Suele creerse que el criminal de guerra nazi Adolf Eichmann vivió en Argentina hostigado por el riesgo de ser detectado. Sin embargo, la verdad es un poco diferente. Tanto el criminal de guerra como su familia pasaron años sin tomar precauciones e incluso tuvieron actividades políticas y contacto público con grupos y personajes del universo nazi.
Su brutal historia
Adolf Eichmann fue el máximo burócrata detrás de la "solución final", que era el eufemismo usado para describir la deportación y aniquilamiento de más de 25 millones de seres humanos en los campos de concentración nazis. El criminal de guerra organizó con especial eficiencia el confinamiento y muerte de seis millones de judíos raptados en toda la Europa dominada por el Tercer Reich.
Hannah Arendt lo describió como "un oscuro burócrata" cuyo amor por la eficiencia y militancia ideológica obturó cualquier duda a la hora de organizar una masacre a escala industrial. Comenzó a militar en el nazismo desde joven. Por su fanatismo y eficiencia, había sido asignado en 1933 a la oficina de asuntos judíos del Servicio de Seguridad dirigido por Heinrich Himmler. Allí se le encargó la organización logística del exterminio de los ciudadanos judíos en Alemania, responsabilidad que luego abarcaría a los miembros de esa colectividad en todos los territorios ocupados por el III Reich.
Al finalizar la guerra supo que era uno de los hombres más buscados de Europa. Fue capturado por las tropas estadounidenses, pero logró pasar desapercibido gracias a los documentos falsos a nombre de Otto Eckmann. Tras escapar del campo de detención se escondió en varios sitios de Alemania. Obtuvo una nueva identidad como Richard Klement el 2 de junio de 1948 en la ciudad de Termeno en el norte de Italia.
El 14 de junio de 1950, el Consulado Argentino en Génova le otorgó todos los permisos necesarios para viajar. Tres días más tarde, Eichmann embarcaba en el buque Giovanna C rumbo a Buenos Aires.
Apenas llegó a Buenos Aires el 15 de julio siguiente, consiguió trabajo y lo hizo con su verdadero nombre. No era para menos, ya que su primer empleo fue en la empresa CAPRI, una de las más beneficiadas por contratos de obra pública durante el período peronista y cuyo dueño era Carlos Fuldner. En esa empresa realizó estudios hidrológicos en Tucumán para un proyecto de construcción de una represa.
Fuldner era un argentino germano que había prestado servicio en las SS alemanas y luego pasó a ser enlace entre la dictadura militar Argentina y el Tercer Reich. Cuando finalizó la guerra en Europa, fue contratado por el gobierno peronista para que armara una red clandestina destinada a rescatar a decenas de figuras del nazismo que eran buscados para ser juzgados por crímenes de guerra. Tras encaminar su tarea, Fuldner se dedicó a hacer fortuna como contratista estatal. Una de las obras públicas en la ciudad de Tucumán fue el primer trabajo de Eichmann a poco de llegar a la Argentina.
Puede decirse que Fuldner contrató a muchos prófugos nazis. Pero no menos cierto es que en el caso de Eichmann, además de encargarse de darle empleo, se tomó la molestia de alquilarle un departamento para que se instalara apenas llegó a la Argentina.
Un tiempo después, Eichmann consiguió otro trabajo en Buenos Aires y decidió instalarse con su familia en San Fernando, en el norte del conurbano. Su nuevo empleo fue en la sede local de la empresa Mercedes Benz, que en ese momento era regenteada por Jorge Antonio, el empresario más cercano al presidente Juan Domingo Perón. El criminal de guerra fue contratado como electricista y escaló hasta ocupar un cargo de inspector en la línea de producción de automóviles. En todo momento, Eichmann figuró con su verdadero nombre, al igual que decenas de otros prófugos reclamados por países europeos por crímenes de lesa humanidad.
Los archivos de inteligencia de posguerra desclasificados por EEUU indican que se tenía constancia de todas las actividades de Fudlner y de la presencia de nazis en la fábrica Mercedes Benz, de manera que es embarazoso sostener que se ignoraba que le había dado trabajo a uno de los prófugos más buscados del momento.
Jaque al genocida
La imagen de Adolf Eichmann caminando entre las sombras para que no se descubriera su verdadera identidad vuelve a contradecirse con los hechos históricos. Lejos de la imagen de un personaje gris que buscaba la clandestinidad, su vida social hacia presagiar su localización y posterior captura.
