En la fría tarde del día de navidad de 1989, Nicolás Ceaucescu, el cruel dictador de Rumania que había sido despuesto tres días antes, y su esposa Elena fueron sacados al patio de una base militar en las afueras de Bucarest y puestos contra la pared. Según un testigo de la época citado por The Guardian, Ceaucescu cantaba “L’Internationale” mientras su pareja insultaba soezmente a los guardias que les estaban atando las manos.
“¡Arriba, parias de la Tierra!/¡En pie, famélica legión!/Atruena la razón en marcha/es el fin de la opresión”, dice el texto del icónico himno socialista, atribuido como últimas palabras del hombre que gobernó a Rumania durante tres décadas (en el francés original: "Debout! les damnés de la terre!/Debout! les forçats de la faim!/ La raison tonne en son cratère:/C’est l’éruption de la fin).
Poco antes había concluido el juicio popular montado por el Frente de Salvación Nacional (FSN), una formación política creada a comienzos de 1989 por líderes rumanos enfrentados al dictador; apenas una hora de acusaciones y gritos durante la cual fueron condenados por genocidio, abuso de poder, destrucción de propiedad pública, daños a la economía y de intentar fugar cerca de 1.000 millones de dólares.
Tres miembros de las tropas paracaidistas, un cuerpo de élite dentro de las fuerzas armadas rumanas, se ofrecieron voluntarios para formar parte del pelotón. En el caos de la revolución rumana, que llevó en 1989 a la caída de uno de los últimos regímenes comunistas, el Ejército Popular fue uno de los últimos en rebelarse contra Ceaucescu.
A las 4:00 PM de ese 25 de diciembre, los tres paracaidistas finalmente dispararon sus fusiles AK-47 contra la pareja que había gobernado Rumania con puño de hierro entre 1965 y 1989. Cambiaron cargadores y siguieron tirando: más de 120 fueron halladas en los dos cuerpos, según reportes de la época.
Ionel Boyeru, capitán retirado del ejército rumano y miembro de ese pelotón de fusilamiento, recordó en 2014 y en entrevista con The Guardian que Nicolás y Elena “seguían enamorados” hasta el final. Boyeru tenía en aquel momento 31 años y asegura ahora que fue el único responsable de la muerte del dictador y su esposa, ya que uno de sus compañeros paracaidistas se congeló en el momento de actuar y el otro no tenía su AK-47 en modo de disparo automático, por lo que habría descargado sólo unas pocas balas.
“Todavía me pongo nervioso. Fueron dos vidas con las que yo terminé. Es algo importante. En una guerra está bien, pero cuando matas personas desarmadas, es más difícil”, expresó. “Les disparé muy rápido y creo que les ayudé a morir con dignidad”, agregó.
Tal era el caos de esos días que Boyeru pensó que, tras el fusilamiento del líder, él y sus dos compañeros paracaidistas iban ser los siguientes ejecutados, para cubrir los rastros. Incluso el ejército había desplegado una ametralladora justo detrás de ello. Pero nada de eso pasó.
La última de las revoluciones de 1989
La caída de Ceaucescu (también escrito en español como Ceausescu y en rumano Ceaușescu) comenzó a gestarse el 16 de diciembre de 1989 en Timisoara, cuando delante de la Iglesia Reformada calvinista un grupo de manifestantes mostró su rechazo a la expulsión del pastor húngaro Laszlo Tokes, quien desde hacía tiempo criticaba al régimen en sus sermones, ordenada por el gobierno.
En los meses anteriores, los estados comunistas en Polonia, Checoslovaquia, Hungría y Alemania del Este habían caído producto de revoluciones pacíficas, y parecía ser el turno de Rumania.
El gesto frente a la iglesia desencadenó una movilización, con cerca de 100.000 personas, en su mayoría jóvenes, reunidas en la plaza principal de Timisoara al canto de “libertad” y “despiértate rumano”, y hoy en día en la puerta de la iglesia de ladrillos hay una placa en rumano, húngaro, alemán y serbio que dice: “Aquí comenzó la revolución que puso fin a la dictadura”.
“No podía imaginar que la gente respondería a mi llamado, que vendrían delante de mi iglesia para mostrar su solidaridad. Esta solidaridad se transformó en un movimiento de protesta contra el régimen comunista”, relató la semana pasada a la agencia AFP el pastor Tokes, de 67 años.
Dos días después de aquella concentración de apoyo al pastor, Ceaucescu dio la orden de disparar contra los manifestantes, matando a al menos 60 e hiriendo a unos 2000. A diferencia de lo ocurrido en los vecinos comunistas en Europa del Este, el brutal dictador estaba empecinado en aferrarse al poder y fue sólo en Rumania donde las revoluciones se tornaron en un baño de sangre.
