El ciclista Harry Seidel creía que podía utilizar sus habilidades más allá de los pedales. Era naturalmente arriesgado y le gustaba la acción. Aparecía en fotos coronado de laureles y dentro del bloque soviético ya era uno de los mejores en su categoría. Se entrenaba a diario y los periódicos decían que podría ser un gran campeón olímpico. Pero Harry tenía objetivos que iban mucho más allá de una medalla dorada. Y una vida secreta.
Desde que había comenzado la construcción del muro que dividía Berlín, el 13 de agosto de 1961, Harry no era la misma persona. A veces desaparecía por días. Por las noches, incluso con nieve, tomaba su bicicleta y pedaleaba por unos callejones oscuros y esquivando a los numerosos guardias. Los amigos lo llamaban “Harry draufgänger” (Harry, el temerario). Le pedían que abandonase sus hazañas que desafiaban la muerte, que volviera al ciclismo y abriera ese quiosco de prensa que alguna vez había soñado. Su mujer, Rotraut, también estaba muy preocupada. Cuando salía en sus “misiones secretas” se quedaba esperándolo pegada a la ventana. Estaba convencida de que en cualquier momento vendrían unos agentes de la policía secreta a llevársela a ella y a su hijo para presenciar la tortura de su marido. Pero no sabía porqué lo podrían torturar. Sospechaba, pero Harry no le daba ningún detalle que la pudiera comprometer.
Tres meses después de la construcción del muro, un día en que Harry la había invitado a ella y al niño a caminar por la orilla del río Spree, supo exactamente a lo que se dedicaba su marido. Harry los llevó hasta un pasadizo y unos minutos más tarde ya estaban en Occidente. “Ustedes quédense aquí”, les dijo. “Yo todavía tengo que pasar a mucha más gente”. Y regresó a su casa como si nada y con su aura de héroe deportivo como escudo protector.
Seidel fue un mimado del gobierno pro soviético. A los 20 años dejó su trabajo de electricista y recibió un subsidio importante para dedicarse sólo a entrenar. Tuvo dos medallas en el campeonato de Alemania del Este en 1959 y varias otras en competencias internacionales. Aparecía muy seguido en los órganos de propaganda del régimen donde lo mostraban como un ejemplo del deportista socialista. Pero pronto fue perdiendo los favores estatales. Se negó a tomar esteroides para mejorar su rendimiento. Tampoco quiso ingresar en el Partido Comunista. Quedó fuera del equipo olímpico en 1960, y le cancelaron el subsidio. Sobrevivió repartiendo diarios en un barrio de la zona Occidental.
Apenas unas horas después de que comenzaran a colocar las barreras que dividían Berlín, en la mañana del 13 de agosto, Seidel salió del apartamento que compartía con su mujer, su hijo y su suegra en el distrito de Prenzlauer Berg para explorar la frontera en bicicleta. Al sur del centro de la ciudad encontró un sitio en el que la alambrada de púas estaba floja y había quedado bastante baja. Cuando vio que los guardias estaban distraídos tratando de contener a otra gente, se puso la bicicleta al hombro y saltó. Dio una vuelta por el lado Occidental y después reingresó por unos de los puestos de control. Había sido una prueba. Comprobó que la barrera no era tan inexpugnable. Más que nada se trataba de una prueba.