El criminal de guerra mantuvo en todo momento contacto con otros prófugos alemanes, lo cual contradecía la imagen de un ciudadano que vivía escondido y tratando de pasar desapercibido. Por el contrario, en una fecha tan temprana como el año 1956 se asoció con otro delincuente de su calaña, el ex oficial SS Franz Pfeiffer, para crear una empresa dedicada a la cría de conejos. El negocio no prosperó y Pfeiffer buscó refugio en Chile, en donde creó el Partido Nacional Socialista Obrero Chileno. Eichmann también incursionó en otros negocios en los que no se cuidaba de entrar en contacto con el público, como fueron los fallidos intentos para montar un taller mecánico y una lavandería.
Además de juntarse con otros prófugos en reuniones de la comunidad alemana en la zona norte de Buenos Aires, Eichmann solía tener una actividad hasta hoy poco conocida. De tanto en tanto, viajaba hasta la casa de la familia Pilsel para jugar al ajedrez. James Pilsel, el anfitrión, era un antiguo oficial ustasha, nombre que recibían las escuadras nazis que sembraron el terror en los Balcanes durante la Segunda Guerra Mundial.
En la casa de los Pilsel, Eichmann pasaba largas horas jugando al ajedrez con Ante Pavelic, que aún era conocido como el "Poglavnik" o caudillo croata.
Pavelic dirigió un gobierno títere nazi entre 1941 y 1945 que fue responsable del asesinato de un millón de personas, incluyendo la aniquilación del 94% de los judíos croatas y la muerte de 600.000 eslavos, gitanos y miembros de minorías en el complejo de la muerte de Jasenovac. Escapó a la Argentina en donde creó el único régimen nazi en el exilio y durante años fue objeto de una estricta vigilancia por parte de los servicios secretos extranjeros y de una celosa custodia por parte de la Policía Federal, con la que trabajó como asesor en los días iniciales de su vida en Argentina.
Ni antes ni durante la guerra existen puntos de contacto entre Eichmann y el régimen de Pavelic. Aquellas visitas llaman la atención de parte de un hombre que cultivaba el bajo perfil durante su residencia en Argentina y que de ese modo se exponía a ser detectado cuando visitaba a tan prominentes miembros del fascismo en el exilio.
Mientras tanto, la justicia alemana y luego la de Israel, cursaron por lo menos veinte pedidos de información sobre el paradero de Adolf Eichmann a los diferentes gobiernos que ocuparon el poder en Argentina desde la llegada del criminal de guerra. Siempre se repitió la misma respuesta: "No se tienen constancias de la presencia de Adolf Eichmann en nuestro territorio".
Piedra libre
El primero en descubrir la verdadera identidad de Richard Klement fue un judío sobreviviente del campo de concentración de Dachau llamado Lothar Hermann. Lothar llegó junto a dos de sus hermanos en 1938. Sus padres y los restantes seis hijos perecieron en los centros de exterminio nazis.
Fue mera casualidad el enterarse que uno de los amigos de su hija Silvya de 14 años se llamaba Klaus Eichmann. Sin importarle la pertenencia de Silvya a la comunidad judía, Klaus le exhibió fotos de su padre vistiendo el uniforme de la SS.
Lothar investigó a la familia del amigo de su hija y no tardó en concluir que se trataba de uno de los criminales de guerra más buscados del mundo. Sin perder el tiempo, le escribió al fiscal general de Frankfurt, Fritz Bauer, que un tiempo antes había dictado una orden de captura internacional contra Eichmann. Pero nadie pareció escuchar a aquel judío superviviente de la barbarie nazi.
En total, Lothar envió 26 cartas a Alemania e Israel para pedir que se detenga a Eichmann, pero nunca obtuvo una respuesta. La captura del prófugo en Argentina lo llevó a reclamar la recompensa que ofrecía Israel por información que permitiera su captura y recién pudo cobrarla en 1974. Apenas pudo usar los 10.000 dólares que recibió para luchar contra el cáncer terminal que lo había arrinconado.
Las cartas de Lothar reflejaban una verdad que contradice la idea de que Eichmann era un experto en esconderse. Sus cuatro hijos concurrían al Colegio Alemán con el apellido verdadero y lo usaban en público sin inconvenientes. Resultaba raro que aquello sucediera si sus padres habían tomado alguna precaución mínima para no ser detectados. Un apellido famoso en un colegio de la comunidad era como colgarse un cartel para ser hallados con mayor facilidad por los cazadores de nazis. En realidad, en todo momento fue suficiente con seguir a algún nazi prominente para hallar a Eichmann en alguno de los encuentros que reunía a la lacra de los prófugos de guerra.