Se cree que al menos 1.104 personas murieron y 3.552 resultaron heridas durante la violenta represión y los enfrentamientos, antes y después del derrocamiento y muerte de Ceausescu, de acuerdo a cifras citadas de AFP.
El 21 de diciembre de 1989, las manifestaciones se extendieron a Bucarest, unos 550 kilómetros más al este, donde las muchedumbres congregadas para escuchar su tradicional discurso de fin de año lo abuchearon al grito de “¡Timisoara!”.
El 22 las protestas empeoraron y el Ejército de Rumania se pasó del lado de los manifestantes. Ceaucescu y su mujer Elena huyeron en un helicóptero antes de ser detenidos, llevados a juicio y ejecutados en tiempo récord y sin garantías mínimas, “por temor a sus partidarios”, justificaron desde el FSN.
El 27 de diciembre se abolió el sistema comunista de partido único y se formó un gobierno provisional dominado por el FSN, hasta la celebración de las elecciones en mayo de 1990, dando inicio a un largo y difícil camino de apertura parcial en el país.
Los años de Ceaucescu
Ceaucescu había nacido en enero de 1918, cuando la Primera Guerra Mundial, en la que Rumania peleó del lado de la Tripe Entente contra Alemania y Austria-Hungría, seguía en curso.
Comenzó a militar en el Partido Comunista desde muy joven y pasó gran parte de la Segunda Guerra Mundial, cuando Rumania se alineó primero con la Alemania Nazi y luego del lado de los aliados, en prisión.
Al finalizar el conflicto y con la entrada de su país en la zona de influencia de la Unión Soviética, integró el nuevo gobierno comunista instalado en 1947, ocupando los cargos de Ministro de Agricultura y viceministro de Defensa.
Casi desde el inicio de este proceso, y a diferencia de lo ocurrido en países vecinos, los viejos comunistas rumanos, marcados por el nacionalismo, se impusieron sobre aquellos que favorecían la visión de Moscú, y las relaciones entre Rumania y la URSS mantuvieron siempre la tensión.
Ceaucescu llegó al poder en 1965 y tras la muerte de Gheorghe Gheorghiu-Dej, quien había dejado una sucesión caótica. Fue nombrado Secretario General del Partido de los Trabajadores de Rumania en medio de esas pujas, y ya no soltaría las riendas hasta su deposición en 1989. En sus años como líder supremo tuvo momentos de gran popularidad entre los rumanos y de fuerte simpatía de Occidente, describiendo un arco narrativo que tendría como acto final la miseria, el abandono y la traición.
En sus primeros años Ceaucescu intentó cultivar el culto a su persona y llevó adelante un régimen represivo con el objetivo manifiesto de convertir a Rumania en una potencia mundial. Para ello, por ejemplo, mantuvo una férrea política demográfica: prohibió el aborto y los anticonceptivos, incentivó los nacimientos, dificultó los divorcios, y montó una infame red de orfanatos para hacerse cargo de los hijos resultantes de estas medidas, a los que sus padres no podían mantener. Las imágenes de niños desnutridos en estas instalaciones horrorizaron al mundo en la década de 1990, cuando tras su caída comenzaron a salir a la luz.
También encaró ambiciosos y fallidos planes económicos, como el proyecto en la década de 1970 de convertir a Rumania en el principal refinador de petróleo de Europa, que culminó con deudas impagables (en su mayoría con los países al oeste de la Cortina de Hierro), una fuerte caída en la calidad de vida y escasez de alimentos y combustibles, y mantuvo la censura y represión a cargo de la policía secreta Securitate.
Se hacía llamar Conducător (líder), un título que habían utilizado otros dictadores rumanos, y se mostró como un admirador del estilo de gobierno de Kim Il-sung en Corea del Norte y de Mao Tse Tung en China, a quienes conoció en una gira en 1971. También de la ingeniería y transformación social encaradas por esos regímenes mediante la ideología Juche y la Revolución Cultural, respectivamente.
Este estilo personalista, ambicioso y aislacionista cultivado en oriente de “tiranuelos megalómanos” en palabras del historiador Eric Hobsbawm, y reproducido parcialmente por Ceaucescu, iba en contra del programa burocrático de la URSS posterior a la muerte de Josef Stalin y las relaciones con Moscú siguieron siendo difíciles.
En definitiva, durante los años de Ceaucescu Rumania mantuvo una posición particular. Dentro del Pacto de Varsovia pero con críticas a Moscú (apoyó a Checoslovaquia en su fallida revolución de 1968 y nunca aceptó el quiebre de relaciones con China), celebrada y apoyada financieramente por Occidente por esta presunta resistencia a la URSS mientras su economía sufría, y siempre coqueteando con el movimiento de los no alineados.
Por detrás crecían la represión, la pobreza y la escasez, al igual que la corrupción y el mesianismo del Conducător de Rumania, todo esto mientras el mundo socialista impulsado desde Moscú se derrumbaba rápidamente a su alrededor.
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