Josef Mengele, al desnudo: las revelaciones del hombre que persiguió al “Ángel de la muerte” hasta tener sus huesos en su mano

David Marwell, de la Oficina de Investigaciones Especiales que Estados Unidos creó para perseguir criminales de guerra nazis, salió tras una pista del médico de Auschwitz-Birkenau en 1985. Encontró sus restos y una enorme cantidad de documentación que usó en una biografía definitiva

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Mengele: Unmasking the “Angel of Death”, de David Marwell, es el nuevo libro sobre el médico de Auschwitz.
Mengele: Unmasking the “Angel of Death”, de David Marwell, es el nuevo libro sobre el médico de Auschwitz.

Josef Mengele nació el 16 de marzo de 1911 y murió el 7 de febrero de 1979. En casi el exacto punto medio de su vida, en el verano de 1944, pasó largos días y noches cumpliendo su deber en la rampa del campo de concentración Auschwitz II (Birkenau), separando a los recién llegados y determinando sus destinos”, comienza la nueva biografía del médico que se convirtió en un emblema tanto de la barbarie nazi como de la impunidad, un texto escrito por un investigador que participó en su búsqueda, y por fin la identificación de sus restos, en 1985, David Marwell.

Ese es, quizá, el elemento que da a este libro un interés único, tan singular y poderoso como el que tuvo La desaparición de Josef Mengele, que 2017 —a pesar de ser una novela, o quizá haciendo uso de las herramientas de la ficción, con un lenguaje que le valió a Olivier Guez el Premio Renaudot, para contar una historia real— describió descarnadamente la feliz emigración del nazi a Argentina, Paraguay y Brasil, donde murió sin haberse sometido a la justicia por sus crímenes de guerra. Pero Marwell estuvo en el lugar de los hechos: para él, como subrayó en Mengele: Unmasking the “Angel of Death” (Mengele: el desenmascaramiento del “ángel de la muerte”), esta historia es personal.

"La doble imagen de imagen pública de Mengele —encarnación a la vez del Holocausto y del fracaso de la justicia— jugó un rol en los cálculos políticos y morales de las tres naciones que se lanzaron a buscarlo en 1985”, siguió Marwell, que viajó por Estados Unidos, junto con Israel y Alemania. La pesquisa se le fue calando bajo la piel: “Aunque no estoy al tanto de haber tenido familiares a los que Mengele haya dañado, para mí fue intensamente personal. En el transcurso de la investigación visité su ciudad natal y su escondite; entrevisté a su familia, sus amigos, sus colegas y sus víctimas; inspeccioné las escenas de sus crímenes y leí su correspondencia privada y sus reflexiones íntimas; y por último, tuve sus huesos en mis manos”.

En ese camino descubrió muchas cosas, entre ellas la más frustrante: que Mengele había muerto mientras nadaba, plácido, en el mar de Bertioga, estado de Sao Paulo, y sufrió un accidente cerebro-vascular. Pero también muchas en extremo reveladoras: había más de mito que de realidad en la importancia de Mengele entre los nazis. Para empezar, había sido sólo uno de 15 médicos que trabajaban en Auschwitz y algunos prisioneros ni siquiera habían oído su nombre. Su presunto nivel académico sólo era considerado tal entre la camarilla de cultores de la eugenesia de su época.

El fin de la investigación, en 1985, no sacó a Mengele de su vida; tampoco que en 1992 un estudio de ADN confirmara la valoración de los expertos: ese hombre que había sido enterrado con el que fue el último de una serie de nombres falsos, Wolfgang Gerhard, en el cementerio de Embu das Artes, era, en efecto, el nazi más buscado. La fascinación que causaba el personaje lo convirtió en un orador sobre él, en los Estados Unidos y en el extranjero; cada tanto leía notas periodísticas o investigaciones académicas sobre él; en 2017 supo de la novela de Guez y la leyó, como había leído un año antes Mischling, otra novela, sobre Mengele en Auschwitz, de Affinity Konar.

En 2016, cuando comenzó a escribir sobre su experiencia de 1985, encontró nuevos materiales sobre Mengele: archivos desclasificados de la CIA, largos informes del Mossad, nueva investigación académica sobre la educación y la experiencia científica de Menguele. Así comenzó este libro.

