses) Regis Debray: “Yo no soy el presidente del Partido Socialista; yo soy el presidente de la Unidad Popular. Tampoco soy el presidente de todos los chilenos. No soy el hipócrita que lo dice, no. Yo no soy el presidente de todos los chilenos”. Años más tarde - 2 de agosto de 1973, a las 14.30 hs.- Patricio Aylwin, uno de los redactores de las “garantías”, le reconocería a la periodista Raquel Correa que “el gobierno ha demostrado el absoluto menosprecio por las normas constitucionales, por las normas legales, por las normas mínimas de convivencia democráticas. Se declara una cosa, se jura una cosa…y después en el hecho se hace la contraria” (archivo privado de Patricio Aylwin).
El 22 de octubre, a poco más de cuarenta días del ajustado triunfo de Allende, y a dos de su proclamación en el Congreso Pleno, un grupo armado intentó secuestrar, a la salida de su casa en el Barrio Golf, al comandante en jefe del Ejército, general René Schneider, quien hasta ese momento había rechazado todas las insinuaciones de desviar el orden institucional. El militar intentó resistirse, fue baleado y murió el 25 de octubre. Como responsable e inspirador de la muerte fue señalado el general Viaux Marambio.
Henry Kissinger relató en sus Memorias que Tom Karamenessis, jefe de Operaciones Secretas de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), informó en esas semanas que “no existe actualmente un clima de golpe”. El 15 de octubre, el citado jefe de la CIA informó que la “única posibilidad que quedaba era un plan de aficionados, organizado por un tal general Roberto Viaux Marambio para secuestrar al general Schneider y llevarlo a la Argentina. El plan es desesperado. Lo descarté. Nada sería peor que un golpe abortivo. Nixon estuvo de acuerdo”. Según la versión del ex Secretario de Estado, Viaux no quería o no podía ya frenar el plan en marcha. Kissinger volvió a anotar: “Entonces, el 22 de octubre, el grupo Viaux, al cual explícitamente se le había dicho que desistiera, por medio de la CIA, el 17 de octubre, prosiguió por su cuenta, desafiando a la CIA y sin nuestro conocimiento. Trataron de secuestrar al general Schneider y estropearon todo”. Nadie le creyó.
El 4 de noviembre de 1970, temprano a la mañana, el viejo Cadillac azul que habían usado varios presidentes de Chile, conocido como el DB 1, llegó a la residencia de Guardia Vieja, en la comuna de Providencia (después el Presidente se mudaría a la residencia de la calle Tomás Moro). Allí esperaba Salvador Allende, de traje azul, junto con sus familiares más cercanos, su perro “Canchola”, unos pocos colaboradores íntimos y los edecanes militares. El coche debía trasladarlo al Congreso donde iba prestar juramento. A diferencia de sus antecesores, Allende había descartado el tradicional frac. Tras jurar el nuevo Presidente de Chile salió caminando del Congreso hacia la Catedral donde debía realizarse el acostumbrado Tédeum. La multitud estaba eufórica y Santiago vivía una fiesta. Durante toda la tarde y por la noche el Patio de los Naranjos de La Moneda se vio colmado de gente que por primera vez entraba al símbolo del poder en Chile.