Increíble pero cierto: a 85 años de su muerte a manos del FBI, la familia del enemigo público número uno John Dillinger exige la exhumación de su cadáver

Sus parientes aseguran que no murió, y que sepultaron con su nombre a un impostor. Pero no explican cómo y con qué fin. Se avecina una larga batalla…

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John Dillinger y una vida de asesinatos y asaltos (Ariel Grieco)
John Dillinger y una vida de asesinatos y asaltos (Ariel Grieco)

A las nueve de la noche del 22 de julio de 1934, el agente Melvin Purvis se pone un par de impecables guantes blancos.

Es el mejor tirador del FBI, y en cada una de sus ejecuciones cumple con ese ritual. Sobre todo hoy, porque su víctima es una estrella del crimen…

Está parado frente al cine Biograph Theatre de Chicago, donde pasan el film Manhattan Melodrama: la historia de un gángster, enemigo público número uno, encarnado por Clark Gable.

Extraña simetría: Purvis también espera a un gángster llamado del mismo modo: enemigo público número uno. Pero real, muy peligroso, y una doble pesadilla. La primera es el coletazo de la Gran Depresión de 1929, que golpea a la economía norteamericana con furia: 30 mil millones de pérdida, doce millones de desocupados… La otra es John Herbert Dillinger, el mayor asaltante de bancos de la historia del país, fugado de tres prisiones, y jefe de una banda impiadosa: Harry Pierpont, Russell Clark, Charles Makley y Harry Copeland.

Melvin Purvis va sobre presa segura. Dillinger saldrá del cine flanqueado por dos mujeres: Polly Hamilton, su novia, y Anna Sage, inmigrante checa sin papeles.

Para que no haya error, Anna vestirá de rojo…

Apenas el trío sale y el ejecutor empuña su pistola 45, Dillinger advierte la trampa e intenta sacar su revólver. Tarde.

El as del FBI le clava dos balazos mortales. Uno en la espalda, el otro en un ojo.

John Dillinger (con chaleco abierto) rodeado de guardias en su orden de arresto en la corte en Crown Point, Indiana, el 9 de febrero de 1934, bajo el cargo de matar a un policía en el este de Chicago (Shutterstock)
John Dillinger (con chaleco abierto) rodeado de guardias en su orden de arresto en la corte en Crown Point, Indiana, el 9 de febrero de 1934, bajo el cargo de matar a un policía en el este de Chicago (Shutterstock)

Muerte instantánea. Tiene solo 31 años. Sus padres, John Wilson y Mary Ellen Lancaster, lo entierran en el cementerio Crown Hill de Indianápolis.

También, con los años, desaparecen sus íntimos. Rose, una granjera que lo protegió, murió de cáncer en 1943. La granja fue vendida. Melvin Purvis se retiró en 1931, escribió sus memorias, y murió de un infarto en 1950. De Anna –también amante de Dillinger– se perdió todo rastro. Se supone que volvió a Praga, donde nació.

Caso ab-so-lu-ta-men-te cerrado. Vieja leyenda rara vez recordada. Basura de la historia…

Pero hoy, ¡85 años más tarde!, el fantasma vuelve a agitar su sábana. El Departamento de Salud de Indiana aprobó el pedido de la familia Dillinger para exhumar sus restos. Argumento: ese cuerpo es de un impostor. Y que los padres de Dillinger engañaron al FBI señalándole a ese impostor para que su hijo salvara el pellejo.

¿Créase o no?

Sin embargo, al día siguiente, todos los diarios del país y la sección Historia del español ABC informaron que “el cadáver de Dillinger fue llevado a un depósito judicial, y puesto en una cámara refrigerada junto co dos negros y un blanco. Mucho público pidió permiso para verlo. En el dedo gordo de uno de sus pies, una ficha decía: `John Dillinger, fusilado el 22 de julio de 1934´. Las puntas de los dedos fueron quemadas con ácido. El pelo, las cejas y el pequeño bigote estaban teñidos de negro. La cara, Dillinger la había alterado por medio de una operación quirúrgica: después de muerto, sus rasgos eran más duros y crueles que de vivo. Es probable que el cadáver sea entregado al padre de Dillinger, dueño de una granja en Mooresville, Indiana”.