En el primer momento, cuando levantaron el muro, varios edificios de departamentos del lado del este quedaron casi sobre la línea a lo largo de varias cuadras de la Bernauer Strasse, en el Mitte (Centro). Desesperados, muchos alemanes del este comenzaron a saltar por las ventanas. Los bomberos del Oeste se organizaban para abrir unas redes y amortiguar la caída. Pero hubo muchos accidentes. Apenas una semana después de levantada la valla, murió la primer berlinés oriental que intentaba huir. Fue Ida Siekmann, una enfermera de cincuenta y ocho años, que tiró un colchón por la ventana de su departamento del tercer piso, en Bernauer Strasse, y se arrojó. Siekmann no consiguió caer sobre el colchón y murió cuando la llevaban al hospital. Unas horas más tarde, un grupo de obreros cercanos al partido ya estaban tapiando las ventanas de todo el edificio. Dos días después del salto fatal de Siekmann, un sastre de veinticinco años que se llamaba Günter Litfin murió en Humboldt Harbor del SpreeKanal (frente a la ahora magnífica estación central de trenes berlinesa) por el disparo de un guardia cuando había alcanzado la orilla. Trabajaba del lado occidental y le habían revocado el permiso para cruzar la frontera. Cuando se conoció la noticia, miles de berlineses occidentales se congregaron en el lugar para protestar. La respuesta del régimen fue arrestar al hermano de Günter, requisar el departamento de la madre y difundir la “fake news” de que se trataba de un homosexual conocido como “muñeca”, que había querido huir para encontrarse con su pareja. El guardia que lo mató recibió una medalla y un reloj de oro. Unos días después de la muerte de Litfin, otro joven berlinés oriental murió también a tiros en el canal de Treptow. A la semana siguiente fueron otros tres que habían saltado por la Bernauer Strasse. Dos más fueron tiroteados mientras intentaban cruzar el río Spree. Entre medio, muchos otros lo lograban, como una pareja que cruzó a nado arrastrando una bañadera en la que iba su hija de tres años.
En octubre, tres meses después de comenzada la construcción del muro, ya no era apenas una sucesión de alambradas y vallas, se habían levantado muros de cuatro metros y enormes torres de vigilancia. Del lado occidental aparecieron los primeros graffitis, unas “KZ”, que era la forma en que los nazis denominaban los campos de concentración. Los “fluchthelfer” (colaboradores de fugas) empezaron a buscar vías alternativas para los escapes. Consiguieron mapas del alcantarillado por donde pasar de un lado al otro. La denominaban “Ruta 4711” por el nombre de una popular colonia y el olor insoportable de esos túneles. Otros, falsificaban documentos y pases que repartían de a cientos en el lado oriental. Todo, hasta que era descubierto el truco y los agentes de inteligencia del régimen encontraban algún antídoto.
El ciclista Harry Seidel seguía siendo uno de los “fluchthelfer” más activos y creativos. Daba vueltas a lo largo del muro del lado Occidental y estudiaba los movimientos. Vio que en la zona de Kiefholz era la más desprotegida. En unos pocos días sacó a veinte personas. En uno de los cruces vio a un muchacho que gritaba y lloraba mientras veía a su novia del lado occidental. Tenían planificado casarse en esos días, pero habían quedado separados por el muro. Seidel lo sacó y fue padrino de la boda. Unos días más tarde, los guardias descubrieron a Seidel cuando estaba pasando a una madre con su bebé que lloraba. Les dispararon, pero lograron escapar ilesos. La ruta ya no sirvió más. Los guardias orientales levantaron una tercera valla de bloques de cemento.
En Berlín había un rumor de que aún existían túneles cavados por los nazis que los agentes orientales desconocían. Particularmente, una que decían que pasaba por debajo del Reichstag y que había sido utilizado para el incendio del parlamento en 1933. Harry exploró las ruinas, pero no encontró nada. Lo intentó nuevamente por una zona donde el muro era más bajo cerca de la puerta de Brandeburgo hasta que lo atraparon. Lo llevaron a un cuartel de la Stasi para interrogarlo. Unas horas después logró huir. Saltó desde la ventana de un sexto piso y regresó herido al lado Occidental.
Los agentes orientales ya no se cuidaban para no disparar hacia el lado oeste. Un estudiante de química de la Universidad Técnica que había ido a sacar a la madre de un compañero de la facultad fue alcanzado por varios disparos cuando intentaba cortar los últimos alambres. Estaba exactamente en el medio de la frontera, pero cuando llegaron los soldados británicos que controlaban la zona, los guardias orientales impidieron cualquier movimiento, dejaron que el chico se desangrara y después arrastraron el cuerpo hacia su sector.
