El segundo Imperio Alemán había surgido apenas 47 años atrás, cuando los diferentes reinos, principados y ducados alemanes se habían finalmente unificado en 1871 tras una intensa guerra contra Francia.
La naciente nación se había dedicado en las décadas posteriores a la construcción de poder, en el contexto de una Europa repleta de imperios por donde se la mirase, y a la consolidación de su potencial económico industrial.
Le faltaban colonias, y salió a procurarlas al otro lado del mundo en Tsingato y la bahía de Kiau Chau, en China; en Nueva Guinea, sobre el Pacífico; en Camerún, Namibia y Guinea, entre otras, en África. No eran tan extensas ni ricas como las de Gran Bretaña o Francia, pero ahí estaban.
Le faltaba una poderosa flota de mar que pudiera hacerle frente a la del Reino Unido, pero también a la de Francia, Australia y Japón. Y salió a construirla de la mano del almirante Alfred von Tirpitz.
El crecimiento del Imperio Alemán, que pasó de ser un grupo desorganizado de estados independientes antes de 1871 y a la sombra de Prusia a convertirse en la potencia continental europea más poderosa, se dio a la par también de la expansión de sus vecinos europeos y asiáticos.
Esta carrera y competencia entre Imperios fue, entre otras, causa del estallido de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), de cuyo fin se cumplirán 100 años el próximo 11 de noviembre.
No fue un conflicto barato para algunos imperios. A su término el alemán, el austrohúngaro, el ruso y el otomano ya no existían. Mientras que el británico, el francés y el belga parecían heridos de muerte y comenzaban a ser opacados por dos nuevos jugadores: Estados Unidos y Japón.
La caída del Deutsches Kaiserreich se desencadenó rápidamente en los últimos meses de la guerra, de la mano de la retirada de sus ejércitos ante la ofensiva aliada "de los cien días" y el colapso total de sus aliados, el Imperio Austrohúngaro, el Imperio Otomano y Bulgaria, lo cual llevó a Berlín a pedir negociaciones para un armisticio el 5 de octubre y con mediación del presidente estadounidense Woodrow Wilson.
Pero la chispa de la caída, que allanó el camino para el surgimiento de la República de Weimar, ocurrió hace 100 años, que se cumplen este miércoles, y en el mar, precisamente donde las ambiciones imperiales habían aflorado.
De Jutlandia a la Orden Naval del 24 de octubre
Influenciados por el estratega estadounidense Alfred Thayer Mahan, un promotor del poder naval como elemento esencial en la grandeza de una nación y conocido por su frase "quien controla los mares controla el mundo", los almirantes de la marina alemana se lanzaron a la construcción de una poderosa flota de mar de superficie que permitiera competir con la británica y, llegado el caso, derrotarla en una épica y decisiva batalla naval, como recuerda el historiador Robert K. Massie en su libro "Castillos de Acero".
Tirpitz era el mayor campeón de esta idea, imponiéndose sobre la tesis de una marina de submarinos y cruceros que se concentraran en una guerra contra el comercio enemigo, que luego mostraría ser central durante la segunda parte del conflicto.
Durante la primera década del siglo XX, Alemania y el Reino Unido, que respondió al desafío, llevaron a sus astilleros al límite en la construcción acorazados, cruceros de todo tipo, destructores y submarinos, una carrera de armas de una escala impensada hasta la fecha que, aunque comenzaba a diluirse a comienzos de la década de 1910, tuvo consecuencias importantes.
"La carrera naval tiene como efecto cambiar la actitud del Reino Unido con Alemania. Para 1908 los sectores pro alemanes dentro del gobierno británico ceden y esto condiciona la concentración de la flota y el tratado con Japón", indicó Alejandro Corbacho, especialista argentino en estrategia, en diálogo con Infobae. El tratado en cuestión es el firmado por Londres y Tokio en 1902 y renovado varias veces hasta 1923.
"La flota alemana es un elemento más que provoca irritación, la búsqueda d eésta y de las colonias crea más enemigos que amigos y acerca al Reino Unido, Francia y Rusia contra Alemania, a pesar de que el comercio entre el Reino Unido y Alemania antes de la guerra era muy importante", agregó.
