Cuando los griegos, en su vasta mitología, crearon a Heracles (Hércules, en la mitología romana), se adelantaron miles de años a un arte del siglo XX que empezó, tímido, en diarios norteamericanos, y creció hasta ser un género mayor e inagotable: el cómic. Para miles en todo el mundo, una pasión, un culto…, y un generador de grandes fortunas.
Por caso, Tarzán (de los monos). Nacido de la pluma de Edgar Rice Burroughs (1875–1950) y de los dibujantes Hal Foster y Jesse Marsh, no sólo duplicó el tiraje de siete diarios Made in USA: se prodigó en 24 novelas, 86 películas y series y episodios de radio y tevé multiplicados ad infinitum…
Y a Hércules, el héroe imbatible obligado a 12 crueles trabajos que pudieron matarlo, no le fue peor desde La Noche de los Tiempos hasta –también– el siglo XX: 10 films convencionales, 20 de animación, y estatuas y templos firmados por egregios artistas.
Nació, como toda la mitología griega, del Caos: abismo sin fondo, La Nada, pero también el principio y fin de todas las cosas: agua, tierra, fuego, aire… y dioses.
Como el Creador para el catolicismo, y el Big Bang para la ciencia pura y dura. En ambos casos, misterios profundos que, por lo menos en esta nota, llevan punto final.
Hijo natural de Zeus, "padre de los dioses y de los hombres, gobernador del Olimpo, dios del cielo y el trueno, y teniendo como atributos el rayo, el águila, el toro y el roble, y deidad infiel si las hubo, para pena y dolor de Hera, su esposa", y de Alcmena, una reina mortal, Hércules fue adoptado por Anfitrión, bisnieto de Zeus.
Y entre la interminable lista de héroes mitológicos, fue la quintaesencia de la perfección: fuerza, coraje, orgullo, candor, vigor sexual… e inmortal por voluntad de Zeus. Si lo herían, la parte dañada se reconstruía de inmediato, y si lo mataban, Zeus lo volvía a la vida una y mil veces…
Pero los celos de Hera por la infidelidad de Zeus urdieron la tragedia del hombre más fuerte de la constelación. Tanto provocó a Hércules, que éste, en un ataque de locura, mató a su mujer (la princesa Megara), sus tres hijos y dos de sus sobrinos "con sus propias manos", según la leyenda. Una tragedia griega en toda la línea: seis muertes, un río de sangre, y la locura apoderándose del criminal, que se aisló del mundo "y se fue a vivir solo en tierras salvajes".
Pero, hallado por su hermano Iflicles, que lo convenció de acudir al oráculo de Delfos, donde la sibila barajaba el futuro, la vida, la muerte, y nadie se atrevía a violar sus designios…
El castigo debía ser impuesto por Euristeo, el hijo de Hera que, nacido dos meses antes que Hércules por un ardid de su madre, ganó el trono destinado a Hércules –como lo quería Zeus–. Que se enfureció al saberlo… pero calló.
La prueba fue brutal hasta para la fuerza sin límites del superhombre. Doce trabajos. Y cada uno más arriesgado que el anterior.
EL LEÓN DE NEMEA
En este punto de la hélade, un enorme león aterrorizaba a la aldea. Todo intento de matarlo fracasó: su piel era tan gruesa e impenetrable como una armadura. Hércules lo enfrentó con arco y flechas, un garrote de árbol de olivo, y una espada de bronce. Todo inútil… Jugó entonces la carta más riesgosa: entró en la guarida del animal, selló la entrada, y lo enfrentó cuerpo a cuerpo hasta estrangularlo. Luego, con las garras de la fiera, lo desolló, cubrió su cuerpo con la piel, y usó su cabeza como yelmo.
LA HIDRA DE LERNA
En la ominosa ciénaga de Lerna vivía un monstruoso ser de infinitas cabezas y cuerpo de serpiente. Su aliento venenoso era mortal. Hércules la atacó con flechas en llamas, la obligó a salir de su escondite, y con su espada de bronce le cortó las cabezas visibles. Pero por cada una… crecían dos. Yolao, su acompañante, se iluminó. Quemó los muñones antes de que se reprodujeran, y el monstruo fue vencido.
LA CIERVA DE CERINEA
Fabuloso animal consagrado a la diosa Artemisa, tenía pezuñas de bronce, cuernos de oro, y corría más rápido que el más veloz de los carros de combate. Dilema para Hércules: sus flechas no podían alcanzarla, y no debía derramar su sangre para no irritar a Artemisa. Acudió entonces a la estrategia de la paciencia. Por más de un año la persiguió, hasta encontrarla bebiendo en un charco. Tensó su arco, y le clavó una flecha entre el tendón y el hueso de dos de sus patas. El animal murió sin derramar una gota de sangre…
EL JABALÍ DE ERIMANTO
Aterrador amo de Arcadia y del monte Erimanto, el gigantesco jabalí se alimentaba de hombres. Cuando Hércules lo encontró, el asesino de los largos colmillos huyó. Pero, encerrado en un desfiladero saturado de nieve, el héroe saltó sobre su lomo, lo inmovilizó con una cadena, y sobre sus hombros lo llevó vivo a Micenas.
LOS ESTABLOS DE AUGÍAS
Orden canalla: Euristeo lo mandó a Élide para que limpiara los pestilentes establos del rey Augías, que llevaban treinta años sin conocer agua y cepillo, y su olor era peor que el de mil cadáveres. Euristeo, presagiando la derrota de su rival, se frotaba las manos. Pero la astucia de Hércules pudo más: abrió un canal, desvió el cauce de los ríos Peneo y Alfeo, y la fuerza del agua dejó a los establos como recién estrenados.
LOS PÁJAROS DE ESTÍNFALO
Temibles aves con alas y garras de bronce, comían carne humana, y sus repugnantes excrementos destruían bosques y cosechas. Hércules acudió a sus flechas, pero por muchas que caían, muchas más aparecían. Al verse perdido, el héroe le pidió ayuda a la diosa Atenea, y ésa le dio un pequeño cascabel y un consejo:
–Hazlo sonar en lo alto de una colina, cerca del lago.
Así lo hizo, y el sonido del cascabel espantó hasta el último pájaro.
Hércules aprovechó la estampida para matar a flechazos a muchos, cuyos cuerpos quedaron flotando en el Mar Negro.
EL TORO DE CRETA
La isla así llamada era el reino de un espantoso toro que lanzaba fuego por el hocico y aterraba a la población. Al llegar, Hércules se acercó hasta Minos, rey de la isla, y éste le señaló la guarida de la bestia.
Lucha sin cuartel…, hasta que Hércules se encaramó en el lomo y, a través del mar, lo llevó ante Euristeo, quien a su vez lo ofreció a Hera, que lo rechazó. El toro quedó libre, pero más tarde fue matado por Teseo, uno de los más grandes hombres de Grecia…
LAS YEGUAS DE DIOMEDES
Siempre encadenadas y alimentadas con la carne de las víctimas de su amo, Hércules las liberó ayudado por amigos y voluntarios. Diomedes, al frente de su ejército, le cayó dispuesto a aniquilarlo, pero Hércules desenfundó primero: lo estranguló. Y las yeguas, liberadas de su deparavado amo, se amansaron como cordero y le fueron regaladas a Hera.
Se dice que Bucéfalo, el caballo de Alejandro Magno, tenía sangre de una de esas yeguas…
EL CINTURÓN DE HIPÓLITA
Reina de las bravías amazonas, feroces y valerosas en el combate, tenía un cinturón con poderes mágicos que le regaló Ares, dios de la guerra. Trofeo que Hércules debía arrebatarle… Viajó para ello hasta el Mar Negro, pero Hipólita, enamorada de él a primera vista, le cedió el cinturón. Pero Hera lanzó el rumor de que Hércules quería secuestrar a Hipólita, y fue inevitable que los dos ejércitos chocaran. Vencieron Hércules y Teseo, y el primero no pudo evitar matarla.
EL GIGANTE GERIÓN
El décimo de los terribles trabajos no fue el más fácil. Hércules debía robar los toros del gigante Gerión, que vivía en uno de los rincones más alejados del mundo.
Cruzó el desierto libio soportando un calor de plomo fundido. Furioso, disparó flechas hacia el sol. Para sosegarlo, el dios Helios le regaló una copa dorada "para viajar por los cielos", y así logró llegar a destino. Pero no fue fácil robar los toros. Debió matar a dos pastores de guardia: Euritión y Orto (éste, un perro de dos cabezas y cola de serpiente). Luego, durísima y larga batalla contra el propio Gerión… hasta que le clavó una flecha en la garganta. Final.
Y, ya sereno y vencedor, llevó a los toros hasta los pies de Euristeo. Pero no son antes eludir las calamidades que le mandó Hera…
EL JARDÍN DE LAS HESPÉRIDES
También en uno de los confines del mundo, en un jardín dedicado a Hera, crecían manzanos cuyas frutas doradas aseguraban eterna juventud, y la inmortalidad. Las cuidaban tres ninfas –las Hespérides–, y un dragón de cien cabezas: Ladón. Tarea de Hércules: robar las manzanas. Pero primero, encontrarlas en el oculto jardín… Ya casi vencido, Nereo le señaló el lugar.
Pero una vez allí, Hércules comprendió que ni su imbatible fuerza era suficiente para llevarlas. Hora del usar el ingenio: buscó a Atlas, el dios que sostenía los cielos sobre sus espaldas, se ofreció a reemplazarlo en tan abrumadora tarea, y mientras, Atlas se alzó con las manzanas. Pero… ¿cómo quitárselas?
Hércules: –Sujeta el cielo un momento mientras me ajusto la capa.
Así lo hizo Atlas, y en ese segundo de descuido, Hércules huyó con las doradas manzanas mágicas.
El cuento del tío… versión cinco mil años antes.
CERBERO
¡Por fin ante el último trabajo! Pero el más difícil. Penetrar en lo más profundo del Inframundo y capturar a Cerbero, el diabólico perro de tres cabezas que cuidaba la puerta de Hades, el dios de los muertos… y vencerlo sin armas.
Lo ayudaron Atenea y Hermes, y lo llevaron ante Caronte, el barquero que cruzaba las almas desde el mundo de los vivos hasta el de los muertos a través del río Aqueronte.
Una vez en el infierno, Hércules encontró, encadenado, a su amigo Teseo. Rompió las cadenas con su descomunal fuerza, halló a Cerbero, y lo arrancó de su macabro puesto. ¿Cómo? Una versión dice que lo derrotó en combate. Otra, que el perro lo siguió, manso y confiado…
Euristeo, al ver que Hércules había completado los doce trabajos victorioso y sin un rasguño, declaró expiado el crimen que lo condenó a esas aterradoras aventuras: los seis asesinatos con los que diezmó a su familia, cegado por la locura.
(Post scriptum. Cierto día, entre los años 624 y 546 antes de Cristo –fechas de su nacimiento y muerte–, acaso sentado frente al mar y mirando el cielo, Tales de Mileto, primer filósofo griego, pensó que los dioses y su mitología eran una bella y también aterradora historia, pero que esos fatales designios no respondían a la verdad. Que la razón dictaba otras explicaciones. Fue filósofo, matemático, geómetra, físico y legislador. Inició una escuela. Lo siguieron Anaximandro, Anaxímenes, Heráclito, Epicuro, Sófocles, Anaxágoras, Diógenes, Empédocles, Parmémides, Pitágoras, Zenón de Elea, Aristóteles, Sócrates, Platón… Ellos –y muchos otros– investigaron Cielo, Tierra, fenómenos físicos, laberintos matemáticos, ¡el átomo! Desde ellos hasta Galileo, Giordano Bruno, Newton –larga es la lista– hasta Einstein y Hawking, se escribió la sabiduría de Occidente. El gran legado de los griegos. La ciencia contra la superstición, desde la elemental redondez de la Tierra hasta el acelerador de partículas en busca del primer indicio del Big Bang. Aquellos griegos, sin prescindir de la belleza, la crueldad y el encanto de la mitología, separaron las aguas y trazaron el arduo camino de la ciencia: la racionalidad, la búsqueda del fósil, la ley inmutable de la prueba y el error. Lo que ya nos ha llevado a la Luna, pronto a Marte, y también a hazañas médicas hoy comunes y cotidianas, y las que aún llegarán. Mientras tanto, los mitos, las leyendas, los héroes imbatibles e inmortales, y todo lo sobrenatural, respiran por sí mismos. También son parte del gran espectáculo del Universo, y nunca morirán).
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