También estaban los innumerables informantes de la Stasi que tenían que visitar asiduamente los cuarteles de la Rusche Strasse para dar pistas de posibles “fluchthelfer”. Nunca se sabrá cuántos escapes fueron “vendidos”, pero las mazmorras de la policía secreta estaban repletas de personas que habían intentado huir. El ciclista Harry Seidel no se daba por vencido. Se hizo amigo de un carnicero, Fritz Wagner, un tipo fortachón que no llegaba a los cuarenta años y que estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para liberar a varios familiares que habían quedado en el Este. Se lanzaron a cavar un túnel. Había un antecedente importante: el chofer de un jerarca del régimen y sus dos hermanos habían hecho un túnel desde el sótano de la casa de sus padres hasta una plaza del lado Occidental. En nueve días ya estaban del otro lado. Dieciocho mujeres y diez hombres lograron cruzar con ellos. El diario Bild Zeitung pagó para publicar unas fotos de los hermanos sonrientes con las palas en la mano.
Seidel y Wagner se concentraron en armar un túnel por debajo de la Heidelberger Strasse, en el distrito de Treptow. Habían descubierto que apenas 25 metros separaban el sótano de una casa occidental hasta la bodega de una tienda abandonada del Este. Era un túnel al revés, hasta ese momento siempre iban desde donde querían salir hacia la zona libre. Tuvieron la ayuda de varios amigos. Por arriba, patrullaban los “VoPos” (Volkspolizei, policías del pueblo). Dos semanas más tarde llegaron a la bodega y abrieron uno de los túneles más exitosos para los escapes. En los primeros tres días pasaron decenas de refugiados. El carnicero Wagner cobraba una pequeña suma para solventar los gastos de la excavación y cuando terminaban de cruzar los esperaban con una botella de Coca-Cola, que para los refugiados era en ese momento el símbolo de la libertad. Lograron sacar a decenas más hasta que los vio un informante de la Stasi que vivía en el número 75 de Heidelberger Strasse. Cuando se abrieron los archivos secretos, casi treinta años más tarde, se supo que su nombre era Horst Brieger, que se movía con el apodo de “Naumann” y que había reconocido al famoso ciclista Seidel.
Al día siguiente, pasó al lado oriental uno de los muchachos que estaba ayudando en la huida. Se llamaba Heinz Jercha, de 27 años. Tenían planeado sacar a la suegra y los yernos de Seidel. Fue el primero en cruzar. Se aventuró hasta la puerta del edificio cuando lo sorprendieron los agentes de la Stasi. Jercha intentó escapar y fue alcanzado por las balas. Seidel lo ayudó y lograron cruzar de regreso al lado occidental. Pero Jercha ya se había desangrado y murió camino a un hospital. El túnel más exitoso de todos fue inundado.
