La gloria y el ocaso de Marceline, el genial payaso que inspiró a Chaplin y terminó en la miseria

Actuaron juntos en una pantomima cuando Carlitos tenía 11 años, y le enseñó "a manejar el bastón”

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Marcelino Orbés, de civil. Sobre
Marcelino Orbés, de civil. Sobre el escenario o bajo la carpa de un circo, era conocido como Marceline.

A las ocho de la mañana del 5 de noviembre de 1927, una camarera del hotel Mansfield de Nueva York –hoy llamado Amsterdam Court– encontró muerto al pasajero Marcelino Orbés.

Claro suicidio: tiro en la sien, pistola en su mano derecha.

En ese momento era nadie: un hombre maduro y melancólico que casi no salía de su cuarto.

Sin embargo, el New York Times y el Washington Post publicaron la noticia en sus tapas.

Seguido por un cortejo de ochenta almas, lo sepultaron, sin inscripción en su lápida, en el cementerio de artistas de Kensico, Valhalla, a una hora de auto de Manhattan.

Pocas flores… Pero la corona más grande y costosa decía en su cinta: Charles Chaplin.

Porque, créase o no, el suicida, además de ser el payaso más famoso y mejor pago del mundo…, había trabajado con un niño que sería no sólo célebre: mito, leyenda , inmortalidad. Ese niño era Charles Spencer Chaplin.

“Marceline, el payaso acróbata” fue
“Marceline, el payaso acróbata” fue su primera promoción artística en la Compañía Alegría, gimnástica, acrobática y cómica

La historia de Isidro Marcelino Orbés Casanova empezó el 15 de mayo de 1873 en Jaca, Huesca, Aragón.

Hijo de un peón de caminos casi analfabeto que sudaba por un mendrugo, y de una mujer que era apenas una sombra, a sus catorce años se fugó de la casa y se unió a la caravana de la "Compañía Alegría, gimnástica, acrobática y cómica", que en gira, pasó por su pueblo.

Polizón sin barco, a cambio de cama y comida empezó ordenando las sillas de la gran carpa, y más tarde le enseñaron el arte de la acrobacia.

Pero quería ser payaso. De modo que se convirtió en "Marceline, el payaso acróbata"

Un suceso.

El "Marceline" le daba aire francés, y como tal pasó al Circo Lockhart (París), y luego al Carré holandés, y a fin del siglo XIX al Hengler británico, y en 1900 a la Meca: el colosal Circo Hippodrome de Londres, donde en los siguientes cinco años actuó junto a las mayores estrellas: el gran Houdini, los cuatro hermanos Fratellini, familia de geniales clowns, y en la pantomima La Cenicienta, con un niño de once años que, mucho más tarde, recordaría que "Yo era un gato, y Marceline, corriendo como un perro, caía sobre mi espalda mientras yo tomaba leche… Él vestía un smoking muy holgado y un enorme sombrero de copa. Se sentaba en una silla plegable, con una caña de pescar, abría una caja llena de joyas (falsas, me imagino), ponía un collar de diamantes en el anzuelo, lo tiraba al agua de la piscina que estaba en el centro de la pista, ¡y pescaba un perrito! Y así hasta vaciar la caja, sacando hermosas chicas. La gente moría de risa".

Marceline actuó con un niño de 11 años que nunca lo olvidaría y luego se convertiría en Charles Chaplin

Mimo, payaso, actor cómico, acróbata, Marceline descolló en todos los roles. Pero de alma, de corazón, era un augusto: en la jerga circense, el payaso torpe, el que arruinaba todo lo que emprendía, el que se enredaba en las alfombras, tropezaba con los muebles, siempre perplejo, distraído, desorientado. Y cuanto más torpe, más risas y aplausos. Tanto, que el "Vamos al circo" no tardó en ser reemplazado por "Vamos a ver a Marceline".

El año 1905 fue la cima: firmó un contrato de por vida, a mil dólares semanales, en el Hippodrome de Broadway.

Siete temporadas a lleno total: 250 mil espectadores por mes. En las entrevistas de prensa mentía: se hacía pasar por el hijo de un célebre arquitecto, y también (desopilante…) por el príncipe Alejandro de Bulgaria. Que, secuestrado por los rusos, escapó, se refugió en un circo, y cambió su identidad.

Llegó a dominar, además del trapecio y todas las artes bajo la carpa, el ballet, la imitación de animales, el show acuático, el cambio veloz de ropaje…

Es más: para fortalecer su trabajo en el Hippodrome neoyorkino, los empresarios sumaron siete elefantes, veinte perros San Huberto, ciento treinta caballos, aire acondicionado (una novedad), e iluminación con siete mil bombillas: uno de los primeros grandes espacios con luz eléctrica. Como un jeque y su corte…

En ese momento de gloria, sólo otro payaso podía competir con él: Silvers Oakley, del circo Barnum&Bailey. Y unirlos, uno de los negocios del siglo en el mundo del espectáculo. Aceptaron por la suculenta paga, pero nunca congeniaron. Hasta que un drama los separó.

Silvers, viudo y padre de una hija pequeña, se enamoró de Viola Stoll, de apenas dieciséis años y pretensiones de bailarina.

Él le regaló unas pocas joyas que eran de su mujer, y ella robó el resto, las empeñó, terminó presa, y despreció a su amante: "No vengas a visitarme a la cárcel. No quiero verte más".

Desolado, Silvers se suicidó con gas el 8 de marzo de 1916.

Marceline se limitó a decir: "Está muerto. Pobre hombre. Pero nunca fue mejor que yo".

Sin embargo, empezaba su ocaso. Un nuevo gigante, el cine, opacaba al circo. Y Chaplin, ya un zar del séptimo arte –en algún sentido, su inventor–, triste, recordó que "el circo de los hermanos Ringling vino a Los Ángeles, y fui a ver a Marceline. ¡Qué dolor! Era uno de los tantos payasos que corrían alrededor de la enorme pista. Un enorme artista perdido en el montón. Al final fui a su camarín, me presenté, le recordé que yo había hecho de gato en aquella pantomima, pero apenas reaccionó. Su maquillaje de payaso no disimulaba su malhumor, su melancolía. ¡Pensar que me enseñó a manejar el bastón!"

Separado de Louisa, su mujer, porque ella tuvo un bebé de otro hombre –adulterio–, también rompió con su segunda mujer, Ada Holt.

Olvidado, intentó una gira por Cuba: fracaso. Abrió un gran restaurante a altísimo costo: quiebra. Casi sin dinero (había ganado una fortuna), actuó para niños enfermos. Su último acto, hasta el balazo del final.

Tenía 54 años.

Pagó la pistola con el brillante de su alfiler de corbata.

(Post scriptum. Chaplin, Buster Keaton y Harold Lloyd, tres reyes del humor, coincideron: "Fue el payaso más grande del mundo". En su época neoyorkina parodió aventuras en la selva, combates de box, asaltos de indios a diligencias, partidos de béisbol, regatas, terremotos, vuelos en dirigible…, y acabó actuando por monedas en bares de mala muerte. En 1907, la Winthtrop Moving Picture filmó una actuación de Marceline de la que apenas se conservan unos pocos segundos, guardados en la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos como una de las joyas del celuloide. Casi no hay dudas de que el payaso que acompaña a Chaplin en su film "Candilejas" está inspirado en Marceline")

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