Luego de la derrota del nazismo, Mengele (segundo desde la izq.) huyó a América del Sur, donde murió sin haber sido hallado. (Holocaust Memorial)
Luego de la derrota del nazismo, Mengele (segundo desde la izq.) huyó a América del Sur, donde murió sin haber sido hallado. (Holocaust Memorial)

Auschwitz, 1944

"El campo había llegado a su cenit, y operaba con su capacidad colmada; entre el final de abril y el de julio, se deportaron allí a casi 430.000 judíos húngaros, que en su abrumadora mayoría fueron asesinados al llegar. Se podría decir que el mismo Mengele había llegado en su vida a un punto superior también”, comparó Marwell al médico con su escenario de operaciones más famoso, Auschwitz-Birkenau.

“Si se pudiera mirar dentro de su mente, imagino que revelaría la enorme satisfacción por el camino que había tomado su vida. A una edad joven —sólo 33— estaba en la cúspide de un gran éxito. Su propio estudio, preparación y trabajo duro lo habían llevado a un lugar sin precedentes en la búsqueda de la ciencia era la pasión que lo consumía. Como sin dudas lo veía él, nadie en la historia había tenido acceso a la materia prima que se encontraba frente a él o había sido liberada de las restricciones que domesticaban la ambición y limitaban el progreso científico".

“Si la primera mitad de la vida de Josef Mengele había sido una acumulación constante de éxitos que lo habían conducido hasta ese momento, la segunda mitad sería el desmantelamiento de todo lo que había logrado". Sería el último verano del Tercer Reich, que perdería la Segunda Guerra Mundial y Mengele, “alguna vez el centro de un mundo feliz”, se vería arrastrado con él. "Las perspectivas de un futuro promisorio disminuían a medida que todo lo que le importaba se alejaba de su alcance”.

Mengele llegó a Auschwitz Birkenau cuando el campo operaba al máximo de su capacidad y él estaba en el mejor momento de su vida. (Yad Vashem Archives/via REUTERS)
Mengele llegó a Auschwitz Birkenau cuando el campo operaba al máximo de su capacidad y él estaba en el mejor momento de su vida. (Yad Vashem Archives/via REUTERS)

El médico nazi cambió su delantal famosamente prístino y su uniforme de las SS, los dos atuendos con que se lo conocía, por uno de soldado. Todavía los soviéticos no habían llegado a Auschwitz, donde hasta los más curtidos del Ejército Rojo lloraron, pero el médico se anticipó al final que parecía cercano, y se perdió en el caos que sólo aumentaría cuando Alemania quedara dividida en diferentes zonas de control militar aliado. Así esperó cuatro años, cuando salió hacia América del Sur, territorio favorito para el escondite de otros nazis. Del mismo modo que Adolf Eichmann, obtendría documentos argentinos por cortesía del gobierno de Juan Perón, que todavía no se había peleado con la iglesia católica y colaboraba en sus menesteres de ese modo.

“A medida que sucedía este proceso de desmantelamiento, comenzó un proceso complementario por el cual su reputación crecería hasta alturas casi míticas: para el mundo, él se convertiría a la vez en la personificación del movimiento que lo había animado y en el más notorio entre los autores de sus crímenes”, describió Marwell. "Mientras algunos se referían a él como ‘el ángel de la muerte’, Mengele se convirtió en un personaje reconocido en la cultura popular que asaltó las pesadillas y acosó las visiones diurnas de legiones. En algún momento surgió como la encarnación no sólo del holocausto mismo sino del fracaso de la justicia tras la guerra”.

Y, sin embargo, sin que eso menguara un ápice su sevicia, el mito parece haber sido mucho más grande que él.

Experimentos con humanos y mitos

La imagen pública de Josef Mengele es doble: representa la encarnación del Holocausto y el fracaso de la justicia.
La imagen pública de Josef Mengele es doble: representa la encarnación del Holocausto y el fracaso de la justicia.

Además de seleccionar a los detenidos que llegaban al campo —los que serían asesinados de inmediato, los que primero harían trabajos forzados—, en Auschwitz Mengele fue parte de un equipo de médicos, farmacéuticos y enfermeros de aproximadamente 15 hombres y mujeres. Sus tareas originalmente consistían menos en experimentos crueles con humanos que en cuidar la salud de los oficiales de la SS y las condiciones sanitarias del campo, como por ejemplo tomar medidas para prevenir los brotes de tifus, uno de los logros de Mengele.