Durante esos años hubo otros cruces muy famosos. El primero fue el del guardia oriental Konrad Schumann que simplemente tiró su fusil y comenzó a correr cuando recién estaban construyendo la muralla. Tomaron la foto y se convirtió en una imagen icónica. Terminó suicidándose en el lado occidental en 1998. Frieda Schultze tenía 77 años cuando se descolgó de la ventana del primer piso de un edificio sobre la frontera. El maquinista Harry Deterling, subió a toda su familia al tren que conducía el 5 de diciembre de 1961 y con todos los otros pasajeros a bordo no se detuvo hasta llegar a la estación de Spandau. Horst y Karl Müller estaban desesperados por reunirse en Berlín Oeste con su hermano mayor, Rudolph. Salieron por un túnel alternativo hasta las vías del U-Bahn (metro), detuvieron una formación y los pasajeros los ayudaron a camuflarse para pasar desapercibidos. Heinz Meixner cruzaba todos los días para trabajar del lado Este. Se enamoró de una compañera de trabajo, Margarete Thurau. Como no les daban el permiso para casarse e ir a vivir al lado occidental, Meixner alquiló un auto deportivo británico Austin-Healey Sprite, le quitó el parabrisas y desinfló un poco las ruedas, para que el coche tuviera aún menos altura. El 5 de mayo de 1963 escondió a su novia y su suegra en la parte trasera del pequeño auto y cuando llegó al Checkpoint Charlie aceleró y pasó por debajo de la barrera sin mayores problemas. Para la misma época, el soldado Wolfgang Engels se robó un camión de asalto blindado, del tipo panzer, recorrió varios kilómetros y arremetió contra el muro. Lo destruyó parcialmente, fue alcanzado por algunos disparos, pero logró escapar corriendo. Otro policía fronterizo se subió a una pala mecánica que estaba haciendo trabajos en la zona fronteriza entre Wilhelmsruh (Este) y Reinickendorf (Oeste) y no se paró hasta que el vehículo quedó atascado entre los alambrados. Pero ya había cruzado. Dos ingenieros, Reinhard Furrer y Wolfgang Fuchs, junto con una brigada de 34 colaboradores construyeron el túnel de 145 metros de largo a 12 metros de profundidad. Había 120 personas esperando para pasar, una noche de octubre de 1964, desde el sótano de una panadería abandonada en Bernauer Strasse 97 hasta un patio interior de Strelitzer Strasse 55. Cuando habían logrado pasar 57 refugiados apareció la Stassi. Enero de 1965, seis personas se escapan en el interior de una enorme estructura de madera para transportar cables eléctricos. Cruzaron en un camión de la compañía BEWAG por el control de Marienborn/Helmstedt.
Después vinieron las huidas en globo. El 16 de septiembre de 1979 Hans Peter Strelczyk y su amigo Gunter Wetzel salieron del pueblo cercano de Pössneck con un globo aerostático que construyeron con la ayuda de sus mujeres. Lo confeccionaron con unas sábanas de seda y lo inflaron con helio que robaron de una fábrica de heladeras. Habían tenido un primer intento fallido. El viento los arrastró nuevamente hacia el Este. La segunda vez fue un vuelo plácido de 30 minutos para los dos matrimonios y cinco niños. La Disney hizo una película sobre el episodio, en 1981, titulada “Fuga de noche”.
Los hermanos Bethke también protagonizaron escapadas míticas y por separado. Habían nacido en Berlín Este, eran hijos de una pareja de altos funcionarios de Alemania Oriental y miembros del Partido Comunista. El primero en huir fue el mayor, Ingo, que había sido guardia fronterizo y conocía perfectamente los movimientos en la zona norte de la ciudad, cerca del río Elba. El 22 de mayo de 1975 decidió irse junto a otro compañero. Cortaron los alambres de púas, atravesaron un campo minado hasta que llegaron a la orilla del Elba. Nadaron durante media hora para llegar al otro extremo del río sin ser vistos por las lanchas patrulleras. Holger, el segundo de los hermanos, logró escapar el 31 de marzo de 1983, utilizando un sistema de poleas de madera que le permitieron desplazarse por un cable de acero que cruzaba la frontera. Ingo y Holger planearon por años el rescate del hermano menor, Egbert. Ingo hizo un curso de piloto de aviones y le enseñó a Holger para que oficiara de copiloto. Consiguieron una avioneta ultraligera. Para confundir a los guardias fronterizos, le pintaron una estrella roja en las alas y la cola de la aeronave. Hicieron un primer intento que fracasó por el mal tiempo hasta que el 26 de mayo de 1989 aterrizaron en el Treptower Park donde los esperaba Egbert. Diez minutos más tarde ya estaban de regreso en la zona occidental y aterrizaron frente al Parlamento Alemán.
Esos fueron los casos exitosos. El resto aparece en una gélida estadística: 239 muertos en el intento, 260 personas heridas, 3.221 apresadas.
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