La alucinante historia de la Orden Negra, el ejército esotérico y pagano que fue sostén espiritual de Hitler y su Estado Mayor

Adoraron el fuego, las leyendas germánicas, el ocultismo en todas sus variantes, con un súper objetivo: destruir al cristianismo y robar los símbolos de otras religiones

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(Ilustración: Rodrigo Acevedo Musto)
(Ilustración: Rodrigo Acevedo Musto)

"Siempre respetaré los derechos de la Iglesia Católica. Lo mismo sucederá con el Budismo"
(Adolf Hitler, 23 de marzo de 1933)
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Una mentira más. En realidad, despreciaba a todas las religiones. Pero en el caso del cristianismo, necesitaba el apoyo del tercio de alemanes que profesaban esa fe, y en cuanto al Budismo, no quería empañar las relaciones con Japón, su aliado en lo que sería el Eje.

Así como su poder político se basaba sobre brutales ataques callejeros a judíos y enemigos del Tercer Reich –la parte material de su política–, la "espiritual" estaba sostenida por una secta ocultista nacida a principios del siglo XX: la Orden Negra.

El cabo austríaco no fue a la primera reunión de la secta, en Ratisbona, Baviera, 1922…, pero en 1928, cinco años antes de ser ungido Kanciller, ya la presidía.

¿Qué fue la Orden Negra? Una mezcolanza incompresible de retorno a las raíces germánicas, la magia rúnica, la simbología teutona, con estética oscurantista. Todo lo opuesto a la racionalidad…

Sin embargo, influyó fuerte y directamente en el nuevo y estremecedor poder que surgía en Alemania: el Partido Nacional Socialista o Partido Nazi.
Con Hitler en sus filas, la mayoría de sus obsecuentes jerarcas se encolumnó en la esotérica organización, cuyo mayor símbolo era la cruz esvástica –tomada de una antigua runa– y rápidamente convertida en el símbolo mayor del nazismo, lo mismo que sus colores de su bandera: rojo y negro…

Mientras el partido empezaba a dominar todo el poder político y económico como una gigantesca garra, la Orden Negra hacía lo mismo en el campo espiritual.

Si los esbirros de Hitler y sus SS apaleaban y mataban a opositores, la secta –necesitada de objetos materiales que sustentaran su demencia– robaban "objetos de poder" sin importar a qué religión despojaban… Hasta de íconos judíos.

Como pescadores de enormes redes –como caníbales–, muchos de sus soldados se lanzaron a expediciones (disfrazadas de arqueológicas) para incautar esos objetos sagrados: el Arca de la Alianza (judía), el Santo Grial (cristiano), el Anillo de los Nibelungos (germano), el tesoro de los Caballeros Templarios (orden militar cristiana)… Y ya sin límite, como quien arrasa un supermercado de cultos, lo mismo hicieron con el Corazón del Dragón (leyenda medieval), la Piedra Negra (Islam), las Lágrimas de Shiva (hinduismo), el Elefante Blanco (budismo)…

De esos saqueos a rituales sangrientos apenas hubo un
Paso: la Noche de los Cristales Rotos –primer ataque masivo contra los comercios judíos-, la Noche de los Cuchillos Largos –purga y matanza de los SS contra los SA: tropas de asalto lideradas por Ernst Roehm, 1934–, y los habituales apaleos de las hordas de la Juventud Hitleriana a la luz de las antorchas: cerebros lavados para siempre…

Se había concretado una metamorfosis letal en todo tiempo: un movimiento político convertido en una religión. Es decir, una cuestión de fe. Y lo tanto, incuestionable.

Pero alguien advirtió, más allá de los monstruosos desfiles militares y deportivos bajo miles de banderas (el nazismo en apogeo y listo para aplastar al resto del mundo) desde aquel primer día de septiembre 1939 al arrasar Polonia, el trágico final: Rudolf Hess, secretario y amigo íntimo de Hitler.

En el verano de 1940, mientras las botas alemanas taconeaban sobre las calles de París y cruzaban el Arco de Triunfo, el piloto Hess tuvo una sombría visión del futuro. No perdió tiempo. En vuelo solitario desertó, llegó a Escocia, e intentó en vano lograr la paz entre Alemania e Inglaterra. No fue posible.

