"¿Por qué y para qué creen que jugaban al fútbol?", suele preguntarle Leonardo Albajari a alumnos, espectadores, curiosos y audiencia en general. Las respuesta son diversas: "para pasar el mal momento", "para distenderse", "para apostar". Son interpretaciones con criterio de humanidad, ancladas en un sentido de bienestar. Podrán ser observaciones válidas pero no logran comprender el concepto de por qué en algunos guetos o campos de concentración los judíos jugaban al fútbol.
La inquietud de Albajari, periodista, investigador, docente e ideólogo del proyecto museológico y educativo "No fue un juego" que ganó el galardón "Julius Hirsch" entregado por la Federación Alemana de Fútbol, trata de despabilar esa conciencia. Contó que el fútbol colaboraba con la supervivencia porque así los que futbolistas amateur podían comer un poco mejor: "Un recluso común comía a veces cada dos días una sopa aguada y si adentro te encontrabas con una porción de papa eras un rey".
Los alimentaban porque no convenía que se desmayaran en pleno partido. Los judíos que jugaban al fútbol gozaban del privilegio del queso, la salchicha o la mermelada en un pan que contribuía al estado físico con un poco de glucosa. La ración extra garantizaba el espectáculo: porque comían jugaban. "Comer medio pedazo de salchicha ya era un lujo", resumió Albajari. Ilustraba una escena aleatoria en la Liga de Terezín, el campeonato de fútbol que disputaron los prisioneros secuestrados en el campo de concentración (y posterior gueto) de Theresienstadt.
Terezín de los niños jugar / con la muerte común / mientras pintaban el cielo azul, mientras soñaban con corretear, mientras creían aun en el mar, y los llevaban a caminar para no regresar / Terezín, Terezín, Terezín, pelota rota (un recorte de Terezín, poema y canción de Silvio Rodríguez)
El fútbol los hizo libres. Siete contra siete, con botines, indumentaria representativa y hasta guantes, en una cancha de fútbol delimitada por líneas, ante una multitud agolpada a los balcones a la que también le contagiaban esa sensación de libertad. Se disputaban todas las semanas en el marco de un campeonato debidamente organizado para jugadores mayores de 18 años. Doce equipos, todos contra todos. Era una liga convencional, con reglas, árbitros, tablas, campeones. Permitía abstraerse de la realidad: el torneo se jugaba en el medio de una guerra, en el medio de barrancas de un campo de concentración.
"Yo jugaba muy bien. Era defensor. En Terezín, formaba parte del equipo de los Jugendfürsorge (asistencia a la infancia) y éramos de los mejores. Durante toda mi vida he sido un atleta y antes de la guerra también estuve en el Maccabi Brno, un club de esa ciudad checa. En el gueto, el fútbol fue una de las mejores formas de hacer deporte y tanto a los internos jóvenes como a los más mayores nos gustaba mucho", dijo Peter Erben al diario español Marca, sobreviviente del Holocausto, prisionero en Mauthausen y Terezín, jugador del equipo que en 1943 salió tercero en el certamen.
Jugendfürsorge fue el único equipo que le sacó un empate (3 a 3) al campeón, Köche o, traducido del alemán, los cocineros. Los campeones jugaron once partidos: ganaron diez, sumaron 21 puntos, convirtieron 82 goles y recibieron apenas 31. "Tal vez, ellos, al ser los que administraban los alimentos, podían comer un poco mejor", sugirió Albajari para robustecer su teoría del principio por el cual los judíos jugaban al fútbol. Segundo a un punto de diferencia salió Kleider Kammer, los empleados que trabajaban en el guardarropa: vencieron en diez oportunidades y solo perdieron contra los cocineros por 6 a 4.