Pero —como citó The New York Times, en su crítica del libro, al psiquiatra Robert Jay Lifton, fue al comprender que tenía a su alcance una reserva humana completamente a su disposición que Mengele se propuso perseguir sus ambiciones más ideológicas y racistas que científicas, y de ese modo “sus acciones articularon perfectamente bien la esencia del campo”. Al usar las instalaciones de exterminio como un laboratorio, Mengele no se engañó, como escribiría luego a su hijo: “Yo no inventé Auschwitz, ya existía”. Él sólo desplegó sus experimentos en el ambiente permisivo, carente de límites éticos, que el campo le ofrecía.

La perspectiva presuntamente biomédica que acompañaba la ideología de Adolf Hitler y su corte en combate contra los enemigos de la raza aria tenía entre sus objetivos preservar y optimizar las características germanas. En su obsesión por la eugenesia, Mengele se interesó especialmente en lo que consideraba anomalías, y allí concentró sus experimentos con humanos: gemelos, personas con gigantismo o enanismo, gente con ojos de colores diferentes, romaníes que sufrían ciertas enfermedades como una forma de gangrena bacterial.

En su obsesión por la eugenesia, Mengele se interesó especialmente en lo que consideraba anomalías y realizó intervenciones médicas y quirúrgicas de extrema crueldad. (Yad Vashem Archives/via REUTERS)
En su obsesión por la eugenesia, Mengele se interesó especialmente en lo que consideraba anomalías y realizó intervenciones médicas y quirúrgicas de extrema crueldad. (Yad Vashem Archives/via REUTERS)

“Se convirtieron en sujetos de estudio vivos para intervenciones quirúrgicas y médicas radicales”, sintetizó Christopher Priest en The Spectator. “Mengele midió y cortó e inyectó y tomó muestras. Nunca usó anestesia. Todos sufrieron dolores atroces y casi todos sucumbieron a muertes de martirio”.

Así Mengele y Auschwitz se mezclaron como una misma cosa, y la fama del “ángel de la muerte” llegó a prisioneros que nunca lo vieron. Sin embargo Marwell, en su nuevo libro, insiste en moderar la leyenda de Mengele. Hay innumerables crímenes, es cierto, pero también hay mucha exageración. “Lo que se conoce sobre el tiempo de Mengele en Auschwitz es más retórico que verdadero”, escribió. “La enorme reputación de Mengele como monstruo médico está en proporción inversa a lo que se sabe y se entiende que efectivamente hizo”.

Sintetizó Steven Aschheim en el Times: “Por cierto, algunos prisioneros aseguran que nunca escucharon su nombre. La memoria de los sobrevivientes —quizá sugestivamente acentuada por la posterior notoriedad de Mengele— no siempre ha sido exacta. Así, un puñado de sobrevivientes recordó haber sido seleccionados por Mengele antes de su llegada al campo. Algunos dijeron que hablaba húngaro, cosa que no era así. Otros lo creían alto y rubio; en realidad, era relativamente bajo y con el pelo oscuro. Dada su presunta omnipotencia, circularon acusaciones grotescas”. Por último, algunos de los experimentos más monstruosos, como la esterilización masiva o los estudios sobre los efectos del hambre, fueron obra de sus colegas, no por menos famosos menos brutales, estableció Marwell.

Otra de las funciones de Josef Mengele en Auschwitz-Birkenau era seleccionar a los prisioneros que bajaban de los trenes. (Everett/Shutterstock)
Otra de las funciones de Josef Mengele en Auschwitz-Birkenau era seleccionar a los prisioneros que bajaban de los trenes. (Everett/Shutterstock)

Antes y después del campo

Si se observan los orígenes de Mengele, en una familia conservadora, católica y de buen pasar, es difícil llegar a la imagen del nazi que el mundo conoce. Marwell ubicó su decisión de estudiar medicina, genética humana y antropología en el contexto científico de la década de 1930 en Alemania. Como no le iba mal —accedió a competitivos entrenamientos en Munich, Bonn y Frankfurt— y era ambicioso, su afiliación al Partido Nazi fue un paso lógico, que dio en 1938, al mismo tiempo que se sumó a las SS. Desde entonces fue, y hasta el fin de sus días, un nazi convencido.

Como miembro de la división Waffen-SS Viking combatió en el frente ruso. Mientras trabajaba en el Instituto para la Biología Hereditaria y la Higiene Racial de Frankfurt, un centro de investigaciones muy cercano a la ideología nazi, se ofreció como voluntario para ser médico en Auschwitz. El responsable del lugar, que había sido director de doctorado de Mengele, Otmar von Verschauer, lo recomendó y ayudó a que fuera nombrado.

