El último delirio de Hitler: arrasar Moscú, ahogar a todos sus habitantes y convertir la ciudad en un gran lago

Dijeron testigos que Albert Speer, el arquitecto-ídolo del jerarca nazi y diseñador de una nueva y acromegálica Berlín, no pudo creer lo que oyó

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(Ilustracion: Rodrigo Acevedo Musto)
(Ilustracion: Rodrigo Acevedo Musto)

Esquizoide, paranoico, megalómano, delirante, enemigo público número uno de la humanidad, Adolf Hitler tuvo, entre sus ciegas obsesiones, la conquista y destrucción de Rusia, ignorando el pasado: en 1813, el colosal ejército de Napoleón Bonaparte (600 mil hombres), en similar intento, fue despedazado por las fuerzas de la resistencia y el General Invierno: 25 a 30 grados bajo cero. Un infierno de nieve y hielo que aniquiló a más de la mitad de la Grande Armée. La tropa, hambrienta y exhausta, comió hasta sus propios caballos…

Y tampoco aprendió de su propio fracaso entre junio y diciembre de 1941, cuando desplegó su plan de invasión abriendo el Frente Oriental con la Operación Barbarroja: homenaje a Federico I Barbarroja, con Moscú como objetivo final. El Reich empezó ganando, pero el General Invierno volvió a vencer…

La Operación Barbarroja movilizó a cuatro millones de hombres. Sólo en la mítica Batalla de Stalingrado murió un millón de cada bando. En el balance, las pérdidas humanas rusas fueron mayores, pero el frío glacial y la falta de combustible para los tanques y camiones fueron decisivos: humillante retirada del ejército alemán.

Sin embargo, en julio de 1941, mientras la lucha recién comenzaba, Hitler decidió el futuro de Rusia.

Luego de derrotado el Ejército Rojo, convertiría a toda la vasta Unión Soviética en una serie de comisariatos del Reich, con la codiciada Moscú dentro, y ya bautizado: Reichskommisariat Moscowien.

Es más: el 16 de julio nombró a Siegfried Kasche, embajador alemán en Croacia –estado satélite– como el futuro Reichskommissar: especie de virrey con poder del norte y centro del territorio, hasta los montes Urales. Pero Moscú no cayó, y Kasche fue ejecutado el 7 de junio de 1947 por crímenes de guerra.

Día a día, Hitler siguió revelando sus planes. La península de Crimea y gran parte del sur de Ucrania serían "vaciados" de su población y repoblados por alemanes. Desde luego, los desalojados serían exterminados: fusilamiento y campos de concentración.

También tenía planes de apoderarse de los estados bálticos y de Bakú, y anexarlos al Reich, como había hecho con Austria en 1938.

Más nombres se sucedieron… El pavoroso criminal Odilo Globocnik, SS y jefe de Lubin, Polonia, Wolf-Heinrich Graf von
Helldorf, SS y jefe de policía de Berlín, y Otto Skorzeny, llamado "el hombre más peligroso de Europa". Todos ellos, cabezas de terroríficos planes: matanzas y aniquilación de frentes de resistencia.

Además, persuadido de que derrotar a la Unión Soviética "manu militari" era casi imposible aunque cayera Moscú, decidió crear la Línea A-A: una frontera vigilada metro a metro para privar a las fuerzas de la hoz y el martillo… ¡de casi el 90 por ciento del petróleo!, inmovilizando así sus tanques, camiones y vehículos artillados.

Pero el delirio del vociferante führer contemplaba también un megaplan estético…

El 20 de abril de 1943, día de su 54º. cumpleaños, desplegó ante Albert Speer, su arquitecto-ídolo y autor de los apabullantes edificios, avenidas y parques de ese Reich cuyo ideólogo y ejecutor imaginaba casi eterno: mil años…, enormes planos de su puño y trazo. Era un bunker con capacidad para seis hombres, armado con ametralladoras, cañones antitanque y lanzallamas. Un modelo que debía multiplicarse por centenares a lo largo de la nueva frontera rusa, o lo que quedaría de ella después de ser aplastada por sus tropas.

Pero, ¿qué pasaría con Moscú, Leningrado y Kiev?

El führer no se inmutó: "Serán arrasadas. Sus cuatro millones de habitantes, asesinados para impedir focos de resistencia, y la capital quedará bajo las aguas después de abrir las esclusas del canal Moscú-Volga, sin evacuar a la población".

Es decir, ahogados como ratas…

Créase o no: la ciudad de la catedral de San Basilio, del Bolshoi, de las murallas del Kremlin, de Dostoyevski, de Pushkin, del mausoleo y el cuerpo embalsamado de Lenin…, convertida en un inmenso lago. ¿Acaso con peces? ¿Con pacíficos alemanes pescando los domingos? ¿Con niños y jóvenes, arios puros, nadando a sus anchas?

Último momento: ¡no sucedió!

Último momento II: Hitler se mató con bala y veneno el 30 de abril de 1945.

Último momento III: Alemania se rindió a los aliados el 7 de mayo del mismo año.

Y las estrellas del Bolshoi siguen danzando…

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