Rapto y furia nacionalista
Eichmann fue capturado por un comando mixto de israelíes y argentinos que trabajaron durante meses para planificar la captura y salida del país del genocida. El 11 de mayo de 1960 por la noche lo emboscaron cuando llegaba a su casa en la calle Garibaldi y lo llevaron a un sitio seguro en donde fue interrogado por primera vez para confirmar que se trataba de la persona que buscaban.
Las primeras horas luego del secuestro fueron puro nerviosismo para la familia Eichmann. Klaus, el mayor de los hijos, buscó la ayuda de Carlos Fuldner. En los días siguientes, cientos de alemanes y nazis prófugos de otras nacionalidades desaparecieron de los lugares que frecuentaban. Alguien avisó que corrían un grave riesgo.
Tras verificar que habían atrapado a uno de los mayores criminales de guerra prófugos que quedaban con vida, los captores de Eichmann le administraron drogas y lo hicieron pasar por la aduana del aeropuerto de Ezeiza como uno de los miembros de la tripulación de un avión de la línea aérea israelí que sufría de una descompensación grave.
Apenas tocó tierra el avión que lo transportaba, comenzó el proceso de juzgamiento en el que se exhibieron pruebas contundentes de su participación en la organización de la masacre de millones de seres humanos en nombre de las ideas de Hitler.
El gobierno del presidente Arturo Frondizi protestó enérgicamente al saberse del secuestro y evasión hacia Israel, por lo que consideraba una afrenta insoportable contra la soberanía nacional. Sin embargo, tras tanta furia, se escondían años de notificaciones sobre la presencia de Eichmann en Argentina y constantes obstrucciones de las autoridades locales a los pedidos de extradición que llegaban para que entregara al organizador de la "solución final".
Pero la furia presidencial era un mar de calma frente a la reacción de los grupos nacionalistas locales y en particular de los más antisemitas, que veían en Eichmann un héroe y en su captura un motivo adicional para sacar a pasear su judeofobia.
Mientras era juzgado Eichmann en Israel, las huestes del fascismo criollo mostraron la potencia de su descontento. El mayor peso de la protesta lo cargó el grupo Tacuara, una organización de jóvenes admiradores del fascismo que no renegaban de su odio a los judíos. Entre el día en que se conoció la captura de Eichmann y la fecha en que se le dictó veredicto, se cometieron por lo menos 35 ataques contra sinagogas y colegios judíos.
Esos mismos grupos, organizaron guardias frente al domicilio de la familia Eichmann en la calle Garibaldi y la vistieron con banderas argentinas e insignias nazis con la esvástica.
Miembros de la organización salieron a hacer pintadas que decían "Mueran los judíos, viva Eichmann", "queremos a Eichmann de vuelta" o la vieja consigna de la Alianza Libertadora Nacionalista: "haga Patria, mate un judío".
Tacuara hizo demostraciones durante meses y se preparó para una represalia. Su red de contactos con oficiales de la Fuerza Aérea le permitió entrar en contacto con Willem Sassen, un colaboracionista holandés condenado en su país natal por haber integrado las SS flamencas y por haber asistido en la deportación de miles de judíos de su país. Sassen estuvo reunido en muchas oportunidades con Eichmann en Argentina e incluso lo entrevistó para un intento de autobiografía que salió publicada parcialmente en la revista norteamericana Life antes de su captura. Se sabía que Sassen estaba refugiado en Argentina y era obvio que por lo tanto el genocida estaba viviendo en nuestro país. Todos sabían dónde estaba Eichmann, menos los gobiernos argentinos que negaban haberlo cobijado.
En los días posteriores a la captura de Eichmann, Horacio Bonfatti, uno de los tenientes de Tacuara, se encargó de esconder a Sassen ante la eventualidad que se hubieran planificado más secuestros.
La cercanía de Sassen con Eichmann fue la excusa de Tacuara para organizar un intento de secuestro del embajador israleí en Argentina. La idea era capturarlo y canjearlo por Eichmann. El plan avanzó hasta el punto en que Sassen entendió que era una tarea imposible, pese a los reclamos de Alberto Ezcurra Uriburu y Joe Baxter, los líderes de Tacuara que insistieron en llevar adelante el ataque.