Luego de la guerra, mientras huía de los soviéticos, Mengele fue detenido por los americanos como prisionero de guerra. Pero en la desorganización de aquellos días de junio de 1945, no se encontraba todavía en la lista de grandes criminales de guerra, y a fin de julio fue liberado. Por sus contactos y gracias al dinero de su familia consiguió sus primeros documentos falsos, a nombre de Fritz Ullman. Trabajó en el campo hasta que le llegó su turno en la ratline, el sistema de huida hacia América del Sur.

Aunque los aliados detuvieron a Josef Mengele en 1945, en la confusión no lo identificaron como el criminal de guerra que era. Tras esconderse cuatro años en Alemania, se escapó a Argentina.
Aunque los aliados detuvieron a Josef Mengele en 1945, en la confusión no lo identificaron como el criminal de guerra que era. Tras esconderse cuatro años en Alemania, se escapó a Argentina.

Vivió en Buenos Aires y sus suburbios del norte desde 1949, como Helmut Gregor; en 1956 obtuvo un pasaporte de Alemania Occidental con su nombre verdadero y viajó a Europa; al regresar, abandonó los seudónimos. Participó en la propiedad de un laboratorio y practicó la medicina ilegalmente. La muerte de una adolescente tras un aborto, en 1958, le hizo temer que podrían descubrir sus antecedentes. Escapó a Paraguay, donde obtuvo documentación como José Mengele. Pero en 1960, tras el espectacular operativo israelí que condujo al secuestro de Eichmann para juzgarlo en Jerusalén, supo que estaban tras su pista. Gracias a amigos leales, simpatizantes nazis y el dinero de su familia, observó Marwell, pudo volver a esfumarse, esta vez en Brasil.

La novela de su vida (final)

Aunque no sabían que Mengele acababa de morir, en 1979 los legisladores estadounidenses, por el impulso de la congresista de Nueva York Elizabeth Holzman, habían creado una Oficina de Investigaciones Especiales (OSI) en el Departamento de Justicia para perseguir criminales de guerra nazis. En febrero de 1985, Marwell, que trabajaba allí, recibió el encargo de participar en la pesquisa internacional que Estados Unidos, Alemania e Israel habían montado tras una nueva pista sobre Mengele, para localizarlo y llevarlo ante un tribunal.

El libro está basado en fuentes directas, tanto de archivos como de entrevistas, pero también en los escritos del propio Mengele. “Leí su correspondencia y sus diarios del final de su vida y me expuse a los detalles íntimos de sus quejas sobre su salud, sus frustraciones, sus reflexiones privadas y al estilo y el ritmo de sus pensamientos. Además, tuve acceso al intento del propio Mengele de acometer la empresa en la que yo estaba. Al final de su vida, se puso a escribir su biografía pero eligió hacerlo bajo la forma de una novela autobiográfica, que se trataba sobre un hombre ‘formado por su tiempo de un modo muy especial’”, citó Marwell.

El certificado de muerte de Josef Mengele, con su nombre falso, Wolfgang Gerhard, fechado en 1979 en una playa del estado de Sao Paulo.
El certificado de muerte de Josef Mengele, con su nombre falso, Wolfgang Gerhard, fechado en 1979 en una playa del estado de Sao Paulo.

“Por razones vinculadas a la seguridad y la protección, Mengele decidió ficcionalizar los nombres de los personajes y los lugares. Mi desafío fue descifrar su intento de oscurantismo y determinar los nombres verdaderos de los individuos y los sitios que jugaron papeles centrales en su historia. Al hacerlo, mi esfuerzo complementó el de Mengele: descodificar lo que él había encriptado”. Por eso, advirtió, “su ‘autobiografía’ se convirtió en una fuente irreemplazable e invaluable”.

En 1992, tras la confirmación de la identidad de Mengele mediante estudios de ADN, el caso de la OSI se cerró. Marwell notó que dos funcionarios de aquel momento, a quienes se entregó “In the Matter of Josef Mengele”, el informe final del trabajo, volverían a tener que ver en asuntos públicos prominentes en el porvenir: el fiscal adjunto general de la división criminal, Robert S. Mueller III, y su jefe, el fiscal general William Barr.

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