París, 1907. Plena belle époque. Belleza y opulencia. Pero en el despacho del ministro del Interior y jefe de Gobierno Georges Benjamin Clemenceau, tensión que eriza la piel de los subordinados: crece el anarquismo, sus robos –que llaman “expropiaciones”–, sus crímenes.
Clemenceau, que además de político es médico, periodista, ateo y miembro del Partido Radical Socialista, se hace llamar “El Tigre”, medita, y acaso tironea las puntas de su bigotazo…
Al cabo dispara una de las frases que entrarán en la historia policial francesa:
–Señores, es preciso saber lo que se quiere, y cuando se sabe, hay que tener el valor de decirlo y el coraje de hacerlo.
Unos minutos después, crea doce brigadas especiales para enfrentar la ola ácrata, precursora de la policía judicial francesa.
Cada una ocupará una ciudad importante, a las órdenes de un comisario, quince o veinte inspectores divididos en grupos de cinco, y jornada de 24 horas. Las zarpas del tigre…
Hasta 1911 desarmó varios focos anarquistas: reuniones clandestinas, talleres ocultos para imprimir panfletos incendiarios, secuestro de armas, y unos treinta militantes presos.
Pero eso era poco. Le faltaba el gran desafío. La hora de matar o morir. La batalla contra la banda Bonnot…
Carne, hueos y furia
Jules Joseph Bonnot, su líder, llega al mundo en Pont-de-Roide, Francia, el 14 de octubre de 1876.
Niñez marcada a fuego: madre muerta a sus 10 años, hermano suicida (penas de amor), padre analfabeto, obrero fundidor –catorce horas de trabajo diario junto a un horno ardiente–, y un final casi previsible: Jules abandona la escuela cuando apenas sabe leer y escribir.
Entra al mundo del trabajo como aprendiz, a los 14, pero no soporta las órdenes, y mucho menos los agobiantes horarios. Enfrenta a sucesivos patrones y sucesivos despidos.
Se corre el rumor en las empresas: “Cuidado. Bonnot es un tipo peligroso”.
A los 17 sufre dos condenas breves y un tanto absurdas: por pelear en un baile…, ¡y por pescar “con artes prohibidas”: con caña, no con red!
El servicio militar no lo sosiega: le fogonea, aún más, el odio a la sociedad y sus reglas.
En 1901, a los 25, se casa con Sofía, una modista, y los dos emigran a Ginebra. Pero ya ha germinado en él la semilla del anarquismo. Empieza a militar –pequeños pasos al principio–, pero su nombre ya es sinónimo de conflicto. Una denuncia anónima le cuesta su empleo en los ferrocarriles de Bellegarde, sur de Francia, región del Languedoc, patria del amor gentil, cortés, “purificado y purificador”, inspirado en Aristóteles y su concepto del amor como amistad profunda…
Despedido Jules, la pareja vuelve a Suiza. Consigue trabajo como mecánico. Su mujer da a luz a una niña, Émilie, que muere a los pocos días.
Con furia, él adopta el rol de agitador, predica en talleres y fábricas, ya tiene ficha policial, y Suiza lo expulsa.
Sigue una cabalgata de trabajos y rechazos. Mecánico eximio, entra a una fábrica de autos en Lyon. Nace su segundo hijo: Justine Louis, que sobrevive. Pero ni su mujer ni el niño amenguan su ira contra los patrones. No hay huelga que no lo encuentre en primera fila…, y no hay empresa que lo contrate.
Ya enemigo público, huye de Lyon y se refugia en Saint-Étienne. Sin casa y sin dinero, Besson, un notorio anarquista, lo alberga en su casa…, pero a un precio demasiado alto: se convierte en amante de Sofía, la costurera, y para escapar de la venganza de Jules, se refugia en Suiza con ella y su hijo.
Cuadro de situación de Bonnot: despedido de dos talleres (1906 y 1907), conoce y nombra a Plátano –seudónimo– como socio y brazo para los asaltos. Que se suceden sin pausa ni cárcel…
En 1910, extraña impasse: en Londres lo emplea como chofer Arthur Conan Doyle, el padre del célebre detective de ficción Sherlock Holmes, que comentará entre sus amigos:
–Ese francés maneja a una velocidad demoníaca, pero con la precisión de un relojero. Nunca vi nada igual…
La hora de la banda
En ese mismo año, 1910, Jules vuelve a Francia, se une otra vez a Plátano, y en un asalto inaugura una técnica criminal asombrosa: el auto como medio de fuga, cuando la policía sólo dispone de caballos y bicicletas.
Victoria pírrica: durante un escape comete su primer asesinato. Mata a Plátano. Reprochado por sus amigos, confiesa:
–Se hirió por accidente de un balazo con su propio revólver, y lo rematé para que no sufriera.
Pero corrió el rumor de que también le robó una gran suma que su socio llevaba encima, de modo que la hipótesis de “homicidio intencional” cobró más fuerza que la otra.
Hacia el fin de 1911 –en noviembre–, apoyado por Victor Serge, director del periódico “l´Anarchie”, empieza a fundar su banda: la Banda Bonnot.
Se le unen Octave Garnier y Raymond Callemin –llamado “el científico–, y otros de menor peso pero no menos peligrosos: Élie Monnie, Édouard Carouy, André Soudy, Eugène Dieudonné. Todos anarquistas. Todos acólitos del credo socialista expropiador fundado por los rusos Mijaíl Bakunin y Piotr Kropotkin, el francés Pierre Proudhon, y el italiano Enrico Malatesta.
