Los 128 metros más calientes de la Guerra Fría: el puente utilizado para el intercambio de espías entre Estados Unidos y la Unión Soviética

Steven Spielberg y Tom Hanks lo inmortalizaron en el gran film El puente de los Espías

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El puente Glienicke comunica Berlín y Potsdam sobre el río Havel. En plena guerra fría se convirtió en un inusual escenario de intercambio de rehenes entre el mundo occidental y el comunista.
El puente Glienicke comunica Berlín y Potsdam sobre el río Havel. En plena guerra fría se convirtió en un inusual escenario de intercambio de rehenes entre el mundo occidental y el comunista.

“Sobre el Puente de Avignon, todos bailan, todos bailan, todos bailan y yo también”

(Canción infantil del siglo XVI)

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Pero nadie baila sobre el Puente Glienicke, de trescientos años de historia, que une Berlín y Potsdam, separados por el río Havel.

Según el humanista y explorador alemán Alexander von Humboldt, “la vista desde allí es una de las más bellas del mundo”.

Pero desde 1947, comienzo de la Guerra Fría, la parte occidental de Potsdam quedó dentro de tierra comunista: (RDA), República Democrática Alemana (la palabra “democrática” fue una farsa desde aquel año hasta la caída del Muro de Berlín, hace exactos treinta años).

El puente, de noche, envuelto en sombras y pesada niebla, fue una cuerda floja de 128 metros de largo por 22 de ancho, custodiada por guardias armados en ambas puntas, y escenario de una maniobra con más suspenso que un film de Hitchcock…: el intercambio de espías, presos en ambos lados, liberados luego de largas y tensas negociaciones, y en la mira de los fusiles de los guardias, listos para matar ante cualquier movimiento sospechoso que alterara esa rutina: una marcha a paso lento, y sin mirarse a los ojos en el instante de cruzarse: obligada vista al frente…

El primer día de mayo de 1960, Francis Gary Powers, piloto norteamericano, fue derribado por un misil cuando, desde su avión Lockheed U-2, espiaba puntos estratégicos de la Unión Soviética. Como a todos sus espías, la CIA le había entregado una moneda de plata perforada desde su canto por un alfiler envenenado capaz de matar en segundos: el drástico –y único– modo de eludir los previsibles interrogatorios y torturas. Pero no se animó a usarlo. Prefirió afrontar el costo, la cárcel, el juicio, y la insoslayable muerte en la horca…

El piloto del avión espía U2 Gary Powers posa junto al traje que llevaba cuando cayó en territorio comunista, en una exhibición de los materiales que se presntaron como evidencia en el juicio en su contra en Moscú.
El piloto del avión espía U2 Gary Powers posa junto al traje que llevaba cuando cayó en territorio comunista, en una exhibición de los materiales que se presntaron como evidencia en el juicio en su contra en Moscú.

En realidad –explicó ya liberado–, el impacto del misil tierra-aire destrozó el ala derecha, y calculó que podía salir del avión antes de accionar los interruptores de destrucción para que el enemigo no se apropiara de los secretos técnicos, pero aprisionado por las mangueras de oxígeno…, no pudo moverse en ningún sentido: el suicidio o el incendio de la máquina.

Cayeron sobre él unos campesinos, lo llevaron a una ciudad de los Urales, y acabó en Moscú a merced de la KGB.

Créase o no, el Caso Gary Powers resonó más de la cuenta: máxima tensión entre los Estados Unidos y la URSS, fracaso de la Cumbre de París en la que se discutiría el destino de Berlín entre los cuatro grandes países vencedores en la Segunda Gran Guerra, y seguramente un aumento de nuevas operaciones de espionaje trazadas por los servicios secretos de los dos gigantes…

Era preferible –y necesaria– una operación de canje. Que, por un lado, salvaría la vida de Gary Powers, y por el otro, la del espía soviético Rudolf Abel –su verdadero nombre era Vílyam Guénrijovich Fisher–, detenido por el FBI el 21 de junio de 1957, para entonces vecino de Brooklyn, y sujeto a juicio por espionaje.

Su abogado defensor, el neoyorkino James Donovan –hombre que fue testigo de los juicios de Nuremberg– aceptó representarlo, más allá de la ola de desprecio que desató su decisión. En especial, porque cuatro años antes, el matrimonio Ethel y Jules Rosemberg murió en la silla eléctrica acusado de pasar secretos nucleares a la URSS. Cargo que no logró pruebas sólidas, pero condena que respondió al odio del público…

Una estampilla soviética de 1990 en honor al espía Rudolf Abel, que había sido captura en Brooklyn y fue intercambiado por Powers (Shutterstock)
Una estampilla soviética de 1990 en honor al espía Rudolf Abel, que había sido captura en Brooklyn y fue intercambiado por Powers (Shutterstock)

Otro pergamino lucía Donovan: actuó –modo estelar– en la liberación de más de mil prisioneros en Cuba, atrapados en abril de 1961 durante la fracasada invasión a la isla con un desembarco en la Bahía de Cochinos.

En realidad, Rudolf Abel jamás confesó su papel de espía, y eludió la muerte con un argumento premonitorio y difícil de rebatir:

–Si algún día un espía norteamericano cae en mi patria, puedo ser más útil vivo que muerto…

¡Y Donovan lo hizo! Logró el intercambio. Con un plus: la liberación de Frederic Pryor (27 años), estudiante de Yale, que preparaba una tesis en Berlín Oriental y cayó en manos de la Stasi, el servicio secreto rojo, sospechoso –y luego acusado– de enviar “documentos comerciales sensibles” a su país.

Alexander von Humboldt consideró que la vista desde el puente de Glienicke es “una de las más bellas del mundo” (Shutterstock)
Alexander von Humboldt consideró que la vista desde el puente de Glienicke es “una de las más bellas del mundo” (Shutterstock)

Por fin, el canje imaginado por Rudolf Abel sucedió el diez de febrero de 1962. De noche y con niebla cerrada, los dos espías empiezan su lenta marcha. Sus pesados abrigos apenas pueden atemperar los veinte grados bajo cero. Caminan en sentido contrario, como los antiguos duelistas antes de darse vuelta y disparar. Avanzan, lentos, si detenerse, y no se miran al cruzarse: así son las órdenes. En menos de media hora, cada uno en su cabecera del puente, ya es un hombre libre.

Y el Puente Glienicke, construido en 1660, recibe su segundo nombre: Puente de los Espías.

Después de la Segunda Gran Guerra ya habían sido liberados veintisiete acusados de espionaje: cuatro de los países bajo la dominación comunistas, y veintitrés de los servicios secretos de los Estados Unidos.

El tercer y último intercambio en el Puente Glienicke sucedió el once de febrero de 1986: nueve espías liberados. Entre ellos, el disidente ruso Anatoly Sharansky.

Fue el canje más mediático de la historia: transmisión en directo por decenas de medios…

Sus 128 metros de largo son una estrella. Qué menos, si el genio de Steven Spielberg, en 2015 y en su film El Puente de los Espías, con Tom Hanks como el abogado Donovan, lo elevó al rango de leyenda moderna…

Trailer de la película Puente de Espías

Rudolf Abel murió en noviembre de 1971: fumador incesante, el cáncer de pulmón decretó su final a los 68 años

Gary Powers, en agosto de 1977, en Encino, California, al caer su helicóptero durante un vuelo. Era guía de turismo. Tenía 48 años.

James Donovan, en enero de 1970, a los 54 años.

Después de la Caída del Muro, como en el Puente de Avignon, en el Glienicke, si quieren, todos pueden bailar…

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