En 1796, cuando decidió no presentarse a un tercer mandato, para demostrar que la presidencia de una república no era un cargo vitalicio, George Washington escribió un “Discurso de despedida” que todos los años se lee en el Senado de los Estados Unidos y que hoy resuena con actualidad fantasmal:
“Permítanme advertirles de la manera más solemne contra los efectos nefastos del espíritu partidista en general”, escribió. Un espíritu que “desafortunadamente es inseparable de nuestra naturaleza, pues hunde su raíz en las pasiones más fuertes de la mente humana”. Y que si bien existe en todas las formas de gobierno, es “verdaderamente el peor enemigo” del sistema de voto.
Permítanme advertirles de la manera más solemne contra los efectos nefastos del espíritu partidista
En un aniversario de la independencia de ese país, de la cual Washington fue la más esencial de sus piezas claves, el canal History presenta en América Latina una miniserie sobre la vida del general independentista que une dramatización con testimonio de expertos y de personajes políticos como el ex presidente Bill Clinton y el ex secretario de Estado Colin Powell. Y ese mensaje final de advertencia contra las facciones parece tener, en un año de elecciones presidenciales marcado por la pandemia de COVID-19, la crisis económica que le ha seguido y —precisamente— el partidismo contra el que advertía Washington, una nueva vitalidad.
“Es muy relevante hoy, cuando es tan preocupante el sectarismo”, dijo en una entrevista con medios latinoamericanos la productora de Washington, la historiadora Doris Kearns Goodwin, en cuyo libro Team of Rivals se basó Steven Spielberg para filmar Lincoln. “Hoy el espíritu de partidismo es más fuerte que nunca desde el siglo XIX. Uno desearía que el país pudiera aprender más de ese texto. Porque la enorme mayoría siente que hay algo roto en un sistema donde existe tanta polarización. Por eso creo que el ‘Discurso de despedida’ nos habla directamente al presente”.
Con la voz de Jeff Daniels a cargo de la narración, la interpretación de Nicholas Rowe (The Crown, Young Sherlock Holmes) como Washington y la intervención de historiadores (Alan Taylor, Joseph Ellis, Ed Lengel, Annette Gordon-Reed y Lindsay Chervinsky, entre otros), la miniserie atrajo a 2,6 millones de espectadores en los Estados Unidos, donde se estrenó en febrero, durante el fin de semana del Día de los Presidentes. Eso la convirtió en la más vista, en el género de no ficción, de los últimos tres años.
El dominio alternado de un facción sobre la otra, agudizado por el espíritu de venganza propio del desacuerdo partidario, es en sí un despotismo aterrador
“El dominio alternado de un facción sobre la otra, agudizado por el espíritu de venganza propio del desacuerdo partidario, es en sí un despotismo aterrador”, dijo Washington en aquel texto. Pero es solo el preludio de cosas peores, ya que esos trastornos hacen que los individuos busquen seguridad “y más temprano que tarde el jefe de la facción predominante, más capaz o más afortunado que sus competidores, usa tal disposición a los fines de su elevación personal sobre las ruinas de la libertad pública”.
“Entonces lo correcto era no buscar el poder”
Washington comenzó su carrera como joven oficial del ejército británico en las colonias y fue un camino largo y difícil el que lo llevó a ganar batallas cruciales para la independencia (que la miniserie trata con los recursos audiovisuales de un blockbuster de Hollywood) y ser el primer presidente de los Estados Unidos. Por eso alertó sobre los peligros de la pérdida de una identidad común que se había mostrado muy difícil de construir: a él mismo sus tropas le propusieron un golpe que terminara con el Congreso y lo promulgara rey.
Para “un pueblo sabio” es necesario frenar el espíritu partidista, advirtió Washington. Roba tiempo a los funcionarios, debilita los gobiernos, “agita a la comunidad con celos infundados y falsas alarmas, enciende la animosidad de una parte contra otra y en ocasiones fomenta los disturbios y las insurrecciones”. Si eso fuera poco, “abre la puerta a la influencia extranjera y la corrupción”.