Jugaban también los electricistas, los horticultores, los capataces, los carniceros, los jardineros. Participaban a su vez los equipos que remitían a clubes profesionales (Hagibor, Maccabi, Sparta) y a ciudades originarias (Praga, Wien -Viena-). Estaban incluso las crónicas deportivas clandestinas: el Kamarad era una revista que se editaba en el hogar de niños, el bloque Q 609. Sobreviven extractos periodísticos de esos partidos. Cuando el Jugendfürsorge (JF), el departamento responsable del bienestar de los niños y los jóvenes, goleó 15 a 1 -en la tabla figura 14 a 1- al Hagibor Theresienat (HT), el análisis futbolístico precisó: "El juego se celebró el miércoles y fue más una comedia que un partido. El JF observó una supremacía abrumadora y todos sus jugadores, a excepción de Breda y Mayer, anotaron gol. Breda, a pesar de ser delantero, no anotó, y Mayer desaprovechó la oportunidad de los diez pasos. El JF jugó bien (lo cual no requería de un arte especial), sobre el HT no hay nada que decir".
El 23 de octubre de 1943 a las 15:45 de la tarde se enfrentaron los horticultores, vestidos de verde y blanco, jugaron contra los carniceros, que usaron una vestimenta roja y blanca. La crónica es una cronología del partido con permisos para valorar la épica futbolística. "Se desencadenó una lucha feroz mientras que los ataques venían una vez de aquí, otra vez de allá. Ambos porteros atajaban a la perfección", escribió el periodista que firmaba con el alias ZGEB. Su análisis culmina con el adjetivo poco común en esos años: "El partido terminó 4 – 3. Los dos equipos jugaron muy bien: fue un partido hermoso".
Días después, los cocineros superaron a los electricistas por 6 a 1 y pudieron saldar la derrota por 5 a 3 de la temporada anterior. Los datos se vierten, organizados, en la crónica de aquel domingo del '43. Los escribió SLUNCE -o Oscar Pick Slunce, quien llegó a Theresienstadt el 20 de noviembre de 1942 y fue asesinado en la cámara de gas en julio de 1944-. Redactó, durante su estadía en el gueto, que el árbitro no vio una clara mano de los electricistas, que los cocineros jugaban con violencia y que "las simpatías se inclinaban por el lado de los electricistas". Cuando el arquero de los electricistas se lesionó, el partido ya iba 2 a 1. "Uri Weinstein se hace cargo del arco. Durante el segundo tiempo, al minuto 15, ganan los Cocineros 3 – 1, y posteriormente, al minuto 23, 4 – 1. El jugador Juker de los electricistas desaprovechó los diez pasos. El partido pierde interés. En el minuto 30, Vilda Schick marca de cabeza el quinto gol a partir de un tiro de esquina y, al último minuto, el partido concluye 6 – 1". La última oración de su nota marca su compromiso y severidad en el análisis futbolístico: "El árbitro Kende fue pésimo y perjudicó a ambas partes".
Estos ejemplares periodísticos corresponden a la fecha nueve del torneo de 1943. Están publicados en la web y sintetizan las licencias culturales que se expresaban en Terezín. El campo de concentración y gueto de Theresienstadt fue liberado por los nazis y absorbido por la Cruz Roja Internacional cuando terminó la guerra: no fue derribado ni atacado. Conservó buena parte de la producción artística y cultural que nutre el patrimonio del Holocausto: el Kamarad y sus crónicas futbolísticas, por ejemplo.
Albajari lo describió como una propaganda del nazismo. Jonathan Karszenbaum, director ejecutivo del Museo del Holocausto de Buenos Aires, cubrió de contexto sociopolítico la figura de Terezín: "Era un gueto-campo, así como lo llamamos nosotros. En Polonia se fundaron los guetos en 1939, donde los judíos eran enviados, segregados y separados de la sociedad polaca. Terezin funcionó como gueto para los judíos de Checoslovaquia, Austria y Alemania. Era una fortaleza. Pero también era un campo de concentración porque había barrancas, las familias no vivían juntos y tenía una estructura más parecida a campo porque no estaba incrustado en el corazón de una ciudad".