Después del estallido de la Gran Guerra en 1914, el imperio alemán comenzó a buscar una chance de provocar la ansiada batalla decisiva, y lo logró finalmente en mayo de 1916 en los alrededores de la península de Jutlandia, sobre Dinamarca y Alemania.
Más de 200 buques de guerra de todo tipo participaron en la mayor batalla naval de la historia hasta el momento, superada sólo por los colosales enfrentamientos de portaaviones en el Golfo de Leyte durante la Segunda Guerra Mundial.
El Reino Unido perdió tres cruceros de batalla de primera línea, tres cruceros pesados y ocho destructores (es decir 113.000 toneladas) con 6.094 muertos. Alemania perdió un crucero de batalla, un viejo acorazado casi obsoleto, cuatro cruceros livianos y cinco destructores (es decir 62.300 toneladas) con 2.551 muertos.
Los alcances y el resultado de la Batalla de Jutlandia siguen siendo discutidos en la actualidad, usualmente considerada como una victoria táctica alemana, que hundió más buques enemigos, pero estratégica británica, ya que luego del combate naval la flota germana permaneció en sus puertos y los mares quedaron en control de Londres.
Desde Jutlandia, conocida para los alemanes como Batalla de Skagerrak, y mientras los recursos de la guerra se concentraban más y más en los submarinos, algunos almirantes alemanes habían estado buscado, sin éxito, una segunda oportunidad para entablar combate, repetir el éxito táctico anterior y quizás obtener la victoria decisiva que buscaban, pero no lograron hacerlo.
Y entonces en octubre de 1918, con los austrohúngaros casi afuera del conflicto, los aliados de la Entente avanzando en Francia y las negociaciones de armisticio ya en curso, por pedido de la misma Alemania, y lideradas por el príncipe Maximilian von Baden, nombrado canciller, llegó un último intento desesperado.
Misión suicida
El Jefe del Estado Mayor Naval de la marina Imperial Almirante Reinhard Scheer, un héroe de Jutlandia y designado apenas dos meses atrás en el cargo, ordenó al comandante de la Flota de Mar y también destacado comandante en Jutlandia, Almirante Franz Von Hipper, que preparara los planes para un último ataque en masa contra la "Grand Fleet" británica.
Fue conocida como la Orden Naval del 24 de octubre de 1918, tomada en rebelión y sin conocimiento de Berlín, y constituía un intento suicida de provocar el mayor daño posible a los británicos, ya pensando en la posguerra, y darle un uso la Flota de Mar construida en las décadas anteriores y que seguía casi intacta.
"La orden tenía como fin salvar el honor de la Armada", consideró Corbacho, quien es también profesor en la Universidad del CEMA.
Fue tomada, también, días después en el que Alemania aceptara suspender su guerra submarina irrestricta contra la marina mercante aliada, que tanto daño había provocado y que era considerado un gesto básico para avanzar en la discusiones del armisticio.
En total 18 acorazados, 5 cruceros de batallas, 14 cruceros livianos, 60 destructores y torpederos y 25 submarinos iban a enfrentarse a casi el doble de buques británicos en un holocausto marino mientras en el continente se negociaba la paz.
"Efectivamente iban a morir. Los británicos tenían superioridad en números y en equipos, leían todos los códigos de sus enemigos. Y la flota alemana tenía muchos problemas, había sufrido un deterioro desde Jutlandia, porque los recursos se habían ido a la guerra submarina. Los barcos estaban en mal estado, y el carbón y las municiones eran de baja calidad", explicó.
Los buques zarparon el 29 de octubre y lentamente empezaron a arar el Mar del Norte. Pero los propios marineros, cansados por cuatro años de guerra y conscientes del carácter suicida de la operación, se amotinaron.
El motín en Kiel
Con la tripulaciones en rebelión en casi todos los acorazados y cruceros de batalla, unidades centrales del combate naval que se esperaba, la operación debió ser cancelada y los buques volvieron a los puertos de Kiel y Wilhelmshaven.