Washington no sólo desmanteló la conspiración que quiso coronarlo sino que, tras el Tratado de París que terminó la guerra revolucionaria y fijó los primeros límites territoriales de la nueva nación, entregó su renuncia como comandante en jefe y volvió a la finca de Mount Vernon, donde lo esperaban su esposa, Martha, y sus negocios. Luego de la Convención Constitucional de 1787 y la elección del Colegio Electoral, estuvo dos periodos en el poder, en los que vio “el desarrollo de facciones”, siguió Goodwin, “y obviamente esas divisiones sectarias condujeron a la Guerra de Secesión: el país se hizo jirones, murieron 600.000 personas”.
La miniserie (que se emite el viernes 3, el sábado 4 y el domingo 5 de julio, a las 21:35 en Chile y Venezuela, 22:35 en Argentina y México y 22:40 en Colombia) lo presenta como algo curioso para el paisaje contemporáneo: un líder reticente, alguien a quien le piden que sea presidente, no alguien que sale a hacer campaña para que lo voten; alguien que tiene mucho poder —como señaló Powell— pero no se mueve por eso, ni para retenerlo ni para acumular más.
“De alguna manera en aquellos días se consideraba que lo correcto era no buscar el poder”, explicó Goodwin. “No diría que él no era ambicioso, porque realmente quería lograr algo. Cuando Abraham Lincoln se presentó como candidato por primera vez tenía 23 años y dijo que su particular ambición en la vida era lograr algo valioso de manera que le otorgara la estima de sus conciudadanos: busca el poder para hacer algo con ese poder. Y lo que vemos en Washington es que desde joven tenía el apetito de procurar el éxito propio y gradualmente eso se transforma en otra cosa. Hoy, por el modo en que nuestro sistema está diseñado, tú tienes que salir al ruedo y decir que quieres ser presidente y mostrar ese deseo. Y ese deseo se puede mostrar más al desnudo, lo aceptamos de otra manera”.
Muchas veces Goodwin pensó en abordar la vida de Washington, pero en sus 50 años de biógrafa presidencial terminó eligiendo a otras figuras: Lincoln, Theodore Roosevelt, Franklin Roosevelt, John F. Kennedy y Lyndon B. Johnson. Publicó Leadership In Turbulent Times, el premiado Team of Rivals: The Political Genius of Abraham Lincoln; No Ordinary Time: Franklin and Eleanor Roosevelt, que obtuvo el Pulitzer y The Fitzgeralds and the Kennedys, entre otros libros. Pero tantos colegas habían escrito ya, y muy bien, sobre el mandatario primero que no se decidió. Por fin la producción de Washington le permitió no solo retratar al personaje, sino hacerlo en 18 meses gracias a la colaboración del equipo que participó en la miniserie.
Washington, el militar británico
En su juventud Washington fue oficial del Regimiento de Virginia, y por una derrota en la disputa entre los británicos y los franceses por los territorios del norte, en la Guerra Franco-India, todo el grupo resultó degradado; él rechazó pasar de teniente coronel a capitán y renunció. El primer episodio de los tres cuenta estos años de traspiés por un motivo: “La importancia del crecimiento de Washington como líder y la de esos años en nuestra historia es algo que mucha gente —incluyéndome— no había entendido en toda su dimensión”, explicó Goodwin.
“Él realmente quería ser un soldado británico, quería ser reconocido por su servicio al rey; en ese tiempo, antes de la revolución, sus ambiciones eran representar a Gran Bretaña en la Guerra Franco-India. Pero cometió muchos errores en esos años iniciales. Y, de algún modo, logró crecer. A la vez, y más importante aun, Inglaterra debió recuperarse de esas guerras: creó impuestos a los que la gente se comenzó a rebelar. Eso fue el acicate de la revolución”, agregó.
Una de las voces más sonoras de Washington, la de Clinton, destacó algo similar: “Él siempre entendió que tenía que tener un Plan B. Y creo que las derrotas tempranas, en la Guerra Franco-India, ayudaron”, atribuyó el ex mandatario.
“Creo que el gran aporte de Bill Clinton fue mostrar de qué modo Washington dio forma a la presidencia tal como la concebimos”, señaló la historiadora. “Habiendo sido presidente, sabe hasta qué punto Washington fijó las cláusulas de cómo se debería cumplir ese papel. Y como también su padre murió temprano, pudo entender la experiencia de Washington con una madre sola”. Pero sobre todo Clinton destacó los días del aprendizaje desde “una perspectiva presidencial de las cualidades humanas del liderazgo”.