Hasta entonces, autores de robos menores –aprendices, en verdad–, pero ansiosos por ascender de categoría criminal superior. En cuanto a Bonnot, mayor que ellos, con récord de asaltos y sangre en sus manos, se indiscutible líder. Con diplomas…
Primer gran atraco. París, 14 de diciembre de 1911. Bonnot, Garnier y Callemin, ya adiestrados en ensayos de robo y fuga en automóvil, roban un Delaunay-Belleville: marca de lujo, motor fiable, velocidad de relámpago.
Dejan pasar una semana, y a las nueve de la mañana, en la calle Ordener, caen sobre un cobrador del banco Société Générale, y su guardaespaldas. Bonnot se queda al volante, y Garnier balea dos veces a la presa, que cae gravemente herido. Bonnot dispara al aire para alejar a los testigos.
La prensa titula: “Primer atraco de la historia usando un coche a motor”.
Pero el botín decepciona a la banda: cinco mil francos y unos pocos títulos incobrables…
Victor Serge y su amante, Rirette Maitrejean, aunque rechazando los métodos de Bonnot y su gente, los refugian en su casa. La pareja cae presa. La prensa los llama “jefes de la banda”. Pero los anatemas surten un efecto contrario: un par de jóvenes anarquistas se unen a ellos con súbita vocación criminal y esperanza de ascenso.
Negra seguidilla. Policía asesinado por Garnier luego de otro asalto. Fracaso al intentar desvalijar la caja fuerte de un notario. Robo de una limusina en la concesionaria de la famosa marca De Dion-Bouton, usada para llevar caudales a la Costa Azul. Bonnot se anticipa: en medio de la carretera agita un pañuelo. El auto para. Ante un movimiento de los dos empleados, Garnier y Cellamin matan a uno y hieren al otro. Sin frialdad: con furia. De retorno, en el barrio de Chantilly, improvisan un asalto a un banco. Cuatro irrumpen (Bonnotm al volante), matan a tres empleados, embolsan billetes y lingotes de oro, y los gendarmes no pueden impedir la fuga: un gran motor moderno contra –todavía– bicicletas y caballos.
Botín: 50 mil francos.
Pero la Brigada del Tigre Clemenceau ajusta sus relojes y sus armas. Entre ellas, modernas ametralladoras pesadas Hotchkiss.
Cuando baja el telón
Se acerca el fin. Callemin y Monnier caen presos. Bonnot vuelve a matar: cuando un policía lo reconoce durante un registro en la casa de un anarquista, le clava una bala en el corazón. Pero el otro alcanza a herirlo. Bonnot entra en una farmacia y pide ayuda (“Cúreme, me caí de una escalera de mano), pero el boticario no le cree, y avisa a la brigada más cercana.
El líder de la banda se atrinchera en su escondite de Choisy-le-Roi. El prefecto de policía Louis Lépine (hombre que no tiembla ante nada) decide empezar el asedio final. Cada vez llegan más tropas. Hasta un regimiento de Zuavos.
Cada tanto, Bonnot se asoma y dispara. En una pausa, escribe su testamento, donde asegura que todos los hombres de su banda son inocentes.
Lèpine pone punto final al asedio: demuele la casa con dinamita. La explosión hiere de muerte a Bonnot, que a duras penas consigue firmar su testamento. Cuando los policías inician el asalto definitivo, Bonnot intenta su última jugada: los recibe a tiros. Pero es demasiado tarde: muere antes de que la ambulancia llegue al Hospital de París.
Es el 28 de abril de 1912.
El tiroteo ha durado nueve horas.
Bonnot tiene sólo 35 años.
Callemin, Monnier, Soudy y Dieudonné son condenados a muerte. Carouy y Metge a trabajos forzados de por vida. Antes, Carouy se suicida en su celda. Los tres primeros mueren en la guillotina en la Prisión de la Santé, París. El hábil abogado de Dieudonné logra salvarlo de la cuchilla: pasa a prisión perpetua.
La terrible Banda Bonnot ha durado apenas un año.
Pero lo que París (y acaso toda Francia) tardará en olvidar es el macabro espectáculo final.
En total, más de quinientos profesionales armados rodearon el refugio de Bonnot. Y la promesa de un gran espectáculo sangriento –como en los tiempos de la Revolución Francesa y su incesante guillotina– desata una increíble peregrinación al lugar. A medianoche, más de cuarenta mil espectadores ávidos de sangre esperan que baje el telón.
Han llegado en trenes, en autos, a caballo, en todo vehículo capaz de moverse. La batalla, las ráfagas de balas, los rumores retumban: (“Hay varios muertos… Bonnot sigue vivo… Algunos dicen que escapó… ¡Nunca se ha visto algo así!). Por momentos son fieras. Por momentos, la noche, los ruidos, los gritos, los estampidos, ponen en escena un circo sangriento.
Clemeceau nada tiene que ver con ese espectáculo. Sólo ha cumplido con su deber. La Brigada del Tigre no se disuelve: se transforma hasta hoy, siglo XXI. Y su padre muere el 24 de noviembre de 1929, a los 88 años.
Desde 1922 lucía la Gran Cruz de la Legión de Honor.