Crocodylus porosus. O cocodrilo marino o de agua salada. Es el más grande de su especie y el mayor reptil del planeta. El más peligroso, además. Pueden llegar a pesar 1500 kilos y medir hasta 3,5 metros. Una verdadera bestia. Y durante 77 años formaron parte de una leyenda que muchos aseguran como verdadera durante la Segunda Guerra Mundial.
Habitan, entre otros lugares, el Sudeste Asiático. Malasia, Filipinas, Sri Lanka, Indonesia y el norte de Australia son sus lugares más frecuentados. Fue justamente en la Isla de Ramree, Myanmar, donde una feroz batalla empujó a un escuadrón japonés a las aguas tenebrosas de un manglar repleto de estos predadores.
El 8 de diciembre de 1941 Japón -tras su ataque sorpresa a Pearl Harbour– movilizó tropas al resto de Asia, donde el Reino Unido tenía el control de diversas colonias. Malasia era una de ellas. Singapur otra. Ambas caerían como un dominó. Fueron tres años de humillaciones para las orgullosas tropas británicas que vieron cómo en un abrir y cerrar de ojos su expansionismo se reducía.
Pasado ese tiempo, cuando Japón ya desvanecía y la resolución de la Segunda Guerra Mundial a manos de los Aliados era casi un hecho, el Reino Unido decidió embestir nuevamente para reconquistar sus bastiones abandonados en el Sudeste Asiático.
Los acorazados Queen Elizabeth y Phoebe fueron los primeros en saturar con sus lanzamientos la costa de algunas islas claves de la región. Una de ellas, la Isla Ramree. El 21 de enero de 1945, los británicos ejecutaron el asalto anfibio sobre tierra firme. La resistencia japonesa resultó férrea, pero no logró perpetuarse demasiado tiempo. Por la naturaleza del terreno se convirtió en una guerra de guerrillas.
"Durante semanas se produjeron intensos combates entre ambos bandos sin avances significativos por parte de ninguno de ellos. Entonces la infantería de marina británica logró flanquear a una fuerza de unos mil soldados japoneses y la conminaron a rendirse", escribió Pedro Pablo G. May en su libro Errores Militares.
Pero el oficial japonés al mando de sus hombres no quiso saber nada con la rendición. El honor estaba muy por encima de esa posibilidad. Fue por eso que al llegar la noche decidió retirarse y abandonar sus posiciones junto a sus mil hombres.
Sin embargo, la retirada no sería amistosa. No por sus enemigos, sino por otras sorpresas que la naturaleza le tenía preparada. Los casi mil soldados deberían cruzar un manglar de unos 16 kilómetros infestado de alimañas de todo tipo (serpientes mortales, alacranes, mosquitos transmisores de malaria…) y los siempre hambrientos Crocodylus porosus.
El 19 de febrero, la noche se cerró. Pero nadie pudo dormir. Los soldados británicos e indios que estaban en las cercanías del manglar escuchaban los gritos atormentados y desgarradores de sus enemigos. Muchos se estremecieron. ¿Con qué criaturas estaban enfrentándose? ¿Quién los atacaba en medio de la noche sin un solo disparo?
Para el capitán inglés de la Royal Navy Eri Bush -quien presenció y documentó todos los episodios- se trataba de una misión suicida. "Entre las desventajas a las que tuvieron que enfrentarse los japoneses se encuentran los horrores indescriptibles de los manglares. Oscuros durante el día y durante la noche, hectáreas de bosque denso e impenetrable; kilómetros de profundo barro negro… mosquitos, escorpiones, extraños insectos que vuelan por billones y -lo peor de todo- cocodrilos. Sin comida. Sin agua potable que pudiera obtenerse en ningún sitio. Difícilmente los japoneses fueron conscientes de las pésimas condiciones que había allí. Los prisioneros que sacábamos de aquellos manglares durante las operaciones fueron encontrados semi-deshidratados y en unas condiciones psicológicas deficientes".
"Esa noche, la del 19 de febrero de 1945, fue la más horrible que cualquier miembro de la dotación de Marina haya visto nunca. Los disparos lejanos de los fusiles en aquel pantano negro, los gritos de hombres heridos que eran aplastados entre las fauces de enormes reptiles y el sonido preocupante de los cocodrilos provocó una infernal cacofonía que rara vez se ha repetido sobre la tierra. Al amanecer llegaron los buitres para limpiar lo que los cocodrilos habían dejado. De aproximadamente mil soldados japoneses que se introdujeron en los pantanos de Ramree, solo unos veinte fueron encontrados con vida". El tenebroso relato pertenece a Bruce S. Wrighten, un naturista canadiense que escribió Wildlife Sketches Near and Far.
Las tropas británicas estaban rodeando el pantano. Sabían que no debían colocar un pie en él. Pero esperaban que los japoneses finalmente se rindieran y salieran de allí. Sólo uno lo hizo. Se trataba de un médico que hablaba un fluido inglés. Había estudiado medicina en Inglaterra y en los Estados Unidos. Un oficial le indicó que les dijera a sus compatriotas que salieran de allí y presentaran sus armas. Ninguno lo hizo. Prefirieron morir en aquel pantano nigérrimo.
Varios historiadores de la época y testigos adhirieron a las palabras escritas por Wrighten. Sólo tiempo después, una investigación hecha por el National Geographic puso dudas sobre aquella versión que la colocaba como la mayor masacre humana perpetrada por animales.
Otro que la niega o la pone en duda es el historiador británico McLynn Frank: "Si 'miles de cocodrilos' estuvieron involucrados en esta masacre, como afirma el mito urbano, ¿cómo habían sobrevivido estos monstruos antes y cómo sobrevivieron después? El ecosistema de un manglar, con una vida de mamíferos exigua, no habría permitido la existencia de tantos saurios antes de que llegaran los japoneses (los animales no están exentos de las leyes de la superpoblación y la inanición). Al final ese problema es una evidencia externa".
Como sea, la masacre existió. Quizás las muertes de los japoneses no se respondan todas desde la voracidad de los cocodrilos, sino por el contrario. Atrapados en el manglar, sin posibilidad de escapatoria, fueron un blanco fácil para los ingleses, que terminaron de hacer el trabajo de algunos muchos cocodrilos que también se dieron un manjar. Otros testigos aseguran que no fueron más de 20 los que murieron en las bocas de los animales y que el resto murió como consecuencia de enfermedades, ahogados, o por las balas británicas, de acuerdo al diario ABC de España.
Pero hay otra prueba más que podría colocar las palabras del naturalista canadiense en tela de juicio. Al momento de la masacre es probable que Wrighten no estuviera en ese lugar, sino que tiempo después rearmaría su crónica sobre la base de los testimonios de las nativos que allí estaban y que alimentaron el mito sobre los cocodrilos de agua salada.
La masacre existió. Más de 900 japoneses murieron en el manglar de la Isla de Ramree. Pero por el momento, la imputación contra los animales parece exagerada.
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