El 13 de agosto de 1961, en medio de una madrugada fresca y solitaria de verano, soldados de las Grenztruppen (Policía de frontera) y milicias de las Kampfgruppen der Arbeiterklasse (Grupos de combate de la Clase Obrera) comenzaron a descargar postes, enormes cantidades de alambre de púa y bloques de concreto de sus camiones y en diferentes puntos de Berlín Oriental. Las luces en la Puerta de Brandenburgo y otros sitios emblemáticos de lo que quedaba de la ciudad, en proceso de reconstrucción tras la Segunda Guerra Mundial, habían sido apagadas y en las calles había un silencio casi total.
Dos meses antes, el líder de la República Democrática de Alemania (DDR, en alemán), Walter Ulbricht, había declarado tajantemente durante una conferencia de prensa que “nadie tenía la intención de levantar un muro”, ante la pregunta del corresponsal del Frankfurter Rundschau, un periódico progresista con sede en la parte occidental.
Los habitantes de aquella porción de Alemania, ocupada por la URSS desde 1945 y en la que se estaba montando un nuevo estado comunista, estaban ya acostumbrados a esperar exactamente lo contrario de lo que sus líderes sostenían en público. La frontera entre las dos germanias ya había sido cerrada en 1955 y los rumores de que esta situación llegaría también a Berlín iban en aumento. Los refugiados acudían en masa a la capital para cruzar al territorio de la República Federal (BDR, en alemán), última brecha abierta, antes de que fuera tarde.
Sobre las cuatro de la mañana de ese domingo del período vacacional comenzaron los primeros reportes de radio que hablaban de una extraña conmoción en las calles de la ciudad. Los policías de la BDR, primeros testigos, temieron una invasión de sus hermanos del este y los soviéticos, situación para la que se venían preparando dese hacía tiempo en el contexto de la Guerra Fría. Pero no fue así. Las tropas comunistas estaban tendiendo una alambrada alrededor de los 155 kilómetros de frontera de Berlín Occidental, 43 de los cuales partían la ciudad al medio. También montaban barricadas con ladrillos, concreto y pedazos de asfalto en 63 calles que conectaban a las dos partes de la ciudad.
Por la mañana temprano, los berlineses del este y del oeste comenzaron a encontrarse con la alambrada cuando intentaban llegar a los mercados, a las iglesias o mientras daban un paseo, o incluso quienes se dirigían a trabajar en ese domingo.
En una escena del documental Behind The Wall, citado por USC News, un berlines recordó su experiencia como niño, cuando en el día de su cumpleaños escuchó en la radio que la frontera había sido cerrada. “Al día siguiente mi tía llamó y dijo: ‘No podemos ir [a tu fiesta], no se puede cruzar’. Así que fuimos hasta la frontera. Era muy triste ver el alambre de púas”, relató. Su familia había quedado dividida, y seguiría así por 28 años.
Para Rudolf, un jubilado entrevistado por el periódico ABC, el día que levantaron el muro fue el último en que vio a su madre. Había cruzado las barricadas, aún sin terminar, durante la madrugada de ese 13 de agosto y con el objetivo de llegar a tiempo a un examen especial en la universidad. Su madre entonces le recomendó que no volviera a su casa, ubicada en el este y que en cambio se quedara en el oeste. Le hizo caso y la separación resultó ser definitiva. Cuando el estudiante de medicina tuvo su primer hijo, solía subir unas famosas escalinatas elevadas en la calle Bernau, desde donde podía mostrar al bebé a su familiares al otro lado del muro, como reconstruyó ABC.
En la estación del subterráneo en Friedrischstrasse se registró el primer conflicto en el que pronto se conocería como Stacheldrahtsonntag (domingo de alambre de púas), cuando a las 5:15 AM diferentes personas intentaron abordar el tren hacia Berlín Occidental y las fuerzas de seguridad lo impidieron, de acuerdo al relato recogido en el “Journal der Handlung”, diario de la policía de Berlín Oriental, citado por Chronik der Mauer. Se realizaron los primeros arrestos y las estaciones fueron finalmente cerradas.
“La mayoría de los ciudadanos se muestran sorprendidos por las medidas”, registra una entrada en el diario de las 7:00 AM, que poco después resalta que las personas les gritan “fascistas”, “cerdos” y los acusan de actuar como las SS (Schutzstaffel, fuerza paramilitar nazi).
Cerca de las 9:00 AM el gobernador de Berlín Occidental, Willy Brandt, se unió a la muchedumbre que se había reunido a contemplar desde el oeste la obra maestra creada por las tropas de frontera comunista, ahora convertidas también en albañiles. Del otro lado, una muchedumbre que podría haber sido exactamente la misma, se congregaba a observar desde el este. Algunos, temerarios, se acercaron al alambrado y hablaron con sus vecinos del otro lado de lo que estaba ocurriendo y mientras los soldados de la DDR se repartían el trabajo de construir y custodiar.
“Una camarilla que se se hace llamar a sí misma gobierno ha puesto una cerca a su propia población. Las columnas de concreto, el alambre de púas, las torres de vigilancia y las ametralladoras, son los sellos distintivos de un campo de concentración. No durará", expresó Brand horas después en un discurso ante la Cámara de Representantes de Berlín Occidental. La división se mantendría en pie por 28 años, sin embargo.
