En los tronos, como en la Viña del Señor, hubo poderosos de todo pelaje: locos, asesinos, crueles, despiadados, idiotas, inútiles…, etcétera. Pero un ramillete de ellos reunió todos los defectos y se ganó –salvo error u omisión– el baldón de "los peores de la historia".
Viajemos a sus reinos con tronos con lupa y bisturí…
Cayo Julio César Augusto Germánico
Llamado Calígula por su manía de usar unas pequeñas botas de ese nombre, fue emperador de Roma entre los años 12 y 41 de la Era Cristiana.
Empezó su gobierno con planes que auguraban un mandato racional y una prosperidad que haría aun más grande a Roma. Pero el poder despertó todos los demonios ocultos en su alma y entre los pliegues de su túnica…
No tardó en proclamarse dios. Grave ofensa contra Jerusalén y también contra los suyos, los romanos, que sólo concebían la divinidad después de la muerte.
Ciego de odio por el prestigio del Senado y el alto mando del ejército, desplegó una serie de calumnias para atemorizarlos y humillarlos.
Ya en el apogeo de su perversión, fundó el reinado del terror: la persecución, la cárcel y la muerte "por traición", una vaguedad tan grave como –en la mayoría de los casos– falsa y sin pruebas.
Seguirían dos modelos históricos de torpeza, ineptitud y riesgo para el imperio: lanzó una campaña militar contra los alemanes, de resultado desastroso, y se adjudicó la victoria, y le declaró la guerra… ¡al dios Neptuno!
¿Cómo? Ordenó a la tropa arrojarse al mar con sus espadas…, luchar contra las olas, y llenar sus cofres con conchas marinas: el botín de su delirante cruzada contra el amo del tridente y las largas barbas.
Llegado el año 41, la Guardia Pretoriana destinada a escoltar y defender la vida de los emperadores, lo masacró.
Un final sin sorpresa.
El Papa Juan XII
Los papas medievales no fueron una biblia de virtudes. Pero entre ellos, el que se lleva el premio mayor a la inutilidad y la concupiscencia fue Juan XII, que reinó entre 955 y 964.
Elegido papa apenas a sus 18 años (un despropósito desde el vamos), llegó al trono de Pedro por un acuerdo político entre la nobleza de Roma…, y con un conflicto como carga sobre su espalda: la lucha entre la iglesia y el rey italiano Berengario de Friuli.
Entre la espada y la pared por ese conflicto, el joven fue sostenido como vicario de Cristo por el poderoso emperador alemán Otto I.
Pero los esfuerzos de herr Otto fueron inútiles: Juan XII pasaba sus noches –y también sus días– en pleno desenfreno sexual y alcóholico entre las no demasiado discretas paredes del Palacio de Letrán.
Harto, el alemán acabó aliándose con Berengario, su enemigo, y cargó contra Juan, derrocándolo bajo la acusación de simonía (corrupción clerical), asesinato, incesto y perjurio.
Reemplazado por León VIII, Juan –ciego de ira y resentido–, reunió un pequeño ejército y atacó a partidarios de su sucesor: en la pugna, a un cardenal le cortaron una mano, y azotaron a un obispo casi hasta la muerte.
La ya declarada guerra entre Juan y Otto no duró mucho: el destronado papa murió en la cama… con la mujer de otro hombre.
Juan I de Inglaterra
Inútil si los hubo e hijo menor y predilecto de Enrique II, reinó entre 1129 y 1216…, pero no le fue concedida tierra alguna, como era práctica común en esos casos. Extrañeza que le valió el mote de John Lackland (Juan Sin Tierra).
Incompetente pero codicioso (cóctel funesto), trató de ocupar el trono que era, sin discusión, de su hermano Ricardo I, llamado Corazón de León, que en esos tiempos guerreaba en una Cruzada…
Retornó en 1189, ocupó su sitial, murió una década después, y Juan fue coronado.
Primer acto de gobierno: hizo asesinar a su hermano Arturo, aterrado por la posibilidad de que lo destronara.
Segundo acto: se lanzó a una guerra desigual contra el rey Felipe II de Francia… ¡y perdió hasta el último metro de tierra en Normandía!
Semejante estupidez no sólo despojó a los barones de una parte clave de su poder: los sofocó con más impuestos…, y arrastró a su cama a varias de sus esposas.
Éstos, enfurecidos, lo obligaron a aceptar la Carta Magna (Magna Carta Liberatum o Gran Carta de las Libertades, aprobada el 15 de junio de 1215), clave del futuro sistema judicial inglés e inspiradora de muchas constituciones en cuanto a derechos humanos y libertades individuales.
