Que la guerra civil española terminó el 1 de abril de 1939 es una convención tan asumida como que Franco murió el 20 de noviembre de 1975. Así lo señalan de forma predominante libros escolares, textos académicos y artículos en la prensa. Sin embargo, la muerte de Franco es un hecho, mientras que el establecimiento del final de la guerra en 1939 es una interpretación. Y como toda interpretación, está sujeta a debate.
Mi argumento es sencillo: la guerra civil española no terminó en 1939, sino en 1952. Se trató de una guerra civil, por lo tanto, que duró 17 años en vez de los 3 que se han asumido convencionalmente.
Pero esta guerra civil no fue homogénea, sino que varió militarmente a lo largo de los años, lo que implicó también cambios en los repertorios de violencia empleados. Como propongo en mi artículo "Rethinking the Post-War Period in Spain: Violence and Irregular Civil War, 1939-1952" que se publicará en breve en Journal of Contemporary History, la guerra civil española tuvo tres frases en términos militares:
1. Guerra civil simétrica no convencional
2. Guerra civil convencional
3. Guerra civil irregular
Los conceptos de guerra civil simétrica no convencional, guerra civil convencional y guerra civil irregular los tomo de Stathis N. Kalyvas, quien ha analizado los diferentes dispositivos militares en el contexto de guerras civiles.
Sin embargo, discrepo del desarrollo posterior de esta teoría, donde Kalyvas y Laia Balcells han estudiado lo que denominan 'tecnologías de rebelión', tratando de establecer una correlación entre los tipos militares de guerra civil y el impacto de la violencia sobre civiles. De hecho, el caso español, utilizando su propio marco teórico, contradice sus conclusiones sobre las tecnologías de rebelión. Pero esto es materia para otro artículo.
Guerra civil simétrica no convencional
Esta fase se desarrolló en España tras el fracaso del golpe de estado hasta noviembre de 1936, aunque hubo un periodo de transición que se prolongó hasta febrero de 1937.
Como han señalado varios historiadores, durante este periodo se desarrolló una forma primitiva de guerra de columnas que enfrentaba a pequeñas unidades de infantería carentes de armamento pesado.
Esta situación empezó a variar a partir de noviembre de 1936 gracias al asesoramiento de militares extranjeros, la paulatina organización bajo un mando único en ambos ejércitos, y el envío masivo de armamento pesado desde Alemania, Italia y la Unión Soviética.
Guerra civil convencional
Estos cambios propiciaron una lenta transformación militar de la guerra: desde una guerra simétrica no convencional a una guerra civil convencional a partir de la primavera de 1937. Desde ese momento hasta abril de 1939, la guerra se disputó por dos ejércitos regulares que se enfrentaban en el campo de batalla utilizando el poder de la artillería moderna por tierra, mar y aire.
La derrota del ejército regular republicano no implicó el final del conflicto interno armado, sino una segunda transformación militar de la guerra.
Guerra irregular (o guerra de guerrillas)
A partir del 1 de abril de 1939 la dictadura de Franco tuvo que enfrentarse a un enemigo mucho más débil, menos numeroso y completamente aislado, pero al mismo tiempo muy escurridizo: la guerrilla antifranquista. Pequeños grupos armados, replegados en su mayoría en zonas montañosas, trataron primero de defenderse contra la ola de violencia desplegada por la dictadura tras el final de la guerra convencional. Sin embargo, a partir de 1944, al calor de las victorias aliadas en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, trataron de organizarse como un ejército irregular capaz de derrumbar a la dictadura.
La guerra irregular entre el Estado franquista y las guerrillas antifranquistas generó una lógica de violencia propia dentro del marco del proceso de limpieza política iniciado por los rebeldes en julio de 1936. De este modo, en los años cuarenta la dictadura de Franco desplegó dos lógicas de violencia paralelas, que tenían vasos comunicantes, pero al mismo tiempo eran diferentes. Las dos lógicas se dirigieron contra el mismo enemigo interno, aquellos que en términos políticos y de clase habían desafiado el orden tradicional.
Tras la derrota del Ejército regular republicano la dictadura aplicó un extensivo programa punitivo. Los vencidos debían pagar sus culpas por las acciones que habían cometido en el pasado. La mayor parte de ellos fueron clasificados por la dictadura como redimibles y fueron sometidos a un intenso programa de aislamiento, castigo y conversión forzosa. Por otro lado, miles de republicanos fueron catalogados como irredimibles y fueron ejecutados por tribunales militares. Esta lógica punitiva estaba diseñada para subyugar definitivamente al enemigo sometido.
La magnitud de este proceso represivo fue la que provocó que un reducido pero significativo número de los enemigos sometidos decidieran rebelarse a lo largo de los años cuarenta.
El desafío armado de los grupos guerrilleros desencadenó una guerra civil irregular y con ella, la lógica de la violencia contrainsurgente. La organización de grupos armados contra la dictadura era una amenaza para la estabilización del régimen y el máximo ejemplo de que el enemigo interno no había sido todavía exterminado por completo. Por ese motivo la dictadura combinó diferentes instrumentos represivos, incluyendo los tribunales militares y el sistema penitenciario, pero la lógica contrainsurgente impuso fundamentalmente un amplio repertorio de prácticas brutales y masacres contra civiles y combatientes.
Muchos de los métodos empleados fueron similares a los que se utilizaron durante la guerra civil convencional –algunos que incluso habían desaparecido como la exposición de cadáveres–, pero también hubo prácticas novedosas. Particularmente destacó el desarrollo de los servicios de inteligencia, los cuales crearon extensas redes de confidentes, dirigieron grupos paramilitares especializados en la guerra sucia como las contrapartidas, implementaron medidas de guerra psicológica, diseñaron tácticas de atracción de guerrilleros, infiltraron los principales grupos armados y políticos de la oposición antifranquista, y emplearon de forma sistemática la tortura como método de extracción de información.
La guerra civil irregular en España, con su lógica contrainsurgente, se prolongó hasta el año 1952, cuando se desmovilizaron las últimas Agrupaciones guerrilleras vinculadas al PCE.
Por todas estas razones, considero que es necesario problematizar el concepto de posguerra en España. El caso español en los años cuarenta es más cercano a las guerras irregulares en Polonia (1942-1948), Grecia (1946-1949), los países Bálticos (1944-1953), Ucrania (1944-1953) y Rumanía (1944-1962) que a cualquiera de las posguerras de la Europa occidental después de la Segunda Guerra Mundial.
Por eso considero que la guerra civil española no terminó en el año 1939, sino que muy por el contrario, se prolongó durante 17 años. Repensar la guerra civil, de este modo, ayuda a deconstruir los discursos hegemónicos implantados por la dictadura desde hace más de 80 años.
Jorge Marco: Profesor Spanish Politics, History & Society, University of Bath