Desde la humildad de su infancia en el campo, Pablo Escobar tuvo acceso a la educación, pero las precarias condiciones en las que vivía lo hicieron buscar desde niño una forma de obtener dinero. Así, lo que comenzó con inocentes travesuras de infancia de las que cualquiera reiría terminaron forjando su interés innato por la plata fácil de la ilegalidad. De trabajos de mandadero pasó a robos menores, hasta llegar al contrabando y, finalmente, al tráfico de cocaína.
El origen del capo del Cartel de Medellín lo describió su propio hijo Juan Pablo, en el libro que tituló 'Pablo Escobar, mi padre'. Comienza el 1° de diciembre de 1949, cuando el campesino Abel de Jesús Escobar Echeverry y la maestra de escuela Hermilda Gaviria Berrío tuvieron a su segundo hijo (luego llegarían cinco más), a quien bautizaron como su abuelo paterno, que a su vez hace referencia a uno de los apóstoles de Jesús: Pablo Emilio. Para entonces vivían en una pequeña casa en Rionegro, Antioquia.
Pero las malas cosechas los obligaron a buscar mejor destino en la hacienda El Tesoro, del reconocido político e intelectual Joaquín Vallejo Arbeláez, donde el señor Abel sería mayordomo. Fue él quien terminó siendo el padrino de Pablo. Los tiempos cambiaron sin ser los mejores. Cuando crecieron, a los niños les tocaba caminar dos horas en carreteras de tierra para llegar al colegio en el casco urbano del municipio, muchas veces hasta sin zapatos.
Los padres lograron reunir dinero para comprar una bicicleta. Loma arriba subía Roberto, el mayor de los Escobar Gaviria, con Pablo en la parrilla. Más tarde pudieron comprar otra que aliviara más la travesía diaria. Para entonces, el menor ya alquilaba cómics viejos que había heredado de sus abuelos, los más leídos en los años sesenta: El Llanero Solitario, El Zorro, El Santo. Y pronto empezó a prestar su bicicleta para recorridos pequeños a cambio de unas cuentas monedas.
Después, Pablo siguió en cualquier trabajo para conseguir su propio dinero. Lavaba coches, hacía mandados, y se ingeniaba otras estrategias inocentes, pero ya poco honestas. Robaba naranjas de una finca vecina y las vendía en el mercado, luego pasaba por el lugar y tropezaba el puesto, recogía las naranjas y nuevamente las vendía a su mismo dueño. O pedía prestado revistas a otros niños que las cogían de su casa, para luego alquilarlas a adultos los fines de semana.
"Pablo heredó la inteligencia de mí y la honradez de su padre", dijo Hermilda al periodista y ex alcalde de Medellín, Alonso Salazar, según lo escribió en su libro La Parábola de Pablo. Pero el giro en la infancia del capo surge cuando su madre, en contra de su padre Abel que nunca quiso abandonar el campo, es trasladada a un colegio en Medellín. Ella quería que sus siete hijos estudiaran en la capital y movió sus influencias.
A mediados de los años sesenta se mudaron a una casa de tres habitaciones en el barrio La Paz. En una de ellas, la que daba a la calle, Abel organizó una tienda que duró poco por falta de clientes. Como el más avispado de los hermanos, Pablo tomó el espacio como suyo, los pintó de azul claro y lo convirtió en su cuarto. Allí armó una biblioteca con una colección de revistas Selecciones del Readers Digest y algunos libros de política, entre ellos de líderes comunistas como Lenin y Mao Tse-tung. Exhibía en un rincón una calavera de verdad. "Un día decidí poner a prueba mis miedos y lo mejor era meterme a la medianoche al cementerio a sacar una calavera de una tumba. Nadie me espantó ni me pasó nada. Después de limpiarla, la pinté y la dejé arriba de mi escritorio como pisapapel", contó una vez Escobar a su hijo. Fue en aquella época, cuando tenía 15 años, el momento en el que demostró su mayor perspicacia.