Pero apenas y a regañadientes la consagró con su sello real…, se lanzó otra vez a la batalla contra Francia, perdiendo gran parte de Aquitania.
La historia no lo exculpó, como a otros tiranos. Según el historiador Ralph Turner, "Sólo se destacó por los rasgos más desagradables y peligrosos de su personalidad: mezquindad, rencor y crueldad".
Iván IV el Terrible
Gran príncipe de Moscú, en 1547 fue coronado zar (emperador) de toda Rusia: primero en ostentar ese título.
No hubo bestia igual. En 1538, al morir su madre, Elena Glinskaya, imaginó que había sido envenenada por los boyardos (los nobles, los señores feudales), y decidió no sólo odiarlos de por vida: robándoles sus tierras y sometiéndoles a atroces torturas: por caso, freírlos vivos en grandes recipientes, o despellejarlos con agua hirviente…
Eco feroz de un hábito de su niñez: arrojar gatos y perros desde una torre.
Apenas sentado en el trono se casó con Anastasia Romanova, que apaciguó su brutalidad y su paranoia: veía enemigos y asesinos en cada rincón.
Pero muerta ella en 1560, su crueldad retornó corregida y aumentada. Condenó a millones de rusos a perpetua servidumbre. Fundó una policía montada con libre potestad para arrestar y matar a quien fuere.
Ordenó saquear la ciudad de Nóvgorod y masacrar a sus habitantes. Se embarcó en guerras de final catastrófico contra los países vecinos.
En un ataque de furia mató a su hijo…
Fanático, tirano, sádico, tuvo un solo admirador: Iósif Stalin, que sin embargo lo consideraba "demasiado blando".
Eso lo explica todo.
Ranavalona I de Madagascar
Reina de maldad fundida en acero, mandó entre 1828 y 1861.
Eran tiempos en que Europa, a sangre y fuego si era necesario, capturaba tierras para su vasto plan colonial. Sin embargo, Ranavalona, logró mantener a Madagascar –una isla acaso fácil de ser conquistada– libre de la avidez británica y francesa.
Pero a un costo pírrico…: la reducción de su pueblo a la mitad, obligado a formar parte de un enorme ejército defensivo, y sometido a brutales trabajos forzados en lugar de pagar impuestos.
Tan cruel como tornadiza, sus deseos e improntas eran un delirio tras otro. Por caso, organizó una cacería de búfalos –con ella a la cabeza– para nobles, sus familias y sus fanáticos. Pero antes hizo construir un camino interminable para que los jinetes avanzaran sin dificultades. Una especie de red carpet del siglo XIV…
Su paranoia redoblaba la apuesta. Atormentaba a sus súbditos con la Prueba de la Tangena (un árbol de la isla). Los desdichados debían comer tres trozos de piel de pollo, y luego tragar una nuez venenosa que causaba vómitos y –a veces– la muerte. Si en algún vómito no estaban la trilogía de piel de pollo, su dueño era ejecutado…
Al comienzo, respetó y alentó al cristianismo. Pero –vuelta de tuerca– acabó decretando la persecución y muerte de los nativos que habían abrazado ese culto.
No faltaron complots y atentados contra ella. Pero sobrevivió a todos.
Murió en su cama a los 83 años.
María I de Inglaterra
Hija del disoluto Enrique VIII y de Catalina de Aragón, reinó apenas cinco años (1553 a 1558). Pero ese relámpago le bastó para pasar a la historia como Bloody Mary –María la Sanguinaria o la Sangrienta–, y perpetuarse en un cóctel famoso…, de intenso color rojo producido por el jugo de tomate.
Lentamente, rumió odio.
Su madre, repudiada. Su padre, unido a una amante: Ana Bolena, renunciando a la Iglesia católica porque ésta no le concedió el divorcio.
Decidió seguir junto al catolicismo, debió renunciar a su título de princesa, ceder su derecho de sucesión a favor de Isabel, hija de Ana Bolena, y humillarse como su dama de honor…
Muere Enrique VIII. Sube al trono Eduardo VI. Muere pronto. ¡Y María Tudor es reina!
Pudo ser moderada. Pero el odio, el fanatismo y la revancha la arrastraron al crimen.
Abolió casi todas las leyes promulgadas por Eduardo. Encarceló a decenas de obispos que profesaron fe protestante. Buscó un marido católico: el príncipe Felipe, heredero de la colonia española. Desató una brutal represión contra los enemigos del retorno al catolicismo.
Trescientas almas a la hoguera. Miles encarcelados esperando el hacha o la horca. Otros miles huyendo de la tropa real…
Sangre, sangre, sangre… y su apodo para la eternidad.
Murió a los 42 años.
Asumió su hermana: Isabel I. La reina que construyó el mayor imperio de su tiempo.
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