Después de 1989, ya nada volvería a ser igual para el mundo del otro lado de la cortina de hierro. Uno a uno los países bajo la esfera de influencia de la Unión Soviética, desde Polonia y Hungría hasta Checoslovaquia y Alemania Oriental, comenzaron en ese agitado año a romper sus lazos con Moscú y anunciar el inicio de sus particulares procesos de liberalización y reforma.
Frente a esa ola revolucionaria, impulsada por las protestas estudiantiles y obreras frente a largos años de estancamiento económico y la saturación ante la corrupción del partido único, las autoridades comunistas europeas decidieron no usar la violencia y ceder progresivamente, reconociendo así el inicio de su propio colapso.
La onda expansiva de este proceso llegó también a China, el lejano y antiguo socio socialista que en las décadas anteriores se había alejado del mundo soviético y encarado un programa de apertura económica, restableciendo en el proceso las relaciones con los Estados Unidos.
Allí, como en Europa del este, los estudiantes lideraron las demandas por una mayor apertura política, esperanzados con que éstas fueran una etapa superior, y natural, de las reformas económicas ya en marcha. Las primeras manifestaciones fueron desencadenadas por la muerte del dirigente comunista pro reforma Hu Yaobang, el 15 de abril de 1989, y se trasladaron a más de 340 ciudades en todo el país, incluyendo Beijing, la capital.
Pero sus esperanzas habían sido desmedidas.
Temeroso del futuro del régimen, el liderazgo del Partido Comunista Chino (PCCh), cuya cara visible era Deng Xiaoping, el “arquitecto” de la reforma económica, acabó dictando la ley marcial y envió al Ejército Popular de Liberación a aplastar las manifestaciones.
Todavía no se sabe cuántas personas murieron bajo el fuego y los tanques del ejército que marcharon para desalojar la plaza de Tiananmen y los muchos otros sitios tomados por los estudiantes en todo el país, pero las estimaciones varían entre 300 y 3.000 personas.
Las imágenes de los estudiantes enfrentando a los tanques, tomadas por una numerosa comitiva de prensa internacional que se encontraba en Beijing cubriendo el encuentro entre el premier soviético Mikhail Gorbachov y los líderes chinos, dieron la vuelta a todo el mundo
Tras la masacre de Tiananmen, las reformas y la apertura económicas continuaron a buen ritmo, dando inicio a una fase de impresionante crecimiento económico y de la riqueza en el país, que en poco tiempos comenzaría a extender su influencia en todo el mundo.
Pero el régimen de partido único se mantuvo igual de fuerte, nunca cayó como había ocurrido ya en Europa del Este y luego en la URSS, y, por el contrario, en las décadas subsiguientes el modelo control social crecería en sofisticación y tecnología. El reclamo por la democratización y la apertura parece haber sido controlado primero por los tanques, luego por el mejoramiento en las condiciones de vida y finalmente gracias al control ejercido a través de internet.
“Desde el comienzo de sus reformas económicas, Deng se enfrentó a numerosos problemas. Éstas sin duda mejoraron las condiciones de vida, aliviando el enojo popular con el Partido Comunista, pero la liberalización económica también trajo consigo demandas de liberalización ideológica y política”, consideró el periodista y disidente chino Liu Binyan en su artículo “The Long March from Mao: China’s De-Communization” (La larga marcha lejos de Mao: la descomunización de China), publicado por la Universidad de Nueva York.
Las reformas económicas, también, generaron ganadores y perdedores y otorgaron a los miembros del régimen la posibilidad de aumentar sus abusos de poder y la corrupción creció, indicó Liu. “Sin reformas políticas para mejorar la eficiencia del gobierno y su credibilidad, las reformas económicas eran inevitablemente débiles”, agregó el periodista graduado en la Universidad de Harvard, para señalar luego que todo esto confluyó en el movimiento pro democracia de 1989.
“Deng usó a los militares para suprimir al movimiento pro democracia en la plaza de Tiananmen y de esa manera preservó el régimen comunista. La masacre y la purga posterior dañaron al activismo en favor de la democracia, pero el propio prestigio de Deng y sus reformas económicas también fueron heridos”, explicó.
La caída de la URSS
Para Noah Feldman, profesor de Derecho Internacional en la Universidad de Harvard, los líderes del PCCh entendieron que aceptar la democratización llevaría al colapso del régimen. “Lo ocurrido en la URSS sugiere que, aunque tal juicio sea inmoral, no deja de ser correcto”, consideró en su libro Cool War: The United States, China and The Future of Global Competition (Guerra fresca: los Estados Unidos, China y el futuro de la Competencia Global).