John Dillinger bajo una fuerte custodia mientras lo conducen a Indiana (Shutterstock)
John Dillinger bajo una fuerte custodia mientras lo conducen a Indiana (Shutterstock)

Pero hoy, a pesar de esas unánimes precisiones –nunca antes discutidas–, los parientes del gángster, liderados por su sobrina Carol Thompson, quieren saber si vivió más allá de la fecha oficial de su muerte, dónde, si tuvo hijos, y si esos hijos o nietos están vivos…

El FBI no tardó en salir al cruce. Dijo que “los argumentos de la familia son más propios de una teoría de la conspiración que de una hipótesis verosímil”. Es más: en un tuit del primero de agosto pasado informó que tenía “una gran cantidad de información que demuestra que fue muerto a tiros en Chicago”, y reforzó la tesis con imágenes del arma de Purvis y las huellas dactilares de la víctima.

La gran pregunta: ¿qué busca, 85 años después, la familia Dillinger? Porque si el interés es monetario, es improbable que resucitar esa figura y sus crímenes suponga un negocio. Y si es sentimental (aunque el difícil medir los afectos ajenos), no fue un modelo en ningún sentido.

Recordemos…

Nacido en 1903, a los veinte años se alistó en la Armada, pero desertó a los pocos meses: dado de baja sin honor militar. Volvió a Indiana, su cuna, se casó con Beryl Hovious –de apenas 16 años–, y se divorció cinco años después. Según él, intentó una vida normal, pero nunca consiguió trabajo… Sin embargo, a los 15 años era el jefe de una banda –Dirty Dozen– que robaba carbón en los vagones del ferrocarril. Más tarde, robo de autos, asalto a un comerciante (balazo incluido), y condena en el reformatorio de Pendleton.

Sus seis intentos de fuga lo arrojaron (1929) a la prisión de Michigan: su gran escuela del delito…

John Dillinger en una foto emblemática de su vida, tomada en 1933 (Shutterstock)
John Dillinger en una foto emblemática de su vida, tomada en 1933 (Shutterstock)

Allí aprendió, de ladrones veteranos, todos los ardides para robar bancos. En libertad condicional, tardó apenas dos semanas para su primer raid: 350 mil dólares entre cinco bancos y un supermercado. Impunes él y su banda, más de 100 mil a punta de pistola en tres bancos, y 150 mil en su última aventura. Tres veces condenado a prisión, y tres fugas.

La última: prisión de Crown Point, Indiana. Fabricó, con madera, una burda imitación de una pistola, apuntó a un guardia, tomó dos rehenes, encerró al director y a dos funcionarios, y ganó la calle por la puerta principal.

Entretanto, y aunque jamás destinó un dólar a los desocupados, muchos de estos lo convirtieron en un moderno Robin Hood, y también en un vengador, ya que en su desesperación encontraron un gran culpable en los bancos…, aunque estos también fueron duramente golpeados por la sombra de aquel Jueves Negro: 24 de octubre de 1929.

John Herbert Dillinger pudo ser otra cosa: en 1924, mientras cumplía su primera condena por robo, llamó la atención su gran destreza en el béisbol.

Durante la visita de un equipo a la prisión, lo vieron jugar, y el capitán dijo:

–En condiciones normales podría ser un extraordinario profesional.

Pero el gatillo pudo más que el bate.

Aunque entre tironeos entre la administración del cementerio, Susan Sutton, jefa de la Sociedad Histórica de Indiana, que apoya la exhumación “para conocer la verdadera identidad de ese hombre", y la decisión de la Corte –última instancia del conflicto–, todo indica que el ataúd será abierto el 31 de diciembre.

Nada fácil: la tumba que resguarda el ataúd está sellada con capas de hierro y de hormigón. Custodia antivándalos.

Si es Dillinger, el FBI tiene razón. Si no es Dillinger, ¿quién es? Y si esa historia no oficial es realmente cierta y no murió esa noche… ¿entre qué sombras se perdió para siempre?

Un puzzle apasionante, poco creíble, pero un misterio más de los tantos que laten entre el Cielo y la Tierra.

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