Cómo Hitler y Himmler trataron de involucrar en su delirio de raza superior aria al autor de “El Señor de los Anillos”

En dos cartas de magistral ironía, J.R.R. Tolkien dejó en claro su desprecio por el nazismo

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John Ronald Reuel Tolkien y
John Ronald Reuel Tolkien y Adolf Hitler, a quien despreciaba

En 1938, un año antes de que las tropas nazis, en arrasador blitkrieg (guerra relámpago), invadieran Polonia, primera presa del sueño del Tercer Reich: conquistar Europa y el resto del mundo durante un milenio, John Ronald Reuel Tolkien (J.R.R. Tolkien, como firmaba), recibió una carta de la editorial alemana con sede en Berlín Rütten & Loening.

A punto de publicar El Hobbit –una de las novelas de fantasía más impactantes junto con la saga El Señor de los Anillos y El Silmarillion–, además del papeleo habitual, le pidieron… documentación que lo avalara como ario (¿?).

Tan sorprendido como molesto, Tolkien escribió dos cartas. Una a su editor y amigo Stanley Unwin, y dos a la editorial alemana.

La de su editor es una pequeña obra maestra: “Debo decir que la carta adjunta de Rütten & Loening es un poco dura. ¿Sufro esta impertinencia por la posesión de un nombre alemán, o sus leyes lunáticas requieren un certificado de origen ario acerca de todas las personas de todos los países? Personalmente, me inclinaría a negarme a dar cualquier declaración –aunque resulta que puedo hacerlo– y dejar que una traducción al alemán espere. En cualquier caso, me opongo firmemente a que cualquier declaración de ese tipo aparezca impresa. No considero que la (probable) ausencia de toda la sangre judía sea necesariamente honorable. Tengo muchos amigos judíos, y sentiría insinuar de cualquier modo que he suscripto esa doctrina racista totalmente perniciosa y no científica”.

Sin embargo, la carta de la editorial alemana, y su extraño requisito, no era un capricho –o un exceso– de sus dueños.

J.R.R. Tolkien se opuso abiertamente
J.R.R. Tolkien se opuso abiertamente a ser considerado un escritor de "pureza aria" (Shutterstock)

Respondía al mayor y más asombroso delirio de Adolf Hitler y sus más fanáticos jefes militares: la convicción de que la pureza racial aria era el pilar que sostendría la victoria contra los aliados, y el futuro de Deuschtland Über Allen (Alemania por encima de todo). Un pastiche que mezclaba esoterismo, mitología, paganismo, leyendas ancestrales, misticismo, y cuyo Gran Maestro era el abominable criminal Heinrich Himmler, creador de los campos de exterminio y de los futuros guerreros, que “debían medir como mínimo un metro ochenta, ser rubios y de ojos celestes, y demostrar que desde 1750 no habían sufrido mezcla alguna que alterara la pureza de su ascendencia germánica”.

Desde luego, al leer los cuentos fantásticos de Tolkien y averiguar que tenía conocimientos de por lo menos veinticuatro lenguas, lo elevaron a la categoría de “elegido”: alguien que podía rastrear a fondo las leyendas germánicas y nórdicas, y ponerlas al servicio de los designios nazis.

Nada más lejos de la verdad…

Después de la carta a su editor y amigo, escribió dos versiones, ambas destinadas al director de Rüten & Loening, y las sometió al juicio a aquél.

Primera carta: “Lo siento, pero no me queda claro lo que ustedes quieren decir con ario. No soy de ascendencia aria: significa indo-iraní; y hasta lo que sé, ninguno de mis antepasados habló hindustani, persa, cíngaro ni ningún dialecto relacionado. Pero si debo entender que ustedes quieren saber si soy de origen judío, sólo puedo responder que desgraciadamente no parece que tenga antepasados de ese talentoso pueblo”.

Una de las obras máximas
Una de las obras máximas de J.R.R. Tolkien, El Señor de los Anillos

Segunda carta: “Mi tatarabuelo vino de Alemania a Inglaterra en el siglo XVIII. Por lo tanto, la mayor parte de mi ascendencia es puramente inglesa, y soy un súbdito inglés, lo cual debería bastar. Me he acostumbrado, sin embargo, a considerar mi apellido alemán con orgullo, y lo continué haciendo durante el período de esa guerra lamentable, en la que serví en el Ejército inglés. Sin embargo, no puedo abstenerme de comentar que si solicitudes irrelevantes e impertinentes de este tipo van a convertirse en la norma en cuestiones de literatura, entonces no está lejos el tiempo en el que un apellido alemán ya no sea fuente de orgullo”.

Esa guerra lamentable” alude a la primera mundial, 1914-1918, en la que Tolkien sirvió, con el grado de subteniente, en comunicaciones encriptadas y basadas sobre signos, durante batallas de Thiepval Ridge y del Somme.

Nunca se supo cuál de las dos cartas llegó a manos de la editorial, aunque algunos de sus amigos suponen que mandó ambas…

En cuanto a su posición en la Segunda Gran Guerra (1939-1945), Tolkien –como la mayoría de la clase política británica– fue partidario de pactar una paz con la Alemania invasora, ante la superioridad de sus fuerzas y la fragilidad de las defensas de las islas…, hasta que Winston Churchill pronunció el famoso “¡Lucharemos en las ciudades, en las montañas, en las playas, pero nunca nos rendiremos!”.

Pero esa posición conservadora, pragmática, no ocultó ni por un minuto su desprecio por Hitler y el nazismo.

Adolf Hitler estaba entusiasmado con
Adolf Hitler estaba entusiasmado con sumar a J.R.R. Tolkien al círculo de autores "arios" (Shutterstock)

En una carta de 1941 a su hijo Michael, uno de los cuatro que tuvo con su mujer de toda la vida, Edith Mary Bratt (1916-1971), dijo: “Detesto a ese miserable por arruinar, pervertir, hacer mal uso y convertir en maldito para siempre ese noble espíritu nórdico, una contribución suprema a Europa que siempre he amado y he intentado presentar bajo su verdadera luz”.

Tolkien murió de neumonía a sus 81 años.

En 2008, el diario The Times lo instaló sexto en la lista de los 50 escritores británicos más grandes desde 1945.

No fue necesario que aclarara que el mundo imaginario Arda, y uno de sus continentes, La Tierra Media…, nada tenían que ver con la raza nórdica que, según Himmler, “no evolucionó, sino que descendió directamente del cielo para asentarse en la Atlántida, el continente desaparecido”.

Pensar que millones de alemanes le creyeron…

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