Mientras que según Henry Kissinger, ex secretario de Estado de Estados Unidos, y arquitecto del acercamiento entre su país y China durante la década de 1970, los problemas enfrentados por Moscú y Beijing en 1989 eran muy diferentes.
“La controversia en China era sobre el modo en el que el PCCh debía gobernar. La disputa soviética era si el Partido Comunista debía gobernar”, explicó Kissinger en su libro On China. “Al darle prioridad a la reforma política (glasnost) por sobre la reestructuración económica (perestroika), Gorbachov había hecho inevitable la controversia sobre la legitimidad del régimen comunista”, agregó.
“El Partido comunista, alguna vez instrumento de revolución, no tenía ningún rol que jugar en el sistema comunista más que supervisar aquello que no podía nunca entender: la gestión de una economía moderna, un problema que solucionó dañando aquello que supuestamente controlaba”, indicó Kissinger.
El terror a los estudiantes
Tal fue el pánico del régimen comunista ante el movimiento estudiantil pro democracia, que aún hoy discutir los antecedentes y efectos de la masacre de Tiananmen sigue siendo un tema tabú en China, como la independencia del Tibet o el movimiento religioso y opositor Falun Gong, indicó Feldman.
De hecho, este miércoles la policía de Hong Kong, el ex enclave británico cuya soberanía fue devuelta a China en 1997, prohibió la celebración de una histórica vigilia en recuerdo de las víctimas de Tiananmen que desde hace 30 años se realiza en la ciudad. Beijing había tenido que soportar esta conmemoración sólo porque los habitantes de Hong Kong gozan de un status especial, con mayores derechos y garantías que en el resto de China, de acuerdo al acuerdo de traspaso firmado entre el Reino Unido y China. Pero ese status especial está ahora en jaque debido a una reciente ley de seguridad que el régimen del PCCh ha impuesto en la ciudad.
Al igual que otros procesos revolucionarios recientes y, al menos parcialmente, pro democracia, como la primavera árabe de 2011, discutir Tiananmen a través de internet puede llevar a la censura del gobierno, a través del mecanismo conocido como el Gran Cortafuegos, una serie de medidas legales y tecnologías de control de contenidos cuyo nombre informal hace alusión a la Gran Muralla China.
En la China actual el prospecto de una movilización masiva como la de 1989 causa aún terror entre los dirigentes. “El partido dominante le teme a las grandes marchas de protesta organizadas, y el espectro de Tiananmen sigue presente”, consideró el experto en derecho internacional.
Las demandas por mayor democratización y libertad no nacieron en 1989, por supuesto. Aunque latentes durante toda la historia del país, y por momentos silenciadas, este reclamo comenzó a tomar a fuerza a fines de la década de 1970, habilitado por el inicio del proceso de reformas económicas y por la restauración de las relaciones entre China y Estados Unidos a partir del primer encuentro entre el presidente Nixon y el premier Zhou Enlai en 1972.
Como señala el investigador argentino Sergio Cesarín en su libro China se avecina, durante las manifestaciones disidentes de 1978 y 1979 ya se reclamaba por una quinta modernización, en referencia a una posible apertura política como fase superior de las cuatro modernizaciones de China (Agricultura, Industria, Defensa Nacional y Ciencia y Tecnología) planteadas décadas antes y adoptadas luego de la muerte de Mao, en 1976.
“El Movimiento por la Democracia apareció con toda su fuerza en octubre de 1978, cuando comenzaron a aparecer en Beijing carteles difundiendo las opiniones de personas destacadas, incluyendo académicos que expresaban el descontento de quienes habían sido relegados del proyecto político implementado por el PPCH en 1949”, señaló Cesarín, experto en Relaciones Internacionales y el rol de China en el escenario global.
El malestar creció entre intelectuales, trabajadores y estudiantes no sólo ante las demandas desatendidas en el plano político, sino también ante los abusos de poder y las falencias dentro del proceso de reforma económica, pero fueron estos últimos quienes lograron articular el movimiento dentro de las principales universidades de China, explicó el investigador, graduado él mismo de la Universidad de Beijing.
Unidos por el pedido de más democracia, menos corrupción y mejoras en la situación social, los manifestantes tomaron las calles en abril y algunos líderes estudiantiles presentaron siete demandas ante el régimen:
1- Declarar la postura de Hu Yaobang sobre la democracias y la libertad como correcta
2- Admitir que las campañas contra la contaminación espiritual y la liberalización burguesa estuvieron equivocadas
3- Publicar información sobre los ingresos de los líderes del régimen y sus familiares
4- Permitir el funcionamiento de periódicos privados y detener la censura a la prensa
5- Aumentar los fondos para educación y subir el salario de los intelectuales
6- Terminar con las restricciones a las manifestaciones en Beijing
7- Proveer cobertura objetiva de los estudiantes en los medios de comunicación oficiales.
Pero el 4 de junio chocaron contra el muro del Ejército Popular de Liberación enviado por Deng, y la presunta sintonía entre reforma económica y política despareció de China para siempre.
“A partir de entonces, la introspección y el dolor reemplazaron la movilización contestataria y las reivindicaciones políticas abiertas hacia el régimen. La nueva juventud, post Tiananmen, buscaría en la vorágine del consumo aplacar la memoria de los trágicos sucesos”, explicó Cesarín.
El prestigioso historiador británico Eric Hobsbawm señaló en su libro Historia del siglo XX que el movimiento estudiantil chino estuvo mucho más cerca de la revolución contra el régimen comunista que sus pares en Europa contra las repúblicas liberales durante la ola de protestas en 1968, que generaron ruido pero no lograron “inflamar” a grupos más importantes, como los trabajadores.
“No fue hasta los años 80 cuando las rebeliones estudiantiles parecieron actualizar su potencial para detonar revoluciones, o por lo menos para forzar a los gobiernos a tratarlos como un serio peligro público, masacrándolos a gran escala, como en la plaza de Tiananmen en Beijing”, consideró el historiador marxista.
“La matanza de la plaza de Tiananmen hizo, sin duda, que el PCCh perdiese gran parte de la poca legitimidad que pudiera quedarle entre las jóvenes generaciones de intelectuales chinos, incluyendo a miembros del partido”, agregó.
La supervivencia del régimen
El proceso de rápida modernización y apertura económica no podría entenderse sin la figura de Kissinger, cuyas gestiones fueron clave para el restablecimiento de las relaciones entre China y su país, rotas desde el triunfo de la revolución comunista de 1949.
Kissinger entendía la necesidad de aprovechar el quiebre entre China y la URSS, forjando un entendimiento con la primera para contener y controlar la expansión de la segunda, y en 1971 viajó en secreto al país asiático para allanar el camino.
Fruto estas gestiones, en 1972 el presidente de los Estados Unidos, Richard Nixon, se reunió en Beijing con premier Zhou Enlai, dando inicio a una era de entendimiento entre ambos países que hoy, cuando ambos se enfrentan en cuestiones comerciales, competencias geopolíticas e incluso por el manejo de la pandemia de coronavirus, parece lejana.
Tiananmen fue, también, otro momento en el que el acercamiento fue puesto a prueba.
“La reacción internacional [a la masacre] fue dura. La República Popular de China nunca había pretendido funcionar como una democracia al estilo occidental (y ciertamente había rechazado consistentemente esa insinuación). Pero ahora aparecía en los medios del mundo como un estado autoritario arbitrario que aplastaba las aspiraciones populares de alcanzar derechos humanos. Deng, antes celebrado como reformista, fue criticado como un tirano”, consideró el ex secretario de Estado.
Esta situación generó enormes críticas de todo el arco político estadounidense a las estrechas relaciones mantenidas en aquel momento entre Estados Unidos y China, a través de los presidentes George H. W. Bush y el premier Li Peng y Deng, líder en la sombras. Las sanciones contra el régimen llegaron, de esta forma, al recinto del Congreso estadounidense.
“La cuestión no era si Estados Unidos prefería que los valores democráticos prevalecieran en China. Por una vasta mayoría, el público estadounidense hubiera respondido afirmativamente, así como los que participaban del debate sobre la política exterior sobre China. La cuestión era qué precio estarían dispuestos a pagar en términos concretos y durante qué período de tiempo, y cuál era su capacidad, bajo cualquier circunstancia, para obtener el resultado deseado”, expresó Kissinger.
En julio de 1989 el Congreso de Estados Unidos aprobó un paquete de sanciones mucho más limitado que el pretendido en un comienzo: se prohibía la venta de armas y equipos utilizados por las fuerzas de seguridad, y las reuniones entre altos mandos militares. Estas sanciones serían progresivamente levantadas durante los gobiernos de Bill Clinton y George W. Bush.
Poco después, en 1991, llegaría el colapso anunciado de la URSS y el desmembramiento de su zona de influencia, en lo que parecía en ese entonces la clara victoria de un Occidente pro democracia y pro Estado de Derecho defendido por Estados Unidos y Europa.
Pero Beijing había comprado su supervivencia con la sangre de Tiananmen, y en el proceso había acelerado su crecimiento económico basado en el capital y cierto acceso a propiedad privada, bajo el modelo del “socialismo con características chinas”, al tiempo que consolidaba su modelo autoritario de partido e ideología única.
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