Los artistas, deportistas y académicos contaron con ciertos privilegios en Theresienstadt. Los otros no: el hambre era voraz y las torturas, sistemáticas
No fue un lugar de reclusión como el resto. "Estaba en el centro de Europa. Se nutrió de judíos de sociedades cultas: eso les permitió tener una vida diferente, teniendo en cuenta que los nazis tenían la idea de enviar allí a cierta élite intelectual, artística y política", corroboró Karszenbaum. En efecto, Terezín albergó una actividad cultural intensa. Gozaba de cierta autonomía, organización y connivencia entre las partes. Allí convivieron como prisioneros los músicos Hans Krasa, quien compuso en la oscuridad del gueto su famosa obra Brundibar, y Gideon Klein, el director de cine Kurt Gerron, el niño prodigio Petr Ginz, las hijas de Freud, las hermanas de Kafka, el director del teatro nacional de Praga. En Terezín surgió también el estremecedor poema La Mariposa de Pavel Friedman.
Además de una liga de fútbol, se celebraron obras de teatro, se crearon bandas de jazz, se organizaban lecturas de poesía y conferencias académicas. Se fundó el Freizeitgestaltung, un comité encargado de regular las actividades musicales en Theresienstadt. Es lo que desarrolla el autor de la novela Los prisioneros del paraíso de la editorial Galaxia Gutenberg, el director de orquesta y escritor catalán Xavier Güell. En diálogo con el medio ABC de España, informó que detrás de esa concesión había un propósito disfrazado: "Necesitaban montar una farsa, que Europa creyera que trataban de forma aceptable a los prisioneros en los campos de concentración. Por ello, encerraron a multitud de artistas en este lugar y les permitieron ejercer su profesión. Les dejaban tocar, organizar conciertos".
“Los nazis decidieron que los prominentes, gente importante como artistas, militares condecorados, ancianos con medios económicos altos y de importancia social, músicos serían recluidos en este campo”, dijo Xavier Güell
"Hubo dos particularidades que hicieron durante un tiempo que se frenara su cotidianidad -contó Karszenbaum-. Se realizaron dos montajes: uno que tuvo que ver con la filmación de un documental que nunca fue publicado donde los judíos fueron obligados a actuar como si tuvieran una vida normal. Se hicieron fachadas, se inventaron juegos para niños, se emitió dinero, se pretendía mostrar que en los guetos se vivía bien". Lo mismo que quisieron hacer con el segundo engaño.
Los alemanes la bautizaron como "la ciudad que Hitler le regaló a los judíos". Buscaron vestir al campo de concentración como un balneario. Terezín debía ser un gueto modelo, un falso edén, una pantomima. Iban a recibir en la primavera de 1944 la visita de la Cruz Roja Internacional, que llegaba alertado por denuncias de abusos, esclavitud y masacres. Por eso Albajari hablaba de propaganda: el nazismo montó una campaña para ocultar las miserias de un campo de concentración donde murieron 33.000 personas y otras 88.000 fueron deportadas al campo de exterminio de Birkenau. Para engañar a la delegación de la organización humanitaria, hicieron engordar un poco a los prisioneros, los emprolijaron, les dieron nueva ropa, pintaron calles, desplegaron tiendas, construyeron parques, asumieron tareas de embellecimiento y le encomendaron al Freizeitgestaltung una versión del Réquiem de Giuseppe Verdi para dos mil espectadores.
"Ante denuncias de comunidades judías y países neutrales, la Cruz Roja Internacional fue a supervisar cómo era la vida en Terezín. Las literas, que eran de tres, fueron separadas de a dos. Los judíos fueron obligados amenazados de muerte a repetir libretos, a respetar lo que debían decir. Miles fueron deportados para vaciar el gueto y que no registren así hacinamiento", contó el director ejecutivo del Museo del Holocausto porteño. Por Theresienstadt pasaron 144 mil judíos y en instalaciones pensadas para cinco mil habitantes, llegaron a vivir hasta cincuenta mil prisioneros. Los más enfermos, desnutridos y de peor apariencia fueron expulsados para que no arruinaran el plan.
La farsa fue un éxito. La Cruz Roja Internacional se comió el cuento de la benevolencia nazi o -como supone Karszenbaum- tal vez fueron condescendientes con sus miedos a pronunciarse en contra de un régimen totalitario. Sea como fuere, los inspectores firmaron que en Terezín se vivía en perfectas condiciones humanitarias. Pudieron falsificar el horror, así como el fútbol pudo durante algunas tardes convertir un campo de concentración en un estadio y prisioneros en futbolistas.
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