Esa alambrada, primera etapa de lo que se convertirá en el Muro de Berlín, era aún muy porosa y lo fue durante algunos días más. Sólo ese 13 de agosto se calcula que 800 personas cruzaron a Berlín Occidental.
“A las 10.30 horas una familia, hombre, mujer y niño, abandonaron ilegalmente la República Democrática en Treptow. En ese momento, la barricada aún no se había levantado”, se apuntó en el diario de la policía oriental. “Una joven se desvistió hasta quedar en ropa interior alrededor de las 10 de la mañana, saltó al Flutgraben [un canal sobre el río Spree] y nadó hasta Berlín Occidental. Poco después, vino una mujer y recogió la ropa que había dejado”, se registró en otra entrada.
Cerca del mediodía comenzaron los disturbios. A las 11:50 AM 200 jóvenes comenzaron a insultar a la DDR en Potsdamer Platz, mientras que unas 400 personas intentaron derribar la barrera en la Puerta de Brandenburgo, lo que llevó al envío de refuerzos de las Grenztruppen. En el barrio de Treptow se reunieron cerca de 1.500 personas en protesta, y fueron dispersadas con ayuda de 8 tanques de guerra del National Volksarmee, el ejército de la DDR.
Sobre las 4:00 PM los manifestantes frente a la Puerta Brandenburgo, del lado occidental, aumentaron a 4.000 personas y las tropas de ocupación británicas, que ocupaban ese sector de Berlín Occidental, desplegaron vehículos militares para contener la protesta.
“Se está evitando una mayor emigración ilegal mediante el uso de fuerzas operativas”, indicó el registro de la policía comunista sobre las 8:15 PM.
Los disturbios continuaron durante la noche y se realizaron varios arrestos, lo que motivó a las autoridades de la DDR a reforzar la seguridad y desplegar 15.000 tropas adicionales, entre soldados, policías y milicianos, para contener una posible revuelta al día siguiente.
Ulbricht y su gobierno temían, además, que ese 14 de agosto, el primer lunes tras el cierre de la frontera, se repitiera un levantamiento obrero en las fábricas como el ocurrido en 1953, en protesta por las duras condiciones de vida en la Alemania comunista y la represión del régimen, el cual fue aplastado sangrientamente con tropas y tanques soviéticos.
Pero eso no ocurrió. En el diario de la policía oriental quedaron registrados también numerosos reportes de inteligencia e infiltraciones en los grupos que habían protagonizado los disturbios del 13 de agosto e incluso en distintas iglesias para registrar los sermones de ese domingo, una antesala de lo que alcanzaría en años posteriores la Stasi, como se conocía al Ministerio para la Seguridad del Estado de la DDR. “No están teniendo lugar discusiones negativas en proporciones excesivas”, indicó un registro fechado en la mañana del 14 de agosto, en el que se destaca que los obreros se presentaron a trabajar en tiempo y en forma en las fábricas. Mientras que otra entrada, del 13 de agosto, registró un sermón en el que el sacerdote pedía rezar ante la “caída de la Cortina de Hierro” sobre la ciudad.
“Hay aprobación [del cierre de frontera] expresada en algunos sectores porque los cruces ilegales han finalmente cesado. En el resto, prevalece la ira, la impotencia y la resignación. Siempre que se detecta un inicio de protesta en las fábricas o en la frontera, es cortado por el tallo por el Partido y los órganos armados [milicias]”, consignó una entrada del lunes.
Aunque las manifestaciones habían sido eficazmente reprimidas en el este, persistían y crecían en intensidad en el oeste. Pero ese definitivamente no era el problema, ni la situación estaba en el interés, de la DDR, que ya proclamaba el éxito de su “barrera de contención antifascista”, como bautizó a un muro presuntamente defensivo pero montado con el único fin de evitar el éxodo de los propios habitantes del país.
“Los niños están ahora protegidos de los secuestradores, las familias protegidas de los traficantes de personas, los negocios están protegidos de los cazadores de talentos, las personas están protegidos de los monstruos”, expresó el periódico Neues Deutschland, órgano del Partido Socialista Unificado de Alemania que gobernaba la DDR. “El puño del poder de los trabajadores y campesinos cayó sobre el rostro del monstruo militarista demente”, señaló el Tribüne.
El proceso de cierre de fronteras iniciado en la madrugada del 13 de agosto y quedó consolidado un día después. La división corría a lo largo de la frontera acordada por los aliados vencedores de la Segunda Guerra Mundial (Unión Soviética, Estados Unidos, Reino Unido y Francia) en 1945. Dividía a los barrios de Reinickendorf y Wedding (oeste) con Pankow y Prenzlauerberg (este) en el norte; avanzaba entre el parque Tiergarten (oeste) y la Puerta de Brandenburgo y el Mitte (este); y separaba a Neuköln y Kreuzberg (oeste) de Friedrichshain y Treptow (este) en el sur.
El martes 15 el proceso pareció llegar su cierre, cuando tuvo lugar un hecho cargado de enorme simbolismo y que adelantó parte de lo que se viviría en los años siguientes. Un muy joven policía de Alemania Oriental, Conrad Schumann, sencillamente soltó su arma y saltó el alambre de púas, desertando hacia Berlín Occidental. Otras 169 personas morirían en el intento en los siguientes 28 años, hasta que el muro fuera finalmente derribado un 9 de noviembre de 1989.
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