Ingresó a la jornada de la tarde del colegio Liceo de Antioquia, junto a su inseparable primo Gustavo Gaviria. Juntos hacían pequeños negocios: rifas, préstamo de dinero a bajo interés, vendían exámenes. "Aun cuando mi padre evitaba hablar del tema, al cabo de varias y accidentadas charlas en las caletas donde nos escondíamos, pude concluir que su carrera criminal empezó el día en que descubrió la manera de falsificar los diplomas de bachiller que otorgaba el Liceo y con los cuales se graduaban los estudiantes", afirmó Juan Pablo Escobar.
Al término de una jornada, Pablo y Gustavo tomaron las llaves de la sala de profesores y sacaron una copia a escondidas con un molde de plastilina. Con ella ingresaron una noche para robar un diploma expedido en papel sellado. Mandaron a hacer los sellos del colegio, calcaban las letras de los profesores para firmas y notas finales. Y así decenas de estudiantes se graduaron sin ni siquiera haber pasado por los salones de clases.
Al cumplir la mayoría de edad, los dos chicos entraron a trabajar a una fábrica de lápidas, pueblo en pueblo viajaban a ofrecer su producto entre los parientes de los recién fallecidos. Pero el esfuerzo era mayor que la recompensa, e idearon una forma de expandir las ganancias. Decidieron robar las lápidas de mármol de lujosos panteones de familias ricas para venderlas a recicladores, contó Salazar en su libro.
Para entonces ya se habían graduado de secundaria. Y para familiarizarse con la universidad pública asistían a las protestas en las calles, tenían la referencia del proceso revolucionario de Fidel Castro en Cuba. Pablo, en especial, seguía al congolés Patrice Lumumba en su rebeldía anticolonialista, recordaba Hermilda. "Muy pronto voy a hacer una revolución, pero para mí", dijo entre risas Pablo a sus amigos, relata su hijo.
A diferencia de otros narcotraficantes del mundo, Pablo Escobar tuvo la oportunidad de realizar estudios superiores. Incluso, alcanzó a inscribirse en la Facultad de Economía de la Universidad Autónoma Latinoamericana de Medellín, donde asistían varios de sus primos, entre ellos José Obdulio Gaviria, actual senador de la República por el partido Centro Democrático. Pero un incidente lo llevó pronto a graduarse en la ilegalidad.
Una noche de fiesta de barrio, un joven adinerado, y alcoholizado, agredió a una chica por negarse a bailar con él. Pablo, selió en su defensa y se le enfrentó. Terminó disparándole en el pie con un pequeño revólver que había comprado para robar las taquillas de los teatros del centro de Medellín. Lo capturaron, pero a los pocos días quedó en libertad porque retiraron los cargos en su contra.
Esos días en la cárcel bastaron para iniciarse en el negocio final. Allí conoció a un contrabandista que había hecho una fortuna trayendo ilegalmente cigarrillos, licor y electrodomésticos y le pasó contactos a Pablo para seguir el tráfico. Ya nunca ingresaría en la universidad.
Comenzó a pensar en grande. Junto a su primo Gustavo, creó una banda de maleantes para desvalijar autos y vender las partes de contrabando. Tenían varias modalidades, compraban carros estrellados y les quitaban las placas de identificación para ponerlas a los vehículos nuevos que hurtaban, y así venderlos por grandes sumas.
"También utilizaban formas muy simples para robar carros, que, si no es porque eran un delito, cualquiera se moriría de la risa. Una vez mi padre vio a un señor varado en una vía, le preguntó en qué consistía el daño y se ofreció a arreglarlo. Luego, le dijo que él se haría al volante para prenderlo y le pidió al inocente dueño que empujara. En ese momento arrancó y se fue", contó Juan Pablo Escobar.
La criminalidad se convirtió en el diario de Pablo Escobar, quien ya se había hecho una promesa con sus amigos de testigos: "Si a los 30 años no tengo un millón de pesos me suicido". Pronto ya tenía un Studebaker y dos motos Lambretta. Era la época de las guerras mafiosas en Estados Unidos por el envío de cocaína desde Colombia.
Escobar supo que sería el negocio del futuro y le apostó al narcotráfico. No se equivocó. Comenzó como empleado de Griselda Blanco y su astucia lo llevó a crear su propio cartel, y a apoderarse del reinado del 'oro blanco' en el país.
MÁS SOBRE ESTE TEMA: