Jezabel (Rodrigo Acevedo Musto)
A mediados de los 50, en estas pampas y entre nuestros 15 a 17 años, oíamos –y si podíamos comprábamos el disco simple– el pegadizo tema Jezabel, cantado a toda vela con su voz de barítono por Frankie Laine (Francesco Paolo Lo Vecchio, 1913–2007).
La letra narraba la historia de una mujer perversa, "parte del plan del demonio para atormentar al hombre con su canto de sirena". Además la llamaba, por si poco fuera, "Diablo sin cuernos, ángel caído, engañoso paraíso, mala estrella…"
Pero, aún ignorantes de la Biblia y sobre todo del Antiguo Testamento, muy jóvenes (como también legiones de adultos, ojo…), suponíamos que la tal Jezabel era una linda y sensual chica de barra de bar, pintada como una puerta, cortísima de ropa, y esperando a sus víctimas en el centro de su telaraña…
Jezabel, interpretada por Frankie Lane
Más tarde vimos, en la matiné de la tarde –cine de barrio, grandes películas viejas–, Jezabel, de 1938, con Bette Davis y Henry Fonda, dirigida por William Willer, y estreno del tema del mismo nombre, compuesto por Max Steiner, vienés importado por Hollywood.
En este caso, Bette, no tan demoníaca, desataba un escándalo por aparecer vestida de rojo furioso… en un baile de blanco, y nada menos que en el aristocrático –y esclavista– Sur de los Estados Unidos.
Desafío, provocación al que sucederían varias calamidades y una que otra muerte violenta.
Pues bien. Las dos Jezabel… ¡eran la misma! No aquellas de los 50 ni de 1938: una reina de Israel del siglo IX antes de Cristo, mala como una araña, ramera, instigadora de crímenes, y según el Tanaj (las Escrituras hebreas) y el Antiguo Testamento (Reyes I y II), de una belleza y poder de seducción tan irresistibles como malditos…
Casada con el soberano Acab del Reino del Norte (Israel: el del Sur era Judá), "alejó a los hombres de Dios y persuadió a su esposo que permitiera los templos y ritos paganos de los Baales, llevando así a la idolatría a los hebreos, la corrupción y la inmoralidad sexual".
El caso–testigo más citado es La Viña de Nabot.
Lo contaremos en lenguaje actual…
El señor Nabot de Jezreel, que a nadie molestaba, tenía una viña junto al palacio del rey Acab. Ambicioso, el monarca le pidió la viña "para plantar verduras, y te daré una mejor, o su precio en dinero".
Nabot se negó:
–¡Guárdeme Jehovah de darte la heredad de mis padres!
Acab, derrotado y deprimido, se acostó y no quiso comer.
Pero Jezabel lo humilló:
–¿Esa es la actitud de un rey? ¡Yo te daré la viña!
Y puso en marcha una jugada política siniestra.
Escribió cartas en nombre de Acab, las selló con su anillo, y las mandó a los hombres más importantes, vecinos de Nabot.
Las cartas decían: "Proclamen ayuno y obliguen a Nabot a sentarse frente al pueblo. Una vez allí, que dos hombres malignos lo acusen de haber maldecido a Dios y al rey, y luego que todos los apedreen hasta que muera".
Y así fue. Y la viña fue de Acab.
Pero la malvada Jezabel, que a juzgar por los relatos dominaba a Acab con sus refinadas –o salvajes– artes sexuales… no contaba con la ira de Dios…
Según las escrituras, Jehovah, por medio del profeta Elías el Tisbita (nacido en Tisbé, norte de Galilea), decretó su condena a muerte:
–En el lugar donde los perros lamieron la sangre de Nabot, los perros lamerán también tu sangre.
Pero aún no ha llegado su hora…
Su poder es grande todavía, a pesar de los cargos: amor a los ídolos, falsas profecías, palabras y actos que alejan de Dios a los hombres… y gran capacidad de seducción para fornicar.
Superstición o no, se le teme al supuesto poder de su anillo: el que usaba para sellar las cartas.
Bien mirado, es inquietante. Una deidad con cuerpo de animal y cabeza humana, dos serpientes Cobra, un halcón, y bocas abiertas de cocodrilos o algo parecido…
Según algunos investigadores del pasado remoto, ese sello era el signo de la destrucción familiar y del odio. Y Jezabel, una manipuladora que empujó a diez millones de hebreos –salvo siete mil– a abandonar su pacto con Dios.
Trailer de la película Jezabel de 1938
Y van más allá: "Fue una de las cuatro mujeres que pusieron en marcha un plan para gobernar el mundo: ella, Athalia, Semiramis y Vasti".
(N. de la R.: Athalia, reina consorte de Judá y esposa del rey Joram, descendiente del rey David. Semiramis, reina de Asiria y esposa del mítico rey Ninus. Vasti, esposa de Asuero, rey de Persia. Escasa data de ella en la Biblia).
El final del rey Acab es novelesco. Según Reyes 22:31-36, dos monarcas, Acab, rey de Israel, y Josafat, rey de Judá, se enfrentaron al rey de Siria. Pero ambos cambiaron sus ropas para confundir al enemigo (…) Cuando los capitanes de los carros de combate vieron a Josafat, dijeron: "Ciertamente éste es el rey de Israel; y vinieron contra él para pelear con él, mas el rey Josafat gritó. Viendo entonces los capitanes de los carros que no era el rey de Israel, se apartaron de él. Y un hombre disparó su arco a la ventura e hirió al rey de Israel por entre las junturas de la armadura, por lo que dijo él a su cochero: Da la vuelta, y sácame del campo, pues estoy herido. Pero la batalla había arreciado aquel día, y el rey estuvo en su carro delante de los sirios, y a la tarde murió; y la sangre de la herida corría por el fondo del carro".
Jezabel, viuda, retuvo su poder y siguió mandando a través de su hijo Ahaziah. Al morir éste en una batalla, ella siguió ejerciendo el control del reino por medio de su otro hijo, Jehoram…, que no tardó en morir asesinado.
La ira de Dios contra Jezabel, y su condena a muerte, la cumple Jehú, un siervo. Camina con sus eunucos hasta la casa de Jezabel, que está en la ventana, y les ordena que la maten. Y así lo hacen. Suben, la arrojan a la calle… y los perros comen su cuerpo. Sólo quedan el cráneo, los pies y las manos.
Uno de los eunucos se apodera del anillo.
La profecía de Elías se ha hecho carne, sangre y muerte.
Pero el nombre de Jezabel trasciende los siglos.
Con la incesante persistencia del Mal.
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