Quiénes fueron los misteriosos druidas: ¿sabios monjes milenarios o tribu ignorante y salvaje que sacrificaba humanos?

No fueron un fenómeno ignorado: se ocuparon de él Julio César, Plinio el Viejo y Cicerón, entre muchos otros

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Druida (Ilustración: Rodrigo Acevedo Musto)
Druida (Ilustración: Rodrigo Acevedo Musto)

"Tras haber preparado los sacrificios y los banquetes bajo los árboles, traen dos toros blancos cuyos cuernos han sido vendados. En su túnica blanca, un druida sube al árbol para cortar el muérdago con su hoz de oro, y otros, vestidos de la misma manera, lo reciben. Después matan a los animales de sacrificio y rezan para que el dios les recompense esta ofrenda con sus dotes".

Este relato de Plinio el Viejo (Gaius Plinius Secundus), escritor, científico, naturista y militar romano –23 a 79 de la Era Cristiana–, es uno de los pocos ecos que han sobrevivido a los siglos. Porque los druidas, sacerdotes, hechiceros, videntes, filósofos, datan del 200 antes de Cristo…, pero se supone –aunque sin pruebas sólidas– que vivieron en Irlanda, el norte de España, la Galia (Francia y norte de Italia) y otras tierras de la Europa Céltica antes de la Edad del Hierro, última etapa de la Prehistoria. ¡Mil años antes de las primeras referencias concretas sobre su existencia!

Acaso por eso son un misterio. Un pueblo o clan o secta fantasmal, pero con una huella evidente y muy popular: sería el origen oculto de Halloween, uno de sus ritos, que Roma reprimió primero y prohibió después… por su brutalidad.

Desde luego, no era entonces una fiesta de calabazas huecas e iluminadas, caramelos, niños tocando puertas y lanzando su consigna: "¡Dulce o truco!"

Entre los druidas, la raíz era el Samagín, el dios de la muerte: ceremonia que incluía sacrificios humanos para adivinar el futuro y conectar el mundo de los vivos con el mundo de los muertos…, y que el historiador Cornelio Tácito definió con once palabras no exentas de belleza:

–Consultaban a los dioses en las palpitantes entrañas de los hombres.

Pero así como mataban, se atrevían a salvar vidas. Con preparados de hierbas del bosque, y en casos extremos, con cesáreas y trepanaciones de cráneo, como lo prueban ciertos instrumentos hallados por los arqueólogos.

Las aguas se dividen…

Según el vulgo, eran magos y brujos. Pero según historiadores e investigadores, tenían rango de filósofos y teólogos.

Créase o no, el santuario de Stonehenge, el gran y misterioso complejo megalítico del sur de Inglaterra, inspiró en el siglo XVIII una corriente que abogaba por la restauración druídica, y aún hoy es un punto-emblema del neodruismo: grupos que evocan, por ejemplo, la cosecha de muérdago: se recolectaba el sexto día lunar con una hoz de oro, y con sus bayas de preparaban brebajes sanadores.

¿Por qué el muérdago? Porque es una planta parásita que crece alrededor del roble…, y uno de los significados de la palabra "druida" es "el que conoce el roble".

El historiador inglés Ronald Hutton es escéptico: "Realmente no podemos saber nada con certeza sobre los druidas, aunque sin duda existieron. En todo caso fueron sólo figuras legendarias".

Pero no para el emperador Julio César, que en su célebre libro sobre la guerra de las Galias los describe como "un grupo religioso de alta importancia, responsable del culto, los sacrificios, la adivinación –el oráculo–, las cuestiones judiciales, la excomunión de miembros de su comunidad (…) y están exentos del servicio militar y  el pago de impuestos".

Pero los escritores Diodoro Sículo y Estrabón van aún más allá: "Tan temidos y respetados eran los druidas, que si se paraban entre dos ejércitos… podían detener una batalla".

En cuanto a su instrucción, según el geógrafo latino Pomponio Mela, "era secreta, impenetrable, llevada a cabo en las cuevas y los bosques, y se completaba a lo largo de veinte años".

Por fin, otros polímatas (súpersabios) los comparan con Pitágoras en cuanto a su doctrina de la inmortalidad del alma y la reencarnación.

Pero otra vez las aguas se dividen…

Sabios, silenciosos monjes herboristas, pacíficos, estudiosos eternos según una corriente…, otra no duda en instalarlos en la categoría de "bárbaros", sobre todo por sus sacrificios humanos.