Tacuara era apenas una parte del archipiélago de organizaciones nazis argentinas de aquella época. En una de ellas, el Partido Nacional Socialista Argentino, militaban dos de los hijos de Eichmann. En efecto, y nuevamente en contra de la idea que la familia vivía discretamente, los dos hijos del genocida, Klaus y Horst Adolf Eichmann, mantenían una nutrida agenda política dentro de una agrupación que se destacaba por sus actividades y discurso antisemita y por su reivindicación de las políticas del Tercer Reich.
Fundada a inicios de la década del sesenta, la agrupación fue liderada por los hermanos Eichmann por más de un lustro. Entre sus actividades se recuerda la verba anti judía, los campamentos de entrenamiento de corte militar y las arengas pro nazis. En junio de 1964, Adolf Eichmann hijo dio una conferencia de prensa ataviado con su previsible camisa parda, correajes militares, botas y un brazalete nazi. Fue para reconocer su filiación política cercana a Tacuara y volver a protestar por el destino de su padre en Israel.
En aquellos días, todo el nacionalismo se unió en un grito para clamar por la suerte del organizador de la "solución final". Incluso el obispo porteño Antonio Caggiano al opinar sobre su captura, dijo que: "había llegado a nuestra patria en busca de perdón y olvido y no importa como se llame, Ricardo Clement o Adolf Eichmann; nuestra obligación de cristianos es perdonar lo que hizo…".
Cuando Ante Pavelic fue herido por los disparos de un montenegrino en abril de 1957 y su presencia en Argentina se convirtió en motivo de escándalo por la anterior negativa de los gobiernos argentinos a admitir su presencia en nuestro territorio, un grupo de jóvenes de ultra derecha montó guardia frente a su casa para prevenir su arresto. Entre ellos, había una mezcla de jóvenes hijos de ustashas, integrantes de Tacuara y del Partido Nacional Socialista Argentino, la agrupación en la que se integraban los hijos de Eichmann. Eran los mismos que unos años más tarde iban a montar una nueva guardia frente a la casa de la calle Garibaldi en San Fernando.
Quedaba claro que Pavelic y Eichmann no sólo habían pasado largas tardes dedicados al ajedrez. También habían sido compañeros políticos en el exilio. Y que además, ninguno de los dos había jugado a las escondidas.
Justicia y represalia cobarde
El acto final de la historia de Eichamnn ocurrió el 31 de mayo de 1962, cuando se cumplió la sentencia a muerte que le dictó el tribunal que lo juzgó por sus crímenes. Fue ahorcado en la ciudad de Ramla. Sus palabras al conocer su condena fueron "Larga vida a Alemania. Larga vida a Austria. Larga vida a Argentina. Estos son los países con los que más me identifico y nunca los voy a olvidar".
En Argentina, el drama tuvo un epílogo dramático. El 21 de julio de ese mismo año la joven judía de 19 años Graciela Sirota fue secuestrada por un comando, que la raptó en plena calle y la metió a la fuerza dentro de un auto. Durante algunas horas, los atacantes la torturaron con golpes y con cigarrillos que fueron apagados con sadismo en diferentes partes de su cuerpo. Antes de dejarla abandonada en una calle, le grabaron una esvástica en un pecho con una navaja.
El secuestro nunca fue explicado por la Policía, que informalmente intentó justificar el acto por la militancia de la joven en una agrupación comunista. Con el tiempo, cobró fuerza una versión diferente: el padre de Sirota había participado de la acción de secuestro de Eichmann. Alguien dentro de los grupos furiosos por la reciente muerte del genocida en Israel había decidido una represalia tan tardía como cobarde.
Ya casi no quedan rostros de la vida de Eichmann en Argentina. La casa de la calle Garibaldi es hoy un depósito sin ninguna pretensión política. Los hijos del genocida se perdieron en la historia y la mayor parte de su descendencia repudió las decisiones y acciones del hombre que armó que nutrió de millones de almas al sistema de exterminio nazi.
Sin embargo, Eichmann no debe ser olvidado. Pero tampoco debe ser recordado como un ser tímido que vivía escapando del escrutinio público. El genocida nunca se escondió, sino que vivió por años arropado en los pliegues de una sociedad a la que no le molestaba el sonido de su apellido real ni los ecos sangrientos que traía consigo.
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