Terminada la guerra y hasta su muerte en 1987, a sus 93 años, en la berlinesa cárcel de Spandau controlada por las cuatro naciones aliadas y él como único prisionero, su carcelero (Malcolm Dungavhel), juró haber leído unas memorias del piloto solitario. Que, en trance, habría visto el colosal derrumbe de Alemania y la muerte violenta del führer…

El peso de las circunstancias acabó, aunque lentamente, con la Orden Negra.
Sus últimos miembros huyeron rumbo a Denia, un pequeño puerto de la costa mediterránea española, y lograron la protección del tirano Francisco Franco, deudor de Hitler: aviones nazis y sus bombas fueron decisivos la victoria contra la República en la Guerra Civil, con un episodio de perverso salvajismo: la destrucción de Guernica y su encina sagrada, que inspiró a Picasso para su monumental obra: el Guernica, hoy en el Museo Reina Sofía.

Poco o nada se sabe del resto el fuga: se supone que algunos se refugiaron en Rosario, y otros en Manaos. No es descabellado: la Argentina y Brasil, para los ciminales nazis, siempre fueron "friendly".

Volviendo atrás… Nazismo y ocultismo fueron casi una vía única. Heinrich Himmler, Richard Darré, el mismo Rudolf Hess, y Alfred Rosenberg, siniestro arquitecto de La Solución Final (el Holocausto), lo mismo que el führer, se rendían ante la astrología, la mitología, la mística medieval, el espiritismo, el mesmerismo-magnetismo…

Durante la Julfest, fiesta pagana con que las sectas ocultistas intentaron matar al Cristianismo: los farolitos del árbol de Navidad fueron reemplazados por pequeñas cruces gamadas, Cristo por Sol Invictus, y Odín, principal dios de la mitología nórdica…, imitaba a Santa Claus.

En esas ocasiones, el führer danzaba durante el rito de adoración del fuego. Y como ominoso preludio, uno de sus acólitos llegó a predecir que "para destruir al Cristianismo, que ha envenenado el espíritu alemán, y sustituirlo por los dioses germánicos, harán falta terribles combates. De los setenta millones de alemanes, sólo quedarán siete. Pero ellos serán los amos del mundo".

Otros movimientos confluían en el camino de la Orden Negra: un alcalde de Hamburgo llegó a decir: "Nos comunicamos directamente con Dios a través de Hitler". Quien, en pocos meses, envió a más de mil sacerdotes a los primeros campos de exterminio.

No sorprende: una de las marchas de las juventudes hitlerianas marchaba al son de "No seguimos a Cristo sino a Hort Wessel (activista nazi). Acabemos con el incienso y el agua bendita. Lograremos que la Iglesia cuelgue en la horca. La esvástica traerá la salvación a la Tierra".

No fue todo. Otras sectas nacieron como hongos después de la tormenta. La Ahnenerbe, creada por Himmler, lider de las SS, grupo ocultista que adoraba la sangre de los soldados alemanes. La Sociedad Thule, grupo de estudio ocultista de la antigüedad alemana creado por Rudolf von Sebottendorff, uno de los padres del nazismo. Los Iluminados de Baviera (símbolo: el Tercer Ojo). Los Skull & Bones (calavera y tibias cruzadas). Asesinos (nada que interpretar…). Orden de los Nueve Ángulos. Ordo Templi Orientes

Curiosamente, en el apogeo de su poder, el Partido Nazi prohibió a todos los grupos esotéricos: la Thule, la masonería (con envíos de éstos a los campos de la muerte), la Sociedad Teosófica, los grupos neopaganos Ásatrú, que se negaron a jurar lealtad al nazismo, y cuanto tuviera olor a misticismo.

Muchos vieron en esto un baño de racionalidad de Hitler. Otros, un capricho irracional. Y muchos otros, la confirmación de sus desvaríos…

Estaba en la cumbre, pero ya lo esperaban Berlín 1945, los aliados avanzando en pinza y rodeando el bunker, y el tiro del final.

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