"En la flota había serios problemas con la calidad de oficiales y marineros, separados por una brecha. La situación era de indisciplina, producto del cansancio, el desgaste y la incapacidad de Alemania de hacer frente a la situación. Los marineros lo veían como un esfuerzo fútil", explicó Corbacho, doctor en Ciencia Política por la Universidad de Connecticut.
El 3 de noviembre el motín se convirtió en revuelta en Kiel, ciudad que fue tomada por los marineros, fogoneros y trabajadores de los astilleros. Cuando se envió a soldados a reprimir la la rebelión, las unidades se desintegraron antes de actuar y muchos incluso se unieron a los rebeldes.
"El fermento revolucionario era anterior, estaba antes de los motines, y seguía el modelo de los soviets de 1917", señaló, en referencia a la Revolución Rusa que el año anterior había depuesto al gobierno del Zar Nicolás, llevado a que Moscú solicitara la paz separada con Alemania y luego finalmente hundido al país en una guerra civil.
Además, los amotinados se vincularon con representantes de los partidos socialdemócrata (SPD) e independiente de la social democracia (USPD), y comenzaron a organizarse en consejos similares a los "soviets" rusos que, un año atrás, habían surgido en Rusia y provocado el colapso de la monarquía de los zares.
La "Revolución de Noviembre" y la abdicación del Káiser
Cuando la noticia del éxito de la revuelta llegó a otros puntos de Alemania, marinos, soldados y obreros de todo el país comenzaron también a rebelarse y organizarse en estos "soviets", desconociendo a las autoridades estatales del Imperio.
Fue conocida como la "Revolución de Noviembre", y sembró el caos en todo el país, llevando a la abdicación del emperador Guillermo II, y con él el fin del imperio, el 9 de noviembre de 1918.
Von Baden entregó la cancillería al socialdemócrata Friedrich Ebert, y dos días después se firmó el armisticio que puso fin a la Primera Guerra Mundial tras cuatro años y tres meses que dejaron un saldo de casi 20 millones de muertos, entre militares y civiles.
"Los aliados no entendieron que la paz debía hacerse con el gobierno que había empezado la guerra, ya que de lo contrario se condicionaba al nuevo gobierno. Pero el fermento revolucionario estaba y el proceso de desintegración hizo que se pierda el mando. La paz sale mal y su desplome condiciona a Versalles", indicó Corbacho, en referencia al Tratado que seis meses después del armisticio sería firmado en Francia con una serie de importantes restricciones para Alemania que tendrían un impacto en las décadas posteriores y el estallido de la Segunda Guerra Mundial.
En especial, las duras condiciones de Versalles, los motines con participación de partidos de izquierda y la rápida desintegración del Imperio potenciarían entre los conservadores alemanes el mito de la "puñalada por la espalda" que habría sido asestada por enemigos internos al victorioso ejército alemán aún en Francia. A esta visión parcial, que no se condice con la situación insostenible del frente advertida por el propio jefe del Estado Mayor Erich Ludendorff, quien luego apoyaría sin embargo la leyenda, los nazis sumarían a los judíos entre los responsables y comenzaría así el camino al rearme.
A la Alemania posimperial aún le quedaría un año de guerra civil entre diferentes grupos rebeldes ya abiertamente comunistas, levantados en armas, y el gobierno interino, apoyado por milicias ultraderechistas.
La revolución llegó a su fin en agosto de 1919 tras el triunfo del gobierno interino frente a los insurgentes, apoyado por los esfuerzos de los socialdemócratas, quiénes habían estado ligados a los inicios de la revuelta pero desde una posición más moderada.
Ocurrió al mismo tiempo en el que fue sancionada la Constitución del Imperio Alemán, que transformaba al país en una república federal parlamentaria, gobernada por un presidente y el parlamento, que designaba a su vez al canciller.
Fue el fin definitivo del período imperial y el inicio de la llamada República de Weimar, por la ciudad en la que se firmó la constitución, una nueva era de avances sociales y libertades, pero al mismo tiempo de turbulencias, crisis económica y debilidad institucional, que acabó finalmente con la llegada del nazismo, quince años después.
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