Sus oídos, jóvenes, aún funcionaban a la perfección. Los zumbidos de las balas alemanas que rozaban sus sentidos se le grabarían para siempre y lo acompañarían los restantes 79 años. Sobre todo los primeros meses en los que Les Rutherford apenas podía dormir. Sobresaltado, recordaba cómo había logrado escapar de aquel infierno desatado en la costa de Dunkerque, al norte de Francia, capturada por las implacables tropas nazis.
Eran los primeros días de junio de 1940 cuando la esperanza no estaba permitida entre los soldados ingleses que, apenas arropados y sin escapatoria, sabían que enfrentaban una muerte casi segura. Rutherford, con 22 años entonces, era uno de los 338.000 soldados británicos, franceses y belgas que estaban acorralados entre el mar y el demoledor y constante avance alemán que tomó Francia en pocos días. La evacuación era imposible: cada buque inglés que arrimaba al puerto era destruido por la artillería nazi. No había esperanzas de ningún tipo. Sólo un milagro podría salvarlos.
Sin embargo, no fue un milagro aquello que logró rescatar a gran parte de los asediados uniformados aliados. Fue la Operación Dinamo lo que permitió la evacuación de cientos de miles de un deceso seguro. Entre ellos, Les. Desde el 20 de mayo, la Corona británica -gracias la fuerza colosal de su líder, Winston Churchill- hizo resurgir sus genes marinos. Todo barco -por grande o pequeño que fuera- sería requisado entre Londres y el sur del país para salvar esas vidas de compatriotas, belgas y franceses. Al mando de la cruzada marítima se designó al almirante Bertram Ramsay, pero inspirada por la férrea decisión del mariscal de campo John Vereker Gort.
Según narró Churchill, “los oficiales del Almirantazgo, registrando varios astilleros, lograron 40 lanchas a motor, botes salvavidas de los transatlánticos, remolcadores, veleros, barcos y botes pesqueros, y hasta yates –grandes y mínimos– de placer. Todo para salvar a nuestro querido ejército”. En total serían 800 embarcaciones.
El 26 de mayo a las 11:30 pm (hora inglesa) se dio comienzo oficial de la Operación Dínamo: llega a Dover, desde el continente, el primer grupo de tropas, recibido con infernal fuego de artillería, bombardeo aéreo, y la metralla en picada de los veloces aviones Stuka. Miles y miles de soldados ingleses, franceses y belgas forman una desesperada fila en la playa, esperando ayuda. Entre ellos, el joven Les Rutherford. Las bombas nazis destruyeron el puerto de Dunkerque, solo practicable con marea alta para los 40 destructores y los 130 barcos mercantes y de pasajeros alistados por la Royal Navy para la evacuación.
La Batalla de Dunkerque en sí misma duró 10 días: del 26 de mayo al 4 de junio de 1940. En esas 240 horas quedó expuesta toda la materia del horror y la guerra en su total caleidoscopio de locura, coraje, sacrificio, sangre y muerte, crueldad y sadismo. Finalmente, Les logra ingresar en un barco. Se siente a salvo. O casi. Una explosión destruye la nave y el agua lo inunda todo. “El lugar estaba siendo bombardeado en pedazos”, recordó tiempo atrás el héroe. "No había absolutamente ninguna esperanza, así que otro tipo y yo decidimos tomar esta gran puerta que había salido de un cobertizo y nos pusimos en el mar”.
Era tal el deseo y la desesperación por vivir de Rutherford y su cómplice que ambos se pusieron a remar sobre aquella puerta con los pedazos de madera que encontraban esparcidos entre el incesante oleaje del mar francés. Fueron horas. La puerta fue su embarcación, una más entre las cientos que poblaban el agua. Finalmente, un bote de mayor porte los recogió. Si bien era junio y el frío no era la mayor preocupación, su cuerpo mojado y temblando aceptó el ron que le ofrecieron. Estaba a salvo. En el cielo, la Real Fuerza Aérea británica (RAF, por sus siglas en inglés) se sentía a gusto y repelía el fuego de los jets nazis. Volvía casa. Sólo cubierto por una manta.
Una vez allí, a salvo, Les no quiso olvidar lo sucedido y se sintió aún más comprometido con su tierra. Quería ser parte de quienes aspiraban a salvar al Reino Unido y a Europa de las garras de Adolf Hitler. El genocida alemán jamás pensó que la resolución de un pueblo podría más que su maquinaria asesina. Fue así que el joven se enroló de inmediato en la aviación británica. La RAF le guardó un lugar en el Comando de Bombarderos. ¿Su papel? Se situaba en la nariz del avión y dirigía al piloto durante un bombardeo.
Pero luego de casi tres años de volar los aires europeos en busca de objetivos alemanes, el 20 de diciembre de 1943 su avión fue alcanzado por la artillería enemiga en Frankfurt y derribado. Hasta allí había completado 24 misiones. Con su nave envuelta en llamas, el joven logró eyectarse. Pero un golpe al salir disparado lo noqueó. Estaba a 20 mil pies de altura. Cuando caía inconsciente, se despertó: fue en ese momento que activó su paracaídas. Milagro. Al precipitarse a tierra fue capturado y detenido como prisionero de guerra. Fue llevado al campo de detención de la Luftwaffe (la fuerza aérea nazi) conocido como Stalag Luft III, a 160 kilómetros al sudeste de Berlín. En ese lugar, cuatro meses después, se llevaría adelante un escape cinematográfico. Sin embargo, él no formó parte de la huída. Su final parecía marcado. Otra vez.
Sin embargo, algo lo mantenía en pie. El avance aliado era evidente tanto como el repliegue alemán. Fue así que pasó sus días como prisionero dibujando. En su cautiverio retrató a sus guardias y hasta graficó el gran escape de aquel penal de soldados.
Finalmente, Berlín cayó. Y en junio de 1945 Les recuperó su libertad. Sin embargo, la alegría por su vida se contraponía con la tristeza por el devastador déficit humano que sobrellevó la Segunda Guerra Mundial, donde decenas de millones perecieron. En los últimos años, Rutherford visitó escuelas donde contó la historia de la guerra y sus experiencias. “Tuvimos muchas críticas después de la guerra, la mayoría de las cuales provenían de personas que no fueron a la guerra. Hicimos un trabajo y lo hicimos bien. Pensamos que era esencial. Luchamos por las libertades que la gente disfruta hoy”, dijo el soldado.
Les Rutherford, de North Hykeham, murió pacíficamente mientras dormía en el hospital el domingo 1 de diciembre. Estaba rodeado de su familia. Como siempre soñó que moriría. Para eso luchó toda su vida. Una vida que duró 101 años.
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