“La especie humana se ha matado desde la noche de los tiempos, y nunca se detendrá”
(Samuel Johnson, poeta, ensayista y moralista británico, 1709-1784)
A como fuere: por comida, por tierras, por poder, por gloria… Sin embargo, a lo largo de los siglos, esas masacres fueron ignoradas, salvo por los lagos de sangre y los cadáveres.
Eran anónimas. Sin referencia en el tiempo ni nadie que se ocupara de hacerlo como ocurrió desde el 1457 antes de Cristo hasta hoy, 2020, Año de la Pandemia.
Nada menos que 3477 años –sumados las eras pre y post cristianas–, y lejos de las edades del bronce y del hierro… a puro puño, piedra, palo y hueso y algún fósil de la noche los tiempos, osamenta de algún animal de colosal tamaño.
Pero la historia de esas luchas brutales sin parte de guerra cambió para siempre en la batalla de Megido.
Alguien inauguró la crónica, el documento escrito, y si se quiere, la historia real más allá de las tradiciones orales, las mitologías, las fantasías de la imaginación.
Esa primera batalla creíble (hasta cierto punto: fue referida por el vencedor) fue la de Megido –siglo XV antes de Cristo–, entre las fuerzas egipcias a las órdenes del faraón Tutmosis III contra los cananeos al mando del rey de Kadesh para apropiarse de Retenu.
El rey-cronista fue preciso. Según los documentos, el choque sucedió el 16 de abril de 1457 antes de Cristo, y terminó hasta la última gota de sangre con la victoria del faraón, que derrotó a los combatientes cananeos, antiquísimo e influyente pueblo que vivía en lo que hoy es Israel, Palestina, Líbano, Siria y Jordania.
Tutmosis III, además de reinar en tiempos en los que el impero egipcio se expandió casi sin límites, relató la batalla que acaso un periodista moderno hubiera omitido. Por ejemplo, reveló que en la lucha se usó por primera vez el arco compuesto, hecho de varios materiales y no sólo de madera, como sus hermanos primigenios, y también se concretó el primer recuento de bajas.
Megido no era una ciudad más. Desde su parte más alta era posible ver –y controlar– el tránsito sobre el Mediterráneo.
Sorprende la riqueza contable. El botín de los egipcios, luego de siete meses de asedio sobre Megido, quedó así anotado por el faraón y sus escribas: “340 prisioneros, 2041 yeguas, 19 potros, un carro trabajado en oro, otro del príncipe de Megido, 924 carros calturados, una armadura de bronce, 502 arcos, 7 varas de madera trabajadas en plata, y 25 mil cabezas de ganado”.
Una lección de periodismo, y también una desdichada simetría: hoy, en esa zona -entonces más vasta y menos precisa en límite, aun hay atentados mortales y vuelan misiles.
No extraña: la Historia jura que el mundo conoció apenas 500 años de paz.
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