Eso es un ejemplo de la contemporaneidad de su disciplina, se detuvo Goodwin. “A la hora de juzgar el liderazgo, la historia sirve para mirar la clase de líderes que tuvimos y el carácter que mostraron. ¿Tiene un líder humildad, la capacidad de admitir los errores y aprender de ellos? ¿Tiene empatía, una cualidad totalmente esencial para comprender los puntos de vista y los sentimientos de otras personas? ¿Tiene resiliencia? ¿Crea un equipo?”.
Completó: ”Lo que hace grande a una persona es el reconocimiento de que no va a hacer todo bien y que tiene que rodearse de gente —y esto se aplica a todos en nuestras vidas— que van a ser honestas con ellos, darle voz al desacuerdo, como hizo Washington como general y como presidente. Uno sabe que hay cosas que no conoce y que necesita que otros le muestren. Ese es el papel que juegan las personas de las que nos rodeamos si estamos dispuestos a ser lo suficientemente reflexivos para reconocer que no hicimos algo bien e intentar mejorlo la segunda vez”.
Una lista de cargos contra Jorge III
Washington volvió al ejército británico, como voluntario, y si bien el Regimiento de Virginia se reconstituyó con él como jefe en 1955, faltaban apenas 10 años para que las tensiones con Gran Bretaña condujeran al inicio de la guerra independentista, que el Congreso, en Filadelfia, le encargó que librara con la creación de fuerzas revolucionarias.
No fue fácil: contaba en realidad con una banda de hombres sin entrenamiento ni disciplina. Para poder competir con los británicos, impuso ejemplos brutales de castigos a fin de que los soldados les temieran más a sus oficiales que al enemigo. Mientras que los británicos contaban con un ejército y con la marina más poderosa de la Tierra, Washington tenía el suyo recién formado y ni un solo barco. Sin fondos para armas, uniformes o alimentos, vio llegar a Nueva York la flota que el rey Jorge III había enviado con William Howe a cargo.
Howe se veía a sí mismo como un diplomático que iba a negociar el cese de una guerra innecesaria. Pero al mismo tiempo que llegaba su flota, el Congreso recibía para aprobar la Declaración de la Independencia, el 4 de julio de 1776. Del documento se hicieron copias para que toda la población la conociera, con la circulación que hoy tiene un video viral. Y cuando Howe leyó una perdió la esperanza de dialogar: “¡Malditos idiotas!”, dice el personaje que interpreta Colin Mace.
“Todo el mundo conoce el comienzo, pero nadie se acuerda de la lista de cargos contra el rey de Inglaterra”, se rió Powell. “La declaración era un acto de traición. Un documento que decía que los Estados Unidos iban a ser un país nuevo. Los podrían haber juzgado y condenado a muerte”.
De Mace a Powell, de Row a Clinton, Washington se arma de transiciones entre la dramatización y el documental. “La posibilidad de tener una narración que pudiera hacerlas, de manera tal que se pudiera entrar y salir de las partes guionadas y entrar y salir de las intervenciones de los historiadores, y mantener una narración que fluye, fue nuestro desafío artístico”, recordó Goodwin.
De la derrota a la independencia
La serie recuperó las grandes acciones militares del general Washington, como el retiro de las tropas que sobrevivieron a la derrota de Long Island (el cruce del East River de noche, en balsas lentas y silenciosas, mientras un grupo de oficiales se quedó haciendo fuegos y ruidos para que los británicos no sospechasen) y el decisivo cruce del Delaware, en el que todo salió mal salvo la victoria.
Tras peder Nueva York a manos de los británicos el ejército y la población dejaron de tener fe en Washington. Muchos de los contratos de los soldados vencían en breve y la mayoría prefería volver a sus granjas. Su ejército lo abandonaba cuando los ingleses desplegaban 32.000 hombres: necesitaba miles y le quedarían cientos. Era invierno y estaban desarrapados, muchos sin zapatos, con los últimos recursos.
Con Howe está al otro lado del río Delaware, en la ciudad de Trenton, Washington pensó en un acto simbólico que cambiara el ánimo: “No estaba listo par rendirse, aunque podría haber sido lo lógico”, enmarcó el historiador Jon Meachan, premio Pulitzer. “Pero la historia está hecha por gente que a veces toma decisiones irracionales bajo la presión y los peligros del momento”.