Algunos de sus defensores juran que sólo los practicaban con criminales –es decir, la pena de muerte, todavía vigente hoy–, pero la mayoría se inclina por incluir también a inocentes.

Sacrificios dedicados a las deidades Teutates, Esus y Taranis, con variantes atroces: horca, puñal en el pecho para leer el futuro según la dirección que tome el torrente de sangre, y la muerte por fuego: el condenado era metido dentro de un gran muñeco de madera –el hombre de mimbre, lo llamaban– que ardía hasta que nada quedaba de ambos: sólo cenizas…

Pero…¿Julio César o alguno de los historiadores y teóricos acerca del misterio de los druidas, conoció a uno "en vivo y en directo"?

Según su testimonio, Marco Tulio Cicerón.

Su druida en persona fue el galo Diviciaco, miembro de la tribu de los heduos, "que sabía mucho acerca del mundo natural y dominaba la adivinación a través del augurio", escribió. En realidad, más ruido que nueces…

Es posible que, además de las clásicas túnicas, en ocasiones vistieran agresivos ropajes capaces de infundir miedo.

Narra Tácito que "cuando el ejército romano, dirigido por Cayo Suetonio Paulino, atacó la isla de Mona, los soldados se aterraron ante la aparición de una banda de druidas que, con las manos alzadas hacia el cielo, gritando terribles maldiciones y ataviados de modo muy extraño, casi logran ponerlos en fuga. Pero el coraje de los romanos pudo más, los druidas huyeron, y sus arboledas sagradas de Mona fueron taladas. En verdad, son salvajes e ignorantes".

Retratados en las primeras sagas irlandesas de su pasado precristiano, se les adjudica un estaus social muy alto. Pero tras la llegada del cristianismo, la influencia druida en la sociedad irlandesa bajó velozmente. De sabios, filósofos y dueños de poderes extraordinarios…, cayeron al nivel de simples brujos y hechiceros muy poco confiables. Un pesado telón sobre su prestigio, y sin las artes modernas –el marketing, por caso– para recuperarlo…

La ignorancia acerca de su aspecto y vestimenta se aclaró, aunque no de modo decisivo, durante una excavación en Deal, condado de Kent. Apareció el que luego sería bautizado como "el guerrero de Deal": un hombre sepultado entre 200 y 150 antes de Cristo, con espada y escudo, y una corona demasiado leve como para ser un casco. Corona hecha de bronce, con una banda ancha alrededor de la cabeza y una delgada franja como tope… que bien pudo ser de un druida.

Siempre según Plinio el Viejo, el emperador Tiberio, que gobernó entre el 14 y el 35 después de Cristo, dictó leyes que prohibían no sólo a los druidas: también a los adivinos y los curanderos, convencido de que esas medidas acabarían con los sacrificios humanos. Error…

El santuario de Stonehenge, el
El santuario de Stonehenge, el misterioso complejo megalítico del sur de Inglaterra, inspiró una corriente que abogaba por la restauración druídica

Pero el emperador Claudio –41 al 54–, también por ley, les dio el golpe final: prohibió sus prácticas religiosas, reduciéndolas casi a la nada.

Sin embargo, su sombra no se extinguió del todo y para siempre. Renació en la cultura popular con la primera oleada del Romanticismo con la novela "Les Martyris", de 1809, escrita por François-René de Chateaubriand, que narra el fracasado amor entre una sacerdotisa druida y un soldado romano. Y es verdad histórica que el aria "Casta Diva", de la ópera Norma, compuesta por Vicenzo Bellini, tiene raíces druidas por la conexión de la protagonista con la Diosa de la Luna.

Las investigaciones de última generación fueron demoledoras sobre la vida, auge y caída de los druidas, el druidismo y el neodruidismo. De alta clase sacerdotal, de filósofos, de influyentes sabios, fueron jibarizados a una tribu bárbara y salvaje para la cual los sacrificios humanos eran moneda corriente, se creía descendiente directo del Dios de la Muerte, se reencarnaba en animales, encendía gigantescas hogueras en las colinas, y danzaban a su alrededor con grotescas máscaras para espantar a los malos espíritus.

Tal vez sí, tal vez no…

A una historia tan remota escrita a través de los siglos, con las previsibles imprecisiones, le caben aquellas palabras de Hamlet en la quinta escena del acto primero: "Hay más cosas entre el cielo y la tierra, Horacio, de las que sueña tu filosofía".

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