Los secretos del primer año de gobierno de Churchill: por qué se convirtieron en best seller en tiempos de coronavirus

En 1940 el “inglés indomable” llegó al poder y logró, cuando Europa había caído ante Hitler y los EEUU todavía no participaban en la guerra, una resistencia contra todo pronóstico. “The Splendid and the Vile”, de Erik Larson, cuenta el trasfondo de esa historia

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Londres destruida por el Blitz nazi en 1940. (foto del libro "The Splendid and the Vile", de Erik Larson)
Londres destruida por el Blitz nazi en 1940. (foto del libro "The Splendid and the Vile", de Erik Larson)

El debut de Winston Churchill como primer ministro del Reino Unido coincidió con los 57 días de bombardeo nocturno incesante de la Alemania de Adolf Hitler sobre Londres, seguidos por una serie de incursiones nocturnas durante los seis meses siguientes. Aquel año inaugural de su gobierno, del 10 de mayo de 1940 al 10 de mayo de 1941, Churchill no era la figura enorme en la que hoy se piensa cuando se pronuncia su nombre. Era un hombre que no sabía qué hacer para que lo que parecían unos ataques esporádicos no se convirtieran en un desfile de nazis invasores triunfantes en Trafalgar Square. Pero estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario.

Ese año horrible es el tema de The Splendid and the Vile (Lo espléndido y lo vil), de Erik Larson. Hitler ya había arrasado Europa continental y los Estados Unidos todavía no habían entrado en la Segunda Guerra Mundial: Inglaterra estaba sola.

A diferencia de la biografía definitiva de Churchill —los ocho tomos que produjo Martin Gilbert—, el nuevo libro de Larson no aspira al todo sino a los detalles: “Cómo Churchill y su círculo abordó la supervivencia en lo cotidiano: los momentos oscuros y los luminosos, las uniones románticas y las debacles, las penas y la risa, y los pequeños episodios inusuales que revelan cómo se vivía la vida bajo la tempestad de acero de Hitler”, definió el autor de los best sellers El diablo en la ciudad blanca, Lusitania y En el jardín de las bestias.

Este nuevo libro sobre Churchill cuenta cómo abordó la supervivencia desde el plano de lo cotidiano, con sus momentos oscuros y también con los luminosos. (AP)
Este nuevo libro sobre Churchill cuenta cómo abordó la supervivencia desde el plano de lo cotidiano, con sus momentos oscuros y también con los luminosos. (AP)

“Este fue el año en el que Churchill se convirtió en Churchill, el bulldog fumador de cigarros que todos creemos que conocemos, cuando hizo sus mejores discursos y le mostró al mundo cómo es ser valiente y ser líder”, escribió Larson en la “Nota a los lectores” que abre su libro.

El año en que Churchill dijo, y sonó heroico aunque estaba desesperado: “Lucharemos en las playas, lucharemos en las pistas de aterrizaje, lucharemos en el campo y en la calle, lucharemos en las colinas. ¡Jamás nos rendiremos! Y los combatiremos con botellas de cerveza rotas si eso es todo lo que tenemos”.

¿Un libro más sobre Churchill?

Es difícil encontrar alguna reseña de The Splendid and the Vile que no se pregunte si valía la pena otro libro sobre Churchill. Citan desde The Last Lion, la trilogía de William Manchester, hasta The Churchill Factor, del actual primer ministro británico, Boris Johnson, pasando por Churchill: Walking with Destiny, de Andrew Roberts. Y todos los artículos coinciden en que ninguna había hecho el trabajo que hizo Larson.

Es el primer libro que mira a la familia y la intimidad de un personaje intenso e inusual, y que trabaja, por ejemplo, con los diarios de Mary, la hija de Churchill que cumplió 18 años ese 1940, algo que solo otro historiador había hecho. Larson también leyó un tesoro de los diarios de británicos comunes: accedió a los materiales del Mass Observation Program, una organización fundada antes de la guerra que contrató a cientos de personas para que hicieran un registro cotidiano de sus vidas ordinarias, y entonces comenzó el Blitz. Todos los diarios se convirtieron en testimonios de la que se llamaría la Batalla de Inglaterra.

Hay un elemento particular de Larson que también justifica el sentido de esta obra: es un trabajo de investigación histórica pero, como sus libros anteriores, se lee como un thriller, con momentos de estudio sociológico, novela de amor o perfil psicológico. El propio Larson advirtió a los lectores: “Aunque a veces no lo parezca, esta es una obra de no ficción”. No sólo los textuales provienen de documentos como diarios, cartas o memorias —agregó— sino que “cualquier referencia a un gesto, una mirada o una sonrisa o cualquier otra expresión facial sale del relato de alguien que fue testigo”.

Incluso el título está en deuda con los hechos: John Colville, segundo secretario privado de Churchill, escribió en su diario luego de haber mirado por la ventana a la hermosa noche de Londres, sólo para verla desvanecerse bajo el fuego nazi: “Nunca existió un contraste tan grande entre el esplendor natural y la vileza humana”.

Bailes bajo la lluvia de bombas

El libro del best seller Erik Larson sobre Churchill parece una novela pero es un trabajo de investigación histórica. (Nina Subin)
El libro del best seller Erik Larson sobre Churchill parece una novela pero es un trabajo de investigación histórica. (Nina Subin)

La familia Churchill está en el centro de la saga, en particular la esposa, Clementine, y el hijo Randolph, cuyo matrimonio se venía abajo por su alcoholismo y su adicción al juego, que los había endeudado tanto a él y a su esposa, Pamela, como a su padre, algo que dañaba su carrera política. Pero Mary Churchill, la menor de los cuatro hijos sobrevivientes de Churchill —la última, Marigold, había muerto de septicemia antes de cumplir tres años— se roba el escenario.

A Mary se le agitaba el corazón cuando salía a pasear con los pilotos de la Royal Air Force y mientras las bombas caían quería seguir viviendo su vida. Fue a su baile de debut social en el Salón Reina Charlotte y, mientras el ruido de la metralla antiaérea competía con la orquesta, siguió bailando. Al salir con sus amigas y los muchachos que las acompañaban fueron al Café de Paris, que encontraron volado en pedazos. Siguieron de largo en busca de otro after hour. Se enamoró, se comprometió, rompió el compromiso. Y por fin terminó por participar ella misma en los esfuerzos militares contra los bombardeos. Llegó a dirigir una batería de 230 mujeres.

Mary era “bastante efervescente”, según la describió un contemporáneo. Hablaba con ironía de otros hijos de politicos que aceptaban posiciones dudosas en el Ministerio de Relaciones Exteriores, con “tareas que nunca se definen” y seguía las noticias: “Mientras Mark y yo bailábamos alegremente y desatentos esta madrugada, en el frío amanecer gris Alemania se abalanzó sobre otros dos países inocentes, Holanda y Bélgica. La bestialidad del ataque es inconcebible”, escribió en su diario el día en que Neville Chamberlain, en jaque por el Parlamento, presentó su renuncia y anunció que el rey Jorge VI había nombrado a Churchill como el primer ministro que lo sucedería.

1940 "fue el año en el que Churchill se convirtió en Churchill, el bulldog fumador de cigarros que todos creemos que conocemos, cuando hizo sus mejores discursos y le mostró al mundo cómo es ser valiente y ser líder”, escribió Larson.
1940 "fue el año en el que Churchill se convirtió en Churchill, el bulldog fumador de cigarros que todos creemos que conocemos, cuando hizo sus mejores discursos y le mostró al mundo cómo es ser valiente y ser líder”, escribió Larson.

Documentos de Jorge VI también alimentan el relato, como de otros personajes entre los que se destacan Colville, el ministro de producción aeronáutica, Lord Beaverbrook, y los enviados estadounidenses Harry Hopkins y Averell Harriman. También se citan los de la dirigencia nazi, entre ellos de Rudolf Hess, Hermann Göring y Joseph Goebbels, quien detestaba al político británico con dedicación. “¿Cuándo se va a rendir finalmente este Churchill? ¡Inglaterra no puede aguantar para siempre!”, escribió en su diario. Al ministro de propaganda nazi acaso le daba un poco de envidia la manera en que Churchill se comunicaba con los británicos, y llegó a penalizar a los alemanes que los siguieran: “Escuchar esas emisiones representa un acto grave de sabotaje”.

El horror frente a los ojos

La Batalla de Inglaterra dejó 44.652 muertos (de ellos, 5.626 eran menores) y 52.370 heridos. Y las descripciones de Larson recrean el miedo y el horror que precedieron a esos desenlaces: el sonido de los motores de la Luftwaffe en la oscuridad, el arrojo de los bomberos que trataban de controlar los daños, la gente apretada en los refugios, un perro que corría por la calle con el brazo de un niño en la boca.

Luego de que Gran Bretaña declarase la guerra a Alemania, el 3 de septiembre de 1939, después de la invasión nazi a Polonia, se esperaban las acciones de Hitler. “Los campanarios de las iglesias se callaron en todo el país”, escribió Larson. “Si se escuchaban campanas, significaba que se habían visto tropas de paracaidistas cerca. Sobre esto un panfleto instruía: ‘inutilice su bicicleta y destruya sus mapas’. Si alguien tenía un automóvil: ‘Quítele el distribuidor y los cables y vacíe el tanque de gasolina o quítele el carburador. Si no sabe cómo hacerlo, averígüelo en la estación de servicio más cercana”.

La Batalla de Inglaterra dejó 44.652 muertos y 52.370 heridos. (AP/Shutterstock)
La Batalla de Inglaterra dejó 44.652 muertos y 52.370 heridos. (AP/Shutterstock)

En las ciudades y en los pueblos se quitaron las señales de la vía pública y sólo podía comprar un mapa quien tuviera un permiso policial; el gobierno repartió 35 millones de máscaras de gas a los civiles, que había que mantener a mano uno todo el tiempo, incluso al dormir; los buzones de Londres se pintaron con un amarillo que cambiaba a otro color en caso de detectar gas venenoso.

The Splendid and The Vile encuentra en el polvo de Londres —ladrillo, roca, yeso, argamasa— un testigo del pasado que se destruía bajo el fuego nazi: “Polvo de la época de Cromwell, Dickens y la reina Victoria”. También transmite la sensación de falta de horizonte en plena guerra cuando cita la respuesta de un niño al que le preguntan qué quiere ser cuando crezca: “Quiero estar vivo”.

El impacto perenne del primer año de Churchill

A la vez titular de defensa y primer ministro, Churchill también recorría las calles como un ciudadano más: “Comprendía el poder de los actos simbólicos”, observó Larson al contar cómo lo recibieron los vecinos durante una caminata por el East End: “¡Winnie querido! Pensamos que vendrías a vernos. Nos viene bastante bien".

En su propia casa mostraba la misma convicción de que el futuro de la civilización en ese momento dependía de los súbditos de la corona:

—Si vienen los alemanes, cada uno de ustedes mata a uno —preparó a su familia.

Churchill, Roosevelt y Stalin en la Conferencia de Yalta: el final de la Segunda Guerra Mundial. (Wikipedia)
Churchill, Roosevelt y Stalin en la Conferencia de Yalta: el final de la Segunda Guerra Mundial. (Wikipedia)

—No sé usar un arma —protestó su nueva, Pamela.

—Puedes ir a la cocina y tomar un cuchillo de trinchar —le respondió.

Pero sobre todo buscaba energizar a Franklin D. Roosevelt, al otro lado del océano, para que fuera algo más que “un aliado en espíritu”: sin la ayuda de los Estados Unidos, creía, Gran Bretaña tenía pocas chances de sobrevivir. Él mismo llevaba una cápsula de cianuro “en la tapa de su lapicera fuente” para no ser capturado con vida.

Larson citó algo que Churchill diría años más tarde, cuando la guerra ya había terminado: “Nunca un amante estudió cada capricho de su amada como yo hice con el presidente Roosevelt”. Y el hombre en la Casa Blanca parecía corresponderle, pero nunca daba un paso concreto. “Recuerde, señor presidente, no sabemos qué tiene usted en mente, o exactamente qué van a hacer los Estados Unidos, pero nosotros estamos luchando por nuestras vidas", es escribió en un telegrama.

Churchill estaba convencido de que sólo la industria y los efectivos estadounidenses podrían asegurar que el nacional-socialismo desapareciera de la faz de la Tierra. Pero Roosevelt se preparaba para ser elegido primer mandatario por tercera vez —todavía no existía la vigésimo segunda enmienda de la Constitución estadounidense que limitaba los periodos a dos— y no quería problemas de política interna. Churchill logró que Roosevelt impulsara la Ley de Préstamo y Arriendo, que permitió el envío de alimentos y material militar al Reino Unido —"Esta ley debe ser aprobada", apoyó el presidente en Capitol Hill, “¡que fracaso se vería ante la historia si no lo fuera!"—, y luego el ataque japonés a Pearl Harbor sellaría la alianza entre los dos países.

Un hombre desnudo no tiene nada que ocultar

Churchill no fue el primer candidato a reemplazar a Chamberlain: sus pares lo consideraban extravagante e impredecible.  (REUTERS/Luke MacGregor)
Churchill no fue el primer candidato a reemplazar a Chamberlain: sus pares lo consideraban extravagante e impredecible. (REUTERS/Luke MacGregor)

Jorge VI tenía otro candidato en mente para reemplazar a Chamberlain, Lord Halifax. Pero la idea del secretario de Relaciones Exteriores, apaciguar a Alemania, había fracasado en mayo de 1940. Así llegó al poder “el inglés indomable”, como lo consideraban sus pares, según citó The Splendid and the Vile.

Al comienzo parecía que sólo el chofer de Churchill estaba feliz del nombramiento: los observadores políticos lo consideraban “extravagante, eléctrico y totalmente impredecible”, además de “caprichoso y entrometido, dado a la acción dinámica en todas las direcciones al mismo tiempo”. Y así fue: voló a Francia en una misión peligrosa, se trepó a los techos de Londres para verificar los daños, trabajó en su oficina sin límite horario. Pero a la vez ese estilo lo hacía en extremo popular.

Larson aseguró que no era una pose y contó una anécdota para probarlo. La primera vez que Churchill visitó la Casa Blanca acababa de salir de la ducha cuando escuchó que golpeaban a la puerta de su habitación. “¡Adelante!", invitó, y cuando se asomó desnudo vio que Roosevelt entraba en su silla de ruedas. “Pase, pase. Como ve, no tengo nada que ocultar”, le dijo, para salir del paso, y así mantuvo la reunión.

Churchill y el coronavirus

En una entrevista Larson se animó a especular qué habría hecho Churchill si hubiera estado vivo en la crisis del COVID-19.
En una entrevista Larson se animó a especular qué habría hecho Churchill si hubiera estado vivo en la crisis del COVID-19.

El libro de Larson está en el cuarto lugar de la lista de no ficción de The New York Times y en el puesto 25 de todos los libros vendidos en Amazon. Algunas reseñas lo atribuyen al desasosiego que causa el COVID-19, por el cual la gente podría leer historias de resistencia aunque sean tan diferentes como la Segunda Guerra Mundial. Y hay algunos pasajes de The Splendid and the Vile que hacen pensar en eso, como cuando el Ministerio del Interior Británico estimó que por el Blitz “los fabricantes de ataúdes necesitarían 465 hectáreas de ‘madera para ataúdes’, una cantidad imposible de proveerles”, por lo cual se enterró a mucha gente en cartón y hasta en papel maché. O como cuando Churchill rechazó la adulación de un amigo: “Yo no les di coraje a los ciudadanos, logré hacer que se concentraran en el suyo”.

Y, no obstante, Larson no está de gira de presentación. Como casi todo el mundo, quedó encerrado en su casa por el SARS-CoV-2, que hizo del mundo un escenario extraño en el que puede haber pérdidas comparables a las de una guerra, tanto en vidas como en destrucción económica y en traumas. Fue casi inevitable que en las entrevistas le preguntaran, como hizo Rolling Stone, por la pandemia en relación a la capacidad de liderazgo del personaje de su libro:

—¿Pensó alguna vez, si Churchill hubiera estado vivo en esta crisis, qué hubiera dicho o hecho?

—Lamentablemente, ha sido una especie de pregunta central —respondió—. Churchill hubiera conocido hasta el último detalle del coronavirus y su aparición en China y se hubiera abocado a él mucho antes, aunque sólo fuera porque tuvo la sabiduría de nombrar como asesores a personas que no le iban a decir sí a todo. La historia especulativa es siempre un ejercicio inútil, pero creo que con Churchill al timón hubiéramos tenido la sensación de que, si bien esta cosa se desarrollaba violentamente, había mentes sabias trabajando para detenerla.

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