Al frente de soldados que apenas podían nadar si caían al agua helada, bajo una nieve sin pausa, cruzó el río. Como tardó más de la cuenta temió desencontrarse con los otros dos grupos que caerían sobre Howe desde otros puntos. Pero en realidad estaba solo con sus 2.400 hombres: los otros dos grupos no habían podido cruzar por el clima. No obstante, el 26 de diciembre logró la rendición de Trenton en una hora y poco más: 22 muertos, 900 presos, ni una baja americana. “Tuvo un gran impacto en los sentimientos nacionales”, marcó Lengel.
Tras el acoso de Howe sobre Filadelfia, la alianza con los franceses permitió que los independentistas lograran sus objetivos. Así comienza el tramo final de la miniserie, con la presidencia de Washington y esas peleas constantes —sobre todo entre Thomas Jefferson y Alexander Hamilton, miembros de su gabinete— que le hicieron elegir el tema central de su “Discurso de Despedida”.
Presidente y dueño de esclavos
En los años de vida civil Washington cuenta la faz privada del primer presidente estadounidense, empezando por su matrimonio con Martha, una viuda de su misma edad, rica y con dos hijos, con la que tuvo una larguísima historia de amor que no se ha podido reconstruir porque ella quemó casi toda la correspondencia entre los dos tras la muerte de él.
“¡Cómo me gustaría que no hubiera quemado las cartas!”, dijo Goodwin. “Pero las que se conservaron realmente muestran la proximidad de su relación. Me gusta el retrato que se hace de ella en la serie porque habilita momentos que suceden al margen de la batalla y la política, como cuando los vemos bailar. ¡O cuando escuchamos a Joe Ellis decir que Washington era un semental y que a las mujeres les encantaba!”. Era un hombre muy alto, cortés y atractivo, se cree.
“Martha realmente lo apoyó mucho. Ella aportó una enorme riqueza material y contribuyó en buena medida a la creación de Mount Vernon”, la finca que hoy conserva la memoria del presidente y su esposa. Completó: “Creo que también nos muestra la faceta humana de él. Y mucha gente no conoce la relación de George y Martha, por lo cual resultó otro elemento importante a la hora de entretejer las distintas partes de la narración”.
Pero la vida privada de Washington tiene un lado oscuro, que la miniserie también muestra: él y su esposa fueron dueños de más de 300 esclavos a lo largo de sus vidas.
Washington no quiso tratar el tema del fin de la esclavitud durante sus años en el poder porque creía que iba a causar un cisma en la nación recién nacida. Pero también pensaba que sus esclavos eran su patrimonio, como la tierra de Mount Vernon, y escribió, como cita el documental: “La idea de la libertad podría ser una tentación demasiado grande para que la resistieran”.
No sólo no liberó a sus esclavos, según su testamento, hasta la muerte de Martha, sino que cuando se mudaron a Filadelfia, para que él cumpliera con su mandato, encontró un resquicio legal para mantenerlos. Las normas locales, que se oponían a la propiedad de seres humanos, establecían que a los seis meses de residir en Pensilvania una persona esclavizada podía obtener la libertad: Washington hizo rotar cada seis meses al equipo que se ocupaba de él, su familia y su casa.
En medio de las protestas contra el racismo y las desigualdades heredadas de la “institución peculiar”, como llamaban los sureños a la esclavitud, también este aspecto de la miniserie cobró actualidad. Muchas notas —como las que publicaron The New York Times, The Washington Post y Smithsonian— trataron el tema en los últimos días y hubo ataques a monumentos a Washington en Portland, Oregon, y en Nueva York.
“Creo que hay una diferencia entre las estatuas de los militares que querían mantener la esclavitud y romper la unión de estados y una estatua de Washington, o de Winston Churchill, o de Cristóbal Colón”, dijo Goodwin. “Hay que buscar el saldo de las vidas de estas personas. Washington no se adelantó a su tiempo, no liberó a sus esclavos, y uno desearía que este hombre que logró la independencia y fue nuestro primer presidente hubiera actuado distinto. Pero es importante tomar todo en cuenta”.
Concluyó: “Tendríamos que tener un diálogo ciudadano sobre las estatuas, sobre por qué algunas tendrían que ser eliminadas y otras tal vez trasladadas a museos, y otras explicadas con una placa que les dé contexto”.
MÁS SOBRE ESTE TEMA: